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    Pilar Citoler, la razón apasionada

    Nacida en Zaragoza en los convulsos años de nuestra Guerra Civil, Pilar Citoler creció en un hogar en el que además de inculcarle la sensibilidad por el arte, alentaron su espíritu independiente. Tras licenciarse en Medicina, a mediados de los años sesenta, se trasladó a Madrid para estudiar Estomatología siguiendo los pasos profesionales de su padre. Una vez en la capital empezó a frecuentar galerías de vanguardia y a dar forma a su colección, llamada Circa XX, que ha llegado a integrar un millar de piezas. Su labor de mecenazgo ha sido reconocida con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, además de ser nombrada presidenta del patronato del Museo Reina Sofía. Vanessa García-Osuna. Foto: David García Torrado

    ¿Se nace o se hace coleccionista? Creo que la primera opción [dice sonriendo] Ya de pequeña recopilaba las cajitas y frascos que mi padre usaba en su práctica profesional de odontólogo, y recuerdo también que tenía una caja donde guardaba con esmero los papeles de celofán de colores con los que se envuelven las deliciosas ‘frutas de Aragón’. Mi primera colección, sin embargo, fue de cerámica popular española: de Puente del Arzobispo, de Muel, de Talavera de la Reina, de Alcora…. Fue una colección de juventud sin mayor trascendencia.

    ¿Había antecedentes familiares? Bueno [dice riendo] un tío mío, que fue un torero frustrado, apodado “El Colcha”, era un personaje bohemio que coleccionaba todo tipo de objetos relacionados con la tauromaquia que le habían regalado algunos de los matadores más insignes de la época, Manolete, Belmonte, Bienvenida…

    ¿Cuáles fueron sus primeras experiencias con el arte? De pequeña mis padres me llevaban a visitar museos, de hecho, fueron ellos quienes me inculcaron una cierta sensibilidad para apreciar el arte. Tampoco nos perdíamos las contadas exposiciones que organizaba el Casino Mercantil de Zaragoza, eran de artistas locales pero un buen pretexto para ver arte. Y, por supuesto, estaba Goya, cuya figura en Aragón es muy alargada. De mis primeras visitas al Prado me quedo precisamente con él, además de Velázquez y El Greco, un artista transgresor cuya originalidad me impactó.

    Su padre le inculcó un espíritu independiente. Sí, él tenía una mente avanzada para la época, además al tener cuatro hijas, se esforzó por enseñarnos que debíamos ser independientes, saber valernos por nosotras mismas. No quiso que nos sometiéramos a los cánones establecidos: casarnos, tener hijos y limitarnos al entorno doméstico.

    ¿Recuerda su primera adquisición? ¡Cómo olvidarla! fue un cuadro abstracto de José Caballero, escenógrafo de La Barraca, la compañía de teatro universitario impulsada por García- Lorca, que fue amigo de Alberti, y de tantos otros poetas de la Generación del 27. Le conocí a él y a su mujer María Fernanda Thomas de Carranza, a través de unos amigos comunes y compré la obra en la galería Juana Mordó.

    ¿Cómo era Juana Mordó? Una mujer muy enigmática e introvertida. No era usual que se diera al diálogo pero cuando tuvimos la oportunidad de estrechar la relación (yo era una asidua de su galería) descubrí a una encantadora conversadora. Ella exponía también al grupo El Paso, algunos de cuyos componentes se convirtieron con el tiempo en pacientes míos. A Saura, por ejemplo, lo conocí por primera vez en París, era un aragonés adusto pero con una personalidad magnética. Coincidí con él muchas veces porque los dos teníamos casa en Cuenca. En la galería de Juana conocí también a Feito, a Zóbel, a Rueda, a Torner …. El Museo de Arte Abstracto de Cuenca ha jugado un papel muy importante pues puso al alcance del ciudadano un arte difícil de introducir en la sociedad.

    ¿Cuándo es consciente de haberse convertido en coleccionista? En aquella época éramos contados los que comprábamos arte. Poco a poco mis amigos empezaron a hablar de mi “colección” por lo que me convertí en “coleccionista” sin apenas darme cuenta. Alfonso de la Torre, por su parte, me ayudó a sistematizarla. Además de la galería de Juana Mordó, frecuentaba la de Fefa Seiquer, que estaba especialmente atenta al arte joven, la de Fernando Fe que dirigía el poeta Manolo Conde y la de Ynguanzo, que llevaba Pitty Santa Cruz de Ynguanzo asesorada por el prestigioso crítico francés Michel Tapié, el mismo que acuñó el concepto de “arte informal”. Ynguanzo fue pionera en exponer en Madrid el pop americano de Warhol y Lichtenstein, a Dubuffet o el grupo Gutaï.

