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    Cristina García Rodero: Magia, misterio y verdad

    Cristina García Rodero (Puertollano, Ciudad Real, 1949), consagrada fotógrafa especializada en reportajes de antropología social, recibió el encargo de la Fundación “la Caixa” de retratar la vida cotidiana, sobre todo de mujeres y niños, de Anantapur, una de las zonas más pobres de la India en la que trabaja la Fundación Vicente Ferrer. Con motivo de la exposición Tierra de sueños en CaixaForum Barcelona, ofrecemos una entrevista en profundidad con la prestigiosa fotógrafa de la Agencia Magnum en la que rememora los proyectos más emblemáticos de su carrera. Marga Perera

    ¿Cómo nace este proyecto? Es un encargo de la Obra Social “la Caixa”. Cuando me lo propusieron me interesó porque llevo trabajando en la India desde 2001, pero cuando llegué me dije: “¡qué complicado va a ser sacar aquí un buen reportaje!”. Estaba asustada, la luz era mala, las carreteras pésimas… Pero cuando unas cosas son difíciles, otras ayudan, como la Fundación Vicente Ferrer, que me lo hizo todo fácil, y también la gente que, aunque extrañada por mi presencia, me abrían sus puertas; se generaba confianza, amistad y risas. Empezamos por los hospitales, los colegios…

    ¿Qué ha descubierto allí? Yo conocía la Fundación; había leído sobre ella, había visto la película, sabía lo de los pozos de agua… pero lo más interesante para mí fue ir allí y ver todo lo que hacen… Me interesaron los problemas de las viudas, a las que echan de casa para que no se queden con la herencia y a las que culpan de no haber cuidado al marido. Costó retratarlas porque están recluidas e intentan apartarlas de las cámaras, pero afortunadamente la Fundación les ofrece casas de acogida donde están con sus niños y fabrican cuadernos, libros, jabones, lejía… así aprenden un oficio y a ser independientes. Lo peor que puede pasarte en la India es nacer mujer y con alguna dificultad.

    ¿Cómo se enfoca la educación? Es bonito ver cómo intentan educar a la población a través del teatro popular… Fuimos a un pueblecito donde estaban haciendo una representación, en tono de humor, sobre una mujer embarazada y que el marido le decía: “como me traigas otra hija te abandono y me voy con tu hermana”; la gente se ríe mientras va entrando con facilidad en este problema. En otro teatro aparecía una niñita, como si fuera el aborto, vestida como el alma que muere, y salió al escenario preguntando por qué la mataban. Yo no entendía lo que decían, pero me emocionó. También intentan inculcar a las mujeres cuáles son sus derechos.

    Dice que se ha colado en algunas bodas. Nos hemos colado tanto como hemos podido, en los partos, en las bodas… concretamente en siete bodas; es un momento crucial porque la mayoría de las novias conocen a sus maridos el día del enlace. Fotografié a Shirvani, una niña de la que me enamoré nada más verla: tenía una expresión abatida y llevaba un saquito de arroz, como ofrenda a la familia del novio, como muestra de confianza de que no le faltará comida en su nuevo hogar.

    Hay mucho color en estas fotos. Sí, hacer un trabajo solamente sobre el hospital y las escuelas me pareció limitado y me interesó también hablar de la gente que vive allí, sus religiones, sus fiestas, su economía, sus casas, su trabajo, sus formas de vida… intenté hacer hincapié en la obra social y en la mujer, porque es un tema sangrante; me sobrecogió la cantidad de mujeres que querían suicidarse, la mayoría por el problema de la dote; en la India tener hijas es una ruina para la familia porque va a estar toda la vida ahorrando para pagar la dote cuando se case y el día que se casan las pierden para siempre. Por eso, no les enseñan las ecografías para evitar que haya abortos si son niñas. El día a día de los hospitales era muy interesante; me avisaban para los partos y pude retratar la cara de tristeza de una madre cuando vio que era una niña, una expresión que no se me olvidará nunca; en cambio, cuando nacía un niño, la familia al completo iba al hospital y todos querían posar con el bebé.

