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    Canova, la belleza perfecta

    «El último de los antiguos y el primero de los modernos» así se define al gran Antonio Canova (1757-1822) y su arte sublime en la exposición celebrada, por primera vez en Nápoles, en el Museo Archeologico Nazionale MANN, que puede visitarse hasta el 30 de junio. El enfoque de la muestra se centra en la intensa relación de Canova con el mundo clásico, que lo convirtió en un «nuevo Fidias» para sus contemporáneos, pero también presenta a un artista capaz de renovar la antigua mirada a la naturaleza. Siguió el canon de Winckelmann, el padre del neoclasicismo: “imitar, no copiar a los antiguos” para “volverse inimitable”, y desde el juvenil Teseo, vencedor del Minotauro (1781-83), cuando el artista sólo tenía 24 años, hasta el Endimión durmiente (1822), concluido poco antes de su muerte, el diálogo antiguo-moderno es una constante ineludible en toda su trayectoria. En el museo napolitano se conservan obras maestras admiradas por el maestro veneciano: pinturas de Herculano y esculturas que vio en su primera estancia en la ciudad en 1780; luego, los mármoles Farnese, ya estudiados cuando estaban en Roma en el palacio de la familia noble y transferidos a Nápoles por voluntad del rey Fernando IV. Son mármoles muy famosos, origen de las obras de Canova; en la exposición se muestra conjuntamente el Eros Farnese, encontrado en Pompeya, y el Eros alado de Canova. También pueden verse Perseo triunfante (1800-1801), que fue visto como el nuevo Apollo del Belvedere (hacia 130 d.C). La exposición, comisariada por Giuseppe Pavanello, uno de los mejores eruditos de Canova, reúne además de algunas otras obras antiguas, más de 110 piezas del gran artista, incluidas 12 obras extraordinarias. Mármoles, modelos grandes y moldes de yeso, bajorrelieves, modelos de yeso y terracota, dibujos, pinturas, monocromos y temple, en diálogo con las colecciones de obras de la MANN, incluidas en parte en el itinerario de la exposición, y en parte en las salas del museo. Para Stendhal, Canova fue el más grande escultor de su tiempo: combinó los ideales clásicos y modernos de la belleza en una creación propia y personal. Entre las obras cedidas por el Ermitage, está el extraordinario grupo realizado para Josefina, la mujer de Napoleón, Las Tres Gracias, cuya belleza también sedujo al poeta Ugo Foscolo, como un ideal de armonía del universo, de belleza clásica, un ideal abandonado por un “mundo contemporáneo barbarizado”.
    Impresionante es la hermosa Magdalena penitente del Palazzo Doria-Tursi de Génova, presentada en el Salón de París en 1808 y aclamada como “algo nuevo, fuera de lo común, que parecía tener algo milagroso”. En esta obra, Canova, lejos del mundo heroico grecorromano, se remite a la iconografía cristiana para representar otros aspectos del sentimiento humano, como la melancolía. Canova revolucionó también la técnica escultórica; al principio él mismo estaba muy entregado a la talla, pero su idea de la perfección y la necesidad de responder a sus múltiples encargos, requería otro plan de trabajo. Según biógrafos de la época, primero hacía un boceto, que debía ser tridimensional; empezaba haciendo modelos de pequeño tamaño en cera para tener la idea clara, después hacía la escultura en barro de tamaño natural, que luego se trasladaba al mármol con la ayuda de sus asistentes y él intervenía cuando la ejecución estaba avanzada para dar el toque maestro, un toque que podía llevarle meses. Mientras trabajaba, un asistente le leía textos de los clásicos, elevando así su obra al mundo sublime de lo poético. Coincidiendo con esta exposición, El Museo di Capodimonte ha montado un taller abierto de restauración de una obra de Canova, la escultura de Letizia Ramolino, donde puede verse el proceso de restauración hasta el 30 de septiembre.

    Canova
     

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