    ¿Qué artistas descubrió en sus inicios? Me hice muy amiga de Elena Asins, que era una personalidad poderosa, una creadora con unos planteamientos vitales y artísticos muy sólidos. También recuerdo a Guillermo Pérez Villalta a quién conocí de la mano de Fernando Vijande, en la galería Vandrés. A Fernando lo recuerdo muchísimo, fue un galerista singular. Nos hicimos amigos, y también fue mi paciente.

    En sus fondos hay una destacada presencia femenina. Sí, y con muchas he forjado además una relación de amistad, como con Eva Lootz o Elena Asins. En los últimos tiempos ella vivía en un pueblecito de Navarra, pero cuando iba a venir a Madrid, me llamaba la semana anterior para que nos viéramos. Elena era la anti-frivolidad personificada, alguien austero volcado en la investigación. Las mujeres artistas lo han tenido difícil para vivir de su trabajo, y hace 30 o 40 años, su condición femenina era un obstáculo añadido. Siempre he comprado lo que me gustaba, pero quizá sí, de una manera indirecta e inconsciente el hecho de que la autora fuera mujer me hacía prestarle una atención especial; sentía que estaba menos protegida, o menos reconocida en el mercado del arte, algo que, afortunadamente, se ha ido corrigiendo.

    También apostó por artistas que principiaban sus carreras. Algunos se habrán quedado por el camino… De los autores que he coleccionado, diría que un 20% no cumplieron las expectativas que había sobre ellos pero me da igual porque me siguen emocionando. Nunca he adquirido nada pensando en términos de inversión. Lo que me gratifica es tener conmigo cuadros como éste de Concha Jerez [dice señalando la pintura que cuelga en su despacho] que pudiera parecer ininteligible porque todo lo escrito está tachado. Pero yo sí que lo entiendo. No ves nada, pero lo ves todo. Concha es una artista que me tiene atrapada, es una mujer cultísima que tiene claro lo que quiere hacer, y se dedica a ello de forma intensa y comprometida.

    ¿Dónde ha hecho sus compras? Soy gran defensora de las galerías, el 90% de mi colección la he comprado en ellas. Nunca me he dejado influir por asesores, comisarios o marchantes. Me dejo llevar por la intuición, el gusto personal y la emoción. Tampoco me he fijado un presupuesto sino que he ido comprando de forma espontánea, y gracias a que las galerías me han dado facilidades. A veces se me acumulaban las compras, no había terminado de pagar una y ya tenía otras dos más, en fin, situaciones límite…

    ¿Cuáles supusieron un mayor esfuerzo? No sabría decir, ahora me viene a la cabeza una serigrafía muy grande de Cristina Iglesias, seguro que hubo otras más costosas, pero recuerdo ésa en concreto…

    ¿Hay en su colección un hilo conductor? Aunque sea bastante heterogénea, creo que sí, y que la dota de una coherencia suficiente que permite verla como una pequeña enciclopedia del arte del siglo XX.

    Usted ha donado 1.200 obras, pero ha querido conservar unas 300. ¿De cuáles no ha querido separarse? Me he quedado cosas más pequeñas o con un significado más íntimo y personal. Pero he seguido comprando porque esto es una obsesión que no tiene cura [dice riendo]. De la mayoría de los artistas tengo una o dos piezas pero luego hay otros, como José Caballero, Elena Asins, Luis Feito, Luis Gordillo o Evru, entre otros, de los que he reunido mucha más obra.

    Si una colección es un retrato de su dueño. ¿Qué cuenta la suya de usted? Yo creo que la define su carácter heterodoxo porque igual me puede gustar un figurativo, que un hiperrealista o un abstracto. Por ejemplo [dice señalando un gran lienzo en azules] encuentro este cuadro de Antonio Mesones que compré a la galerista Pilar Serra tremendamente evocador porque visto de lejos parece liso, pero de cerca, se aprecian pequeñas ondulaciones en la pintura que le dan al color unas texturas sugerentes. Según la luz que incida parece una aurora por el difuminado de los tonos azules.

    Y justo al lado tiene una pareja de trilobites prehistóricos. ¿Le interesa la arqueología? Me encanta, pero no te puedes dedicar a coleccionar todo porque te desbordaría en todos los sentidos. Yo he querido centrarme en el arte contemporáneo porque es un reflejo del tiempo que me ha tocado vivir.

