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    Anticuarios, coleccionistas y viajeros: La colección Laura

    Su pasión por el arte llevó a Luigi Anton Laura y a su esposa Nera a recorrer el mundo en un tiempo en el que los remotos lugares que visitaron no eran aún reclamos turísticos. Su destino favorito fue Oriente, y ya fuera en su modesto Fiat 1100 o a bordo del Transiberiano, el intrépido matrimonio de anticuarios se embarcó en un sinfín de periplos movidos por el deseo de conocer los vestigios de legendarias culturas. Forjaron una soberbia colección de antigüedades que ha sido objeto de numerosas publicaciones y que atesoraron con mimo en una lujosa villa en la ciudad italiana de Ospedaletti. Tendencias del Mercado del Arte ha conservado con la coleccionista Nera Laura, quien evoca aquellos viajes y la figura de su marido, el profesor Laura, un prestigioso experto, que inspiró al escritor italiano Italo Calvino, gran amigo de la infancia, uno de sus personajes más emblemáticos, El barón Rampante. Vanessa García-Osuna

    Usted es profesora de Historia del Arte, ¿cómo se convierte en coleccionista? Me licencié en Historia del Arte por la Accademia Albertina de Turín en 1943. Mi esposo, a quien todavía no conocía en aquella época, se graduó en Florencia en octubre de ese mismo año. Aquel octubre nos conocimos y empezamos a dar clases. Nos casamos en 1944, prácticamente bajo los bombardeos de la guerra, y con el dinero de los regalos de nuestras familias adquirimos nuestros primeros muebles antiguos para nuestro hogar. Gino llevaba en la sangre la vocación de coleccionista y le hubiera gustado ser también pintor. En 1946, concluida la contienda, conseguimos abrir una pequeña tienda de antigüedades en la ciudad de San Remo. Antes de la guerra mi esposo y yo solíamos visitar las espléndidas villas que los británicos habían construido en San Remo para escapar de los fríos inviernos y éramos buenos conocedores de la riqueza de mobiliario y antigüedades que atesoraban. Después de la guerra los ingleses dejaron de venir a la Riviera a causa de la crisis económica, poniendo todo a la venta (muebles incluidos) a través de una buena agencia. Así pudimos comprar una gran cantidad de antigüedades, y nos convertimos en anticuarios: vendíamos muebles y otras antigüedades, pero si una pieza nos cautivaba nos la quedábamos… así comenzó nuestra pasión por coleccionar. De aquella época no queda nada en nuestra colección salvo una talla de Madonna con Niño datada a principios del siglo XVII.

    ¿Cuándo adquieren Villa San Luca? Comprando y vendiendo (mi marido era muy valorado por su seriedad y competencia), siempre mejorando nuestros conocimientos y nuestras elecciones, empezamos a decorar nuestras casas, y logramos hacer realidad nuestro sueño de adquirir las ruinas de la antigua iglesia anglicana de Ospedaletti destruida durante la guerra, la actual Villa San Luca. Nos ayudó el hecho de haber sido de los primeros anticuarios italianos (era el año 1949) en orientarse al mercado inglés. En aquella época, en Reino Unido se encontraba de todo, entre otras cosas porcelana china, por la que sentimos amor a primera vista. Nuestra formación académica nos permitía amar y apreciar las diferentes culturas. Tan pronto como teníamos ocasión nos embarcábamos en largos viajes a los países que más nos interesaban: ver y descubrir esos monumentos creados por las civilizaciones antiguas nos permitió contextualizar el conocimiento que habíamos adquirido sólo a través de los libros.

    Cuando evoca sus viajes por Oriente, junto a su esposo, ¿cuáles son sus recuerdos más queridos? Las antiguas civilizaciones surgieron en lugares de gran belleza natural. Pensemos en las cuevas de Lascaux o en la civilización egipcia que floreció a orillas del Nilo, el río más hermoso del mundo. Creo que el recuerdo de un lugar depende de la emoción que se siente al evocar su conexión con sucesos históricos o mitológicos. Siempre recordaré Bisutun, en Irán, cuando nos encontramos prácticamente solos frente al gran valle, totalmente desierto, con la gran pared de roca sobre la que el rey Darío el Grande narró su gesta en tres idiomas diferentes. En los años 60 el turismo no era tal como hoy lo conocemos. Junto con mi marido y otras dos personas, hicimos un viaje en coche (¡en un Fiat 1100!) de cerca de 20.000 kilómetros, recorriendo todo Oriente Medio.

