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    El mundo de ensueño de Kabakov

    Retrato Kabakov

    Monumenta 2014, que celebra su sexta edición del 10 de mayo al 22 de junio en el Grand Palais de París, presenta una gran instalación de los célebres artistas de origen ruso Ilya (Dnepropetrovsk, Unión Soviética, 1933) y Emilia Kabakov (Dnepropetrovsk, Unión Soviética, 1945): La extraña ciudad, que invita a los espectadores a perderse en el laberinto de una ciudad imaginaria, viviendo utopías, sueños y vida cotidiana, invitando a la autorreflexión para lograr un mundo mejor.

    Su formación inicial fue musical, ¿recuerda su primera experiencia memorable con el arte?
    Emilia Kabakov: Mi primera experiencia fue con el teatro. Mi madre nos llevó a mi hermana y a mí a ver Metterlink al Teatro de Moscú y yo estaba fascinada por el diseño del escenario; creo que tenía 7 u 8 años de edad, así que empecé a prestar atención a las obras tridimensionales siendo muy pequeña. La pintura llegó mucho más tarde. Y recuerdo esa época, en que yo tenía 7 u 8 años, cuando Ilya me enseñó a dibujar. Así que todo lo que aprendí de él todavía puedo hacerlo. También tuvimos muy buena educación artística en la Escuela de Moscú, las bases estaban allí desde una época temprana.

    ¿Qué le llevó a estudiar lengua española y literatura en la Universidad de Moscú?, ¿tiene usted algún recuerdo de nuestro país? ¿qué conoce del arte español contemporáneo?
    Emilia Kabakov: Mi bisabuela se trasladó de España a Ucrania. Y me pusieron su nombre: Emilia, así que para mí siempre fue muy fácil aprender canciones españolas y poesía. Estudié alemán en la escuela, pero luego me decidí por el español. Mi sueño era ver la Alhambra. No puedo explicar por qué, pero cuando era niña siempre soñaba con este palacio. ¡¿Memoria genética podría decirse?! No lo sé. Cuando finalmente fui allí con Ilya, en 1991, estaba encantada con todo: es como si finalmente hubiera llegado a casa. Siempre me siento como una reina cuando estoy en España. Y pienso, o al menos ésta es mi impresión, que cada mujer allí se siente de esta manera. Estoy familiarizada con el arte español contemporáneo, pero no quiero nombrar artistas porque me preocupa dejar de nombrar a alguien… digamos sólo que algunos artistas son sobresalientes.

    Usted marchó a Nueva York en 1975, donde trabajó como marchante, ¿podría hablarnos de sus mejores experiencias artísticas de esa época?
    Dejé la Unión Soviética en 1973, a los 28 años. Aunque tenía mucho miedo estaba determinada no sólo a sobrevivir, sino a prosperar. La impresión más fuerte que tuve fue mi visita al Louvre en 1974. En aquel momento no había tantos visitantes y se podía ver el arte. Goya y Zurbarán son dos de mis artistas favoritos. Ilya y yo siempre vamos al Prado cuando estamos en Madrid. Una vez tuvimos la suerte de visitarlo cuando estaba cerrado a los visitantes. ¡Fue una experiencia extraordinaria!

    Durante sus años de marchante, ¿le hubiera gustado conservar alguna de las obras que pasaron por sus manos?
    El último dibujo de Van Gogh; podía ser pequeño, quizás insignificante, pero era muy poderoso y de alguna manera conmovedor. ¿Qué me hubiera gustado conservar? En realidad, ¡lo hice! Cuando me iba de Moscú, la persona que me llevó al tren, la última persona que vi antes de dejar Rusia, fue Ilya. Él me dio tres de sus dibujos, diciendo: ‘si alguna vez necesitas dinero, véndelos’. Hubo momentos en mi vida en que no sabía cómo iba a alimentar a mi hija, pero nunca me separé de aquellos dibujos. Todavía hoy los tenemos.