    ¿No se siente intimidada por los nuevos medios? En absoluto, tengo una veintena de vídeos aunque no dispongo de todo el tiempo que desearía para visionarlos con calma… y he empezado también hace unos años con las instalaciones.

    Tengo entendido que rota todas sus obras pero hay algunas que nunca cambia de sitio. En casa tengo pocas obras y no muy grandes. Siento una conexión especial con un dibujo con collage de Le Corbusier, Deux personnages no 64 que siempre ha estado cerca de mi. Lo compré en la feria Art Basel. También me ha gustado rodearme de muebles bellos y antigüedades, por ejemplo, tengo un precioso tapiz flamenco mitológico del siglo XVII y un dibujito a lápiz de Torres García de 1937.

    ¿De qué obras no se separaría nunca? De aquellas que están dedicadas. Por ejemplo, de Gordillo tengo bastante obra, es un amigo muy querido. Luego, cada pieza te transmite sensaciones, emociones e impresiones difíciles de expresar. ¿Por qué me gusta éste Feito? [dice mirando una vibrante estampa] pues porque evoca el arte oriental, el japonés, su combinación de tonos es cautivadora, su paleta va desde el rojo hasta el violeta y el negro. La emoción que desprende es indescriptible.

    Como promotora de un Premio de Fotografía, ¿cómo ha vivido la eclosión del medio en nuestro país? La fotografía ha vivido un notable auge en la última década. A raíz de esta gran ola de interés, muchos fotógrafos que estaban haciendo una obra publicitaria o de moda se especializaron en una fotografía de autor, más artística. En paralelo han surgido ferias y galerías especializadas. La fotografía ha ampliado y democratizado el arte contemporáneo.

    ¿Qué valoración hace del mercado del arte español? Creo que ha entrado en una dinámica muy positiva. Hay ciudades importantes, desde un punto de vista demográfico y de tejido industrial, en las que se ha desarrollado una base coleccionista significativa. El hecho de que hace cinco años se creara una asociación de coleccionistas como la 9915, que ya cuenta con 70 miembros, es una prueba de que el coleccionismo cada vez es más sólido y extenso. Y mejor formado.

    ¿Cuál ha sido la última exposición que ha visto? La que CaixaForum dedica a De Chirico. Es un artista que me fascina. Tuve un dibujo suyo de los años 50, L’archeologo, que ahora está en Zaragoza y que adquirí en París, en la feria FIAC. Y también la de William Kentridge en el Reina Sofía, aunque más modesta que la celebrada en Nueva York hace cuatro años pues se centra en escenarios de conflictos y en el compromiso social y crítico de la sociedad sudafricana.

    ¿Y cuál ha sido la última obra que ha comprado? Un óleo de Juan Uslé que he adquirido en la galería madrileña Moisés Pérez de Albéniz. Es un cuadro que evoca al Uslé más clásico, su línea abstracta de pinceladas paralelas, muy exactas..

    ¿Qué supone que su colección esté en el Museo Pablo Serrano, del que fue gran amiga? Presumo de que Pablo Serrano me tenía muchísimo afecto. No olvido el empeño que puso en hacer una escultura de mi cabeza pocos años antes de morir. Recuerdo ir a su estudio y verle modelar el barro mientras, poco a poco, iban emergiendo mis rasgos. Posé para él tres o cuatro veces, y, como modelo, me transmitía paz y sosiego.

    ¿Le ha retratado alguien más? Sí, me hizo un retrato, que también está en Zaragoza, Wolf Vostell, que tiene un museo en Malpartida (Cáceres). Fui gran amiga suya y de su mujer Mercedes Guardado. Vostell era una persona muy generosa con un carácter bastante extrovertido. Un día vino a mi consulta y me tomó varias fotos. ¡Cuando salió ya había decidido que me quería hacer un retrato!.

    ¿Qué artista le hubiera gustado que le retratara? No me hubiera importado que lo hiciera Miró, ni tampoco Calder, aunque me parece que no hicieron retratos [dice divertida]

    ¿Qué le ha dado el arte? Me ha abierto una dimensión nueva dentro de mi manera de pensar, de sentir, de valorar. También ha sido una vía de escape a la frialdad de un trabajo como el mío, clínico, de odontóloga. Y me ha acompañado a lo largo de la vida. Como un amigo fiel que nunca te falla.
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