    ¿Qué era lo mejor de viajar? Ir de un país a otro, entre montañas y desiertos, y conocer a la gente del lugar, siempre pacífica. Viajar se transformó en nuestra razón de vivir. Unos años más tarde, en 1974, viajamos cuatro personas (tres mujeres y Gino conduciendo) en un Land Rover bien equipado. Fuimos en coche desde nuestra casa en Ospedaletti hasta la India. Estuvimos fuera durante seis meses. Describir las emociones, las bellezas, las anécdotas ocurridas a lo largo de 50.000 kilómetros de carretera es imposible. Afganistán con sus rocas de mil colores, sus humildes carreteras, el cielo que parecía al alcance de las manos…. Y aquel lugar increíble, Bamiyán… que ya no existe. Y después la belleza de la arquitectura mogol en Pakistán y al norte de la India. Taxila, Agra, Benarés, templos hindúes de la India Central y meridional, muchos maravillas monumentales, siempre solitarios y tranquilos, entre gente amable y hospitalaria. En la India, tuvimos una avería en el coche que amenazó la continuación de nuestro viaje. Pero nos topamos por casualidad con un mecánico quien, después de haber arreglado el problema, nos dijo con franqueza: “no me olviden”. Siempre recordaré la humanidad de aquel hombre.

    También fueron de los primeros en visitar China… A China fuimos apenas se concedieron los primeros visados, en 1975, cuando todavía se veía por la calle a la Guardia Roja con el libro de Mao. Llegar a un lugar en avión no es lo mismo que recorrerlo con tus propios medios: así, para percibir mejor la inmensidad de China decidimos viajar en el ferrocarril Transiberiano cruzando la desolada Siberia hasta el lago Baikal, descendiendo a Mongolia, con sus praderas, hasta penetrar en el norte de China donde el paisaje cambiaba radicalmente. No sé si hoy, treinta años después y con un turismo cada vez más intrusivo, experimentaría las mismas emociones si viajara a esos lugares. Creo que no.

    ¿Qué lugares le causaron más impresión? No sabría qué decir, me vienen tantos recuerdos… La Europa que hemos cruzado de parte a parte, visitando monumentos y museos famosos y menos famosos. De la América del Norte me quedaron grabados en la retina sus paisajes y nada más. Las culturas mesoamericanas nunca nos interesaron y, por eso, evitamos el viaje. Pero Oriente Medio y Asia nos han regalado grandes emociones. Tal vez porque los paisajes grandiosos siempre están relacionados con las grandes civilizaciones que más nos atraen. Guilin, en China, con sus montañas de pan de azúcar que se elevan desde el agua, envueltas en la niebla, un paisaje poético que parece sacado directamente de una pintura china de la era Song. En China, un templo-convento abandonado en la nada, donde dos ancianos monjes meditan frente a unas imágenes antiguas, sobre un altar cubierto de polvo. Un templo indio todavía en uso donde se siente la espiritualidad de una fe que no es la tuya. La multitud como un hormiguero de Benarés, donde cada uno está solo consigo mismo mientras el atardecer tiñe de rosa las variadas arquitecturas que se reflejan en las aguas del sagrado Ganges.

    ¿Qué les llevó a coleccionar arte oriental? El arte oriental nos fascinó por sus profundas diferencias respecto a los parámetros estéticos europeos. Las porcelanas chinas, en particular, nos sedujeron por la simplicidad de su decoración, la pureza de sus líneas y, sobre todo, por el maravilloso, increíble, esmalte de infinidad de matices. Sólo al comparar la porcelana china de la era Qing, incluso las más decoradas en famille verte, con la producida en Europa durante el siglo XVIII permite apreciar el abismo cultural que existe entre ambas mentalidades estéticas. Inglaterra era un país en el que existían, y aún existen, muchas colecciones privadas lo que implica mayores oportunidades de que estas antigüedades lleguen al mercado. La mayoría de nuestra cerámica oriental, de hecho, se compró directamente en Inglaterra.

