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    Sandra Hindman: La dama de los anillos

    Hindman
    Los anillos, más que ninguna otra reliquia, arrojan una luz diferente sobre la religión, el arte, los sentimientos y los negocios de un mundo ya extinguido reviviendo a sus antiguos poseedores. Aunque los gabinetes con camafeos e intaglios eran muy apreciados en la antigüedad y fueron coleccionados con pasión por las personalidades más adineradas del Renacimiento, los anillos no alcanzaron la categoría de monumentos de arte e historia hasta mucho tiempo después.

    El gran salto en su revalorización se produjo en el siglo XVIII gracias a los amigos de la Sociedad de Anticuarios de Francia e Inglaterra que determinaron el significado e importancia de anillos recuperados de tumbas y ríos, que habían sido enterrados en campos o cuidadosamente preservados en colecciones particulares.
    El estudio de los anillos antiguos está unido a la literatura pues grandes autores, desde Cicerón a Chaucer, Shakespeare, Racine, Corneille o Balzac, hablaron de ellos con precisión en su contexto contemporáneo.
    Los anillos reproducidos en manuscritos iluminados, cuadros y esculturas revelan las diferentes maneras de lucirlos, y nos brindan pistas sobre la personalidad, identidad, estatus y el gusto de sus portadores.
    Esta apasionante rama del coleccionismo se ha mantenido viva, ya en nuestros días, gracias a la entusiástica labor de, entre otros, los coleccionistas Benjamín Zucker y Kanji Hashimoto. Tal como explica en el prólogo del catálogo de la colección Hindman la experta Diana Scarisbrick, los amantes de los anillos suelen especializarse en una categoría específica: conmemorativos, políticos, heráldicos, devocionales, sentimentales, o en un periodo concreto.
    La oferta en el mercado ha mejorado gracias al empleo del detector de metales, que en Reino Unido ha permitido descubrir excepcionales ejemplares medievales. Diana Scarisbrick cuenta que el mercado suele brindar a las instituciones públicas la primera oportunidad para hacerse con estas pequeñas joyas, pero si rehúsan o no tienen fondos, el dueño es libre de ofrecerlo al mejor postor. Un ejemplo ocurrido en junio del 2006: un anillo con diamante del siglo XIV se ofreció a un museo por 30.000 libras, la institución renunció, y entonces salió a pujas en Christie´s donde se remató por 82.000 libras. Ahora es el orgullo de una colección privada.

    Profesora emérita de Historia del Arte en la Universidad de Northwestern y propietaria de la galería Les Enluminures, con sedes en Chicago y París, Sandra Hindman ha participado como autora o co-autora en una decena de libros sobre los anillos en la antigüedad. Experta en manuscritos medievales y miembro del Sindicato Nacional de Anticuarios de Francia, la erudita americana nos revela en esta entrevista los secretos de su extraordinaria colección particular que comprende maravillosos exponentes merovingios, bizantinos, medievales y renacentistas, incluyendo alianzas matrimoniales, anillos sello, conmemorativos e iconográficos.

    ¿Cómo nació su pasión por los anillos antiguos?
    Cuando yo era joven, mi madre coleccionaba anillos victorianos -no joyas sino exclusivamente anillos– y me encantaba sacarlos de sus cajitas y mirarlos, también me gustaba admirarlos en sus dedos pues a menudo lucía varios al mismo tiempo tal como se hacía en la Antigüedad y el Renacimiento. Sin embargo, yo nunca tuve suficiente dinero para comprar anillos, ni siquiera victorianos, hasta que me convertí en joven profesora en la Universidad The Johns Hopkins de Baltimore. Fue a partir de entonces cuando me convertí en asidua visitante de una pequeña joyería local y también de exposiciones sobre antigüedades; en esta época empecé a comprar anillos victorianos a precios modestos. Lo paradójico es que, a pesar de que soy historiadora del arte con un doctorado en estudios medievales, no tenía ni idea de que existieran anillos medievales y renacentistas.
    La historia de la joyería medieval, y en realidad de casi todas las artes decorativas, no se enseñaba cuando yo estaba en la universidad, así que lo que me abrió los ojos realmente ocurrió en París cuando un jovencísimo anticuario me regaló un anillo como agradecimiento por haberle asesorado en una venta. La llama de mi pasión por los anillos medievales prendió exactamente en aquel instante.

    Después de más de veinte años coleccionando, ¿cuáles han sido sus descubrimientos más excitantes?
    Es muy difícil señalar alguno. Soy como una madre con muchos, muchos hijos; todos ellos son únicos, y todos tienen detalles especiales.
    Hay un anillo merovingio ‘arquitectónico’ que me llegó con muy poquísima información y que era descrito vagamente como ‘bizantino’. Al final resultó ser uno de los únicos catorce anillos merovingios arquitectónicos que quedaban en manos privadas, casi todos los demás están en importantes museos.
    Mientras hojeaba el catálogo de la famosa colección española de Ernest Guilhou, un maestro del hierro español que murió en 1921, descubrí que este anillo había estado en su colección, y eso me llevó a identificarlo más adelante en una publicación de 1900 de Deloche que apuntaba que un granjero lo había encontrado mientras cultivaba sus viñedos en 1884. No todos los anillos tienen estas largas historias verificadas. Otro anillo extraordinario, éste del Renacimiento, está decorado con perlas ‘ronde-bosse’, figuras esculpidas y esmalte rojo. Lo descubrí en la galería de un marchante de pintura en Nueva York que lo había comprado como un capricho, y luego me lo regaló a mí. Hasta ahora, no hemos sido capaces de descifrar su temática pero en su categoría, técnica y estado de conservación no tiene parangón.

