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    Christian Deydier, el embrujo de Oriente

    Deydier

    Christian Deydier (Vientiana, Laos, 1950) regresó a Francia a los cuatro años para ser educado por sus abuelos tras la muerte de su padre.
    Desde su infancia el contacto con Asia ha sido constante y motivado por la profesión de su abuelo, uno de los grandes orientalistas de la época. Estudió en la Universidad de París, Lengua y Civilización
    China y, en la Universidad de Taipei, en Taiwan, jiaguwen, la primera forma conocida de escritura china. Pero sus aficiones le llevaron al comercio y al coleccionismo de obras de arte asiáticas más que a la enseñanza.
    En 1987, abrió la galería “Oriental Bronzes Ltd”. Y, regularmente desde 1985, organiza exposiciones de bronces arcaicos de las dinastías Shang y Zhou, y de orfebreria China.
    Preside el Sindicato Nacional de Anticuarios de Francia que promueve la célebre Bienal de los Anticuarios, que convierte a París en capital de las artes durante el mes de septiembre.

    Usted nació en Laos, y estudió entre Taipei y París, cuéntenos ese lazo tan estrecho que mantiene con Asia
    Mi abuelo era orientalista. Era dueño de la librería Maison Neuve de París que era conocida en todo el mundo por sus fondos de diccionarios sobre Java, manuales de aprendizaje de la lengua árabe, tratados sobre distintos dialectos, y obras científicas de diferentes institutos. Lo cierto es que siempre he estado metido en este medio. Cuando volví de Laos tenía solo cuatro años, y tras el fallecimiento de mi padre fueron mis abuelos quienes me educaron.
    Conocí entonces a muchos profesores que en aquella época eran estudiantes y que luego se han convertido en grandes personalidades del arte asiático y del arte islámico en Francia. Mi padre era un experto en arte hindú, en sánscrito, y en Budismo.
    Desde pequeño sentía curiosidad y atracción por Asia. Estudié matemáticas y física pero a mitad de carrera pensé que lo que me fascinaba era la cultura asiática y me puse a estudiar chino.

    Se define como “más estudioso y erudito que comerciante” ¿cómo se convierte en anticuario?
    Todo fue un poco por casualidad. En mi época de estudiante en Taiwán, conocí a un jesuita francés que era miembro del Instituto Hi Chi y especialista en escritura protochina. Él me animó a estudiar esta escritura que era un campo poco explorado.
    El desciframiento de esta lengua nos ha permitido conocer la historia, la religión, la vida cotidiana de un periodo chino que se consideraba poco menos que mitológico.
    Es una escritura nueva que cuestiona todo el conocimiento que se tenía sobre la dinastía de los Shang.
    Al regresar a Francia, lo lógico hubiera sido que entrara a trabajar en algún museo o me hiciera investigador pero un día, durante una subasta, conocí a un experto en Extremo Oriente, amigo de mi padre, que me propuso convertirme en Experto en Arte Chino en la casa de subastas Drouot.
    Trabajé en Drouot hasta que dejó de interesarme y decidí irme a Inglaterra para ‘medirme’ con los grandes expertos del momento, estamos hablando de los años 80; poco tiempo después me ofrecieron ingresar en el Sindicato de Anticuarios de Francia.

    ¿Cómo contaría esta trayectoria a través de los objetos?
    Pasé de las inscripciones chinas a las vasijas de bronce porque las inscripciones que estudiábamos estaban sobre huesos y caparazones de tortugas y teníamos las mismas inscripciones en los bronces. De los bronces pasé a las vasijas, y luego al metal, oro y plata que son mis auténticas especialidades. Poco a poco también tuve que prestar atención a la India ya que el Budismo chino me hizo volver la mirada hacia el Tíbet, hacia el budismo tibetano y la Ruta de la Seda. Y el Tíbet me llevó al Budismo Hindú.

    ¿Con qué frecuencia debe viajar a Asia?
    Voy cada tres semanas más o menos. Son viajes relámpago para conocer a coleccionistas, ver objetos, etc. Mi base está en Hong Kong, pero también me desplazo a Filipinas, Japón, Taiwán, China… Y luego, aparte de mis viajes de negocios, también hago otros de formación profesional, en los que visito yacimientos arqueológicos, lugares de budismo chino; en mi última estancia, por ejemplo, fui al Desierto del Taklimakán, y allí visité todos sus oasis en los que tuve el privilegio de contemplar pinturas de los siglos IV, V, y VI aC, con influencias hindús y persas, entre otras.

