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    Javier Peres, la conexión mágica

    A Javier Peres (Cuba, 1972) le ha dado tiempo a ser muchas personas en su todavía corta existencia. Antes de cumplir 40 años ya se había curtido como abogado especializado en extranjería para importantes corporaciones de Estados Unidos, había abierto una galería de prestigio internacional en Berlín –Peres Projects- y revelado como sibarita coleccionista de arte africano. Pero así como su vinculación con el arte contemporáneo es pública y notoria, su pasión por el arte tribal ha sido cultivada con discreción. El secreto ha ido saliendo a la luz en su propia galería a través de exposiciones en las que proponía insólitos diálogos entre el arte tribal y el contemporáneo. Su estiloso apartamento berlinés es una proyección de la original personalidad de su dueño y en el conviven antigüedades africanas con pinturas de gran formato y muebles de diseño. [Foto: Adrian Parvulescu]. Vanessa García-Osuna

    Usted es cubano, ha vivido en Estados Unidos y ahora dirige una galería en Berlín: es un auténtico ciudadano del mundo. Nací en Cuba, en un pueblo pequeño cerca de Matanzas, en la provincia de La Habana, pero mis antepasados son españoles.

    ¿Qué le empujó a cambiar los códigos por el arte? Estudié Derecho y ejercí como letrado especializado en extranjería (Immigration Law) pero siempre sentí una gran inclinación por el arte. Además desde muy joven ya había empezado a hacer mis ‘pinitos’ como coleccionista. Llegó un momento en que mi profesión dejó de interesarme. El ‘catalizador’, por decirlo de alguna manera, fue una exposición de Eva Hesse que vi en el MoMA de San Francisco. Aquella muestra me causó una honda impresión pues se trataba de una artista que había muerto prematuramente, con apenas 34 años. Fue tal la huella que me dejó que decidí abandonar definitivamente las leyes e iniciar una nueva singladura en el mundo del arte.

    ¿Cómo llega el arte tribal a su vida? Creo que fue a través de la obra de Jean-Michel Basquiat. Recuerdo que visité la emblemática exposición Primitivism del MoMA en 1984 aunque en aquella época no prestaba atención al arte africano, ni a ningún otro tipo de arte tribal. Lo que me fascinaba era el moderno, en particular, los artistas españoles: Picasso, Miró, Juan Gris… Hacia 1988 o 1989, inspirado por el ejemplo de Basquiat que filtraba ideas del arte africano a través de su mirada caribeña-neoyorkina, empecé a sentir el arte tribal como algo próximo. Para aquel entonces yo ya había reunido una pequeña colección de Art Brut, que había comenzado a recopilar cuando era casi un niño, con apenas 12 años.

    Eso explicaría su inclinación por una belleza diferente. ¡Así fue! Siempre me ha llamado la atención el arte que tiene un discurso, un compromiso, que no es solamente bonito. Por eso me gustaba Picasso porque sus cuadros no son ‘bellos’ en el sentido tradicional.

    Sin embargo al principio se decantaba por piezas de belleza más clásica. Es verdad, buscaba obras de una belleza dulce, armoniosa. Solo esculturas de mujeres, y casi todas de las culturas de la Costa de Marfil y la región lagunaria. Lo que me atrajo de tribus como la Attie, Ebrie o Baule, es su estética clasicista, son piezas preciosas y primorosamente talladas, en las que entreveía una conexión con el arte clásico occidental, griego y romano.

    Ahora se ha abierto a una estética más audaz… Sí, me atraen más las culturas del este de Nigeria, como por ejemplo las Mumuye, Jukun o Igbo. También me interesan los planteamientos escultóricos de los Fang de Gabón.

    ¿Cuál fue la primera gran adquisición? Fue una pieza de la cultura Ebrie que compré hacia el año 2000 en la galería Pace Primitive de Nueva York. Para mí tuvo un impacto enorme porque provenía de una colección estrechamente ligada al arte moderno. Es una escultura cuya cara me recuerda las que pintaba Picasso. Pero la pieza a la que me siento más conectado hoy es una especie de casco de doble perfil con una figura montada encima, de unos 125 cm, que compré en Parcours des Mondes hace tres años en la galería Lance Entwistle. Es una enigmática escultura de la tribu Kaka de la región situada entre el oeste de Camerún y el este de Nigeria… Es una pieza muy reconocida que fue exhibida en la muestra Africa: The Art of a Continent que se presentó en la Royal Academy de Londres, el Guggenheim de Nueva York y el Martin Gropius Bau de Berlín.