    ¿Cuáles son los ejemplares más raros de su colección?
    Este es un mercado muy pequeño y restringido, por ello todos mis anillos son singulares porque hay muy pocos en circulación. Sin embargo, los que datan de antes del año 1000 son, con seguridad, los más inusuales, especialmente desde que las grandes colecciones del pasado ya están en su mayoría en los grandes museos. Uno de los anillos más insólitos (y eso no quiere decir que el más caro) es un anillo amuleto con figuras grabadas de los Tres Reyes Magos. Al recitar los nombres de los Tres Magos, los viajeros quedaban protegidos frente a todo tipo de adversidades y, también, el anillo proporcionaba una cura para la epilepsia o la ‘enfermedad de los desvanecimientos’ tal como alude una figura caída a los pies de los Reyes.

    ¿Cuál es su periodo favorito?
    Soy historiadora del arte y especialista en Renacimiento nórdico y Gótico, pero curiosamente, en cuanto a los anillos, éstos no son mis periodos favoritos. Mis sortijas preferidas datan de antes del año 1000, cuando tras la caída del Imperio romano, las tribus bárbaras del norte y el este invadieron la Europa occidental, y se extendieron hasta el periodo merovingio. Su factura técnica y gran belleza contrastan con la idea que tenemos de este periodo –llamado a menudo ‘la edad oscura’- y la naturaleza itinerante, e incluso ‘bárbara’ de la cultura y la sociedad de entonces. Por ejemplo, el anillo al que antes hacía referencia estaba compuesto por 35 elementos diferentes de oro soldados juntos.
    Sabemos que los anillos Hunos, con bellos fragmentos de granates dispuestos en diseños geométricos, se hallaron a lo largo de las rutas de invasión de Atila el Huno. Imagínese a Atila y sus guerreros sentados en su campamento en torno al fuego la noche anterior a la batalla y, al mismo tiempo, enterrando sus tesoros de oro. O está mi, aparentemente sencillo, anillo Vikingo con sus alambres trenzados. El poema épico anglosajón Beowulf narra cómo la Reina entregó estos anillos a los guerreros antes de la batalla y cómo los combatientes se llamaban a sí mismos ‘portadores de anillos’ y a sus anillos ‘los anillos del dinero’.
    Estos anillos evocan vívidamente un pasado cuyo arte aún permanece accesible. Los coleccionistas del siglo XX perdieron el interés por los anillos disuadidos por el alarmante número de falsificaciones.

    ¿Cómo definiría la situación actual?
    Hoy existen más coleccionistas de los que puede satisfacer el mercado. El resultado es que existe una gran competencia por hacerse con los ‘mejores’ que raramente suelen aparecer en los catálogos de subastas. De hecho, a diferencia del resto de áreas del arte, podemos decir que, virtualmente, no existe un mercado de subastas para anillos. Entre el 2006 y el 2009 solo dos ejemplares importantes salieron a pujas; aunque es imposible calcular cuántos más (con seguridad, muchísimos más) cambiaron de manos de forma privada o a través de anticuarios. El mercado actual es más sofisticado que el de hace un siglo, y tanto coleccionistas como anticuarios son más rigurosos exigiendo mayores garantías de autenticidad. Un ejemplo que parece funcionar bien es la Treasure Act de Reino Unido a través del cual cada tesoro ‘encontrado’ debe ser examinado por un comité nacional de expertos que tienen el “derecho al primer rechazo” y eventualmente a conceder los papeles de exportación.

    ¿Qué consejos daría a alguien que quiera coleccionar anillos antiguos?
    Dado que las posibilidades de comprar en subasta son virtualmente inexistentes, cada comprador potencial debería ponerse en manos de uno o varios anticuarios de reconocida solvencia, que le informen y le hagan llegar piezas que puedan ser de su interés –y que estén dentro de su presupuesto. Un anticuario serio siempre les ofrecerá realizar una especie de intercambio parcial de un anillo comprado anteriormente y la nueva adquisición. Finalmente, y lo más importante, guíese por su pasión.

    ¿Cuáles son los anillos más buscados por los coleccionistas?
    Es difícil de decir. Este es un pequeño ‘nicho’ donde la información de la que puede disponer un anticuario normal, dada la propia naturaleza del mercado, es meramente anecdótica. Es un campo muy diferente al de otros tipos de joyería, más modernos, en parte por el hecho de que las piedras no influyen en el valor de un anillo. Las piedras están sin tallar (aunque pulidas) porque en la Edad Media se creía que si Dios hubiera querido que estuvieran talladas, las habría creado así en la naturaleza.
    Los anillos renacentistas pueden ser más caros. Pero si un anticuario adquiere un anillo asociado a un famoso gobernante, o que luzca una piedra extraordinaria, o sea inusualmente grande o técnicamente sofisticado, podría ser más ‘cotizado’.

    ¿Se arrepiente de haber dejado escapar algún anillo?
    Eso no forma parte de mi personalidad. Creo firmemente que debes vivir a tope el presente. Si algo no sucede, siempre existe una razón subyacente. Algo mejor te espera más adelante.
    Adoro todos mis anillos, y también me gustan muchos que pertenecen a otros coleccionistas, pero no los codicio ni lamento que se hayan escapado de mis manos.

    Jorge Kunitz
    www.lesenluminures.com

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