• tendencias del arte

    Isidoro Valcárcel Medina: «En el fracaso bien entendido hay un éxito»

    Valcarcel Medina

    Es muy propia de Isidoro Valcárcel (Murcia, 1937) la irreverencia. Esa actitud típica de aquellos que tratan de profanar lo irrefutable. Pero no hablemos de cosas típicas. Si algo esconde su aparente fragilidad es una indómita personalidad. Un ácido temperamento que hace del “mordiente” la razón de ser de su vida. Pues su vida, como la de todo aquel que aboga por el arte para ser vivido, es la de alguien que trata de “parir ideas”. La de alguien que desde los años 60 ha procurado escapar. ¿De qué? De todo cuanto ha podido hacerle caer en las redes del sistema. De todo cuanto ha podido llevarle al borde del abismo. ¡Cuidado! Estamos hablando de su pasado. Él sigue haciendo…
    ¡Qué importa que proceda de una familia de artistas! ¡Qué importa que sea uno de los pioneros del Arte Conceptual en España! ¡Qué importa que haya sido Premio Nacional de Artes Plásticas y otras cosas más! Las “perogrulladas” que hace Valcárcel y su desdén ante cualquier intento de catalogar su vida y obra, sólo permiten recordar de él frases de este tipo: «¿Cuál es la diferencia entre una obra inteligente, una obra creativa y una obra de arte? Basta observar la forma en que se cruza un paso de cebra para saberlo», «Mira este artista qué bueno, ¿cuánto mide su cuadro?, ¿dos por dos?, pues son cuatro metros cuadrados. ¿A cuánto está el metro cuadrado? A tanto. Pues ese es el precio de la obra». Así, sin más.

    Usted comenzó siendo pintor, pero se deshizo de toda su obra pictórica, ¿por qué?
    No me deshice de ella por nada en especial, sino sencillamente porque me estorbaban las obras. No lo hice por enemistad sino porque cuando algo te estorba y hay otras cosas que te interesan más, piensas: «esto tengo que quitármelo de encima».

    Entiendo que porque no tenía que ver con lo que iba a hacer en adelante…
    Claro, estábamos muy saturados de lo que eran las fórmulas clásicas dentro de la expresión e inevitablemente uno quería ir más allá. Así pasé de la figuración a la no figuración, de la abstracción al formalismo, a una expresión geométrica, y de ésta a una expresión minimalista abstracta, hasta llegar a la desmaterialización. Sencillamente uno se cansa de las cosas y piensa que tiene que ir para otro lado.

    En 1968 viajó a Nueva York. ¿Le influyó lo que vio durante este viaje?
    Aquí vivíamos en el culo del mundo, estábamos medio marginados y no nos enterábamos de nada, pero al llegar a Nueva York me topé con que cosas que yo estaba haciendo eran de lo más normales.

    ¿Qué puede decirnos de su participación en los Encuentros de Pamplona?
    Trataba de crear “Lugares” donde la gente pudiera estar. Luego éstos empezaron a llamarse “Ambientes”, pero a mí me gusta más la palabra “Lugar” porque es sencillamente donde se encuentra la gente.
    Quería hacer algo que no fuera exótico ni artístico, un lugar más en el que el arte y la vida conviviesen puesto que la vida bien vivida ya es arte en sí misma y el arte bien hecho es parte de la vida, inevitablemente. Son lo mismo cuando ambos son auténticos.

    De ahí que empezara a hacer acciones como “Motores”, “36 manzanas de Asunción en Buenos Aires” o “La Visita”, donde llegó incluso a vestirse de presidiario…
    Una salvedad, no es que yo me vistiera de presidiario para ir a los sitios, a los sitios iba como voy ahora, vestido normalmente, lo que pasa es que se hizo una presentación en el Instituto Alemán y para esa presentación me vestí así, pero sólo durante las dos horas que duró aquello.

    ¿Cómo reaccionaba la gente cuando trataba de poner en marcha sus “Conversaciones telefónicas”?
    Reaccionaba muy bien, mejor de lo que reaccionaría ahora. Con una gran apertura y con la opción de decir “no me interesa esto”, pero siempre de forma muy llana y espontánea. No se la forzaba a nada ni ésta lo tomaba nunca como una imposición. En este sentido funcionaron extraordinariamente bien. Sólo tuve un conflicto con una persona que me colgó el teléfono, pero hice unas ochenta llamadas, o sea, que la proporción es bastante buena.

