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    Yasumasa Morimura: El hombre de las mil caras

    Su obra choca, sorprende, fascina, interroga, y, a veces, ofende, pero Yasumasa Morimura (Osaka, 1951) pasa, absolutamente, desapercibido. Hay que hacer un esfuerzo para oír ese hilo de voz que emite al hablar, sin apenas mover los labios. Viste elegantemente, todo de negro, con una camisa a cuadros rojos y un pañuelo alrededor del cuello con lunares blancos. Yasumasa Morimura nació en Japón pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Y este acontecimiento le marcó profundamente. Uno de sus temas más recurrentes en su obra que desde los 80 se expresa por el medio de la fotografía, es la guerra, que enfrenta a los iconos que han nacido durante las décadas posteriores. Comenzó su formación en Osaka, hasta que en 1975 obtuvo una beca para la Kyoto City University of Art, donde permaneció estudiando Diseño hasta 1978. La base dualista, Oriente frente a Occidente, es también una problemática constante. Lo femenino frente a lo masculino, para intentar descubrir qué es lo que llamamos cultura y en qué lugares se encuentra. Para expresar estos interrogantes, el creador se “apropia” las obras de arte de grandes artistas como Van Gogh, Dalí o Frida Kahlo, o las imágenes de nuestros iconos más universales como Madonna o Michael Jackson, a los que pone rasgos orientales, “sus” rasgos orientales, en una actitud altamente narcisista. Así, con este simple cambio, las imágenes adquieren un nuevo significado y los incorpora a la actualidad. ¿Hacen reír al espectador? La burla y el humor están presentes en cada uno de sus fotomontajes que se muestran de forma dramatizada. En uno de los videos que podemos ver en su última exposición en Madrid, A requiem: Art on top of the Battlefield en la Galería Juana de Aizpuru, el fotógrafo actúa, una vez más, frente a la cámara. No es la primera vez que acude a una cita española, ya que en el año 2000 había expuesto en la Fundación Telefónica. Jacinta Cremades

    ¿Recuerda cuál fue su primera experiencia con el Arte? Desde pequeño, me ha gustado pintar. Empecé a los cinco o seis años, copiando un libro de Atlas del mundo. Luego, cuando llegué a la adolescencia, un amigo mío realizó un mural y lo que más me gustó fue el olor de las pinturas. Desde ese momento supe que quería vivir rodeado de ese olor tan penetrante.

    ¿Qué es lo que le hizo dejar la pintura? Cuando entré en la universidad, me di cuenta en seguida de que no era un buen pintor. No podía dibujar tan bien como los demás alumnos y encontré en la fotografía mi mejor vía de expresión artística.

    En sus obras se introduce literalmente en la piel de los personajes de una obra de arte. Su rostro aparece suplantando todos los demás rostros de las obras. ¿Qué debe tener una obra de arte para que usted sienta deseos de “apropiarse de ella”? Primero, me tiene que gustar. Luego, se despierta en mí un deseo de hacer lo mismo, de copiar, en cierta manera, la forma de pintar de ese artista. Pero lo fundamental en esta apropiación es el diálogo que se establece entre el cuadro y yo. Mi trabajo soy yo.

    ¿Cómo se interpretan sus obras en Japón y en Occidente? De la misma manera, aunque sí que es cierto que los occidentales las miran de una forma más lógica que los orientales.

    ¿Cuántos personajes ha recreado hasta ahora y cuáles han sido sus favoritos? Son demasiados, soy incapaz de elegir a ninguno. Para meterme en su piel, es necesario conocer sus obras y que me atraigan. Por ejemplo Van Gogh [su primer autorretrato realizado en 1985]. Antes de realizar mi transformación, no había visto el cuadro, el original, sino una reproducción en un libro. Pero, otras veces, como por ejemplo ahora que voy a aprovechar para ir al Prado a ver las obras de Velázquez antes de hacer un trabajo sobre las Meninas, necesito ver los originales. Por eso, no sigo ninguna forma predeterminada de trabajar sino que depende de los artistas sobre los que trabajo.

    ¿Qué se considera? ¿Un performer, un fotógrafo…? Me considero “amateur” en todos los campos artísticos. Incluso en la música, toco el piano, como puede ver en el video que se proyecta en la exposición de Requiem. No quiero ni busco ser un profesional pero, en conjunto, lo soy.

    Háblenos de sus referentes, sus influencias como por ejemplo podrían serlo el teatro del Noh o el de Kabuki No me apoyo directamente en nada pero sí que es cierto que Requiem, por ejemplo, tiene que ver con el teatro del Noh. También el Kabuki, aunque nunca pienso, a la hora de trabajar, en apoyarme en alguna corriente, o influencia directa.

    Esta no es su primera exposición en España. ¿Qué recuerdos o anécdotas tiene de nuestro país? Si comparo España con Japón encuentro que aquí, por ejemplo, se consigue preservar lo viejo, es decir los edificios antiguos, y se conjuga perfectamente la tradición con la modernidad. Conviven al lado una de la otra, una construcción moderna con una antigua. En Japón, en cambio, no ocurre así. ¡Todo es moderno!.

    ¿Cuánta gente trabaja con usted para realizar estos fotomontajes? Depende de la obra. Siempre prefiero trabajar en solitario. Yo soy el que me maquillo, me visto, me transformo en el otro personaje. Pero, claro, a veces necesito trabajar con más gente. Hay fotos en las que he necesitado a unas treinta personas.

    Estos personajes sobre los que trabaja una y otra vez, como pueden ser Frida Kahlo, Goya, Madonna, etc., ¿pueden llegar a convertirse en obsesiones para usted? En ningún momento. En realidad voy intercalando obras de artistas distintos a la vez, nunca me centro en exclusiva en un artista. Próximamente volveré sobre Velázquez, en cuyos cuadros ya me ‘metí’ en 1990. ¡Hace más de veinte años!.

    ¿Qué significan los “rasgos orientales” en cuadros o iconos occidentales? ¿Una burla, una apropiación? Significan “Cultura”. Lo que me interesa es mostrar varios tipos de personajes que pertenecen a diferentes culturas encontrarse y enfrentarse en el cuadro, en la fotografía. Enfrentar esas diferentes culturas y fundirlas en una.

    ¿Tiene obra de otros artistas? Muy poca, la verdad. Estoy formando una pequeña colección al intercambiar mis fotografías con la obra de otros artistas, amigos, o gente que conozco. Pero no suelo comprar arte para mí.

    Yasumasa-Morimura

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