    ¿Dónde conseguían las piezas? A menudo procedían de conocidas residencias históricas. Hoy en día los precios de estos objetos son muy altos, pero entonces (hablo de los años 50 y 60) las casas de subastas organizaban más de una venta semanal en la que, entre tanta abundancia, era fácil hacer un “buen negocio”, como decimos en la jerga de los anticuarios. Por supuesto, para convertirse en un admirador de un objeto, es necesario el conocimiento derivado no sólo de libros sino también una buena dosis de intuición que se adquiere sólo observando y tocando objetos con la mano…

    ¿Qué culturas y épocas les seducían más? Esta pregunta es un poco difícil de responder. Cada cultura ha creado, incluso en la más remota antigüedad, obras únicas e irrepetibles. En nuestra colección hay objetos de todo tipo, procedencia y épocas y esto refleja nuestra admiración por el arte en sí mismo. Siempre hemos tenido una gran pasión por el mueble europeo de alta calidad del siglo XVIII, francés e italiano en particular. Y ya le he hablado de mi relación con el arte de Asia oriental. Cada objeto en nuestro hogar se ha conservado porque sencillamente nos enamoramos de él.

    ¿Cuáles fueron los descubrimientos más emocionantes realizados durante sus viajes? Hubo muchos, especialmente en la India. Como cuando fuimos al Deccan a visitar la famosa estupa de Sanchi con sus espléndidas puertas adornadas con personajes esculpidos. Los tempos tallados en la roca en Mamallapuran al sur de la India, son extraordinarios, especialmente la gran piedra tallada con el Descenso del Ganges plagada de figuritas gesticulantes, realizada bajo la dinastía de los Pallava en el siglo VII y VIII ; ¡y qué decir del gran templo de Surya en Konorak con esas enormes ruedas de piedra talladas y sus escenas eróticas relacionadas con cultos tántricos!.

    Maravilloso… En China fue inolvidable descubrir, de repente, en un aislado paraje de un bosque al pie del monte Songshan (en la provincia de Henan), la esbelta pagoda de Songyuesi que data de la época Tang. Pocas personas se han atrevido a ascender hacia las celdas de los monasterios budistas de Bamiyán en Afganistán siguiendo un camino muy peligroso esculpido en la milenaria roca, para salir justo por detrás de la cabeza de un Buda colosal donde finalmente gritar “¡Mira, mira, todo está dorado y pintado!”. Cuando vimos en televisión las imágenes de los talibanes dinamitando estas obras maestras que habíamos tenido la suerte de admirar en toda su majestuosidad, mi marido y yo nos recogimos en silencio y lloramos.

    Entre sus amigos se contaban grandes personalidades del mundo de la cultura… En Londres recuerdo a los anticuarios Bluett y Nott, especialistas de arte chino, que nos mostraban las piezas más raras de sus colecciones. Siempre hemos tenido amigos muy queridos en Londres con quienes pasábamos unas horas (siempre trabajando) de los fines de semana en sus villas en la campiña. En París hemos tenido relaciones muy amistosas durante toda la vida con comerciantes-coleccionistas dueños de las más bellas galerías, en los lugares más prestigiosos de la ciudad. Y nuestras veladas con colegas de Nueva York, a los que alojábamos en el Aloma, nuestro precioso barco inglés construido en 1898. Entre los grandes expertos recuerdo a Simon Bensimon con sus bellísimos muebles; a Kughel con su excepcional colección de marfiles alemanes y a André Hammel, amigo querido, en cuya villa de St Tropez solíamos alojarnos. De las personalidades que tuvimos el placer de conocer, la más querida fue el príncipe Pierre de Polignac, padre de Rainiero de Mónaco. Gracias a él conocimos a la princesa Grace Kelly, que vino con su marido a visitarnos a Villa San Luca. El príncipe Pierre venía a visitarnos en nuestra galería de antigüedades casi semanalmente. Durante las cenas relataba jugosas anécdotas. Fue un gran amigo hasta el final de su vida cuando nos llamó a París para darnos el último adiós.