    Comenzó a estudiar Arquitectura y Bellas Artes, pero lo dejó. ¿Por qué?
    No tiene nada de extraordinario que yo intentara estudiar Arquitectura y Bellas Artes y que lo dejara, porque no me gustaba cómo se ejercía la enseñanza y porque, por otro lado, a mi nivel, intentaba hacer proyectos.

    ¿Cómo sus “Arquitecturas Prematuras”?
    Son cosas relativas. La arquitectura se supone que es para estar en ella y los “Lugares” que yo proyecto también tienen esa pretensión, que se pueda estar en ellos. La arquitectura no es que no influyera, pero yo tengo una inclinación natural a lo que es la constructiva en el sentido noble.

    ¿Por qué esos proyectos son prematuros?
    Porque ninguno se ha llevado a cabo ni creo que las fuerzas públicas, económicas o culturales que pudieran hacerlo lo vayan a hacer nunca, porque no admiten la causa social que las genera. Si se dijera que la gente se suicida cada vez más y propusiésemos construir un edificio para que se suicidase, no lo construirían. Las estadísticas de los suicidios no aparecen nunca. Si escarbas terminas por enterarte, pero nunca se habla de ello, la sociedad es así.

    ¿Qué es el “Arte inesperado”?
    En la sociedad en que vivimos casi todo el arte está catalogado. ¿Dónde se puede ver arte? Hay que ir a un museo, a una galería… Está todo muy clasificado. Hay libros de arte y hay libros que no lo son.
    Hay salas de exposiciones y otras que no lo son. Entonces, como todo está clasificado y catalogado, intentemos dar un golpetazo artístico donde no esté escrito que se pueda dar. La calle, por ejemplo, no se considera un lugar para manifestaciones artísticas. Pues hagámoslo ahí, hagámoslo de verdad. No lo hagamos donde ya está catalogado. Hagamos una cosa inesperada.

    ¿De ahí su Oficina de Gestión de Ideas?
    Sí. Buscamos un lugar que tuviera una sala de espera, un departamento de dirección, un despacho de secretaría, una sala de juntas, mesas, ordenadores, y luego pues un señor que se sentara ahí para recibir las visitas. Los visitantes, que son los que habitualmente iban a las galerías de arte a ver arte, se quedaban sorprendidos porque pensaban: «en lugar de ir yo a ver arte, se me pide una colaboración, tengo que ir a dar el caramelo yo».

    El visitante se convierte en parte de la obra…
    Se convierte en el generador porque allí lo que hacíamos era intentar resolver cuestiones que nos planteaban desde fuera. Nosotros éramos un equipo y nos decían por ejemplo: «tengo un problema con el vecino de arriba porque tengo goteras ». Y entonces nosotros nos preguntábamos: «¿Cómo se puede afrontar esto creativamente?».

    El arte adopta el lenguaje de otros ámbitos y disciplinas. ¿No cree que pierde así su autonomía?
    En absoluto, al contrario, éste gana autonomía porque ya no hay cotos cerrados. Ya no es pintura, ni escultura, ni música, ni arquitectura. Es administración por ejemplo. O sea que yo puedo ir a visitar al vecino que está provocando la gotera y me siento plenamente consciente de que estoy en el terreno del arte. El vecino viene y dice: «oiga buenas, tengo un problema con el vecino de abajo», y yo, que tengo una oficina de gestión de ideas, pienso en cómo resolverlo. Ese ‘salirse de madre’ no es perder autonomía, es ganarla.

    Si cualquier cosa puede ser arte, ¿no puede todo terminar siendo fácilmente aceptado y popular, justamente lo que quería evitar?
    Se está abriendo tanto esto que claro, ¿dónde está el arte? Está en todos sitios. El arte es sencillamente el espíritu con el que se afrontan las situaciones, no es ni más ni menos que eso. No son situaciones prefabricadas. Es decir, si usted es pintor está en trance de ser artista, pero si usted es burócrata, si le da la gana y se esfuerza lo suficiente, también está en ese trance. No hay campo limitado para el arte. Todo territorio está abierto, basta el espíritu con el que se afronta la entrada en ese territorio. Yo, por ejemplo, propuse una ley al Congreso de los Diputados, un proyecto de ley del arte, y entonces te dicen: «oye es que eso es para los legisladores, para los diputados…». Pero yo digo: «bueno y para mí también».

    ¿Es para usted entonces el éxito un fracaso?
    El éxito significa aceptación externa y eso es muy peligroso. Pero tampoco se va en busca del fracaso porque el fracaso tiene una naturaleza sana. Tú puedes haber hecho una idiotez descomunal y si fracasa pues fracasada está, pero también puedes haber tenido una idea maravillosa y también fracasar porque no es aceptada. En el fracaso bien entendido hay un éxito. Cuando la sociedad acepta algo absolutamente hay mucho riesgo para el autor, porque ha sido aceptado y ha perdido su mordiente, su fuerza. Tenemos cantidad de ejemplos.

