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    Eduardo Costantini, el soñador americano

    Quinto de trece hermanos, Eduardo Costantini (Buenos Aires, 1946) creció en las calles de San Isidro, en la provincia de Buenos Aires, y se ganó sus primeras pagas vendiendo fruta al heladero y arreglando bicicletas. Pasada la rebeldía adolescente, se volvió un alumno aplicado y trabajador y con los primeros pesos ganados vendiendo bufandas a las boutiques se compró su primer coche, un Citroën 2CV, y con los primeros ahorros se pagó un máster en Londres. Aunque no pudo ingresar en la London School of Economics, ahora ésta le invita a dictar conferencias para hablar de sus hazañas como empresario. El influyente coleccionista nos concede una entrevista en profundidad en la que recuerda cómo entró el arte en su vida y admite que nunca pudo imaginar que acabaría reuniendo una colección de renombre mundial. En 2001, donó más de doscientas obras para fundar el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Su colección particular –paralela a los fondos del Malba-, está compuesta por quinientas piezas y ofrece una panorámica del arte latinoamericano desde las primeras vanguardias hasta la actualidad. [Foto: Fernando Gutiérrez]. Vanessa García-Osuna

    ¿Un coleccionista nace o se hace? En mi caso, se hizo, aunque es cierto que de niño coleccionaba distintas cosas, como estampillas y también palomas.

    ¿Palomas? Sí, tenía un palomar con un tipo de paloma que atrae a las demás… Venían, yo las alimentaba y cuidaba, se quedaban allí y la colonia iba creciendo…

    Su primer “flechazo” con el arte lo sintió al ver un cuadro del artista Antonio Berni. ¿De qué obra se trataba? Así es, fue un retrato de Antonio Berni, pero no lo pude adquirir; en aquel momento yo no tenía dinero, entré en la galería y acabé comprando dos obras de menor valor para pagar a plazos. Entonces no podía imaginar que acabaría convirtiéndome en coleccionista, pero a partir de ese momento estuve ya siempre cerca del arte y comprar se volvió un hábito en mi vida.

    En los comienzos ¿contaba con asesores? Hubo un primer período de compras espontáneas que, efectivamente, carecían de calidad museológica hasta que al cabo de unos años conocí a Ricardo Esteves, que llegó a ser un gran amigo y me enseñó a coleccionar. Siempre compré arte argentino y luego amplié el radio al latinoamericano, una estrategia para que, en un futuro, mi colección tuviera mayor visibilidad y me permitiera adquirir piezas significativas de la historia del arte. También pensé que la unión hace la fuerza y así se podían combinar figuras como Antonio Berni y Alejandro Xul Solar, de Argentina; Torres García y Rafael Barradas, de Uruguay; Roberto Matta, de Chile; Diego Rivera, Frida Kahlo y Remedios Varo, de México; Tarsila Do Amaral y Cándido Portinari, de Brasil; Armando Reverón, de Venezuela… en definitiva, los dos ejes de mi colección, son el modernismo y el arte contemporáneo latinoamericano.

    ¿Qué consejo le dio Ricardo Esteves para coleccionar? Fue mi gran asesor al principio y gracias a él tengo las grandes obras del Malba. Luego ya empecé a volar solo, pero guiándome siempre por la misma filosofía: adquirir obras cruciales, es decir, no comprar mucho sino bueno, con valor museológico. Eso explica que en la colección haya tantas obras que consiguieron cifras memorables porque, insisto, siempre he comprado los mejores trabajos de maestros como Torres García, Frida Kahlo, Emiliano Di Cavalcanti, Diego Rivera, o también autores contemporáneos, como Beatriz Milhazes, hace cuatro o cinco años, y León Ferrari, cuyo Cuadro escrito [1964] se remató con el precio máximo; ciertamente muchas de mis obras, que son espectaculares, han despertado enorme interés cuando han aparecido en el mercado.

