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    Entrevista con Chema Madoz

    Chema Madoz

    Chema Madoz (Madrid, 1958) construye objetos asociando elementos para crear una idea y luego retratarla. Sensibilidad, imaginación, sentido del humor e ironía son algunos de los ingredientes de sus impecables fotografías. En el marco del Festival Internacional PHotoEspaña 2015, la Sala Comunidad de Madrid-Alcalá 31 presenta, a partir del 13 de mayo, la exposición Chema Madoz 2008-2014. Las reglas de juego. El comisario, Borja Casani, ha reunido más de 120 fotografías en blanco y negro, que en su mayoría se exponen al público por primera vez. Criado en el castizo barrio de San Blas, y empleado de banco en su juventud, en 1992 tomó la decisión de dedicarse en cuerpo y alma a la fotografía. Nunca se arrepentiría de su decisión pues desde entonces ha desarrollado una carrera que ha merecido distinciones como el Premio Nacional de Fotografía en 2000, ser el primer fotógrafo español vivo al que el Reina Sofía dedicó una retrospectiva, o que, en 2014, los prestigiosos Reencontres d’Arles le organizaran una cuidada antológica de su trayectoria.

     Las fotos de la exposición en la Sala Alcalá 31 pertenecen a su última etapa, ¿hay algún criterio específico en la elección de las obras?
    La muestra trata de hacer una selección del recorrido de estos años; creo que es un trabajo que se sigue moviendo en unas claves cercanas a lo que había venido haciendo, aunque es evidente que con el paso del tiempo se van incorporando nuevos elementos y nuevas formas de hacer o de aproximarse a los objetos, y que también, con la propia presencia de los objetos aparecen otro tipo de elementos sobre los que reflexionar.

     ¿Son fotografías que no se han visto todavía?
    Bueno, entre 2008 y 2014 he ido haciendo exposiciones con la galería con la que trabajaba, Moriarty, y ahora con Elvira González; en estas muestras, que se celebraban cada dos años, se iba presentando una pequeña parte de lo que había hecho en cada período. Son imágenes que no están recogidas en ninguna publicación, aunque una parte de ellas se ha podido ir viendo en estas exposiciones. Por limitaciones de espacio, en la galería [Elvira González] sólo pudo verse una pequeña parte, así que lo que se expone en Alcalá 31 permite hacerse una idea más de conjunto.

     ¿Le gusta contar historias con sus fotografías? ¿Cada fotografía es una historia?, ¿o hay un mensaje común en su trabajo?
    Creo que cualquier imagen es un ejercicio de comunicación con el espectador, una forma de poner en claro las propias ideas, las propias percepciones y a partir de ahí intentar establecer un juego en el que prima ese ejercicio de comunicación… Hay algo de narración, sí, pero si hablamos de narración parece que nos referimos a literatura, de fabulación… hay algo de eso, pero todo a partir de unas claves puramente visuales; yo me daría por satisfecho si se entendieran como un punto de partida para hacer una reflexión sobre elementos concretos unas veces y otras más genérica.

     ¿Podría ser también fotógrafo de paisajes o de retratos, o de otras cosas que no fueran objetos?, ¿se sentiría igual de cómodo?
    No lo sé, me resulta difícil verme retratando personas… con el paisaje tal vez podría sentirme más cercano, como una invitación a hacer algún tipo de intervención y poder condicionar la lectura de la idea de paisaje. Creo que me siento más distante del retrato, pero es algo que tampoco me lo planteo. Trabajo con los elementos con los que me gusta trabajar, y con las ideas, que es lo que me interesa.

     ¿Se siente próximo al surrealismo?
    Soy consciente de que mi trabajo se puede entender desde esta perspectiva… no me siento especialmente cómodo cuando mi obra se tilda de surrealista, pero yo siento un poco lo mismo [dice sonriendo], al final las etiquetas limitan… en definitiva, es como ponerse el traje de otro, que no se ajusta bien… Entiendo que pueda interpretarse así, pero no trabajo de forma consciente creando un tipo de imagen que pueda vincularse con el movimiento surrealista.

     Pensar en las asociaciones de ideas nos puede llevar a los poetas-filósofos del Romanticismo histórico, al psicoanálisis, al surrealismo… ¿qué importancia tienen para usted las asociaciones?
    Tengo la sensación de que con esta forma de poner en relación dos elementos dispares se crea la posibilidad de hacer una lectura más interesante; de la misma manera que antes con dos piedras surgía una chispa, con dos objetos surge una idea.