    ¿Cómo es allí la vida? Ha sido una experiencia enriquecedora aunque difícil por la luz que había, porque los indios lo resuelven todo en el suelo, comen, estudian y duermen en el suelo; viven en casitas muy sencillas, por mil euros se les puede comprar una. Como la Fundación está en Barcelona, la gran mayoría de las casas llevan nombre de catalanes, aunque también los hay de toda España; se sabe porque en la casa ponen el nombre del dueño K y el de quien se la ha financiado. Jordi Folgado Ferrer, sobrino de Vicente Ferrer, me contó cómo empezó este proyecto: una persona que se iba a comprar un Mercedes, que le costaba 25 millones de las antiguas pesetas [150.000 euros], se compró un coche más sencillo e hizo una importante donación, que fue el inicio del hospital, que luego fue creciendo. Un día llegué a un pueblo y me dijeron: “antes eran chabolas, ¡ahora son casas, nuestras!, y gracias a la Fundación”, y no tuve ningún problema para fotografiarles porque están sumamente agradecidos. Empecé por el Hospital de Batalapali, que ya justifica toda la vida de Vicente Ferrer porque ¡es tanto el bien que hace! Se está convirtiendo en centro de referencia en SIDA y en una cepa muy difícil de tuberculosis.

    Usted siempre se ha interesado por ritos antropológicos en muchas otras partes del mundo, ¿cómo ha visto la India? Me llamó la atención la diversidad de la zona, sus distintas geografías y religiones. Estuve 45 días que me supieron a poco. Me habría gustado regresar pero tenía tal angustia por hacer un buen trabajo… ¡era tan complicado…!; fuera, la luz era tremendamente dura y en el interior, muy poca; porque los pisos eran bajos y las ventanas no eran grandes; porque los niños se pegaban a las puertas y ventanas para enterarse de todo y te rodeaban cuando ibas hacer una foto… yo conté 38 personas cuando estaba haciendo una foto a una mamá con su niña recién nacida delante de la puerta de su casa, estaban contemplándome y me tapaban la luz de la última hora de la tarde, que era rasante… iba por la calle y parecía el flautista de Hamelín con todos siguiéndome… en cuanto aparecía yo venían todos los niños detrás de mí, debían pensar “¿qué hace esta chica?”.

    En este trabajo en la India ha ido muy arropada por la Fundación, pero cuando hace su trabajo por el mundo ¿va sola? La mayoría de las veces, pero siempre encuentras gente y te haces amiga; por ejemplo, al Kumbhamela fui sola, luego se me unió uno de Zamora, mientras tanto conocí a un italiano y a un rumano, que nos encontramos en el campamento de prensa; allí fuimos a comer a un sitio religioso donde no se podía comer carne y yo, allá donde voy, me llevo el jamón [sonríe], lo mismo que en la película No sin mi hija, pues yo, cada vez que salgo: no sin mi jamón. El italiano llevaba siempre vino dentro de una botella de agua y no cenaba sin vino; teníamos el jamón en un plato y vinieron a preguntarnos qué era y el rumano dijo “¡tomate!”, ya ves cómo se parecen el tomate y el jamón… [risas]. Este trabajo en la India ha sido un privilegio porque he estado muy mimada; tenía un chófer siempre pendiente de mí y una traductora tan entregada, que yo le decía: “tu marido me va a odiar” porque salíamos de mañana temprano y a veces regresábamos a las dos de la madrugada, como cuando fuimos a Bangalore.

    ¿Y ese viaje entre bosques y piedras? Una vez fuimos a la zona más apartada a ver a los chenchus, que son aborígenes nómadas, a los que ahora la Fundación está ayudando porque tienen una mortalidad temprana; me identifiqué mucho con ellos porque no me perseguían, no se me colaban en la cámara, eran muy discretos y trabajé con facilidad, tal como a mí me gustaba: pedías permiso para entrar en las casas y ellos seguían con lo que estaban haciendo, con las ovejas, cocinando, lavando al niño… y curiosamente, a los niños pequeños yo les daba miedo. Para llegar hasta ellos se va por el bosque, ni siquiera eran caminos, era como el cauce del río lleno de bloques de piedras, nos lo tomamos a risa pero el viaje era inaguantable.

    ¿Se relaciona de alguna manera este trabajo con el suyo anterior? Bueno, creo que intentas llevarlo por donde tienes tu conocimiento y tu sabiduría. ¡He estado en tantos hospitales a lo largo de mi vida!… por mi trabajo en Georgia, las posguerras, Cuba… al final siempre termino en hospitales [dice sonriendo]. No creo que enlace con lo anterior, no… por eso era un desafío para mí, y lo llevas a lo que puedes dentro de tu terreno; pero lo que despertó mi deseo de ir fue la labor que están haciendo y en el país que a mí me interesa; quizás me lo piden para otro país y no lo hago. Cuando hay encargos intento que tengan interés para mí, si no me atraen, no aguanto; aunque si te emocionas en exceso a veces las cosas te golpean demasiado.