    ¿Es verdad que hablar chino es prácticamente imposible para un occidental?
    El chino lo aprendí con 22 años. Es un idioma que hay que reaprender continuamente como un principiante. En estos momentos, he vuelto a repasar mis lecciones de vocabulario básico para poder hacer cosas tan sencillas como ir a un restaurante.
    Lo normal es cometer errores de pronunciación, de tonalidad. Leo mucho, en diagonal. Para hablarlo bien, hay que practicarlo todo el tiempo. Y las diferentes regiones tienen, además, sus propios dialectos.
    Lo que mejor se me da es no decir nada, ¡lo que, por otro lado, resulta excelente para los chinos! Tenemos formas de ser muy diferentes. A veces los chinos se dibujan los caracteres en la mano para que sea más fácil entenderse. Ellos consideran que los occidentales somos una raza inferior.
    El mejor ejemplo es la Exposición Universal de Shanghai. Si uno se fija bien, el pabellón chino era el único que medía 50 metros de altura, los demás no tenían derecho a superar los 20 metros. En la prensa local se dijo, sin embargo, que eso era porque todos los países del mundo venían a rendir tributo a China, como en la época del Emperador. Cuando uno comprende esto, habla de forma diferente y hay que demostrar que también somos cultivados y que merecemos el mismo respeto.

    ¿Qué recuerdos le vienen a la memoria de sus viajes por Asia?
    Recuerdo un recibimiento espléndido. Fui a Japón acompañando al presidente Jacques Chirac para recoger el premio que le otorgaba el Emperador. Una vez en el hotel vimos que había venido a saludarnos el Emperador en persona. Normalmente éste nunca se desplaza, son los visitantes quienes deben ir a su residencia a cumplimentarlo. Vino la Emperatriz también, y nos advirtieron que no podíamos tocarla.
    En cambio ella, en cuanto nos vio, se dirigió directamente a nosotros, y nos estrechó la mano hablándonos en un francés impecable. ¡El jefe de protocolo japonés estaba desesperado, no sabía qué hacer!. Llevé después al presidente Chirac a conocer a uno de mis colegas anticuarios japoneses y éste nos mostró un objeto fabuloso. Ni se me pasó por la cabeza preguntar el precio porque me hubiera contestado que no estaba a la venta, pero es la única vez que en Japón me ha pasado algo así.
    Son países fascinantes, las dos culturas, la nuestra y la suya, no pueden compararse y deben aceptarse tal como son.
    Cuando eres occidental, no es fácil que te enseñen un objeto de valor. Primero, uno tiene que demostrar que sabe, ¡y mucho!, para que le cedan su patrimonio. Hay cierto desprecio hacia lo occidental, pero es que la cultura oriental es apasionante.

    ¿Cuida Asia su patrimonio histórico? ¿Es fácil importar piezas para un anticuario?
    En Japón protegen mucho el arte. Tienen unas clasificaciones muy específicas. Desde ‘Obra Sacra’, por ejemplo, a “Tesoro Nacional Viviente” que es como protegen a sus artistas vivos. Este es un fenómeno extraordinario.
    ¡Que alguien pueda ser considerado un “tesoro nacional viviente”!.
    He conocido a algunos de ellos, son personas adorables y de esta manera su arte está protegido. Hay que sentir curiosidad por todo. Para entender el pasado debe conocerse el presente.
    China es completamente diferente a Japón. Destrozan, sin darse cuenta, su patrimonio. Muchos de los guerreros del mausoleo de Qin Shi Huang fueron destruidos, por puro desconocimiento. Cuando fueron descubiertos estos guerreros de terracota aún conservaban intacta su bella policromía. Pero como se dejaron a la intemperie, en cuanto se puso a llover, la pintura se desvaneció.

    ¿No mejora la situación?
    Ahora afortunadamente comienzan a poner restricciones. Se ha empezado a formar a los arqueólogos que participan en las excavaciones de tumbas, por ejemplo. Se empiezan a aplicar ciertas técnicas de conservación para algunos materiales. Se han descubierto tumbas hechas en madera que, al extraerlas de la tierra y sacarlas al aire libre, se han destruido automáticamente con el contacto del aire. Se encontró incluso un cuerpo que se descompuso rápidamente. No hay que olvidar que, por culpa de la Revolución, todos estos avances en el mundo de la arqueología han llegado mucho más tarde.
    El Instituto de Arqueología se creó en los años 70. Cada región tiene una política de protección artística diferente. Además les cuesta mucho pedir ayuda a países más especializados.
    Primero lo hacen ellos, consiguen arruinar algunos frescos, por ejemplo, y luego se dan cuenta de que hay que llamar a los especialistas franceses. El resultado es que se pierde patrimonio y un tiempo precioso. Es una lástima…
    En Occidente, por ejemplo, cuando encuentran fragmentos de objetos, se toman fotos, se numeran los paquetes y se intenta reconstruir el objeto. Ellos lo ponen todo junto y mezclado en una bolsa. ¡Y la mayoría de los que trabajan no son arqueólogos!.
    Yo mismo he sido testigo de cómo, en una excavación en la que se encontraron miles de figuras de guerreros, se fueron poniendo las piernas en una bolsa, las cabezas en otra…¡así es imposible restaurar ninguno!.
    El japonés, en cambio, es meticuloso. Es gran conocedor de su cultura, aunque su forma de mirar el objeto de arte es muy distinta a la nuestra. Mientras que un occidental valora la belleza, la rareza, la forma y el color de un objeto, el japonés se fija solo en el pequeño fragmento que contiene la inscripción en la que se plasma lo que el rey ha dicho, lo que el rey ha hecho… para ellos esa inscripción es lo esencial. No tienen el mismo acercamiento al arte que nosotros.

