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    Artífice de belleza, Guillermo Pérez Villalta

    Guillermo Perez Villalta

    Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948), uno de los representantes de la Nueva Figuración Madrileña de los años 70 y 80 y Premio Nacional de Artes Plásticas 1985, expone en la Galería Fernández-Braso de Madrid una selección de pintura, que es parte de un largo trabajo de dibujo realizado en los últimos tres años y en la que se trasluce su sensibilidad y su cultura. “Esta exposición es mucho más seria que la anterior, más profunda, más geométrica –asegura el artista- Hay series, unas más “surrealistas”, en el sentido de fantasiosas o imaginarias, ese lado de mi ser necesita salir… otras muy metafísicas… como una geometría inundada de luz.”

    ¿Cuál fue su primer recuerdo memorable con el arte?
    Quizás sería mi primera visita al Museo del Prado, cuando tenía unos 9 ó 10 años. Yo vivía en el sur, en Málaga y en Tarifa, y mis padres se trasladaron a vivir a Madrid cuando yo tenía 8 años y me llevaron al Prado. Aquella era la primera vez que veía arte, por decirlo así, porque hasta entonces el único que había visto era el de las iglesias.

    Estudió arquitectura, ¿cómo llegó a la pintura?
    Bueno, no es que llegara a la pintura a través de la arquitectura, he pintado toda la vida, aunque nunca me he sentido pintor; de hecho, no me gusta la palabra artista sino artífice, que es la que utilizo para describirme. Siempre he sentido gran atracción por la pintura, por la arquitectura y por el arte en general, así como por los objetos ornamentales, como candelabros, jarrones, telas… Me hice pintor porque era el medio más sencillo de expresar mis ideas y llevarlas a cabo, en arquitectura es más difícil.

    Ha escrito el texto para el catálogo de esta exposición, manteniendo su habitual postura crítica con el sistema…
    Siempre he sido muy crítico. Pienso que a partir de los años 90, el arte, en general, hizo desaparecer la pintura. Los que entonces pintábamos éramos seres casi marginales porque se creó una situación absurda a partir de unos principios ideológicos que se aceptaban como verdad, y a partir de ahí empezó un progresivo derrape que ha llegado hasta hoy. Considero que gran parte del arte actual es ajeno al concepto humanista del arte, se proclama que el arte debe tener un fin social… ¡no, no!, el arte nunca ha servido para nada, sólo para expresar todo aquello del espíritu humano que no tiene manera de expresarse, es decir, lo inefable… lo otro sería como hacer un documental, que pertenecería más a la antropología, pero no al arte…[dice sonriendo].

    ¿Qué importancia tiene la historia del arte para su pintura?
    Es esencial; no considero que la historia del arte sea una evolución sino un estado de cambio perpetuo. Me interesa el arte de todas las épocas y de todos los sitios porque también el oriental me ha influido enormemente, tanto de China, como de Japón, las miniaturas persas… Tengo una visión global del arte y de su historia. No considero que las cosas sean más o menos antiguas porque, toda nuestra contemplación del arte es desde la modernidad. Me gusta el arte clásico, pero mi visión de un primitivo italiano como Giotto es absolutamente distinta de la que tenían en su época. Yo lo estoy viendo con los ojos de la modernidad; me gusta Giotto porque lo veo moderno. Todo esto ha sido siempre mi bosque donde he ido a buscar lo que me ha interesado, desde un kimono japonés a un icono ruso…

    ¿Qué papel ha jugado el Pop Art en su trayectoria?
    Muy importante porque coincidió con mi juventud, con mi entrada en el mundo del arte real. Fue cuando empecé a exponer, a visitar galerías, hablo del año 66 ó 67. Fue como un flash, me abrió la mirada para mirar las cosas de la vida cotidiana con otros ojos y justamente este proceso fue el que me llevó al arte clásico. Si contemplaba una lata de Sopa Campbell o una Coca-Cola con ojos artísticos también podía mirar El Rapto de las sabinas de David con los mismos ojos… puede ser difícil de entender [dice sonriendo] pero realmente es así. Es como si me gustan unos tubos de neón… también puede gustarme un biombo rococó.