    ¿Cómo planificó su colección? No se puede planificar por países o períodos cuando uno quiere comprar obras sensacionales, históricas, porque aunque detrás hay una búsqueda, éstas aparecen por decisión de terceros, como familiares, que las llevan a las casas de subastas, especialmente a Sotheby’s y Christie’s, que siempre me avisan. Cuando se me brindan estas oportunidades hay que tener una visión a largo plazo para lograr un conjunto coherente de la historia del arte latinoamericano. Naturalmente sigue habiendo lagunas en la colección, es inevitable, por ejemplo, me falta el escultor brasileño Víctor Brecheret, Augusto Volpi… también un buen Orozco, un buen Siqueiros… son asignaturas pendientes. Recuerdo que me ofrecieron un Rufino Tamayo espléndido, Niños jugando con fuego [1947], pero en aquel momento yo estaba volcado en la creación del Malba y la construcción del edificio, y no lo pude adquirir; no volvieron a ofrecérmelo después, supongo que se habrá vendido.

    ¿Cuáles son los ‘iconos’ del Malba? Hay una pieza que está considerada la más representativa del movimiento moderno de Brasil, Abaporu [1928] de Tarsila Do Amaral, que es el símbolo del movimiento antropofágico, como la columna vertebral de toda la historia del arte brasileño moderno y contemporáneo; es una obra que está en los libros de texto de los colegios brasileños y la he prestado muchas veces; en una ocasión, la Presidenta Dilma Rousseff envió un avión Hércules para buscarla y poderla exponer en Brasil… es tal su importancia que los brasileños viajan sólo a Buenos Aires para admirarla. Otras obras notables son Manifestación [1934], una de las grandes piezas de Antonio Berni; El autorretrato con chango y loro [1942] de Frida Kahlo que realizó influenciada por su divorcio; Retrato de Ramón Gómez de la Serna [1915] de Diego Rivera, una maravillosa obra cubista que estuvo en la colección de Plácido Arango, en la que también encontré un magnífico Joaquín Torres García, Composición simétrica universal en blanco y negro [1931]; y resaltaría La mañana verde [1943] de Wifredo Lam… Bueno, el Malba tiene 25 obras que son incomparables [sonríe satisfecho]. También poseo Cuadro escrito [1964] de León Ferrari, que es la obra más importante del conceptualismo de este artista en los años 60. Hablando de precios récord, de Diego Rivera poseo Baile en Tehuantepec [1928], que en 1930 estuvo en una exposición en el MoMa de Nueva York. De Xul Solar cuento con una buena colección de los años 20 de sus parejas y sus locuras… Creo que la fortaleza del Malba es que posee la mejor colección de arte latinoamericano del mundo, y no es que lo diga yo, lo dicen muchos comisarios de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica.

    ¿Qué compras recuerda con más emoción? Todas, pero hay muchas que tienen, además, una historia detrás. He comprado en subastas, a artistas, familiares, galerías… uno nunca sabe el canal ni el momento en que se presentará la oportunidad, y cuando se compra, siempre hay misterio en la espera. Por ejemplo, estuve tres o cuatro años para conseguir un cuadro de León Ferrari, hasta que la viuda decidió que me lo vendía. El Baile en Tehuantepec de Rivera, que había visto en 1995 en Sotheby’s, en Nueva York. También se licitaba el Autorretrato con loro y chango de Frida Kahlo; como no podía comprar las dos, me decanté por la de Frida. Pasados 21 años, me llamaron para ofrecerme el Rivera y entonces lo compré. El azar ha querido que vuelvan a reunirse en mi colección. Cuando compré Abaporu tuve que pujar en Christie’s contra un grupo de brasileños y fue muy aburrido: cada vez que levantaban la mano, yo también… y así hasta que al final se resignaron. Al terminar, me invitaron a su hotel, en Park Avenue, fueron muy simpáticos y estuvimos bebiendo champagne, habían preparado el festejo para celebrar la compra de Abaporu, pero lo compré yo [dice sonriendo]. Aquella compra generó un revuelo mediático porque este ‘tesoro nacional’ había sido adquirido por un extranjero. Como después fundé el Malba ahora está exhibido permanentemente, y lo hemos prestado a Brasil, dentro de poco irá al MoMA y también a Chicago… o sea, que tiene una proyección pública que beneficia al arte brasileño.