     En 1995 el poeta Joan Brossa dijo: “Han tenido que pasar 70 años para conocer a mi hermano”, tras un encuentro con usted. ¿Ha tenido alguna influencia Brossa en su manera de mirar las cosas?
    La obra de Brossa la conocí demasiado tarde, cuando expuso en el Reina Sofía en 1991. Para entonces yo ya había empezado a trabajar con objetos y descubrir su trabajo me supuso una especie de shock, porque, de pronto, tomé conciencia de que Brossa había estado cultivando durante muchos años un ámbito y una manera de ver las cosas a las que me sentía muy próximo. Él trabajaba con otra perspectiva influenciado por el momento histórico que le tocó vivir. Creo que en sus obras hay una reflexión sobre todo lo que tiene que ver con la idea del poder: el ejército, la iglesia… y en mi caso esto se toca de una manera más tangencial y gira más en torno a una perspectiva más intimista. Recuerdo que, al principio, unos catalanes me pusieron sobre su pista y me preguntaron si le conocía; yo no sabía que él hacía poesía visual y quise conseguir algunos poemas suyos, pero tan sólo encontré Poemas Civiles, y cuando más tarde conocí su poesía visual supe a qué se referían cuando me relacionaban con él.

    ¿Cuáles han sido sus principales referentes, tanto artísticos como literarios?
    Son amplísimos y me cuesta mucho dar una serie de nombres que se puedan entender como definitivos y que marquen una forma de ver o de entender. Creo que la mirada se va conformando a lo largo del tiempo, a partir de trabajos de artistas que vas descubriendo y que van abriendo pequeñas puertas, que no se reflejan en aspectos formales de tu propio trabajo pero que ayudan a comprender la realidad o el ejercicio artístico desde una perspectiva distinta. Podría hablar de fotógrafos clásicos, como André Kertész, cuyo descubrimiento fue una gran sorpresa; también hay trabajos que me interesan muchísimo, como los de Duane Michals, Ralph Gibson… o los primeros trabajos en fotografía que hizo el artista conceptual Jean Dibbets… y así podríamos ir ampliando la nómina. En literatura, sin descubrir grandes secretos, vas accediendo a Borges, Bioy Casares, Georges Perec… que van formando un cuerpo con todo aquello que bulle por la propia cabeza.

    Un día, Toni Catany me dijo: “ven a mi estudio y lo entenderás todo”. Su estudio, en la sala noble de un piso de un edificio de 1902 de Barcelona, conservaba la decoración y el sabor de la época, pero no había casi ningún objeto… unas conchas, unos frutos secos, alguna flor a punto de marchitarse… y la cámara, claro. Parecía mentira que de aquel escenario pudieran salir sus espléndidas fotografías. ¿Cómo es su estudio, tiene muchos objetos?
    A veces pienso que tiene poco de estudio fotográfico [dice sonriendo]. Es un sitio en el que se van acumulando objetos realizados y objetos que están ahí como material de trabajo que en cualquier momento van a ser utilizados. Es un espacio amplio en el que todos los objetos andan por las estanterías, algunos de ellos conservados como aparecen en las fotografías; hay una pequeña zona con herramientas para hacer bricolaje o ensamblaje de los objetos, y tiene muy poquito de lo que podemos entender como estudio fotográfico porque sólo tiene un foco y la cámara con un trípode… Tiene algo de chamarilería, algo de rastro, de acumulación… pero con un cierto orden [sonríe]. Me resulta un espacio cálido para la creación.

     ¿Qué relación tiene con los objetos?, ¿son encontrados, comprados…?
    Pues hay de todo… hay objetos encontrados, recuperados y también comprados… en el rastro, en los chinos o en El Corte Inglés; cualquier procedencia es válida si el objeto tiene interés y voy rescatándolos de los lugares más impensables, el que manda es el propio objeto más que el lugar donde se encuentra.