    ¿Hay objetos que le atraen de manera consistente? Diría que suelo ser bastante abierto pero me encantan las figuras y las máscaras. No colecciono objetos utilitarios ni materiales rituales aunque nunca se puede decir ‘de este agua no beberé’…

    ¿Con qué culturas siente más afinidad? Sobre todo con las del este de Nigeria, por su concepción del cuerpo humano, poseen una visión original y diferente, indiscutiblemente africana. Mi colección, que comprende unas 100 piezas, se podría subdividir en dos grupos: uno de máscaras Bundu y otro más ecléctico. No aspiro a poseer miles de piezas, soy tremendamente analítico y escrupuloso con cada nueva adquisición. Me tomo mi tiempo y le doy muchas vueltas. Y tengo la suerte de contar con el apoyo de mi pareja que valora conmigo los alicientes de cada obra.

    Su colección de máscaras Bundu es la más valiosa que existe en manos privadas. ¿Qué función tenían y de dónde son originarias? Son utilizadas por la sociedad Sande que tiene presencia en Liberia, Sierra Leona, y en algunas zonas de Guinea y Costa de Marfil. Tienen forma de casco que cubre toda la cabeza. Lo que me sedujo principalmente de ellas es que son máscaras tradicionales fabricadas por hombres pero que usan exclusivamente mujeres. A mi, que me considero feminista, me sorprende que sea una escultura en la que la clienta, una mujer, le diga al artesano, un hombre, cómo debe ser la obra. En la historia del arte se ha plasmado la visión masculina de cómo deben vestir las mujeres y en la sociedad Sande tienes justo lo opuesto. Es la visión femenina que han creado las propias mujeres. Eso las convierte en un testimonio insólito dentro de la cultura tradicional africana. En mis tiempos de estudiante de derecho, defendí varios casos ‘pro-bono’ es decir, por interés público, de mujeres de Liberia y Sierra Leona que pedían asilo político en Estados Unidos porque eran perseguidas por la sociedad Sande, en concreto por las mujeres dominantes, que detentaban gran poder económico y social.

    Antes reconocía la importancia que concede a la procedencia y a la intrahistoria de sus objetos, quiénes fueron sus anteriores dueños, en qué exposiciones han participado… Absolutamente. Tengo una figura Teke del Congo que perteneció al prestigioso coleccionista francés Stephane Chauvet. Esta pieza fue cedida al MoMA para la exposición African Negro Art de 1935. Aquella muestra fue un hito porque el fotógrafo Walker Evans la documentó y sus fotos se hicieron célebres. Esta estatuilla fue también propiedad de Pierre Verité, pero ha tenido muchas otras vidas, tiene una historia apasionante y minuciosamente documentada.

    Es emocionante poder trazar estas conexiones… Hace un par de años tuve la suerte de poder comprar una escultura Igbo que había sido coleccionada por Alain Dufuor hacia 1967, y que durante 45 años fue atesorada por los belgas René y Odette Delenne. Esta pieza formó parte de la exposición organizada por la Kunsthaus Zurich en 1970 y creo que debió ser una de las primeras esculturas de esta clase en ser exhibida en un museo europeo. Más adelante fue expuesta en la muestra Utotombo en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas y en los 90 estuvo en el Ludwig Museum de Colonia. ¡Ha tenido una vida trepidante!.

    Con la perspectiva que le da el moverse en dos mundos: el tribal y el contemporáneo. ¿Aprecia diferencias entre los coleccionistas? Hay un poco de “crossover” pero el mundo de las antigüedades es muy diferente, en términos prácticos. Aunque lo cierto es que el coleccionista es igual en todas partes. Todos sentimos esa especie de pulsión irrefrenable, somos capaces de viajar a la otra punta del planeta, sin dormir, sin comer, con tal de llegar a una subasta o una galería. Haces muchos sacrificios por conseguir una obra, es dinero que te ‘quitas’ de disfrutar otras cosas.

    ¿Cuándo compra arte tribal tiene asesores? Tuve uno durante años pero recientemente se ha incorporado a una casa de subastas. Mi pareja también me ayuda porque tiene una intuición increíble y un conocimiento profundo del arte africano. Y yo me muevo perfectamente en el ámbito académico, estoy habituado a hacer investigaciones y a buscar información. Me siento cómodo en ese mundo porque estudié Derecho en los Estados Unidos y cuento con la metodología necesaria. Antes de comprar una pieza llevo a cabo un estudio pormenorizado. No me tiro de cabeza a la piscina. Por ejemplo, hace un par de años, en una feria en Bruselas, visité el stand de la galería Monbrison, y me enamoré de una pieza Igbo. Nada más verla, me dije ‘Tengo que conseguirla cueste lo que cueste’. Era una obra no demasiado conocida, apenas había sido publicada, pero estuvo casi 40 años en la colección de Alain Dufour.