    ¿Qué le ha aportado a usted el mundo de Walt Disney?
    ¡Ah, Walt Disney fue decisivo para mí! Porque, desde luego, mis inicios al arte fueron con Walt Disney. La primera película que me llevó a ver mi padre fue Blancanieves que me dejó una huella para toda la vida… esa cosa de lo pérfido y del terror… el bosque de Blancanieves es una cosa que… [se interrumpe sonriendo] o la manzana que se transforma en calavera chorreante… yo debía tener seis años y se me quedó grabado. Cuando doy cursos de arte pongo Fantasía a mis alumnos y les propongo que la contemplen como una obra de arte, como un cuadro. Por eso Dalí estaba obsesionado también con Disney… hay una clarividencia en Disney, que también la tenían Dalí y Duchamp, sobre la relación entre el público y el arte. El artista no quiere ser elitista, yo no quiero serlo, me gustaría ser popular. Disney tuvo la capacidad de hacer un arte popular que tenía muchos sustratos y lo que parece una cosa dedicada a los niños, muy banal, incluso cursi, tiene un contenido muy profundo… bueno, sabemos que incluso el psicoanálisis ha ahondado en las películas de Walt Disney. Por ejemplo, El Cascanueces de Fantasía es una obra maestra, de formas y de contenidos, y hay una relación entre el mundo de la estética y el mundo popular absolutamente fascinante.

    ¿Qué tiene su obra de autobiográfica?
    Casi todo es autobiográfico, pero desde hace más de 20 años procuro que no lo parezca. En los cuadros de esta exposición, por ejemplo, es bastante difícil entender qué es lo que estoy contando. Es algo deliberado para que no se vea que es perpetuamente autobiográfica…  el problema es que no puede eliminarse la subjetividad… yo no tengo un estilo personal, lo que pasa es que mi obra se reconoce porque la hago yo. ¡Llevo años luchando contra el estilo!. No soporto la obra de estos artistas que llevan treinta años repitiendo los mismos gestos, las mismas formas, las mismas cosas… es un aburrimiento [dice sonriendo], pero bueno, es cuestión de ellos.

    Usted no pinta nada hasta que no tiene el cuadro en la cabeza con todos sus detalles desde la primera idea hasta el cuadro final; esto pasa por un proceso de muchos dibujos previos…
    Sí, sí, y para mí es un proceso muy divertido. Ahora se hacen muchas cosas con ordenador, pero a mí no me hace falta ninguna maquinita. Como duermo poco me da tiempo de pensar mucho las cosas [dice sonriendo]. Cuando tengo el esquema claro en mi cabeza empiezo a hacer los primeros garabatos, anotaciones muy esquemáticas con dibujos microscópicos, que apenas tienen 3 cm, una cosa mínima para que no se me olvide esa imagen y luego ya empiezo con el proceso de bocetos. Es un proceso largo porque puede haber varios esbozos y además, los medito muchísimo porque puedo corregirlos, ya que mi técnica en los cuadros, que es a base de transparencias y superposiciones, no permite correcciones y, como no puedo corregir la pintura, las formas deben estar perfectamente estudiadas, y una vez terminado el boceto lo dejo “en barbecho” quince días, un mes, incluso varios meses… entonces vuelvo a verlo y las cosas que no me parecen bien vuelvo a rehacerlas. Cuando me pongo a pintar el cuadro está todo muy medido.

    Y sin embargo, su serie Paisajes encontrados tiene mucho automatismo.
    Sí, sí, hay un gran automatismo que me gusta porque me permite sacar las cosas como de la nada… fundamentalmente consiste en empezar a pintar  algo como una bruma, un magma, y luego la contemplación de este fondo sugiere formas. Es lo mismo que decía Leonardo da Vinci que al mirar las manchas en las paredes empezaban a aparecer imágenes que nunca había imaginado ni visto. Es una sensación sorprendente, y resulta muy entretenido y también alucinante, en el sentido exacto de la palabra, como una alucinación.

