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    Ángeles Santos: «Decían que era un genio pero nunca me lo creí»

    “El primer retrato que pinté (La tía Marieta) era el de la hermana de mi abuelo que estaba casada sin hijos. Yo no tendría ni diecisiete años. Ha quedado retratada tal como era, haciendo media con agujas para niños pequeños. Fue un cuadro que gustó mucho a todo el mundo. Recuerdo que estaba en Portbou y el Ayuntamiento me dedicó una exposición”. Así evoca sus comienzos Ángeles Santos (Portbou, 1911) una niña prodigio cuyo precoz talento estimulaba la directora de su colegio haciéndole copiar láminas de Ingres. En la historia de la pintura por sus dos emblemáticos lienzos Un mundo y La tertulia, que compró María Corral para el Museo Reina Sofía de Madrid, y a punto de cumplir un siglo, la pintora retiene la serena belleza y los etéreos ojos azules que enamoraron a Emili Grau Sala. La artista catalana accedió a ser entrevistada para nuestra revista y se presentó a la cita risueña y vital acompañada de su hijo, el pintor Julián Grau Santos y de Alberto Vega, director de Albert Gallery donde expone con regularidad sus últimas creaciones. Fue un encuentro entrañable que se prolongó durante horas en el que con una admirable lucidez (‘siempre he seguido con interés las críticas que hacían a mi obra’) recordó los episodios más significativos de su vida ahondando en detalles y anécdotas en una conversación que tiene ya valor histórico. Vanessa García-Osuna

    “De joven tenía la costumbre de regalar mis pinturas, no las vendía, ¡no sabía qué era el dinero!”, confesaba con una risa tímida reconociendo que “como mi padre era inspector de aduanas gozábamos de una posición muy holgada que permitía a mi familia encargar mis vestidos a las Galerías Lafayette de París”.
    Los tempranos logros de esta artista adolescente no pasaron desapercibidos para sus contemporáneos. En un artículo publicado en El Norte de Castilla en 1928, Francisco de Cossío testimonió que “La revelación más interesante de la exposición organizada por la Academia de Bellas Artes, nos la ha dado la joven expositora Angelita Santos. He aquí un caso de precocidad verdaderamente extraordinario, pues esa muchacha no cuenta sino dieciséis años (…)”.
    Sólo entre 1928 y 1930, pintó 16 cuadros en una etapa de frenética creatividad que acabó quebrando su salud llegando a convencerse de que su pintura, oscura y dramática, era la culpable de su sufrimiento “empecé a pintar flores porque decidí que no quería pintar cosas tristes. Me dije a mí misma ‘ya no pinto más cuadros estrambóticos, de ahora en adelante sólo haré cuadros del jardín’. Durante la conversación, salió de sus labios una frase lapidaria que explica por qué abandonó temporalmente la pintura “dejé de pintar porque no quería sentirme extraña”

    Un mundo
    Ángeles Santos conoció el éxito con apenas dieciocho años. Era un espíritu inquieto y desbordado que, en 1928, deslumbró a la crítica y a los intelectuales con Un mundo, una composición en la que dando rienda suelta a su exuberante imaginación, se convirtió en una obra maestra del surrealismo español. “Para pintar Un Mundo me inspiré en los viajes en tren que hacíamos por España con mi padre, que lo trasladaban de destino cada tres años. Durante aquellas travesías me asomaba a la ventana y mis ojos captaban todos los detalles. Un día al llegar a mi casa, le dije a mi padre ‘quiero un lienzo para pintar el mundo’. Mi padre lo encargó a la sala Macarrón. ¡Hubo que unir dos bastidores enteros! (320 x 340 cms). Me subía a una escalerita para pintar, y puse un colchón a los pies del cuadro, en el suelo. Allí me echaba y cuando surgía una idea de madrugada me levantaba corriendo para reflejarla en el lienzo. Tardé en pintarlo sólo un mes porque ya lo tenía en la cabeza. Yo había escuchado entonces que el hombre llegaría al planeta Marte y eso me impresionó. Pinté ese cuadro para que lo enviaran allá y que los marcianos supieran cómo era nuestro planeta Tierra. Como pintar el mundo redondo me resultaba más complicado, lo hice en forma de un cubo, y ahí cabían muchas cosas, como las ciudades y la gente. Abajo pinté unos extraterrestres, con un cuerpo con un armazón de alambre, sin pelo y sin orejas. Junto a ellos hay otros seres pequeñitos que cogen la luz del sol con una tea y encienden las estrellas. Me inspiré en un poema de Juan Ramón Jiménez” y cita de memoria los versos: ‘…ángeles malvas / apagaban las verdes estrellas. / Una cinta tranquila / de suaves violetas / abraza amorosa / a la pálida tierra» mientras sus ojos azules desprenden un brillo especial’.
    Ese mismo mes acabó también Tertulia, considerado uno de los grandes exponentes de la influencia de la Nueva Objetividad alemana en la pintura española de los años veinte. Una obra que recuerda a las de Tamara de Lempicka y, a la vez, a las de Balthus. “Junto al caballete, tenía un piano y para relajarme tocaba melodías de Albéniz o Granados. El piano también me gustaba mucho, pero elegí la pintura”.
    Un año antes, habían visto la luz otras dos de sus obras clave: La Marquesa de Alquibla y su Autorretrato. “Mi autorretrato lo pinté cuando tenía diecisiete años. Puse frente a mí un armario con luna y me miraba al espejo. Me retraté tal como iba habitualmente, yo solía ir muy mal vestida, hasta pensaban que podía ser una pobre. No le daba importancia ni a la ropa, ni al peinado, ni a mí. A veces me fumaba un cigarrillo. Casi ni comía por irme a toda prisa a pintar. Recuerdo ir por la calle con mi padre y que los chiquillos al verme murmuraban ‘qué rara es’. El autorretrato refleja a una joven de aspecto rebelde y mirada intensa en un cuadro de técnica y lenguaje ya
    maduro.

