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    Carmen Herrera: La guerrera silenciosa

    «El descubrimiento de la década”, es el titular con el que la prensa internacional ha saludado a la pintora cubana Carmen Herrera preguntándose “cómo han podido perderse hasta ahora sus sensibles composiciones geométricas”. En un momento en el que el mundo del arte idolatra la juventud y la novedad, Carmen Herrera encarna un tipo de éxito diferente, mucho más raro, el de la artista largamente ignorada por el mercado y por la historia, que perseveró porque no tenía otra alternativa.
    Herrera está considerada por la crítica una pionera de la Abstracción geométrica y del Modernismo Latinoamericano. La fama y el reconocimiento le han llegado cuando ya no los esperaba, casi a punto de alcanzar el siglo y su biografía, en la que se entremezclan una infancia acomodada en la Cuba pre-revolucionaria, el París de la postguerra y el convulso y floreciente mundo del arte neoyorkino, contiene todos los ingredientes para convertirse en una de las leyendas del mundo del arte. Vendió su primera obra a los 89 años, tras más de seis décadas de silenciosa y tenaz carrera en solitario y hoy sus pinturas forman parte de las colecciones permanentes de instituciones como el MoMA de Nueva York, el Museo Hirshhorn, el Walker Art Center, el Museo del Barrio de Nueva York y la Tate Modern.
    Tendencias del Mercado del Arte ha conversado con esta singular artista en su casa de Nueva York que a sus 97 años sigue describiendo su impulso de pintar como “algo que está dentro de mí, que no puede decirse con palabras y que expreso con líneas y colores”.
    Nacida en 1915 en La Habana, donde su padre era editor del diario El Mundo y su madre una reportera del periódico, Carmen recibió clases de arte desde niña, estudió el bachillerato en París y se matriculó en Arquitectura en una universidad cubana. En 1939, en el ecuador de sus estudios, se casó con Jesse Loewenthal y se trasladó a Nueva York. Aunque estudió en la Art Students League de Nueva York, no descubrió su identidad artística hasta que ella y su marido se instalaron en París unos años después de la Segunda Guerra Mundial. Allí se unió a un grupo de artistas abstractos, miembros del influyente Salón de las Nuevas Realidades, que expusieron su trabajo junto con el de Josef Albers, Jean Arp, Sonia Delaunay y otros. “Estaba buscando un vocabulario pictórico y lo encontré allí”, ha dicho la artista sobre su etapa parisina, “pero cuando me mudé a Nueva York, el tipo de arte que yo hacía —Abstracción geométrica- no era aceptable. El Expresionismo abstracto estaba en su apogeo. Ninguna galería estaba interesada en exponer mis obras”.
    “El arte de Carmen Herrera no era fácilmente digerible en aquel momento” manifestó Julián Zugazagoitia, exdirector del Museo del Barrio de Nueva York, quien la definió como “una guerrera silenciosa de su arte”. “Carmen no pintaba paisajes cubanos ni flores del Trópico, la clase de arte que podría esperarse de una emigrante cubana que había vivido en París –explicaba Zugazagoitia-. Florecer a los 94 años habla de las dificultades que tiene que superar una mujer artista, inmigrante y adelantada a su tiempo. La suya es una historia de fortaleza personal.”
    Durante décadas, Herrera celebró esporádicas exposiciones individuales, incluyendo muestras en un par de museos (The Alternative Museum en 1984 y El Museo del Barrio en 1998). Pero nunca vendía nada y tampoco parecía buscar desesperadamente la aceptación del mercado. “Habría sido agradable, pero tal vez corruptor”, dijo en una ocasión. Sus amigos, entre los que se encontraban varios directores de museos, trataban de promocionarla pero Carmen parecía recrearse en su soledad.
    En 2004, el nuevo director del Museo del Barrio, Tony Bechara, durante una charla sobre pintoras y geometría con Frederic Sève, dueño de la galería Latin Collector de Manhattan, sacó a colación su nombre. “¿Pero quién es esta Carmen Herrera?” preguntó sorprendido el galerista. A la mañana siguiente, Sève recibió en su galería varios lienzos que evocaban a los de la famosa artista brasileña Lygia Clark, pero que, en realidad, eran de Herrera. “Vaya, vaya…Aquí tenemos una pionera”. Rápidamente contactó con Ella Fontanals- Cisneros, prestigiosa coleccionista que tiene una Fundación de arte en Miami, que adquirió cinco pinturas de Herrera. Estrellita Brodsky, otra destacada mecenas, compró otras cinco, y Agnes Gund, Presidenta emérita del MoMA, también se hizo con varias obras; Bechara donó al MoMA uno de los emblemáticos lienzos en blanco y negro de la pintora cubana. Desde aquella primera venta en 2004, los coleccionistas han perseguido con ahínco sus pinturas, ascéticas y brillantes, que se han revalorizado y entrado en las colecciones permanentes de instituciones como el MOMA que la ha incluido en su panteón de artistas latinoamericanos.
    “Nunca presté atención al dinero y siempre pensé que la fama era algo vulgar. Tan sólo trabajé y esperé. Y al final de mi vida, me están llegando muchos reconocimientos para mi asombro y placer” ha confesado. Herrera ha jugado un papel esencial en el desarrollo de la Abstracción geométrica en América y sus cuadros, monumentales e icónicos pueden contemplarse ahora en la Galería Lisson de Londres que le dedica una retrospectiva. Se trata de la exposición más exhaustiva sobre su obra celebrada desde los años 40 e incluye una selección de trabajos inéditos. Pintando en relativa soledad desde la década de 1930 y celebrando exposiciones de forma ocasional, Herrera no decayó gracias al apoyo inquebrantable de su marido Jesse Loewenthal. Profesor de inglés en la Stuyvesant High School de Manhattan, el señor Loewenthal fue descrito por el novelista Frank McCourt, colega suyo, como un erudito del viejo mundo con su “elegante traje de tres piezas y una cadena de reloj de oro cayendo en bucle por delante de su chaleco.” Desafortunadamente su gran aliado no pudo disfrutar del reconocimiento de su mujer pues falleció en el año 2000, cuando contaba con 98 años. Vanessa García-Osuna

