«Los acontecimientos de mi vida darían para más que una novela. Se necesitaría una epopeya, la Ilíada y la Odisea, y un Homero para contar mi historia. No la contaré hoy, no quiero entristecerte. He caído en un abismo. Vivo en un mundo tan curioso, tan extraño. Del sueño que era mi vida, esta es la pesadilla… », fue la confesión que Camille Claudel (1864-1943), internada en el manicomio de Montdevergues, hizo a su amigo y marchante Eugène Blot. La mayor de tres hermanos, Camille Claudel nació en una familia burguesa, en un pequeño pueblo cerca de Soissons. Desde pequeña, sintió el impulso de modelar con arcilla, y decidida a seguir su vocación, se trasladó a París para matricularse como estudiante en la Academia Colarossi. A los 18 años, ya era discípula del escultor Alfred Boucher, quien, tras verse obligado a regresar a Italia, le pidió a Rodin que se hiciera cargo de la instrucción de Camille y las otras alumnas que compartían el estudio con ella. Desde el principio, los cercanos a Camille, incluyendo a su hermano el poeta y escritor Paul Claudel, fueron testigos de su temperamento ardiente, su carácter dominante, su ingenio cáustico y, más tarde, la violencia aterradora de su personalidad excéntrica, así como su salvaje sentido del humor. Desde 1882, cuando se conocieron por primera vez, hasta 1892, cuando se separaron, Camille Claudel y Auguste Rodin no disfrutaron de un instante de paz ni estabilidad.
“Ojalá que la gente supiera más sobre su arte que sobre su vida”, se lamenta Jean-Baptiste Auffret, director de la parisina Galerie Malaquais y fundador del Comité Camille Claudel, uno de los máximos expertos en la genial y atormentada artista. Auffret, que ha vendido obras de Claudel a museos como el Art Institute de Chicago, volverá a reivindicarla en su stand de FAB Paris, evento resultante de la fusión de la Biennale y Fine Arts Paris, que se celebra del 22 al 26 de noviembre en el Grand Palais Ephémère.
¿Cómo surge su curiosidad por Camille Claudel? Fue de forma natural porque vengo de una familia en la que había dos escultores: mi padre Charles Auffret y mi madre Arlette Ginioux. Me familiaricé con la obra de Camille Claudel muy pronto. En 1969, mi padre talló un medallón con su efigie para el Hôtel de la Monnaie (la Casa de la Moneda francesa). En aquel momento, ella era una absoluta desconocida y al director de la institución le preocupaba la personalidad elegida por mi padre, y bromeaba con que no se iba a vender nada. Aquella temprana toma de contacto con el trabajo de Camille ha acabado convertida en una pasión, que comparto con Eve Turbat, mi compañera tanto en la galería como en la vida. En 2019, fundamos el Comité Camille Claudel, con el objetivo de elaborar el Catálogo Crítico de su obra.
Este año se cumple el 80 aniversario de la muerte de la artista, ¿cómo ha evolucionado su reconocimiento, tanto académico como comercial? En los últimos años, ha aumentado repentinamente. Ha sido un proceso lento desde la década de 1980. Pero en 2017, se produjeron dos hechos importantes: la apertura de su museo en Nogent-sur-Seine, y una subasta histórica en Artcurial que permitió que algunas de sus obras llegaran a museos franceses y colecciones privadas. Procedían de la mayor colección que quedaba en la familia de Camille Claudel. Además, la creciente atención que se presta a las mujeres artistas en todo el mundo ha servido de catalizador para el redescubrimiento de su obra. Ella se ha convertido en una figura icónica, una abanderada de la causa de las mujeres artistas. Esta es una de las razones por las que los museos internacionales entienden que en sus colecciones no debe faltar una escultura suya.
Aunque su tumultuosa vida personal es bien sabida ¿es igualmente conocido su arte? Desafortunadamente no. Su trágico destino tiende a opacar la importancia de su trabajo. Pero admito que hasta hace poco, también era difícil que el público pudiera ver sus obras. Su museo en Nogent-sur-Seine ofrece ahora la posibilidad de contemplar alrededor de cincuenta de ellas. Y si quiere descubrir colecciones más modestas, no puede perderse los conjuntos que se albergan en el Museo de Orsay, el Museo Rodin, La Piscine en Roubaix y el Museo Sainte-Croix en Poitiers. Estas son las cinco colecciones públicas de referencia para los adictos de Camille Claudel. Luego, en cuanto a la investigación realizada por especialistas, está en constante progreso, pero todavía hay mucho por hacer, ya que comenzó hace solo 40 años.
¿Por qué considerarla sólo como una protegida de Rodin es condescendiente e injusto? ¡Porque eso es solo una parte de la historia! Por un lado, Camille recibió clases de Rodin en un taller que compartió con otras muchachas entre 1882-1883. Luego, trabajó para él en su estudio, con muchos otros asistentes, probablemente hasta finales de la década de 1880 y dejó de tener contacto con él en la década de 1890. Gracias a Rodin, pudo encontrar mecenas y conocer a periodistas influyentes. Por otro lado, su carrera oficial con exposiciones en el Salón comenzó en 1882 y acabó a finales de 1900. Fue capaz de desarrollar su propia visión artística. El propio Rodin escribió: «Yo le muestro dónde encontrar oro. Pero el oro que encuentra le pertenece a ella». Y de hecho, las emociones que provocan sus obras difieren totalmente de las que suscitan las de Rodin. A mí me conmueven más las obras de Camille que las de Rodin; especialmente sus bustos, que son obras maestras, iguales a los del Renacimiento italiano. [Verena Mallo. Foto: Cortesía galerie Malaquais]