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    Leticia Feduchi, la realidad trascendida

    En el barcelonés barrio de Gracia, en un amplio y luminoso estudio, trabaja Leticia Feduchi. Estudió en la Escola Eina con profesores como Albert Ràfols Casamada, Francesc Artigau, Francesc Todó… En un momento dado, el descubrimiento del pintor Antonio López reafirmó su interés por la representación de la realidad del mundo objetivo. Atraída por el color, su mirada rescata objetos, aparentemente sencillos, de la vida cotidiana, como frutas, flores, piedras, celebrando su vitalidad, su color y su forma, situándolos a menudo en un contexto artificial, como telas, que evidencian la presencia humana. Una de sus especialidades es el retrato, siempre del natural, y por su estudio han pasado personajes tan ilustres como el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, o Eduardo Mendoza, Premio Cervantes. Su obra más reciente se expone en la Sala Parés de Barcelona. Marga Perera. Foto: Carmen Secanella

    ¿Cuáles fueron sus primeras experiencias con el arte? De pequeña me gustaba mucho dibujar y pintar, igual que a casi todos los niños; pero también es cierto que mi familia estaba muy vinculada a la pintura y la arquitectura, y en casa había un ambiente propicio para que yo sintiera esa inclinación, así que siempre pintaba; era lo que más me gustaba hacer. Blas Benlliure, mi bisabuelo, era pintor de flores y frutas, conviví con sus cuadros desde la infancia. Seguramente esto me marcó. En la adolescencia lo dejé un poco pero, después del bachillerato, me matriculé en Historia del Arte y en segundo curso entré en la Escola Eina… y allí tuve la certeza de que quería dedicarme a pintar; la enseñanza era muy buena, pero el ambiente artístico giraba más bien en torno a la abstracción. Y yo lo que quería era comenzar mi formación desde la representación del natural y el figurativo. Justo entonces, vi la primera exposición de Antonio López en Barcelona, en la Galería Adrià y quedé deslumbrada. Me di cuenta de que se podía hacer figuración y realismo de una manera contemporánea. Así que decidí irme a Madrid, donde me matriculé en una academia de dibujo de estatua; quizás también con la idea de que grandes pintores, incluso abstractos, habían pasado por ese estadio. Para mí, el dibujo de estatua equivale al solfeo de la música.

    Entonces estudió con Antonio López, ¿cuáles fueron sus mejores consejos? En Eina tuve la suerte de tener muchas referencias diferentes, con lo que tuve un aprendizaje amplio, por ejemplo, de composición y color con Ràfols Casamada, de acuarela con Todó… Todo ello me abrió un mundo de posibilidades. El de Antonio López era un curso corto y con muchos alumnos. Recuerdo que me dijo que en mi manera de hacer había honestidad y naturalidad, y eso me gustó. Y que también había inconsciencia –recuerda sonriendo– que yo no era muy consciente de cómo pintaba. Yo tenía unos 21 años. Luego volví a Barcelona y me dieron la Beca de la Fundació Güell. Pude alquilar un estudio y pintar durante un año y realizar al final una exposición en el Palau Moja. Aquel año de trabajo en solitario me permitió probarme a mí misma y poner en práctica, sin ayuda de un profesor, las enseñanzas anteriores. Y ahí fue donde realmente aprendí. Cada pincelada implica una decisión y un riesgo… hice muchos retratos. Siempre he querido experimentar, porque si algo no me gusta es repetir lo que ya he hecho. Quiero entrar en terrenos desconocidos… Son aspectos íntimos, cosas que no se ven, pero que forman parte de mi experiencia como pintora.

    ¿Cuáles son sus referentes? Ahora, hay una exposición en Barcelona del pintor Max Beckmann, uno de mis favoritos. Para hablar de referentes, tendríamos que empezar desde los romanos y la pintura de los “xenia”, naturalezas muertas con elementos comestibles, que daban la bienvenida a los invitados, los retratos de El Fayum, pasando por las maravillas del Quattrocento y el Cinquecento…Van Eyck… Siempre me ha gustado el realismo, creo que desde cuando de niña vi en el estudio de arquitectura de mi abuelo la representación de los alzados en los planos. Más tarde, me emocionó también conocer los pintores de la Escuela de Londres, Freud, Bacon, Auerbach, Kitaj… y también la figuración maravillosa de David Hockney y, más recientemente, de Avigdor Arikha. Pero en medio de esto, claro, no puedo olvidar el impresionismo y la eclosión del color.