    En 2007 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas y en 2011 el de la Fundación Arte y Mecenazgo. ¿No vienen estos premios a echar por tierra la intencionalidad de toda su obra?
    Todo premio implica una aceptación… ¿Usted sabe lo que significa un premio? Que aquello por lo que te lo dan ya ha sido asimilado. Entonces tienes que salir huyendo. «Oiga a usted le damos un premio por todo lo que ha hecho durante la vida». Eso quiere decir que a partir de ese momento lo que he hecho ya no es incisivo y tengo que ir para otro lado. Yo encantado de que me lo den porque fundamentalmente implica un dinero, pero yo no he pedido ninguno de esos premios, no me he presentado a ningún concurso, no he presentado opciones, ni un currículo, ni bobadas de ese tipo. Yo estaba en mi casa y de repente me llamaron y me dijeron: «oiga, que le hemos dado a usted un premio», pero yo sé que en el fondo a esos que me lo dan no les agrada porque piensan: «¿y tenemos que darle un premio a este tipo, que nos está tocando las narices?, pero en fin, que ya es hora, que lleva 40 años sin comerse una rosca, entonces démosle un premio». Y yo digo: «¡qué maravilla!, ¡estupendo!» Ahora, claro está, yo no me vendo a ese premio, yo voy a seguir haciendo lo que estaba haciendo y a lo mejor, incluso gracias al premio, hago otra cosa todavía más incómoda. Cuando me dieron uno de estos premios pensé: «bueno, esto no es un premio de fin de carrera, es una beca de primer curso. No es que me estén ustedes pagando nada, sino que yo ahora con esto voy a hacer lo que me salga de las narices».

    Apenas ha vendido obra, ¿por qué?
    He vendido poquísimas obras porque nunca me he esforzado en ello y porque conozco el riesgo. Si tenemos una obra de significación x, esa obra debe ser la primera y la última que tenga significación x, porque imagínate que se pone de moda la significación x… Si es así ¡estamos perdidos como creadores!. No es que yo nunca haya vendido una obra o que no esté dispuesto a vender.

    ¿De ahí esa acción que hizo en el MACBA, en la que pintó un muro blanco de blanco?
    Me dijeron: «por favor, una obra para la colección», y dije: «sí, yo os hago una obra para la colección que no podáis coleccionar». La obra está hecha, sí, y además la cobro, pero ¿cómo la cobro? La cobro no a precio de artista sino a precio de pintor de brocha gorda. O sea, es cierto que la hago, es cierto que la cobro, pero tengo que buscarle las revueltas para, haciéndola y cobrándola, no entrar en el circuito.
    Y si por casualidad se pusiese de moda que los artistas se pusieran a pintar de blanco paredes de museos, entonces habría que inventarse otra cosa porque el mensaje ya está lanzado, ya tiene su significado y no hay porqué repetirlo.

    Ha dicho que esta acción la hizo a precio de pintor de brocha gorda (creo que por 900 euros) y no a precio de artista. ¿Cuál es el precio de artista entonces?
    El artista no tiene código, depende de si caes en gracia o no, de si entras en la rueda o no. No sé el precio exacto. Sin embargo, el pintor de brocha gorda dice: «la obra es a tanto». En el primer caso puede que no vendas un clavo en tu vida o que, por el contrario, todos los clavos que hagas los vendas, pero bueno, ésa es la estupidez de la sociedad y del mercado, allá ellos…

    Hizo también varias intervenciones en el Reina Sofía cuando le pidieron hacer una retrospectiva…
    A la cultura oficial siempre le es más tranquilizador ver obras del pasado que de la actualidad porque digamos que las obras del pasado están, más o menos, asimiladas.
    Sin embargo, ante una obra actual se piensa: «a ver por dónde sale esto, que no estoy preparado».
    Una retrospectiva es lo que ha pasado, es mirar hacia atrás, como su propio nombre indica, y el tener que hacer una de ellas, para un autor que aún está vivo y trabajando, es un poco ambicioso porque piensa que interesa lo que hacía antaño, pero no lo que hace ahora.
    En ese momento uno puede reaccionar diciendo: «¿cómo puedo hacer una retrospectiva poniéndole un poquito de sal y pimienta?. Conocía la historia de un príncipe florentino que expuso su inmensa colección durante tres días y pensé: «el Museo Reina Sofía es un lugar ideal para tener una exposición abierta durante tres días porque siempre están tres meses como mínimo. El que quiera verla tendrá que ir corriendo porque, además, habrá ciento y pico obras. Pero quien quiera verla entera tendrá que pasarse allí los tres días». Hice una exposición allí pero no con los códigos de allí. Se montó muy bien, con mucho cuidado, pero no iba a estar allí tres meses para que tú fueras cuando te pillase bien.