    Cuando tiene un objeto, ¿surge con él una idea y necesita buscar otro?, ¿o es cuando tiene dos objetos que surge una idea por asociación? ¿Podría explicar un poco el proceso?
    Depende mucho, a veces la idea es previa y necesito buscar elementos concretos para trabajar en ella, y en otras ocasiones es todo lo contrario. Es muy habitual que vaya al mercado o al rastro buscando algo concreto que necesito para trabajar en una idea y al final no acabo de encontrar lo que busco y me vuelvo con algo que no sé muy bien por qué he cogido. Entiendo que hay algo que me está llamando la atención y que me invita a trabajar con ello aunque en ese momento todavía no soy muy consciente de qué es lo que me atrae. En estos casos son objetos que están por aquí, por el estudio y con los que generalmente acabo trabajando. Hay ocasiones en que con algún objeto se trabaja una idea y a partir de ese mismo objeto surgen varias ideas distintas… se trata de un proceso muy abierto.

     ¿Es crítico con usted mismo a la hora de presentar cada una de sus fotografías al público?
    Lo intento… [sonríe], no sé en qué medida lo consigo, pero trato de hacer una depuración de todo lo que voy generando. Voy tomando fotografías y convivo con ellas un tiempo, intento no dejarme arrastrar por la primera impresión y ver así cómo respiran con el paso del tiempo. Entre unas exposiciones y otras hay un margen más que suficiente para verlo. Existe el peligro de dejarse cegar por el destello de una primera visión de una fotografía, por eso me gusta dejarlas para ver si de alguna forma van impactando, sugiriendo… en definitiva, van ganando o van perdiendo… Y si alguna fotografía me suena a un ejercicio ya realizado, que me lleva a una imagen anterior, la descarto, para poder ir ampliando… Independientemente de que estoy trabajando con unos códigos muy cercanos, intento siempre que las imágenes hablen de algo a lo que hasta ese momento no me había aproximado.

     En muchas de sus fotografías se percibe un sentido del humor. ¿Qué importancia tiene para usted el sentido del humor para la vida cotidiana?
    ¡Mucha!, creo que el humor y la ironía se acaban filtrando en el propio trabajo pero no es algo que yo pretenda; es más bien una forma de ver o de entender… Si dejamos el trabajo a un lado, creo que el sentido del humor tiene un papel muy importante en el día a día. Es algo que siempre me ha interesado.

    ¿Qué premio ha tenido más repercusión en su carrera?
    El Premio Nacional de Fotografía, especialmente por el momento en que vino, que me cogió totalmente fuera de juego. Hasta poco antes había hecho contadas exposiciones en galerías y creo que fue por la exposición que se hizo en el Reina Sofía; el Premio Nacional de Fotografía se había creado unos pocos años antes y no se me había pasado por la cabeza que se me pudiera considerar como una opción. Había habido años y años de fotógrafos que habían estado trabajando en fotografía y era como un poco de reconocimiento a todo ese trabajo. Personalmente, creo que marcó un punto de inflexión en mi carrera.

     ¿Cuántos ejemplares hace de cada fotografía?
    Depende, de cada imagen existe un formato y sólo uno; si el formato es grande hago 7 ejemplares; si es intermedio, 15, y si es pequeño, 25.

     Cuando se trata de ediciones de fotografía, ¿qué seguridad tienen los coleccionistas de que no se van a producir más ejemplares?
    [Sonríe]… Creo que vender una serie de fotografías con una edición y luego ampliarla es tirar piedras sobre el propio tejado. Si uno quiere mantenerse en el mercado y tener credibilidad eso es lo último que debería hacer. Se podrían vender unas fotos más pero con ello se perdería la confianza de los coleccionistas. Antes, en el caso de los grabados, se arañaban las planchas para que no se pudieran volver a imprimir, pero actualmente, con toda la tecnología digital de reproducción, no se puede demostrar de ninguna manera que no se va a tener la posibilidad de hacer más reproducciones, esa opción siempre va a existir; entonces, se trata de una cuestión de confianza, y cuando se tiene una trayectoria larga y durante años se han respetado las claves, la confianza se conserva.

     ¿No pone títulos a sus imágenes?
    No pongo títulos, no, creo que lo que se está contando ya lo cuenta la imagen. Poner palabras me parecería un ejercicio algo banal. La imagen sola permite una lectura más ambigua, y no lo veo como algo necesario. También es como un voto de confianza al espectador, al que no doy una clave de lo que dice la imagen y en qué dirección tiene que entenderla.

    Marga Perera

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