    Usted nació en Madrid Sí, por casualidad. Mi familia es de Madrid. Mis padres se trasladaron a Barcelona en 1960 y, un año después, regresaron a la capital a pasar la Navidad y ahí nací yo.

    Fue el regalo de Navidad Sí –asiente sonriendo– nací el 25 de diciembre allí, pero mis padres volvieron a Barcelona poco después y he vivido siempre aquí; he hecho mis estudios, mi vida, en Barcelona. Estudié en la Escola Thau.

    Conocí a un profesor de la Escola Thau, el artista Ricard Vaccaro, fallecido recientemente… Fue mi profesor de plástica cuando yo era pequeña y ¡fueron unas clases fantásticas!

    Ha retratado a personajes ilustres, como García Márquez, gran amigo de sus padres durante los años en que el escritor vivió en Barcelona Sí, se conocieron en una cena, conectaron muy bien hasta el punto de que hacíamos vida familiar con sus hijos. A García Márquez le gustaba mucho apoyar a artistas, cineastas y escritores jóvenes, y por eso me encargó su retrato.

    ¿Qué puede contarnos de los retratos de los galardonados con el Premio Cervantes para la Biblioteca Nacional. ¿Son encargos de los premiados o de la institución? Cuando alguien recibe el Premio, elige un pintor para que haga un retrato para la Biblioteca Nacional, donde se muestran los de todos los galardonados. He retratado a Álvaro Mutis, gran amigo de García Márquez y también de mi familia. Mutis ya me había encargado algunos grabados para ilustrar unos libros suyos. Fueron una generación muy generosa, y les gustaba apoyar a los artistas. A Eduardo Mendoza también lo he retratado para el Cervantes, lo conozco desde hace años, y ha seguido mis pasos desde mis primeras exposiciones.

    Ha pintado mucha naturaleza muerta Como género me gusta porque se crea un marco de intimidad y de tranquilidad; al mismo tiempo, permite jugar en un espacio con una serie de elementos, que van interactuando entre sí. Quizás, conceptualmente, es un poco más abstracto, porque depende de cómo ordenes estos elementos y esto lo encuentro interesante. A veces me preguntan qué quiero expresar, pero para mí la pintura tiene la cualidad de plantear preguntas sobre el mundo objetivo. Una pintura no es algo definitivo o cerrado, una buena pintura siempre tiene algo de misterio, o algo que te lleva a hacerte preguntas, a través de su técnica, ya sea sobre la propia pintura o sobre lo que representa. Algo que me interesa mucho de la naturaleza muerta es que los objetos, y las frutas sobre todo, son una fuente de color que está en la naturaleza. El color es el puntal de mi pintura; lo encontramos en la naturaleza, en las frutas, en las flores… y lo encuentro excepcional. También he representado colores de objetos naturales junto a otros artificiales, como las telas… Para mí, lo más importante es el color, es el motor, después viene la forma. Las telas o “draperies” han estado siempre presentes en la historia de la pintura, pero siempre como elemento que acompaña a algo, ya sean figuras u objetos. En ocasiones he querido hacerlas protagonistas principales del cuadro. Y en otras, comparar o contraponer sus colores hechos por el hombre con los propios de la naturaleza.

    ¿Qué relación establece entre la figura y el fondo? Los fondos blancos que utilizo son la imprimación de la madera, pasando a formar parte de la obra. Sólo los objetos o motivos están pintados al óleo. Esta relación entre lo pintado y lo no-pintado me interesa mucho porque potencia la corporeización del motivo.

    ¿Empieza poniendo un color y luego van apareciendo los objetos?, ¿o monta el bodegón real como modelo? Todo comienza cuando me llama la atención el color de un objeto, y a partir de ahí pienso en la composición. Y siempre pinto del natural, con modelo, nunca de foto. Cuando pinto ramos de flores, también son reales.

