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    Jazmín de estrella

    Ella, Marie-Thérèse Walter, era una adolescente burguesa que venía a pasar una tarde de compras desde los suburbios; él, Pablo Picasso, tenía 45 años y era un artista de fama mundial que vagaba por los bulevares de París en busca de un encuentro fortuito. Sus caminos se cruzaron la tarde del sábado 8 de enero de 1927, a la salida de las Galerías Lafayette, los grandes almacenes a los que Marie-Thérèse había acudido para comprar una blusa con cuello Peter Pan, entonces de moda. Por aquel entonces, Picasso empezaba a sentirse asfixiado por su matrimonio con Olga Khokhlova, la ex bailarina rusa con la que se había casado en 1918, y buscaba una nueva inspiración. El biógrafo de Picasso, John Richardson, describió a Olga como una mujer «de pelo rojizo, cuerpo ágil y la mirada melancólica del Lago de los Cisnes». Marie-Thérèse, en cambio, tenía el cabello dorado, los ojos azules y unas formas sensuales. “Me gustaría hacerle un retrato”, le dijo el artista al abordarla en la calle, “Presiento que vamos a hacer grandes cosas juntos. Soy Picasso”.
    Esta apabullante seguridad impactó a la joven que pocos días después visitó el estudio del artista en la orilla derecha de París para posar para él. No tardaría en convertirse en su amante y en su musa. Picasso era un hombre casado por lo que mantuvieron su relación en secreto, escribiéndose con profusión. “Me pedía que le escribiera todos los días, porque si no, decía, enfermaría”, recordaba Marie-Thérèse. Entre las ardientes líneas que Picasso escribió a su enamorada figuran: “MT, madre de los perfumes chispeantes y punzantes con jazmines de estrella… Te quiero más de lo que nunca podré amar”.

    RECUADRO
    Christie’s licita el 11 de mayo en su sede neoyorkina, uno de los hermosos retratos que el maestro dedicó a la madre de su hija Maya. Pintado en Boisgeloup el 30 de octubre de 1932, Mujer sentada junto a una ventana (Marie-Thérèse), preciado en 46 millones de euros, corona la gran serie de cuadros creados por Picasso en su ‘annus mirabilis’. Aquí, presenta a su amante como una diosa alada, una Nike moderna, con una cabeza lunar, luminosa y escultural, como si estuviera tallada en mármol, y un cuerpo sensual, que orbita alrededor de su torso rojo y ardiente. Ya no es el desnudo lánguidamente recostado y perdido en un ensueño privado, en este retrato aparece vestida, alerta y erguida, su mirada omnisciente demuestra que ejerce un dominio total sobre el artista, claramente cautivo de su embrujo.
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