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    La fatalidad según Giacometti

    En el otoño de 1945, Alberto Giacometti (1901-1966) regresó a París desde Ginebra llevando consigo sólo seis cajas de cerillas que contenían el resultado de su trabajo en tiempos de guerra: un grupo de pequeñas cabezas y figuras de yeso. De vuelta a la capital francesa, llegó a la conclusión de que sus esculturas no podían seguir menguando y empezó una serie de dibujos en los que cavilaba sobre cómo modelar figuras más altas.
    En esa época, hizo un descubrimiento revelador en un cine de Montparnasse. Mientras veía la película, se dio cuenta de la diferencia que había entre las figuras representadas en la ficción y las de la vida real. Esta experiencia alteró irremediablemente su práctica escultórica. Ya no buscaba modelar una imagen que correspondiera a un recuerdo o a un conocimiento previo, sino que se obsesionó por reproducir la realidad tal como se presentaba frente a él. Así, al modelar sus figuras, se guió únicamente por su sentido de la percepción, ignorando reglas académicas y convenciones. A partir de 1947, sus figuras se elevaron verticalmente, estiró, modeló y manipuló la arcilla hasta límites insospechados a la vez que reducía la forma humana a sus elementos más esenciales. Paradigma de ello es la escultura que sale a pujas el 30 de junio en Christie’s, El hombre que se cae, que el poeta e historiador del arte Yves Bonnefoy ha sugerido que pudo inspirarse en un accidente que el artista sufrió en 1938, cuando un coche le pasó por encima del pie derecho, aplastándoselo, y haciéndole caer mostrando que todos somos víctimas del azar. Este bronce perteneció a la artista estadounidense Lillian Florsheim que lo compró en diciembre de 1951 en la Galerie Maeght.
    El hombre que se cae se ha valorado entre 14 y 20 millones de euros. Concebido en 1950 y fundido un año después, representa a un individuo que se tambalea justo antes de caer al suelo –o bien en el momento de levantarse. Quizá ninguna otra obra del artista encarne la fragilidad esencial y la soledad inherente a la experiencia humana. Se trata de una de las seis copias existentes, las otras se conservan en museos como la Kunsthaus de Zúrich, la Fondation Louis Vuitton de París y el Musée Granet de Aix-en-Provence.

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