    En sus bodegones, ¿le interesa el simbolismo? No, no, la parte simbólica y alegórica no la he trabajado; me he orientado más hacia la forma, el color y la composición, como si se tratara de una abstracción aunque sea una pintura figurativa. Al final, la pintura son manchas de color sobre un soporte; para mí, la simbología ya sería entrar en otro mundo más literario… En el fondo, la propia pintura te dirige. Improviso mucho, no hago bocetos previos, trabajo sin ideas preconcebidas, me dejo llevar.

    Ha pintado poco paisaje… Sí, me cuesta aislar un fragmento en la visión de un exterior, de lo que llamaríamos paisaje. Me siento dentro de él y me invade. Aunque alguno he pintado. Hay una frase de Merleau-Ponty…

    Merleau-Ponty…, uno de mis autores preferidos desde mis años de estudiante por su fenomenología de la percepción… ¿Cuál era la frase? “El ojo ve el mundo, y lo que le falta al mundo para ser cuadro, y lo que le falta al cuadro para ser él mismo”. Me he sentido muy identificada con esto. También dice: “El pintor pinta lo que le falta a la montaña para ser montaña”. Quizás por eso me cuesta tanto pintar paisaje –sonríe–.

    Aquí en el estudio tiene también un torno, un horno y algunas piezas de cerámica ¡Estoy totalmente enganchada a la cerámica….! He ido a dos talleres, uno con Marc Vidal y otro con Eva Pérez, en Gracia, cerca de mi estudio. En estos momentos, para mi tiene un componente lúdico. Es una disciplina que me produce mucho respeto, es entrar en un oficio que requiere años de trabajo. De todos modos, me resulta más fácil hacer las piezas que decorarlas, estoy acostumbrada a pintar en dos dimensiones y pintar sobre un volumen me está costando.

    ¿Cómo utiliza este espejo que tiene en el estudio para pintar? A menudo, cuando pinto miro el cuadro a través del espejo. Esto lo aprendí cuando estudiaba. Te permite analizar el cuadro desde fuera, abstrayendo la parte del cerebro que tiende a analizar y a simbolizar. Te brinda una visión más objetiva, como si lo viera otra persona. En el espejo se ven algunas exageraciones, asimetrías, errores de dibujo.

    En la exposición también hay pinturas con maletas Las pinté pensando un poco en los viajes forzados, en la huida de las guerras, situaciones dramáticas que vemos a diario. La maleta tiene una potente fuerza evocadora. Procuro ser una pintora acorde con mi tiempo. Por eso me interesan especialmente ámbitos como el de la naturaleza, con la falta absoluta de consciencia que tiene la humanidad de su destrucción, y el de la mujer, otro tema que quisiera desarrollar.

    También ha pintado cerezas dentro de bolsas de plástico, ¿es porque es una pintora de su tiempo? Sí, pero ya no voy a pintar más plásticos. Ahora, pinto periódicos, como esta sandía roja entre un periódico arrugado. En cuanto a la representación pictórica del plástico, siempre les digo a mis alumnos que no tiene más dificultad que la de representar cualquier otra cosa. Puede ser un reto mayor pintar una manzana. Al final, todo consiste en observar el color y situar un matiz al lado de otro.

    ¿Cómo percibe su relación con la naturaleza? Desde niña, las emociones más profundas las he tenido en relación con la naturaleza. En mi infancia, en Galicia, donde pasábamos los veranos, descubrí la vida en el mar, donde en un pequeñísimo charco entre las rocas había todo tipo de animales y algas, una explosión de vida. Más tarde conocí Menorca, donde el paisaje me produjo una gran impresión, las piedras, que he pintado, el aire y el mar. Y la perfecta armonía que tienen sus habitantes con la naturaleza, un respeto y una admiración total. No entiendo cómo hemos sido capaces de llegar a este punto de destrucción, de desprecio por la vida animal y vegetal; me temo que, ya, sin vuelta atrás.

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