    ¿Ahora qué proyectos tiene? Quisiera descansar [dice sonriendo]… pero no va a ser posible, y también retomar las cosas que he dejado apartadas durante un año y nueve meses. Volveré a mi trabajo Entre el cielo y la tierra… que está terminado, pero en realidad es una historia interminable.

    Entre el cielo y la tierra, ¿tiene alguna relación con España oculta, conceptualmente? ¿Conceptualmente? Pues al final es que me he convertido en una especialista en festivales, rituales, formas de vida, cosas de la vida cotidiana, de la calle… y siempre hay cosas parecidas, pero en España oculta hubo un intento de mostrar nuestros rituales y nuestras fiestas y darlos a conocer porque había una ignorancia absoluta y lo que es peor, ¡desprecio!.

    ¡Qué trabajo tan distinto retratar a la familia real! Fue otro encargo; han sido trabajos muy difíciles y los dos me dieron libertad absoluta. Lo único que me pidió Doña Letizia es que no quería joyas ni lujo, sino normalidad. Les dije que yo no era la persona adecuada, pero me dijeron que ya conocían fotógrafos de moda maravillosos, pero que me querían a mí. Los encargos siempre son un desafío, incluso los que te haces a ti misma porque vas más tranquila y más libre y sin la presión del tiempo.

    Curiosamente, Antonio López, que fue su profesor de pintura cuando usted estudiaba Bellas Artes, también retrató a la familia real y de forma muy distinta. Bueno, porque la pintura necesita esa actitud de las personas, y a mí el reportaje me ha dado rapidez y voy buscando también la espontaneidad; empecé con el retrato y cada vez estoy volviendo más al retrato, quizás porque a mí siempre me han interesado las personas, por eso en este reportaje de la India, eran tan amables todos, que decidí hacer retratos.

    ¿Qué es lo que le interesa de la persona para retratarla? Creo que la empatía porque, como no conoces nada de su vida, debe haber algo que te haga sentir próxima a ella; por ejemplo, en una escuela de ciegos, en la India, había una niña con unos ojos que eran como dos faros, yo sentía angustia y a la vez atracción… y hay una foto preciosa de ella que está tocando los ojos de su compañera. Te enamoras de las personas…

    ¿Qué significa pertenecer a la agencia Magnum? Al publicar España oculta un fotógrafo de Magnum me llamó y me dijo “me encanta tu trabajo, ¿quieres que hable con mis colegas?”, entonces no le contesté porque creí que no era el momento. Luego nos encontramos en Nueva York y le regalé mi libro; más adelante, en Valencia, compartí clases con otro fotógrafo de Magnum y me dijo: “Cristina, sería bueno que entraras en la agencia”; a mí no se me había pasado por la cabeza porque pensaba que no daba el perfil, no hago actualidad y voy muy a mi aire, pero Magnum ha ido abriéndose, quizás, más que con noticias, está con proyectos y cultura y adaptándose al terreno. Si no te adaptas y no creces, puedes desaparecer.

    Es Premio Nacional de Fotografía y ha ganado muchos otros premios. ¿Qué han significado tantos reconocimientos? Pues que tengo ya muchos años [sonríe]… No, quizás que me he dedicado con mucha seriedad a una profesión, que he trabajado mucho y que he arriesgado mucho. Quizás otro hubiera podido hacerlo mejor que yo, pero la gente no está dispuesta al sacrificio. Soy perfeccionista y no me doy por vencida nunca.

    Además, en los años 70, viajó por toda España con un 600. Bueno, sí, era un 600 de tercera mano [dice sonriendo] y mi madre me despidió como si me fuera a la guerra y mi hermano me escondió las llaves; tardé ocho años en tener un coche decente y entonces pude hacer muchos reportajes porque el coche me daba mucha movilidad porque en aquella época los transportes públicos eran muy malos y mis trabajos son eternos, duran mucho…¡Qué bien que para el proyecto de la India me hayan dado mes y medio! querían darme 15 días y les dije que en ese plazo no podía hacer un libro; yo sé lo que cuesta sacar unas pocas fotos buenas, hay que poner mucha, mucha energía y mucha ilusión.

    ¿Regresará a la India? Me gustaría, he hecho 67.000 fotografías, pero muchas son para dar como regalo porque la gente fue muy amable y ahora me toca corresponder. Ahora, el libro ya está hecho y el proyecto está cerrado: se trata de contar cómo es la zona donde fue Vicente Ferrer, cómo viven, cómo es la economía, la geografía y cómo han avanzado… Allí la mujer no es nada, por eso la Fundación desarrolla programas para ayudarla, para que no sea una carga económica y se la respete. Y he visto que la India tiene muchísimo futuro.

    cristina-g-rodero

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