    Usted defiende la pintura y el dibujo frente a las nuevas tecnologías, ¿qué cree que tiene la pintura que nunca podrá tener la tecnología?
    Siempre he sido muy cauto en todas las cosas de mi vida y cuando aparecieron estas tecnologías las observaba con prudencia. Claro que ofrecían muchas ventajas, pero cuando vi que mis amigos vivían absorbidos, decidí que yo no tenía tiempo para eso.  Ni siquiera tengo móvil, detesto el teléfono, me niego a llevarlo todo el día en el bolsillo, ni a ir a la playa con el móvil … [dice sonriendo] hay cosas que no aportan placer a mi vida, y si no las necesito no me interesan. Me siento más libre sin ellas porque para mí la libertad es fundamental, si no, uno acaba metido en una especie de enredo inmenso. Uno de los motivos por los que me fui de Madrid es porque tenía una vida social casi impuesta que me parecía absurda y decidí marcharme a Tarifa, aparte de que es mucho más bonito [sonríe], porque no quiero que me absorban cosas exteriores.

    Usted ha dicho: “No me gusta el mundo, así que he inventado uno en el que sentirme a gusto”. ¿Qué es lo que menos le gusta de este mundo?
    Es una forma de evasión, pero eso no tiene nada de negativo, de ahí han salido muchas cosas interesantes en el arte y en la literatura. No es que no me guste el mundo, pero hay cosas que no me gustan, por ejemplo, cómo se porta la sociedad. Y como tampoco voy a perder mi vida en una batalla como un predicador, pues creo que lo mejor es inventarme un mundo ideal y vivir de él ¡por qué no! Quizás mis melancolías vienen de eso, porque cuando salgo a la calle lo que veo no me gusta… no me gustan las derivas sociales de las cosas: las estupideces se ponen como verdades… Hay que pensar las cosas por sí mismo, no se trata de coger una ideología flotante por muy hermosa que parezca porque está ahí, sino que hay que meditar.

    ¿Qué es para usted la belleza?
    La belleza es lo inefable; precisamente esta noche estaba reflexionando sobre ello. Siempre me he sentido epicúreo y hace dos o tres días me propuse leer directamente a Epicuro, porque veía que su filosofía tenía mucho que ver con mi propio pensamiento. Él hablaba de placer y yo creo que se refería a la unión de la belleza y el placer, como si fuera una sola cosa. Como sabemos que Epicuro era también un poco ateo, eso es algo que para él supera el concepto de Dios. No sabemos qué es, pero sí que hay una emoción, una sensación, algo muy profundo que va mucho más allá de nuestra posibilidad de conocimiento: eso es la belleza. Toda mi vida he estado subyugado por esa idea de la belleza y como otra religión muy antigua, los maniqueos, era fundamental porque la belleza emanaba de Mani. Sigo pensando que nuestro concepto de belleza debe hacer la vida más llevadera, más agradable, más hermosa, como una endorfina. Este concepto extremo del placer, que sería la mística en su grado máximo, esa contemplación de no se sabe qué pero que inunda totalmente el cuerpo y nos empapa, lo llena todo y da sentido al Universo… pues eso es la belleza, eso que no sabemos qué es.

