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    Eduardo Arroyo, regreso al Parnaso

    Más de cinco décadas compendian la obra de este forjador de narraciones legendarias. Siendo joven, en 1958, se fue de España y llegó a París alentado por un sueño, el de hacerse escritor. Liberado del lastre de la dictadura pintó sus relatos e hizo frente a los totalitarismos a través del arte. Hoy vive entre Madrid y la capital francesa pero su agenda continúa repleta de compromisos, proyectos, exposiciones. Tras la espléndida antológica en Saint-Paul de Vence celebrada el pasado verano, Arroyo vuelve al Museo de Bellas Artes de Bilbao con una muestra que repasa las últimas décadas de su trayectoria. Amalia García Rubí. Foto: David García Torrado

    ¿Qué significa para Eduardo Arroyo esta última exposición en el Museo Bellas Artes de Bilbao? Para mí es uno de los mejores museos de España. Es la segunda vez que Miguel Zugaza me dirige un proyecto aquí y estoy muy contento con el resultado. Esta exposición es distinta de la retrospectiva de 1994, titulada Tamaño Natural, porque incluye obras de mi antológica en Saint- Paul de Vence junto a otras piezas inéditas.

    Su obra El Retorno de las Cruzadas, 2017 da título y entrada a la exposición ¿Qué comparte con el cuadro La víctima de la fiesta, pintado por Zuloaga en 1910? ¿Quizá un modo similar de entender la tragedia? Siempre he estado muy obsesionado con La víctima de la fiesta, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Admiro a Zuloaga, es un grandísimo pintor que no ocupa el lugar que merece, no por haber pintado españoladas sino por su propia pintura. Es un orgullo para mí estar a su lado en estas salas.

    ¿Hay un Eduardo Arroyo francés (1958-1976) y otro genuinamente español desde su retorno al país con la llegada de la democracia? Soy necesariamente el mismo. La obra de un artista es en gran parte una autobiografía. Creo que he perdido mucho tiempo hablando de política. Durante tres años tuve pasaporte de refugiado por mis ideas. Poco a poco se produjo en mí un alejamiento que no concluyó con la Transición. Yo quería ser como cualquier europeo, con los mismos derechos y obligaciones de un francés, un alemán o un suizo. Y eso no llegó. Entonces mi pintura se fue haciendo críptica y misteriosa, menos pendiente de la agitación y más centrada en lo literario.

    ¿Qué razón de fondo le llevó a abandonar España? La vida tediosa y gris que se vivía aquí me empujó a buscar lugares más propicios para poder dedicarme a escribir. Había estudiado Periodismo en Madrid porque pensé que sería una vía idónea para acercarme a la literatura pero al llegar a París me di cuenta de que caí en una contradicción. Vivía en Montparnasse, un barrio eminentemente pictórico y artístico, y eso me condujo, casi de manera fortuita, por la senda de la pintura. La práctica habitual del dibujo desde edad temprana me hizo entender con facilidad el mundo del arte.

    Sin embargo, ¿nunca ha dejado de escribir? En realidad, ha habido una época de mi vida en la que he escrito menos. El trabajo literario ha tardado en manifestarse. Publiqué el primer libro en 1982, una biografía sobre el boxeador Panamá Al Brown que marcó el inicio de mi relación con la literatura. Luego vinieron más, Sardinas en Aceite, El Trío Calaveras, etc. hasta media docena de obras editadas y traducidas.

    ¿El boxeo fue también otra de sus pasiones de joven? Sí. Y lo sigue siendo, aunque el boxeo ya no existe como tal, solo en la ficción. Me gusta y aparece en mi obra porque, con los toros, es el único deporte que produce héroes y en consecuencia literatura heroica. Para mí, siempre es emocionante acercarse a personajes fuera de lo común, extraordinarios.

    Y personajes como Cyrano, Ulises, El Quijote, ¿son héroes o antihéroes de su pintura? Yo no diría que son antihéroes, sino perdedores. Con sus vidas y sus hazañas han aportado historias épicas a la literatura. Por lo tanto, para mí son auténticos héroes.