    ¿Ha hecho algún descubrimiento emocionante?
    Sí, he hecho dos descubrimientos maravillosos. El primero fue en Japón, en una colección privada. Estuve viajando durante varios meses a Japón para adquirir objetos, pero nada de lo que veía tenía demasiado interés para mí, hasta que, por fin, durante mi última estancia, hice un hallazgo formidable: en el interior de una de las cajas que me enviaron había un excepcional Buda en bronce del siglo V. ¡Era una pieza rarísima!. Reconocí la estatua al instante. Era una escultura que estaba en paradero desconocido desde la última guerra. Era descrita en libros especializados como una de las dos únicas piezas existentes del Budismo del siglo V; ésta había sido sacada de China, y desde los años 40 se le había perdido la pista. Es decir, este Buda era propiedad de un señor desde los años 40 y, al morir éste, sus hijos vendieron toda su colección como si fuera un solo lote. Nadie tenía noticias de su existencia, todos pensaban que se había destruido durante la guerra. Es increíble…
    El segundo lo hice en China, en Xian. Estaba comiendo con uno de mis amigos arqueólogos en un restaurante cuando, de repente, le llamaron por teléfono. Se estaban construyendo los cimientos de un centro comercial en la ciudad y habían descubierto una tumba con quince metros de profundidad.
    Mi amigo me propuso ir a ver lo que era. Al llegar, descendimos por una escalera hasta el sepulcro en el que advertimos una lápida adornada con unas esculturas de tres camellos, uno de frente y dos de perfil, con una especie de vasija que probablemente contenía fuego y una mesa bajita con cosas de plata.
    Mi colega me dijo que parecía romano pero yo lo asocié de inmediato con la antigua religión del fuego y le dije que debía representar a Sotgia. En el interior de la tumba había solo un sarcófago, sublime, hecho en piedra, que estaba decorado con escenas de la vida de la época, con personajes extranjeros pintados en negro; todo el sarcófago era negro y rojo por los trajes y en el fondo tenía hojas de oro. Estaba convencido de que pertenecía a la civilización de Sotgia pero claro, no podía asegurarlo al cien por cien. Durante tres días se paró todo para desenterrar el sarcófago.
    En la actualidad es una de las piezas más valiosas del Museo de Xian. Está fechado entre los siglos VII y VIII aC, y debió de ser la tumba de un príncipe o de una alta personalidad. ¡China aún está por descubrir!. No se ha extraído ni una décima parte de lo que debe quedar todavía bajo tierra.
    Las primeras excavaciones empezaron en 1928 y se frenaron en 1938 por la guerra. Luego vino la Revolución y hasta 1972 no se abrió el Instituto de Arqueología. Es una ciencia que apenas tiene 60 años. Nuestros conocimientos sobre la historia de China han avanzado tanto que, cuando releí mi primer libro, años después de haberlo escrito, pensé «¡pero quién ha sido el tonto que ha escrito esto!»
    Todo lo que había escrito en esa época había cambiado radicalmente. Ahora se investiga sobre periodos y regiones en particular. Se están descubriendo las culturas regionales chinas… ¡es un momento fascinante!.

    Quintaesencia del lujo
    En 1956 Pierre Vandermeersch tuvo la idea de fundar una «feria de antigüedades», concebida como un evento donde la belleza de los objetos se combinaría con la elegancia de París. La primera Bienal, inaugurada por André Malraux, se celebró en 1962 y desde entonces la feria parisina se ha posicionado entre las más prestigiosas del mundo.
    Para su puesta en escena suelen recurrir al savoirfaire de estetas como Pier Luigi Pizzi, Jean-Michel Wilmotte y Christian Lacroix. Ese año el elegido ha sido el diseñador alemán Karl Lagerfeld.
    “Con la reapertura del Salón de Honor (cerrado durante más de setenta años), la Biennale se ha ampliado para dar cabida a más expositores (45 nuevos), elegidos entre los mejores anticuarios y marchantes de arte del mundo, que han sido seleccionados entre 300 solicitudes”, detalla Christian Deydier.

    La decana de las ferias
    “Para festejar el medio siglo de trayectoria de la Bienal hemos preparado una cena de gala para 1.200 comensales, cocinada por el Chef Gerard que tiene tres estrellas Michelin. ¡Como organizador pruebo todo, hasta soy diplomado por el Hotel Ritz!” dice sonriendo Deydier.
    Los visitantes disfrutarán de 118 expositores representativos de más de quince especialidades –desde las antigüedades clásicas al arte contemporáneo- que mostrarán sus piezas más especiales reservadas para la ocasión. Las galerías Mayoral Galeria d’Art (Barcelona) y Ana Chiclana (Madrid-París) son la representación española en el evento.

    Jacinta Cremades

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