    Supongo que “Ilimit”, el libro de artista que ha editado Ivorypress, es resultado del mismo planteamiento… ¿Puede hablarnos de éste proyecto y de su relación con Ivorypress?
    Se me invitó gentilmente a hacer una obra para un ámbito que no es el mío y le dije a la editora: «oye, que lo que yo hago no entra dentro de lo que creo que es vuestro juego», pero, a pesar de ello y muy agradecido, el proyecto ha salido adelante. No me voy a escapar, no voy a huir porque la idea me encanta, pero tengo la obligación de advertir.
    No voy a hacer nada para fomentar el juego del que hemos hablado. Lo advierto y entonces hago un libro que se llama Ilimitado para un tipo de edición que es limitada por naturaleza. Que tiene su razón de ser en la limitación. Una de las características de una edición de lujo, de calidad, como es ésta, es ser limitada para que sean pocos los que la puedan tener. Entonces yo hago un libro que sea ilimitado para que nadie pueda decir que se ha terminado. 500.000 ejemplares por ejemplo. Como ves, estoy metido en el ajo pero voy por otro lado.
    Como ya he dicho antes, podrías irte a África, pero si no te vas es que estás, y si estás juega a tu juego, pero aquí y ahora.

    Arte para hacer daño
    “No me niego a recibir dinero, siempre y cuando las condiciones sean las que yo quiero –expone el artista- Yo no quiero vender una obra a una institución que la vaya a almacenar porque para eso la tengo en mi casa. Si se almacena, si está ahí archivada ya no hace daño. Tengo que ser lo suficientemente espabilado para darme cuenta de que si vendo una obra a tal persona, ésta la va a archivar y entonces la obra va a dejar de hacer daño, por lo que no se la puedo vender. Yo se la puedo vender a alguien que juega a mi mismo juego, que me diga: «esto se lo voy a pasar por las narices a tal persona», y yo le diga: «ah pues si se lo pasas tú me evitas el trabajo a mí. Ésa es la cuestión».

    Límites
    “La ley siempre impone límites –reflexiona Isidoro Valcárcel– hay que andar con el ojo alerta porque entrar en el terreno de la ambición de la sociedad, del mercado, es caer en la asimilación y que se pierde el mordiente, la agresividad, pero bueno, para eso existe un creador. La Constitución Española dice disimuladamente que el ciudadano tiene un derecho a legislar, derecho al que nadie se acoge, pero bueno, si hay uno que se acoge, no se le puede decir nada. Luego vienen los comportamientos prefabricados, cuando se piensa: «a ver si ahora a todo el mundo le va a dar por hacer proyectos de ley», pero eso ocurre una vez que alguien ha dado el paso. Entonces ese que ha dado el paso y ve que le ponen límites piensa: «tengo que ir por otro lado que esto ya se está asimilando».

    Contra el sistema
    Estar dentro de las instituciones para ir contra el sistema es la postura que preconiza Valcárcel. “No puedes decir que no quieres estar porque si no quieres estar de verdad te tienes que ir a la selva. Si estás aquí entra, pero entra dejando testimonio de cómo entras. Pensando «¿qué puedo hacer para salirme con la mía?». Si usted se dedica a esto y yo también, hagamos una cosa juntos, pero con mis reglas.
    Imagínate que eres pintor, pintas un cuadro y piensas: «¿dónde no se exhibe nunca un cuadro?» Entonces vas a pedir permiso al ayuntamiento para bajar a los alcantarillados y colgarlo ahí. Puedes hacerlo pero allí nadie lo va a ver. Vete al museo pero impón tú las reglas, que además son reglas que no se van a repetir. O sea, que no es una norma que haya que cumplir. Es decir, me apetece hacer esto durante tres días, pero eso no quiere decir que yo ya vaya a ser el artista de los tres días. La creatividad no tiene fecha, ni momento, ni espacio. Si haces algo en un museo tienes que pararte a pensar: «¿qué hago que no sea lo que hace el museo y que no sea lo que ya hice?».

    María Fraile Yunta

  • Portada

     

  • Caixaforum

  • Barcelo La Pedrera

  • Museo Picasso Malaga

  • Chillida Leku

  • Museo Mares

  • Lanzarote

  • Museo Goya