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    No es lo que parece. Una conversación con Chema Madoz

    Madoz

    Chema Madoz (Madrid, 1958) ha alcanzado un estatus inusual entre los artistas españoles que se dedican a la fotografía de autor: el de tener seguidores a nivel nacional e internacional y estar representado por galerías de París, Nueva York y Phoenix.
    Ganador del Premio Kodak en 1991 y el Nacional de Fotografía en 2000, su trabajo seduce por su lenguaje surrealista y minimalista.
    Sus obras tienen un carácter limpio, con frecuentes cambios de escala, donde el poder evocador y poético resulta de la conjunción ordenada de elementos sencillos, sin apenas manipulación, y de la aparente inmediatez con la que se ha dispuesto el escenario para la acción.
    Cursó estudios de Historia del Arte en la Universidad Complutense y de Fotografía en el Centro de Enseñanza de la Imagen y su carrera ya se prolonga tres décadas.
    La sutileza de sus trabajos, siempre en blanco y negro, supone una invitación a la transformación de la realidad y del punto de vista. La fuerza de sus imágenes reside en su elegante sencillez.

    ¿Cómo empezó en la fotografía?
    Comencé a principios de los años ochenta. En aquella época estaba estudiando Historia del Arte y descubrí en la fotografía una forma de construir imágenes con la que no había contado.
    Me compré una pequeña cámara réflex y traté de adaptar mi forma de trabajar a los escasos medios con los que contaba en aquel momento. Desde el principio quise buscar una manera de ver que sintiera como propia, pero eso requirió tiempo. Pasaron varios años antes de que sintiera que aquellas imágenes reflejaban algo cercano a lo que pasaba por mi cabeza.

    ¿Tienen una temática particular sus fotografías?
    Generalmente mi trabajo se identifica con los objetos, pero esa visión siempre me ha parecido un poco pobre. Trabajo con el objeto en la misma medida que un músico lo hace con las notas. Para mí el objeto tiene el mismo papel que la palabra para un escritor. Trato los objetos como conceptos y éstos no dejan de ser una excusa para elaborar un discurso que me ofrece la posibilidad de poner en orden mis propias ideas sobre el concepto de realidad.
    Mi proceso de trabajo es un tanto caótico. No hay una serie de reglas que aplicar para conseguir la imagen final.
    Intervienen tanto la intuición como la reflexión, dependiendo del momento. Es precisamente esa ausencia de un proceso claro, lo que sigue dando al trabajo un cierto aire de misterio que no consigo dominar del todo y que me empuja a seguir ahondando en él. Voy probando diferentes maneras de acercarme a él y ampliar así las lecturas que se pueden hacer de objetos muy comunes.

    Usted es uno de los fotógrafos españoles más conocidos. ¿A qué cree que se debe?
    No sé si soy la persona más indicada para hacer ese tipo de valoración. Tal vez juego con la ventaja de trabajar con unos códigos que son reconocibles por un espectro amplio de espectadores. Las imágenes parten de elementos cotidianos con los que todos tenemos relación y en ocasiones las personas que se acercan a mis fotografías descubren en ellas emociones o conceptos que casi intuyen como propios…

    ¿Colecciona fotografías?
    Yo no me consideraría “coleccionista”, pero el tiempo me ha permitido irme rodeando del trabajo de algunos artistas que admiro. Hay un poco de todo, grabados, pinturas, fotografías y esculturas. No hago distinciones técnicas. Me interesa que la pieza, independientemente del soporte, consiga emocionarme. A veces el contacto o la amistad con el artista ha facilitado las cosas. He adquirido trabajos de Duane Michals, Paloma Muñoz y Walter Martin; tengo un cuadro de Perejaume que fue un obsequio, un García Alix, una obra de Marcel Mariën que fue un intercambio…

    ¿Cómo cree que evolucionará su trabajo?
    Acabo de clausurar la última exposición con mi trabajo más reciente, por lo que ahora estoy en un momento abierto en el que experimento con todo lo que me pasa por la cabeza. Nunca he tenido una dirección previa. Así, la obra se convierte en un reflejo de la propia deriva en la que me muevo. Estos días estoy cerrando un par de exposiciones interesantes, en Francia y Barcelona, y lo más inmediato es un proyecto de colaboración con Hermés para la realización de objetos.

    ¿Piensa que es importante trabajar a escala internacional?
    Para todo creador es fundamental lograr que su obra se mueva a nivel internacional.
    Conseguirlo lleva implícito una ampliación del mercado y en estos momentos eso es especialmente interesante.
    El peso del trabajo varía cuando la  trayectoria es internacional. Trabajamos con un lenguaje que tiene la capacidad de trascender los idiomas. ¡Casi diría que es una obligación!.

    ¿Considera la fotografía un objeto coleccionable?
    Siempre me ha parecido que la idea de colección está implícita en la propia naturaleza de la fotografía. De alguna forma todos somos conscientes de que a través de ella vamos dejando un rastro de nuestra propia historia.
    Y evidentemente coleccionar fotografía supone la posibilidad de dibujar un mapa del pensamiento de una época, de la poesía, del arte, de articular a través de las imágenes el reflejo del tiempo que nos ha tocado vivir. Creo que de unos años a esta parte se ha ido tomando conciencia de ello, como aventura intelectual y económica.

    La decepción con el maestro
    “Recuerdo la primera vez que hice una exposición en París. Era en una pequeña tienda de fotografía que en la planta superior tenía una galería. Yo estaba realmente ilusionado con la idea de celebrar una exposición fuera de España aunque tenía mis dudas sobre si aquel lugar tenía un público habitual o si la inauguración sería un fracaso. Cuando estábamos montando la exposición le transmití mis dudas al galerista y justo cuando estábamos hablando, entró por la puerta… ¡Henri Cartier-Bresson!.
    Me quedé de piedra. No me lo podía creer. El galerista le recibió con toda su amabilidad e intentó convencerle repetidamente para que subiera a ver la exposición pero Cartier-Bresson solo quería comprar unas películas y no hubo forma de persuadirle. Yo asistí a la escena, callado y con un marco bajo el brazo…¡fue frustrante!”

    Sugerencias para coleccionistas
    La obra de Chema Madoz puede verse en la Galería Moriarty de Madrid o en la propia página web del artista [www.chemamadoz.com]. Sus fotografías tienen unos tamaños de 15 x 22 cm; 13 x 18 cm; 50 x 60 cm; 110 x 120 cm, y 160 x 120 cm. Y, como orientación para el coleccionista, los precios van de 2.500 (edición de 25), a 5.000 (edición de 15) y 12.000 euros (edición de 7).
    Según AIPAD, la Asociación Internacional de Galerías de Fotografía y Arte: “La mejor manera de empezar a coleccionar fotografía es aprender lo máximo posible sobre las obras y el propio medio. No hay nada mejor que visualizar la obra original. Esto puede hacerse en museos, galerías y ferias de arte, presentaciones organizadas por casas de subastas.” Afortunadamente, todo esto es ya posible en distintas ciudades españolas así como en las grandes capitales en Europa y Estados Unidos.

    Rosalind Williams

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