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    La colección de Ella Fontanals-Cisneros

    Ella Fontanals-Cisneros nació en Cuba pero creció en Venezuela donde su familia se exilió tras la Revolución castrista. Comenzó a coleccionar en la década de 1970 tras contraer matrimonio con el magnate venezolano Oswaldo Cisneros y ha sido instrumental en la eclosión de Miami como polo artístico. En la ciudad americana estableció la Fundación CIFO en un edificio con una icónica fachada de mosaico diseñada por el arquitecto René González. El pasado mes de abril, sin embargo, cerró sus puertas para reinventarse como programa itinerante: “Lo que me motiva ahora es llevar la colección por el mundo” nos explica. Hace unos meses, la mecenas anunció un acuerdo con el Ministerio de Cultura por el que parte de su colección quedaría depositada en nuestro país como gesto hacia la tierra de sus antepasados. [Foto: Mauricio Donelli]. Vanessa García-Osuna

    Es obligado empezar por la donación que ha realizado al Estado español y que se albergará en el edificio La Tabacalera de Madrid. En realidad ha habido una enorme confusión en la prensa con este tema. La colección está conformada por unas 3.000 piezas, de las cuales alrededor de 1.600 son latinoamericanas y las demás internacionales. Una gran parte de la colección latinoamericana será donada a una institución española que tendrá su sede en La Tabacalera. En estos momentos estamos aún perfilando los términos definitivos del acuerdo pues ha habido un cambio de gobierno y de ministros.

    ¿Por qué ha elegido España? Bueno, ha sido mi segundo hogar. Pero también quiero honrar a Estados Unidos, donde viven mis hijas y han nacido mis nietos, y haré un legado a una institución americana.

    Usted es cubana de origen y venezolana de adopción. Mis abuelos eran españoles, catalanes de Barcelona y canarios de Tenerife, pero yo nací en Cuba. Mi padre se dedicaba al transporte de pasajeros, tenía un ferry que hacía el trayecto de la isla a Estados Unidos, pero sobre todo era un artista, un hombre creativo, y yo pienso que he heredado mi sensibilidad artística de él. Cuando llegó la Revolución yo tenía 13 años y nos marchamos a Venezuela. Mi padre falleció al año y medio, pero nuestra familia ya se afincó allí.

    ¿Qué presencia tuvo el arte en su niñez? En nuestra vida cotidiana estábamos rodeados de músicos, poetas y escritores, porque mi padre frecuentaba a muchos intelectuales. De niña recuerdo dormirme escuchándole tocar el piano y cantando.

    ¿Cuándo empieza a coleccionar? Con 20 años un amigo, por cierto, español, me propuso abrir una galería. Ahí empecé a comprar obras venezolanas, una de las primeras fue La Quema, uno de los emblemáticos paisajes en llamas de Tomas Golding, que, por desgracia, años después me robaron. Después de casarme con mi esposo tuve que dejar la galería porque empecé a viajar con él por Latinoamérica y no podía hacerme cargo del negocio. Comencé entonces a interesarme por el arte latinoamericano. En los años 80 teníamos casa en París y empecé a frecuentar las subastas. Ahí se cruzó en mi camino Jesús Rafael Soto.

    Ha sido un artista importante para usted. Yo había visto cosas suyas muy coloristas que me cautivaron. Una amiga me llevó a una galería que exponía un Soto que me dijo me iba a encantar. Se titulaba Vibración y era un cuadro de líneas blancas y negras con listones de madera y alambres. “Ay, esto no es lo que buscaba” le dije desilusionada. Pero me quedé de pie frente a la pintura y noté como se me aceleraba el pulso. ¡Sentía su energía!. La compré y mi visión del arte cambió para siempre. En esa misma época compré un Wifredo Lam y un Remedios Varo… Mi marido me echaba una mano cuando el desembolso era muy cuantioso o cuando adquiría varias obras de golpe, pero siempre me regañaba: “no compres tantos cuadros”.

    ¿Acudía también a las subastas? Me divertía mucho asistir a las de Sotheby’s y Christie’s pero llegó un momento en que preferí hacer mis pujas por teléfono. Empecé comprando pintura antigua, por eso de no equivocarme, pero poco a poco me fui abriendo al arte más abstracto y experimental.

    Usted ha dado clases de inglés, gestionado boutiques de alta costura pero creo que su gran negocio vino con los ordenadores. Hacia 1989 me sentía desencantada con el arte y me concentré en mis proyectos de obra social. En Estados Unidos puse en marcha la Fundación Together, un centro internacional para la resolución de conflictos apoyandonos en las posibilidades que brindaba la informática. Creé un software, una especie de proto- Internet, para conectar una red de ordenadores en distintos puntos del mundo. Lo presenté en 1992 en un foro de las Naciones Unidas. Se hizo tan grande que los abogados me dijeron que tenía que sacarlo de la Fundación porque se había convertido en un negocio y no podíamos hacer proyectos con ánimo de lucro. Se convirtió en una de las grandes compañías del sector de las telecomunicaciones. En 1998 le vendí el 35% a otra empresa, por más de 400 millones de dólares. Modestamente debo decir que fui una visionaria.

    También lo ha sido recuperando a artistas. En estos momentos estoy reivindicando a Gustavo Pérez Monzón, un artista cubano que se fue a México en los 80 y dejó de trabajar durante 25 años. Otro artista olvidado al que he estado muy unida ha sido Sandú Darié. Llegó a Cuba de su Rumanía natal a inicios de los años 40. Una década más tarde conocería a Loló Soldevilla y formaron el grupo de Los 10 Pintores Concretos. Este movimiento tuvo una existencia breve porque en los años 60 el gobierno cubano rechazaba la abstracción. Yo recuperé su obra y empecé a publicarla. ¡Y ahora todo el mundo está interesado!. Sus composiciones geométricas con colores primarios son sorprendentes.