    Usted nació en Ucrania, en Dnepropetrovsk, en la misma ciudad que su marido, pero se reencontraron muchos años después. ¿Podría hablarnos de ello?
    Ilya y yo nos conocemos de toda la vida porque es primo de mi madre. Yo siempre supe que estaríamos juntos. Puede llamarlo una premonición, así que la primera vez que nos reencontramos fue en Zurich en su exposición. Sus primeras palabras fueron: ‘¡eres tan guapa!’. Las mías fueron: ‘¡oh, Dios mío! ¡tienes el pelo gris!’ bueno… y ya conoce el resto.

    En 1987 comenzó a trabajar con Ilya, ¿cómo ha ido evolucionando su colaboración y cómo organizan su trabajo en la actualidad?
    Al principio, hacia 1987, Ilya no quería que yo hiciera nada relacionado con el trabajo físico. Era muy protector. Pero luego, poco a poco, empecé a ayudarle no sólo con las traducciones de las entrevistas y conversaciones, la organización de los detalles de la exposición, sino también con la pintura de la parte interior de la instalación, incluso, a veces, ayudando a mezclar la pintura y a organizar los objetos, etc. Es difícil explicar cómo trabajamos. Me resulta más fácil decirle lo que no hago: yo no pinto. Nunca. Todo lo demás lo hacemos juntos. Bueno… Ilya no cocina.

    ¿Se han influido mutuamente como artistas usted y su marido?
    Probablemente nos influimos el uno al otro como personas. Él ha sido un artista profesional desde que era niño. No creo que nada ni nadie pueda influirle, salvo los maestros antiguos. Él ve sus obras en el océano de la historia cultural; todo lo demás es muy temporal para él. Y, por otra parte, como los misterios de la vida en cualquier forma, como el arte, la música, la religión o los libros.

    El color blanco, frecuente en su obra, a menudo se ha identificado como metáfora tanto del frío clima de Rusia como del deshielo de Kruschev después del estalinismo. ¿Qué significado tiene para ustedes?
    El blanco no tiene un significado político, sino más bien filosófico, incluso religioso. Para nosotros la superficie blanca representa el misterio de lo desconocido, una esperanza oculta en la profundidad del blanco, milagro, posibilidades, y principio. La oscuridad, por el contrario, es el lugar de donde venimos, el lugar al que podemos ir y que da miedo, es el final. En nuestras últimas pinturas hay mucha oscuridad, pero también hay blanco, porque no queremos creer que el final de la vida es el fin de una persona.

    Usted pasó su infancia y juventud en Rusia, hasta que a los 28 años emigró a Israel y luego a Nueva York, ¿qué recuerdos de su Rusia natal forman parte de su obra?
    Me fui cuando tenía 28 años y, a pesar de pensar que a esa edad éramos adultos, en muchos aspectos todavía éramos niños o, dicho de otra manera, muy jóvenes mental y emocionalmente. Amo Moscú como la ciudad donde fui a la escuela de música, donde tenía amigos e interpreté conciertos. Pero también tengo horribles recuerdos de mis padres siendo arrestados, de registros en nuestra casa, etc. Por eso la mayoría de mis recuerdos son sobre libros, poesía rusa, conciertos, obras de teatro. La cultura rusa fue y sigue siendo una fuente de inspiración para nosotros.

    ¿Qué importancia tienen la utopía y la fantasía en su obra?
    Venimos de una sociedad que trató de convertir utopía en realidad. Y fracasó. Entendemos perfectamente, como víctimas de este experimento social, que toda revolución, cualquier reconstrucción de la sociedad, implica destrucción, cambios radicales de la vida, su interrupción, indiferencia por la vida humana: es horrible y nunca funcionará. Pero también fuimos educados en que las ideas de la gente son, igual que la educación y la cultura, las cosas más importantes para el desarrollo de la humanidad, que el mundo puede ser mejor si tratamos de hacernos mejores. Muy poético, romántico e idealista. Queremos creer que todo es posible y que puede construirse el paraíso en la tierra. Y eso es utopía.
    M. Perera

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