    Es curioso que, pese a sus orígenes caribeños, se haya centrado sólo en África. ¿No le gustaría abrir el abanico a América? África es tan grande y todavía queda tanto por descubrir… Voy a cumplir 45 años en unos meses y asumiendo que llegara a los 85 o 90 años no sé si me daría tiempo a conocer todo porque es un continente inagotable. ¡Y no sé si mi negocio y mi pareja podrían aguantarlo tampoco!

    ¿Qué piezas, de las que conserva en su casa, necesita tener cerca? En mi dormitorio hay un pequeño despliegue de obras. Algunos de mis invitados piensan que mi casa es una galería, porque he mantenido mi estética minimalista de paredes blanquísimas. Siento una afinidad especial, por ejemplo, por una gran figura masculina Mumuye, de estética abstracta. Me puedo pasar horas mirándola mientras estoy acostado en la cama. Tiene una potencia visual única. En la mesilla de noche tengo una figura Baule porque esta cultura sostiene que todas las personas del mundo físico tienen su complementario en el espiritual, y para mantener las relaciones en el mundo terrenal tenemos que contratar un artista que nos haga una escultura figurativa de nuestra pareja en el mundo espiritual. Tenemos que adorar a esta figura, tratarla con mimo. En la cultura Baule no duermes con tu pareja terrenal sino con la espiritual, es decir con esa escultura de madera. Yo poseo una que perteneció a Charles Ratton, y la he puesto junto al cabecero de mi cama. ¡Es como mi marido en el otro mundo!.

    Su galería ha sido innovadora con exposiciones como Group Spirit y Wild Style. ¿Qué le motivó a confrontar arte tradicional africano con propuestas emergentes? Hasta cierto punto fue una decisión egoísta. La idea se me ocurrió porque yo quería disfrutar de las piezas de mi colección más a menudo, no solo en casa sino también en la galería. El caso es que siempre las he tenido en las oficinas, a resguardo de la vista del público, porque mi colección de arte africano era algo íntimo, no tenía una dimensión pública. Todos los artistas con los que trabajo conocen mi afición, es un tema sobre el que hablamos mucho, visitamos juntos exposiciones… y hace unos tres años, cuando les sugerí la idea a varios de ellos se mostraron entusiasmados. Hay algo en el arte africano clásico que hace que siga siendo tan radical en el mundo contemporáneo. Nos habla de la condición humana, de nuestros miedos y esperanzas, de las clases de vidas que anhelamos. Muchos artistas contemporáneos comparten las mismas metas e ideas. Hay conexiones subyacentes, invisibles. La primera exposición que hice, que giraba en torno al arte abstracto, cosechó gran éxito de crítica y espectadores y me animó a montar la segunda, sobre arte figurativo. Ya estoy dándole vueltas a la próxima pero al menos necesitaré un par de años para armarla porque me gusta argumentarla con piezas de mi propiedad y antes tengo que localizarlas ¡y comprarlas!.

    Parcours des Mondes le ha nombrado Presidente de Honor este año. ¿Cuáles han sido sus mejores vivencias en la feria? Es una cita imprescindible. Yo siempre voy antes de que se inaugure oficialmente para descubrir las piezas y valorar posibles adquisiciones. Allí conoces a las estrellas del arte tribal. Hace un par de años tuve la oportunidad de comprar una escultura Fang excepcional. Al ser una cultura tan cotizada siempre me decía ‘¿para qué invertir tanto dinero en una pieza Fang cuando con esa cantidad puedes comprar dos o tres esculturas notables de Nigeria?’ El Fang sería como el arte moderno, es el equivalente a Picasso, es el arte que fue coleccionado por los europeos a comienzos del siglo XX, mientras que la escultura del este de Nigeria podría parangonarse con el arte contemporáneo, porque se conoce desde finales de los años 60-70 del siglo pasado.

    Por cierto ¿dónde está ahora esa pieza Fang? Encima de un bureau del diseñador italiano Ettore Sottsass y al lado hay una escultura de luz del artista americano Blair Thurman. Cuando llego a casa y enciendo la luz, un neón rosa morado, el destello se proyecta sobre la escultura, que es negra y con una patina brillante por los aceites, y el color le cambia un poco. Parece irradiar un halo mágico.

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