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    Floreciente Sorolla

    La subasta de Pintura Europea del siglo XIX, que se celebra hoy en la sede londinense de Sothebys presenta un importante lienzo inédito de grandes dimensiones de Joaquín Sorolla, Mujeres griegas en la orilla, de 1895, que respira la atmósfera de las mejores escenas mediterráneas del pintor. La obra fue encargada por el Marqués de Valdeterrazo a Sorolla en 1895, para decorar su palacio madrileño de la calle Hortaleza, quien pagó por esta pintura 2.000 pesetas. La tela permaneció en la casa de los marqueses hasta 1985, momento en el que pasó a la colección familiar en la que se ha conservado hasta hoy. A pesar de la novedad de este trabajo, se trata de una obra de gran trascendencia dentro de la trayectoria de Sorolla, al ser una de las primeras grandes decoraciones que realiza. Ese mismo año, en 1895, el pintor había triunfado en París. Su lienzo La vuelta de la pesca había ganado la Medalla de Oro del Salón de París y había sido adquirida por el Estado Francés para el Museo de Luxemburgo. Gracias al prestigio adquirido, a su vuelta, el marqués de Valdeterrazo le encarga esta exquisita obra. Al año siguiente realizaría para el gran terrateniente chileno Rafael de Errázuriz una decoración similar para su mansión de Valparaíso, consolidando así su faceta como decorador. Este conjunto de obras constituyeron un punto de inflexión en la carrera de Sorolla pues, a partir de estos momentos, su proyección internacional crecería exponencialmente. “Nadie que no viva en París – decía ese año el crítico Bonafoux en El Heraldo de Madrid – puede hacerse a la idea de lo que el triunfo del Sr. Sorolla significa”. La pintura presenta a dos delicadas muchachas vestidas con túnicas helénicas, que recogen flores en un agreste espacio de la costa mediterránea, donde el azul profundo del mar sirve como marco para las adelfas y almendros que pueblan la orilla. La pose de una de ellas está inspirada en la Diana de Gabii, atribuida a Praxíteles, y que Sorolla había contemplado en el Museo del Louvre el mismo verano que comenzó esta obra. Sorolla demuestra, sobre todo, su conocimiento de las modas decorativas finiseculares, inspirándose para esta decoración en las temáticas neogriegas, puestas de moda en estos años por Sir Lawrence Alma-Tadema y Frederic Lord Leighton, a los que admiraba profundamente a raíz de su visita a la Exposición Universal de París de 1889, y con los que mantendría una afectuosa relación. De hecho, el propio Alma-Tadema diría públicamente de Sorolla que “hacía olvidar los días de niebla por el glorioso sol de sus pinturas”. Sorolla concentra una parte de su atención en la recreación de las túnicas blancas de las muchachas. El magistral uso de los blancos fue uno de los lugares comunes de los grandes artistas internacionales de fin de siglo, como Whistler, Sargent o Chase, que mostraban así su devoción a los viejos maestros, especialmente a Velázquez y a Franz Hals. El escenario elegido por el artista para ubicar a sus mujeres griegas es, como no podía ser de otra manera, la costa mediterránea. El mar de Sorolla aparece inconfundible en la frescura de su movimiento, y sirve como marco del salvaje entorno natural, donde florecen las adelfas rosas y amarillas, unas flores características de Valencia, que Sorolla adoró y trasplantó al jardín de su casa madrileña, actual Museo Sorolla. De la misma manera, el pintor hace un canto a la incipiente primavera a través de las ramas de almendro florecidas, tratadas, en la parte superior del lienzo, con una sutil delicadeza japonesa. Fiel a su tradicional tratamiento de la luz, del color y del mar, Sorolla integra en Mujeres griegas en la orilla (820.000 a 1,1 millones de euros) lo mejor de su producción de estos momentos, demostrando su perfecta integración en las tendencias artísticas más cosmopolitas.

    Sorolla

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