    ¿Cómo dio con Carmen Herrera? El galerista Frederico Sève me llamó para que fuera a conocer a una artista cubana concreta. Le dije que ya no había ningún concreto cubano vivo, pero él me insistió argumentando que era una muchachita tratando de hacer concretismo. Fue tan persistente que acabé yendo a la galería. Cuando vi los cuadros le pregunté “¿qué edad tiene la artista, 35 años?”. “No, en realidad 87” respondió. Eran cuadros pintados en los años 50 y 60. Le dije que me los quedaba todos y que le iba a organizar una exposición en Miami. Era la primera de su vida porque en los años 50 las galerías no programaban artistas mujeres. Además rodamos un documental muy lindo porque yo pensaba “se nos va a morir y no tenemos su historia”. Hoy tiene 103 años y está fresca como una lechuga [dice riendo]

    Donó un cuadro suyo a la Tate. Sí, al principio no querían aceptarlo porque el conservador alegaba que no era una artista reconocida, pero les dije que confiaran en mi porque no tendrían oportunidad de comprarlo más tarde. Y ahora todo el tiempo me mandan notitas, vamos a hacer esto con el cuadro, lo vamos a prestar a tal museo…

    Además de históricos, usted ha apoyado a creadores emergentes. Lo que más me motiva es conocer artistas que están empezando. He apoyado desde sus inicios, por ejemplo, a Los Carpinteros. En este mundillo no siempre basta con que seas bueno, también hay que tener suerte, caer en gracia, estar en el lugar adecuado en el momento idóneo. Ves ciertos artistas con una carrera meteórica porque tienen una personalidad arrolladora, saben venderse bien y cuentan con apoyos comerciales por detrás. Hay tantos autores talentosos que nunca llegan a nada que quiero poner mi granito de arena para darlos a conocer.

    ¿Tiene asesores para las compras? No, los comisarios han colaborado puntualmente en las exposiciones, porque me interesaba que aportaran una mirada fresca sobre mi colección y también que me abrieran los ojos a nuevos artistas y nuevos discursos. Pero puedo decirle dónde, a quién y cuánto me costó cada pieza de mi colección.

    Además de nombres latinoamericanos, ¿hay españoles? Sí claro, por ejemplo, Elena Asins, Jordi Alcaraz o Anna Malagrida, entre otros.

    ¿Qué opina de los precios del arte? Por ejemplo, ¿qué pensó de los 450 millones de dólares pagados por un Da Vinci? ¿cuál es la obra de su colección por la que ha pagado más? Me deja casi sin aliento ver cómo se han disparado los precios. Es indudable que el arte se ha posicionado como un nuevo valor para cualquier cartera de inversión, de ahí que se paguen precios como los del Da Vinci. Tal vez la obra más cara de mi colección haya sido un Damien Hirst, pero también un Gego se cotiza en las mismas cifras.

    Dice que el arte latinoamericano ha sido víctima de los estereotipos. Sí, hay que acabar con los clichés. Cuando la gente viaja al Caribe, por ejemplo a Haití, descubre un arte colorido, tropical, un poco naïf, y automáticamente piensa que todo es así, pero en Cuba, por ejemplo, se hace un arte conceptual con un profundo sustrato teórico que podría pasar por europeo o norteamericano.

    Dentro de veinte años ya no se aplicará el adjetivo “latinoamericano”. Claro, esa es la tendencia, vivimos en un mundo globalizado y eso se refleja en el mercado. Los precios han subido muchísimo porque no compensa dejar el dinero en el banco ni invertir en Bolsa. El arte, como bien tangible, se ha convertido en un valor refugio. Y no olvidemos que en Estados Unidos cada vez hay más gente adinerada. A mayor capacidad adquisitiva, más demanda, y en consecuencia, subida de precios.

    ¿Cómo entiende su filantropía? Entre 1990 y 1997 dejé de comprar arte porque me pareció que había sectores que merecían más mi atención, como la pobreza infantil. Más adelante llegué a la conclusión de que también podía ser útil en algo que, al mismo tiempo, era mi pasión.

    ¿Qué obras son las que más le piden en préstamo? Ahora que está de moda la geometría y la abstracción me reclaman obras de estos movimientos. Y sobre todo, trabajos de Carmen Herrera; hace poco, por ejemplo, la Fondation Cartier de París me pidió varias para la muestra Geometrías del Sur. De México a la Tierra de Fuego. Son exposiciones que duran varios meses y hay coleccionistas renuentes a cederlas pero yo prefiero que las obras estén siempre a la vista del público en vez de guardadas en un almacén.

    ¿Hay alguna pieza de la que no se quiera separar? En Miami tengo un cuadro de René Francisco Rodríguez, que mide casi 5 metros. Lo pintó en 2001 y es el símbolo de una era. Hace referencia a una época crucial en Cuba en la que se rompió el vínculo con Rusia y, en consecuencia, la isla dejó de recibir apoyo económico y se empobreció.

    Si una colección es el retrato íntimo de su artífice. ¿Qué dice la suya de usted? Quisiera pensar que refleja mi gusto por obras de perfil simple. Creo que se podría decir que soy alguien que asume riesgos, que no se conforma con lo aprendido pues siempre pienso que podré emprender un nuevo camino. Que soy tenaz, pues no suelto un proyecto en el que creo hasta lograrlo. Que pienso siempre en el futuro y en cómo organizar para tener éxito cuando las cosas lleguen. Si tuviera que ponerle un título diría que mi colección es “la experiencia a través de la ventana de mis ojos”.
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