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    Adriano, el emperador bueno

    Inspirándose en las colecciones de los Museos Capitolinos de Roma, el abogado Anton Pestalozzi se esmeró en reunir un florilegio de escultura antigua en el que destacaba su galería de retratos romanos imperiales. En octubre Christie’s licitó la primera parte de este conjunto, que recaudó más de 2,7 millones de euros; la siguiente cita es el 4 de diciembre y en ella se brinda un grupo de 28 lotes encabezado por un busto del emperador Adriano, representado como comandante militar supremo del Imperio y protector de la Pax Romana. El precio de salida de esta escultura en mármol de tamaño natural (70 cm), es de 585.000 a 940.000 euros. Nacido en Hispania, probablemente en Itálica, en el actual término sevillano de Santiponce, Adriano fue loado por Maquiavelo como uno de los «cinco emperadores buenos». Su mandato, entre 117 y 138 d.C. fue descrito en la literatura antigua como un período de seguridad y prosperidad. Apoyándose en el éxito de sus predecesores Nerva y el optimus princeps Trajano, Adriano también sentó las bases para la continuación de la supremacía romana bajo Antonino Pío y Marco Aurelio. En lugar de embarcarse en nuevas campañas para expandir el imperio, su misión se centró en la consolidación y fortificación de sus fronteras. En el primer año de su gobierno vio la sofocación de las revueltas judías dirigidas por Simón Bar Kokhba, que comenzaron durante las campañas partas de su predecesor. Para el 122 d.C., Adriano había ordenado la construcción de un vasto muro fronterizo en el norte de Bretaña, de unos 80 kilómetros de largo, para «separar a los bárbaros de los romanos». El emperador cuyas memorias ficticias noveló Marguerite Yourcenar (y tradujo al español Julio Cortázar) pasó gran parte de su reinado de gira por el imperio, financiando lujosos templos y monumentos mientras reprimía cualquier conato de rebelión. Se conservan más de 160 cabezas o bustos suyos, una cifra solo superada por Augusto, el primer emperador romano. Adriano llegó al poder con cuarenta y un años, de ahí que su retrato oficial lo inmortalice como un hombre de mediana edad. Además fue el primer emperador romano en llevar barba, estableciendo una moda que influiría en la imagen del soberano desde entonces.

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