    Usted nació en el seno de una familia de intelectuales ¿Cómo recuerda aquellos primeros años en Cuba? ¿Afectó la guerra contra España a su familia? Mi primera experiencia con el arte fue en el hogar de mi infancia entre los cuadros de mi padre y las conversaciones con los amigos de mi familia, grandes conocedores del arte, que frecuentaban nuestra casa. Mi niñez en Cuba son recuerdos felices y alegres aunque, sí, mi familia sufrió las consecuencias directas de la guerra revolucionaria. Mi abuelo era coronel del ejército español mientras que mi padre luchaba en el bando de la Independencia. Se fue a la manigua cuando tenía 16 años. Fue herido y nunca pudo volver a utilizar su brazo izquierdo. Mi abuelo y mi padre dejaron de hablarse durante años. ¡Típico de esas guerras por la independencia… los padres contra los hijos!. Viví mi adolescencia bajo la sangrienta dictadura de [Gerardo] Machado. La universidad estaba en huelga constante y mis hermanos formaban parte de los movimientos opositores que conspiraban contra Machado. En aquella época vivimos momentos muy peligrosos. Con el actual gobierno cubano también hemos sufrido mucho. Toda mi familia se tuvo que exiliar y, en 1961, mi hermano Antonio fue condenado a 20 años de cárcel en La Cabaña [fortaleza militar donde el Che Guevara estableció su Comandancia].

    ¿Tiene algún lazo con España? ¿Algún recuerdo de nuestro país? Gracias al vínculo que siempre conservamos con España conseguimos, a través de los buenos oficios de mi tío, el cardenal Ángel Herrera-Oria, la libertad de mi hermano Antonio. Yo visité al cardenal en 1964 y él accedió a interceder por mi hermano que fue liberado y enviado a Madrid. Le estaré siempre muy agradecida por eso.

    ¿Cuándo y como decidió ser pintora? He pintado desde pequeña. Mi primera ambición fue ser arquitecta, pero en mis años de estudiante la universidad encadenaba una huelga tras otra. ¡No se podía estudiar una carrera!.

    La crítica habla de usted como “el descubrimiento de la década”. ¿Qué siente cuando lee esto? Cuando la prensa habló de mi obra como “el descubrimiento de la década” me sentí agradecida de estar viva para vivirlo… Si hubiera sido “descubierta” treinta años antes ¡quién sabe cómo hubiera afectado a mi trabajo!. Yo hacía lo que quería, tranquilamente, sin ninguna presión por hacerme famosa. Así pude pintar y desarrollar mis ideas, con serenidad, a mi paso y manera.

    Se instaló en Nueva York en 1939. ¿Cómo era el mundillo artístico neoyorkino? El “mundillo” artístico en Nueva York poseía una fuerza fresca y talentosa. Al principio el arte que descubrí y que me entusiasmó fue el de artistas como Stuart Davis y Georgia O’Keefe. El arte que predominaba entonces como el de la “Ashcan School” no me interesó tanto. Tanto durante como después de la guerra frecuenté a los Expresionistas abstractos. Gente como de Kooning y Klein, Gorky, Newman, Matta. Era un mundo muy revelador y dinámico. Y algo completamente nuevo. ¡Uno sentía que estaba en medio de algo histórico, original, enérgico, revolucionario, excitante!.

    En los años 40 usted se trasladó a París y participó en el Salon des Realités Nouvelles de Art Abstract. ¿Cómo era el París de la postguerra –en contraste con Nueva York? En París descubrí al grupo del Salón des Realités Nouvelles con quienes participé en varias exposiciones y conocí artistas dedicados al arte abstracto, geométrico y no representacional. ¡Qué buenos fueron aquellos años!. Paris estaba lleno de bicicletas y de artistas de todas partes del mundo. Allí, en medio de ese ambiente, logré desarrollar mi estilo sin presiones, con una infinita sensación de libertad.