    Además de la pintura, ha trabajado en numerosos proyectos teatrales ¿Se considera un artista multidisciplinar? Desde 1969 he realizado un total de cuarenta escenografías, entre dramas y óperas, en colaboración con Klaus Michael Grüber hasta 2008, el año de su desaparición. He trabajado mucho la obra gráfica durante toda mi vida, también la escultura… Soy una especie de “toca todo”. Cocteau decía que no le gustaba que le trataran de “toca todo”. A mí no me molesta, en absoluto.

    ¿Sus cuadros son escenarios o el mundo del teatro se diferencia claramente del pictórico? Hay que partir de la base de que el escenario no es una galería de arte, como desde mi punto de vista, consideraba Miró a sus escenografías. En una ópera, la escena debe acompañar a la música, servirla de apoyo, y no a la inversa. La pintura es otra cosa distinta del trabajo teatral.

    ¿Algún artista preferido de las vanguardias históricas? Picasso es un ejemplo de cómo debe comportarse un pintor. El arte es una cuestión de ética. La obra no existe sin la ética del autor. Hoy parece que los jóvenes sólo se plantean entrar con 20 años en un museo y hacerse ricos rápidamente. Para mí hay cuatro pintores históricos que sintetizan el Arte del siglo XX: Max Ernst, Francis Picabia, De Chirico y André Derain, a quien la sociedad francesa castigó duramente por su relación maléfica con el nazismo.

    En un afán quizá demasiado clasificador, se habla de Arroyo como surrealista, neofigurativo, artista pop, ¿qué opina? No me interesan en absoluto ninguno de esos conceptos. Me preocupa la pintura, sin más. El resto es un mero etiquetado vacío de sentido para mí.

    A veces los lienzos de Arroyo parece que estuvieran hechos de retazos tomados de distintos sitios, simulando el collage o incluso el “retal” cosido al lienzo…Sí, he trabajado mucho el papel y ello ha influido en toda mi obra, forma parte de mí, tanto el dibujo como la impresión, los papeles pegados… Esa huella puede traslucirse también en mis pinturas.

    En los años 60 surgen una serie de movimientos a favor de la pintura “representativa”, en oposición a la abstracción pura. ¿Qué papel jugó usted en ese panorama? La batalla la hice desde fuera. En París, algunos pintores negábamos la abstracción lírica francesa victoriosa de artistas como Georges Mathieu… En España ha habido tres pintores imprescindibles de mi generación, aunque muy diferentes a mí en lo artístico: Manolo Millares, que murió muy joven, Antonio Saura y Luis Gordillo.

    ¿La ironía es una forma inteligente de hacer crítica? Yo soy mitad drama y mitad comedia. Cuando se dice algo grave, inmediatamente hay que contrarrestar esa aseveración con una carcajada, es decir, con su contrario. Soy el producto de ambas actitudes que podría traducirse en cierta “auto-ironía”. Detesto la ejemplaridad, no soporto ser modelo para nadie porque no soy ejemplar en nada.

    ¿Qué significó su famoso políptico Vivir o dejar morir, el fin trágico de Marcel Duchamp, de 1965? Es una crítica a Duchamp con quien nunca me he llevado bien porque considero que no tiene ningún interés. Ahora el cuadro está en el Reina Sofía, pero en su día causó un gran revuelo. Todo eso forma parte de mi vida y ya se ha publicado mucho sobre aquella polémica.

    ¿Se considera un autodidacta? Yo no he acudido a ninguna escuela de Bellas Artes. Mi formación ha estado siempre al lado de los pintores, he aprendido de otros artistas, en búsquedas casuales y lugares de encuentro como bares, tertulias etc.

    ¿Colecciona arte contemporáneo? Soy coleccionista de obras de artistas con los cuales me he codeado o me codeo, sobre todo pintores franceses, Erró, Adami… pero no convivo con ellas, están repartidas en mis distintos estudios. A lo largo de mi vida he reunido una biblioteca de más de 4.000 volúmenes, la gran mayoría sobre boxeo.