    Ustedes convivían con las obras de su colección. ¿Cuál era su rincón preferido? Algunos ambientes están pensados para acoger grandes obras: como el Estudio donde la boiserie del siglo XVII de una residencia del norte de Italia que recubre todas las paredes, fue montada y adaptada ad arte; además de los papier-peint y la boiserie del Castillo del Duque de Gloucester que adornan las paredes del Salón de Recibir. El mismo tratamiento utilizamos en el Salón Comedor donde las paredes están totalmente cubiertas por una opulenta boiserie rococó de origen napolitano. Mi esposo tenía un infinito gusto para colocar cada pieza en el sitio justo y, a menudo, mientras daba vueltas por la casa se divertía colocando los objetos según su gusto, acariciándolos con gran amor.

    ¿Cada estancia tiene una función? Así es. En Villa San Luca cada habitación se utilizaba según una función preestablecida. En el Salón de Recibir nos reuníamos con amigos y huéspedes, en el Estudio se veía la televisión y teníamos (y aún hoy tengo) a nuestros numerosos gatos, que nunca han roto nada. En la Biblioteca de los mapamundis uno se recluía para consultar los libros, en el Salón Comedor organizábamos fiestas y cenas utilizando vajilla y plata rigurosamente de época, al billar se jugaba en una buena mesa francesa de época Directorio, todavía conservada y así sucesivamente. La llamada “Ala Nueva” fue la última en ser decorada antes de la desaparición de mi esposo. Nunca hemos vivido allí por lo que resulta un poco fría y museística en su decoración. Ahora que estoy sola paso la mayor parte de mi tiempo en el Estudio, que es mi habitación favorita, cálida y acogedora. O si no, en el gran jardín de invierno de la planta superior, amplia y luminosa, donde entre otras cosas, una terraza ofrece una hermosa vista del mar de Liguria.

    ¿Qué piezas fueron las más difíciles de conseguir? Durante los años 50 y 60, los objetos más difíciles de comprar fueron los bronces chinos del período Shang y Zhou. Sus precios eran altísimos y cuando aparecían en el mercado casi siempre terminaban en museos norteamericanos. Tenemos poquísimos bronces (y muy pequeños, de hecho) en nuestra colección que datan de finales de la dinastía Zhou. La pieza más problemática, tanto por cómo fue adquirida a un comerciante de Londres como por su rocambolesco traslado a Italia, fue sin duda un importante aparador veneciano lacado en barniz rosa y pintado en oro. Es un objeto fuera de lo común, por su color y la elevadísima calidad de su factura.

    ¿De qué objetos nunca se desprendería? Nunca me desprendería de piezas que hemos encontrado o adquirido durante nuestros viajes. Como aquella moneda de oro con escritura árabe que compramos a un distinguido caballero iraquí que trataba de huir de Bagdad a finales de los 60. A mi esposo le hubiera gustado saber que se trataba de un dinar de oro de la época Omeya acuñado en Damasco hacia 732-733 durante el reinado del califa Hisham. O un gran ladrillo con inscripción, lamentablemente muy corroída, encontrado en el suelo en las ruinas del Zigurat de Aqar Quf cerca de Bagdad, que data del período Casita. Y una inusual cómoda abombada, lacada y pintada, que ahora está en el Cuarto Verde. Es una obra veneciana de la primera mitad del siglo XVIII. Tiene un gran valor simbólico pues fue un regalo de mi esposo. Una rana en biscuit con esmalte turquesa realizada en China durante el reinado del Emperador Kangxi y transformada en tintero nada más llegar a Europa en el siglo XVIII. ¡Es mi talismán de la buena suerte!.

    Colección Laura

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