    Aunque se considera agnóstico, pinta asuntos bíblicos y evangélicos, ¿qué idea tiene usted de lo sagrado?
    Es difícil de explicar en pocas palabras. No creo en estas cosas pero me emocionan profundamente. Tengo una extraña relación con el mundo cristiano. Me parece que una Anunciación es una cosa tan bella… una mujer que de pronto va a concebir algo infinito… hay una belleza tan profunda. El mismo concepto de Isis, y la Virgen… algo que se ha perdido a lo largo de la historia, ese principio es tan bello, es algo que yo llamo la naturaleza dadora, y ese algo está en todas partes, se nota… No creo en las imágenes, pero ante ellas siento algo hermoso, bello, … entonces, ¿por qué voy a privarme de ese placer? He sentido esas cosas desde joven. De hecho tengo una casa en Sevilla fundamentalmente porque me gusta su Semana Santa [sonríe].
    En su mesilla de noche tiene un montoncito de postales de sus obras favoritas que contempla antes de dormir, ¿cuáles son sus artistas favoritos?
    Voy comprando postales en los museos, pero no puedo tener todas las de mis preferidos porque tendría demasiadas. He tenido durante muchos años pintura romántica alemana, casi simultáneamente me fascinó el Rococó, y tenía postales de Watteau y de Chardin, un pintor que me ha impresionado muchísimo, especialmente su última etapa, que me parece exquisita. Ahora, en Tarifa, la postal que está encima del montón es La Virgen de la silla de Rafael… con él siempre me pasa lo mismo: lo miro y digo ¡Dios mío, qué belleza! Según las épocas, voy cambiando la postal de arriba.

    Usted es coleccionista de sus mejores obras, ¿con qué criterio las elige?
    Me quedo siempre con un cuadro de cada exposición. El problema que tengo ahora es que aún tengo que elegir con cuál me quedo y voy a pedir consejo a algunos amigos. Colecciono mis pinturas para poder contemplarlas. Vendo mis cuadros porque tengo que vivir sino no los vendería, es que forman parte de mi vida.
    Ha legado toda su obra y su casa-estudio de Tarifa al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, ¿a qué condiciones está sujeta la donación?
    Esa donación la he meditado durante muchos años; hay una gran cantidad de pintura, quince cuadernos con 200 dibujos cada uno, escritos, muchas cosas… al no tener herederos directos, pensé en una Fundación pero no tengo dinero para ello; como el Reina Sofía ya tiene muchos cuadros pensé donarlo todo a mi tierra. La condición fundamental es que se conserve mi casa porque lo que dejo como donación es mi propia vida con todas mis cosas, mi casa es como una gran instalación, y la dejo para que la cuiden.

    Recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1985, ¿cómo afectó a su carrera?
    Pues lo positivo es que hubo un reconocimiento, pero también tuvo un lado negativo. Como era la primera vez que se lo daban a un artista tan joven los medios se volcaron en mí, me hice famoso y en las fiestas me lucían como un vestido de Chanel [dice sonriendo]. Fue algo muy perturbador. Mi obra se volvió más oscura y no fue hasta que me fui a Roma y cambiaron muchas cosas, que salí de este mundo oscuro.

    También ha diseñado joyas, ¿las sigue haciendo?
    Ya no las hago porque no tengo tiempo, pero me encantan… Encontrar talleres que me entiendan es difícil; llevo años intentando hacer vajillas, jarrones, teteras… Tengo la sensación de que la vida se me va yendo y no puedo hacer todas las cosas que quisiera. Una de mis grandes ilusiones hubiera sido crear un jardincito con pabellones, pero no creo que lo haga.

    ¿Es coleccionista de algún otro artista?
    No, porque mi colección es una enorme biblioteca, gigante, riquísima… Como las cosas que me gustaría coleccionar no puedo tenerlas, tengo buenísimas publicaciones de lo que me gusta. Las obras que tengo son de amigos, las hemos intercambiado, pero lo que sí he coleccionado son objetos; tengo vitrinas llenas de objetos variopintos que la gente dice que son kitsch y que a mí me fascinan, cosas absurdas y sin valor, además de jarrones de los años 50, lámparas de los años 50 y 60…, y todo lo voy a dejar con mi colección.

    Marga Perera
    Hasta el 10 de enero de 2015
    Precios: De 1.800 a 60.000 euros
    Villanueva, 30. 28001 Madrid
    www.galeriafernández-braso.com

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