    ¿Qué cambios ha percibido en el mercado latinoamericano? Cuando inicié mi colección el arte latinoamericano tenía muchísima menos visibilidad y estaba mucho menos valorado; perdió peso pero luego nuevamente empezó a ser tenido más en cuenta. Yo diría que en los últimos veinte años está más mirado, estudiado y valorado. Cuando se fundó el Malba, en septiembre de 2001, coincidió con que el MoMA lo retomó con fuerza, creando un programa de exposiciones y nombrando un comisario, que antes no tenía. Fue también cuando Mari Carmen Ramírez comenzó a trabajar en el Museum of Fine Arts de Houston, poniendo en marcha un programa expositivo; la Tate Modern, también; y en aquel entonces la Fundación Davos estaba muy activa… de manera que las instituciones y los curadores comenzaron a viajar a Latinoamérica y se produjo una reevaluación de diferentes artistas. Por ejemplo, en Argentina se descubrió a León Ferrari, que no había vendido nada, y comenzó a ser expuesto cuando ya tenía 80 años. Recuerdo que le regalé una obra de Ferrari a Patty Cisneros y esto se fue encadenando con una serie de exposiciones, que culminó con una muestra en el MoMa de León Ferrari y Mira Schendel. Actualmente, el arte latinoamericano todavía está lejos de sobresalir pero ha recuperado un terreno sensible.

    ¿Qué movimientos reivindicaría? Creo que el informalismo latinoamericano debería revalorizarse frente al arte conceptual, por ejemplo. El Pop Art latinoamericano también merecería mejor estimación; el pop contemporáneo es más difícil de decir, especialmente porque inciden cuestiones como el coleccionismo, apoyos gubernamentales, características nacionales que hacen que artistas de unos países valgan relativamente más que los de otros. Argentina tiene grandes creadores pero están infravalorados respecto a los brasileños, mexicanos… pero lo mismo pasa con los europeos y americanos.

    ¿Cómo valora el reconocimiento que museos como el MoMA, la Tate o el Reina Sofía están dando al arte latinoamericano en sus fondos? Bueno, los grandes museos desarrollan una estrategia de expansión apoyada en familias latinoamericanas que les permite llevar a cabo su programa de adquisiciones; esto afecta al peso y al lugar que tiene, en este caso, el arte latinoamericano. Cuantas más familias haya, más se fortalecerá éste.

    ¿Le gusta conocer a los artistas de su colección? Sí, sí, me encanta… bueno, muchos de ellos ya han fallecido, pero por mi actividad profesional no tengo el tiempo necesario para compartirlo con ellos; como compro arte de varios países tampoco es tan fácil viajar. La mayoría son argentinos, León Ferrari me ha dejado huella, también Rogelio Polisello, un gran artista del arte óptico y excelente persona… Los Carpinteros, por ejemplo, hay varios artistas con los que he mantenido y mantengo vínculos… al mismo Berni le conocí también, un hombre de una gran dignidad.

    ARCO ha premiado su labor como coleccionista. ¿Recuerda su primera visita a la feria? Fue hace una década, y aunque no vengo todos los años sí la he visitado en diferentes ocasiones. La última fue hace dos años y adquirí unas obras de Mathias Goeritz. Es muy importante para Argentina ser el país invitado, y que la feria dé protagonismo a nuestros artistas. Es algo positivo no sólo como escaparate internacional sino también para que lo vean los argentinos y que las autoridades den más importancia a nuestro arte.

    ¿Cuáles son sus mejores recuerdos de España y sus artistas? Amo Madrid… me viene a la cabeza Rafael Barradas, bueno, no era español, era uruguayo pero vivía en Barcelona y creó el vibracionismo en 1918 y estaba muy cerca de Torres García. Murió joven, a los 39 años. Recuerdo una de sus obras, Calle de Barcelona, de 1918; la perdí y la adquirió la Asociación de Amigos del Reina Sofía. Lo primero que hice fue ir a verla pero no estaba [localización actual: Museo Patio Herreriano de Valladolid]. Por otra parte, me fascinan El Greco y los grandes maestros españoles.

    ¿Esta obra de Barradas la perdió en una subasta? ¡No! Curiosamente pertenecía a mi amigo Ricardo Esteves, el que he dicho que me enseñó a coleccionar. Él tenía dos obras de Barradas y las vendió para comprarse otra. Cuando le conocí justo acababa de desprenderse de ellas. Al cabo de dos años yo logré recuperar una, preciosa, de un marchante norteamericano; pero nunca pude localizar Calle de Barcelona, así que si vuelve a ponerse a la venta, ¡que me avisen, por favor!.
    Costantini

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