    Grau Sala
    Antes de conocer al que sería su marido y de quién fue musa principal, Emili Grau Sala, Ángeles Santos tuvo entre sus ilustres pretendientes a Ramón Gómez de la Serna “un día vino a verme y me reconoció que pensaba haberse casado conmigo pero que me había encontrado demasiado rara y había pensado ‘uy, ésta a lo mejor me abandona’. Lo recuerdo con cariño, fue muy amable, vino a mi casa de Valladolid a conocer a mis padres y se quedó una noche. Pero no se atrevió a dar el paso, imaginó que luego lo dejaría y me iría”. Antes de eso, Gómez de la Serna había escrito en La Gaceta Literaria de 1930 “Ángeles Santos toca el cielo con las manos”.
    “De Grau Sala me enamoré porque era pintor. Le conocí en una galería de arte que había acudido a visitar con mi abuela. Al salir nos invitó a tomar una horchata en una cafetería cercana, y terminó acompañándonos a casa. Cuando llegamos a Portbou mi abuela dijo ‘és molt bon noi’, hazle caso’. Y eso hice. Por mí no hubiera hecho nada, a fin de cuentas sólo lo había visto una vez y no me había fijado mucho en él, había estado más pendiente de los cuadros que exponían”.
    La influencia de Grau Sala fue otro factor determinante para que su pintura cambiara de rumbo “me dije ‘ya no pintaré esos cuadros tan horribles’, y decidí imitarle aunque no me salía, intentaba hacer cuadros agradables a la vista, bonitos”.
    Relacionada con casi todos los componentes de la Generación del 27 (“recuerdo con especial cariño a Federico García Lorca, era una persona simpática y sencilla, cuando él hablaba se callaban todos. Había leído su poesía, tenía en ese momento un libro suyo, Romancero gitano, y él me lo firmó, y también a Jorge Guillén”).
    “Con Grau Sala visité en París los grandes museos. Al principio vivíamos en un estudio interior muy triste, ¡solo entraba el sol en verano quince minutos!. Un amigo le dijo a mi marido ‘alquila un piso porque tu mujer acostumbrada al sol de España no puede vivir ahí’. Nos instalamos en un piso levantado sobre un terreno cedido por unas monjas. Cada día me asomaba y veía el jardín de las monjas, les hice muchos dibujos…” rememora.

    Espíritu incansable
    Siguiendo el ejemplo de Picasso quien decía “las musas siempre me pillan trabajando”, Ángeles sigue cogiendo los pinceles a diario para retratar distintos ángulos y detalles de su jardín “pinto mañana y tarde. En silencio, concentrada. He pintado el retrato de mi hijo, que me ha costado mucho porque es muy inquieto, no aguanta sentado ni cinco minutos ¡al final he tenido que hacerle una foto!” confiesa entre risas “aunque yo también me muevo mucho, me gusta ir de aquí para allá con mi bastón. En mi jardín me entretengo recogiendo ramas secas y agrupándolas en montones que dejo bien ordenados para el jardinero. Ésta afición me puede venir de mi abuelo que fue labrador”.
    En su última exposición en Albert Gallery –junto a una selección de obras de Grau Sala, Grau Santos, Fabio Hurtado y Patricia Tavera- se brindan una docena de sus más recientes trabajos destacando una pequeña joya antigua, un delicado retrato titulado Niña en azul con muñeca, fechado en 1938, cuando estaba en la cima de su carrera.
    “Nunca pienso en agradar al público. Cuando pinto sólo pienso si me satisface a mí. Mi momento favorito es el atardecer, una vez leí que el paisaje es más bonito cuando lo acarician los últimos rayos de sol”.

    Angeles Santos

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