    ¿Por qué dice que los años en París fueron los mejores? ¿Se relacionaba con otros artistas? Picasso lo dominaba todo y yo lo evitaba a toda costa. ¡Todo aquel que le conocía acababa pintando como él!. ¡Yo ni siquiera permitía que entrara en mi taller un libro sobre Picasso!. Nos conocíamos todos. El mundo del arte en aquella época era pequeño y accesible. Un día comía con Wifredo Lam y por la tarde, en la tienda de pinturas, me encontraba con Braque. O en La Coupole o el Café de Flore coincidía con Picasso o platicaba con mis vecinos en Montparnasse, como la madre y el padre de Yves Klein, ambos pintores. Por la noche ibas al teatro a ver Esperando a Godot de Beckett. No era un mundo tan complicado. Era otra cosa…. París era lo que uno se imagina hoy, lleno de romance y de posibilidades.
    Todos éramos pobres y no podías tomarte un buen café pero ¡qué buena vida nos dimos y con tan poco!.

    Usted fue “descubierta” por la crítica y el mercado cuando llevaba más de 60 años de carrera. ¿Nunca pensó en abandonar? ¿Cómo se vive el éxito a esa edad? Lo único que sé hacer bien es pintar, ¿por qué he de abandonar lo que me mantiene alerta y con deseos de enfrentarme a un nuevo día?. El éxito se vive así, viviendo la vida, sin desdeñar la obra de otros artistas y compartiendo lo que aún podemos crear con otros. Reconocida o no ¡qué suerte y qué dicha poder hacer lo que me apasiona!.

    Vendió su primera obra a los 89 años. ¿Qué pintura era, a quién la vendió…? Esporádicamente vendía cosas o intercambiaba obras.
    Pero no fue hasta 2005 cuando empecé a vender más en serio a coleccionistas importantes. Sé que la señora Ella Cisneros compró varios cuadros y las señoras Gund y Brodsky también. Luego el MoMA de Nueva York adquirió un cuadro, y la Tate de Londres otro. ¡Fue un momento increíble!
    ¡Qué ironía!. Pensé mucho en mi marido que me apoyó tanto, durante más de 60 años, y que siempre tuvo fe en mi como pintora. Él no llegó a ver mi éxito, creo yo… ¿o sí lo está viendo?.

    ¿Sigue el arte actual? En los 80 conocí y expuse con Félix González-Torres. ¡Era encantador!. Ninguno de los dos vendimos nada en aquellas exposiciones. Tengo varios amigos artistas que me cuentan lo que pasa hoy. Pero la verdad es que no estoy muy al tanto del arte actual…

    ¿Ser mujer y latinoamericana ha sido un freno a su promoción artística? Uno vive en su época y dentro de las circunstancias que le imponen las costumbres y las normas de los tiempos que le tocan vivir. ¡Son las cartas con las que te toca jugar!. En mi época, mi género y mi nacionalidad fueron un impedimento. ¿Qué se le va a hacer? ¡Pues trabajar más, con más tesón e ignorar los prejuicios!. En ocasiones el rechazo me dolía e indignaba. Admiro a las mujeres que han cambiado esas actitudes. Conocí y admiré mucho a Amelia Peláez, que también tuvo que enfrentarse a los mismos obstáculos que yo y lo hizo con una fuerza y un empeño que me sirvió de inspiración.

    ¿Cómo ha cambiado su vida desde que es famosa? Puedo estar en mi casa y en mi taller con ayuda y seguridad para vivir cómoda en mi ambiente y seguir pintando. ¡Me queda mucho por decir!.

    Wifredo está en la ciudad
    “Barnett Newman y Wifredo Lam fueron grandes amigos míos –recuerda Herrera- Con Barney y Ana Lee, su esposa, nos reuníamos muy frecuentemente. Al principio mis conocimientos de inglés eran rudimentarios y apenas podía participar en las conversaciones, solo entendía frases sueltas, pero poco a poco fui entendiendo más.
    Barney era un auténtico intelectual. Una persona tremendamente culta y brillante. Recuerdo que una vez se sentía decaído, deprimido, algo pesimista, y anunció que iba a solicitar trabajo como maestro de escuela. Ana Lee se indignó y le espetó…”yo me casé con un pintor, no con un maestro, y si cambias de profesión ¡me marcho!”. Su mujer le apoyaba y le protegía muchísimo. Fue una figura fundamental para su carrera. Wifredo tenía algo de Don Juan y estaba muy solicitado por las chicas, que lo consideraban muy exótico. Cuando él estaba por Nueva York mi teléfono no paraba de sonar… «¿Está Wifredo en la ciudad?» ¡todas le buscaban!. También me utilizaba de “transporte”. Cada vez que visitaba Nueva York me pedía que le trajera obra. ¡Era muy simpático!.”

    Seducida por la recta
    “La línea recta es, para mí, el principio y el final, empiezo mis cuadros con una línea recta horizontal o vertical y a partir de ahí surge la lucha… Siempre busco la solución más sencilla, más depurada, más pura y esencial. La geometría es la estructura de la poesía. Y hay poesía en mi visión pictórica.”

    Carmen Herrera

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