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    La musa blanca de Miró

    Aunque conocido universalmente por su pintura, Joan Miró realizó una la obra escultórica cuya fuerza expresiva y sentido del riesgo van más allá de su trabajo con el pincel. Empezó a practicarla en su edad madura, cuando ya era un artista célebre, a fines de la Segunda Guerra Mundial, durante una temporada de retiro y concentración en la masía familiar de Mont-roig (Tarragona), a cuya tierra se sentía físicamente imantado por una emoción inspiradora. Es entonces cuando la escultura se vuelve para él una actividad decisiva, apasionada, y muy distinta de su pintura: igualmente poética, pero menos complaciente, más furiosa y radical, sobre cuya intención fue muy explícito: «Es en la escultura donde crearé un mundo verdaderamente fantasmagórico de monstruos vivientes. Lo que hago en pintura es más convencional» escribió el catalán. María Bolaños, directora del Museo Nacional de Escultura, descubre los secretos de esta desconocida y audaz producción mironiana. [Modelo para la escultura Tête (Cabeza), 1974. Modelo intermedio en yeso. Foto: Gabriel Ramon © Successió Miró 2019]

    Miró

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