    ¿Le gustan los museos? No soy un frecuentador de museos, me dan un poco de miedo, como las iglesias. Acudo a ellos para ver una obra o un autor en concreto. Pero creo que en lugar de construir y fomentar “chorradas” pseudo- vanguardistas, se deberían cuidar más las colecciones permanentes de los museos.

    En su obra hay muchas referencias a la Historia del Arte, Rembrandt, Goya, Delacroix, ¿qué encuentra en los grandes maestros? Siempre me he planteado ese análisis, no como una revisión, sino como una reflexión desde mi propia pintura. De Eugène Delacroix retomé un fresco del Saint Sulpice de París, Jacob luchando con el Ángel (1861) obra que me indujo a escribir un texto reproducido en el catálogo de mis dos últimas exposiciones, y a partir de la cual hice una pintura en 2011 incluida ahora en la exposición de Bilbao.

    ¿La mosca fue una de las últimas “criaturas” incorporadas a su iconografía? La mosca es mi infancia y mi adolescencia. España es el paraíso de las moscas. Es un emblema muy español como las vanitas con calavera, otra figura que también está en la médula española. Ambos objetos los sigo utilizando porque siempre me ha atraído todo lo que envuelven.

    La peineta, el toro, la botella de Tío Pepe… ¿De dónde saca sus pastiches? Creo que me parezco a Federico Fellini en el sentido de que tengo mis propios estereotipos. Él recurría al personaje social, la mujer gorda, la prostituta, el mago… Yo tengo mis gitanas, pepes, perros que huyen con el chorizo o la longaniza, faroles… Son una retahíla de elementos que voy utilizando cuando me conviene. Todos provienen de una coherencia dentro de la incoherencia. No busco ser reconocible, no me importa la identidad artística. Las aportaciones en mis cuadros derivan de la potente conexión entre pintura y literatura.

    ¿Y quizá no tanto entre pintura y poesía? Bueno, cuando estás “averiado” y no tienes eso a lo que llaman (mal llamado) “inspiración”, hay que salir a la calle, leer mucho… La poesía te conduce a situaciones que pueden producir cuadros. De todas formas, yo no soy un poeta y por lo tanto, no versifico.

    Sus iconografías a menudo hacen escapar medias sonrisas ¿hay diversión en sus procesos creativos? No, no… hay una parte de angustia. La batalla con el cuadro es algo perdido de antemano y eso provoca un sentimiento angustioso. Sin embargo, no me impide levantarme una vez que estoy por tierra porque la pintura me ha tirado a la lona. Tratar de vencer al cuadro es la nobleza del arte y también la del boxeo, aunque ese combate sé que es una derrota segura.

    Entonces ¿por qué pinta? Para intentar ganar una batalla que no ganaré jamás.

    ¿Cuáles son sus próximos proyectos? Haré el Pabellón de El País para ARCO, consistente en una instalación donde no habrá pintura, aunque sí distintos elementos interesantes. Tengo prevista una exposición sobre Tauromaquia en Valladolid, otra más sobre Arte y Literatura en Irún. También en el 2018 celebraré una muestra homenaje a Francia, en el Instituto Francés, en el lugar donde yo estudié en Madrid. Creo que debo mucho a ese país y también a Italia, lo mismo que a El Prado y a España. Además, van a salir dos ediciones nuevas de mis libros, Panamá Al Brown y el último que estoy terminando que publicará en unos meses la editorial francesa Galileé.

    ¿Le queda tiempo para pintar? No pinto desde hace seis meses pero retomaré la pintura en enero del 2018 en París. Es algo que necesito…

    ¿Tiene mucho o poco que agradecer a la vida? Bueno, he tenido momentos muy duros, he estado amenazado de muerte por dos veces en las que le he visto las orejas asomando. Esperemos que por ahora me deje hacer todo lo que deseo.
    Eduardo-Arroyo

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