La Fundación Lázaro Galdiano presenta la exposición Bernardí Roig: El coleccionista de obsesiones, una muestra concebida por el artista y el comisario, José Jiménez, como un diálogo abierto, desde el arte, con la figura de José Lázaro Galdiano y la pasión de coleccionar. Es la primera exposición individual de un artista vivo que realiza el Museo en una nueva etapa, cuyo objetivo es ofrecer una programación cultural activa que permita dar a conocer la riqueza de la labor cultural que José Lázaro inició. Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965), artista que ha recibido múltiples premios, reflexiona con su obra sobre la condición humana.
En su currículo hay muchos premios y exposiciones… pero ¿cómo se convirtió en artista?
Uno no sale de un sitio para llegar a otro; simplemente sale, y cuando llega a otro… entonces ya es tarde. No recuerdo haber tomado una decisión que, en ese sentido, fuese determinante. Marguerite Duras decía que empezó a escribir para saber qué escribiría si escribiese. Ésa es una buena razón para empezar a hacer algo.
¿Recuerda su primera experiencia con el arte?
Fue olfativa. Mi madre pintaba, al óleo, los domingos. Ese olor impregnó mis fosas nasales, primero, y el cerebro entero, después. Luego vino el ojo, pero primero fue la nariz.
¿Cuáles son sus obsesiones más queridas en relación a su obra?
Las obsesiones son un asedio del que no te libras. Es algo que va y viene con tanta intensidad como la migraña, una mezcla de náuseas y un insistente martilleo en la cabeza. Por eso hay que darles forma; unas se convertirán en imágenes, algunas solo serán mondaduras que la cabeza escupirá; otras, las mejores, formarán una especie de espuma del inconsciente que, provistas de un mecanismo desconocido, te permitirán la continuidad, y así sucesivamente. ¿Cuáles? Difícil saberlo. Al enumerarlas perderían los contornos y la palabra no podría abarcarlas.
A menudo sus personajes son deslumbrados por la luz y no pueden ver, o la luz es como un gran peso que llevan a cuestas… ¿qué es la luz en su obra?
La luz es lo que nos impide ver, no lo contrario. Ese impedimento es la ceguera que, por otro lado, es el único lugar desde donde producir la visión, como Tiresias. Esa visión evita que el ojo se acomode a la imagen, ya que hay algo de lo que vemos que siempre nos conduce más allá de lo que vemos y por ello debemos afilar la mirada hasta pulverizar el límite de las apariencias.
¿Cómo afrontan sus personajes el peso de la imagen y de la memoria en la sociedad contemporánea?
La llamada sociedad contemporanea es amnésica. La tiranía de este rococó tecnológico que nos aplasta no hace sino confirmarnos la impotencia de los símbolos. La memoria habita ahora en Google que, a su vez, se encuentra dentro de un Iphone en el bolsillo trasero de un pantalón. Ha pasado de arriba abajo, de la cabeza al culo. Nos recuerda Ricardo Piglia que esta cultura tecnológica produce recuerdos falsos y experiencias impersonales, todos recordamos y sentimos lo mismo pero lo que sentimos y recordamos no es lo que hemos vivido.
¿Cuál cree que es la peor –y la mejor– característica de la conducta humana?
No sé cuál es la peor ni la mejor… sólo sé que somos bastante ridículos.
Además de coleccionar obsesiones, ¿colecciona arte o algún tipo de objeto?
No colecciono nada. De hecho, ni siquiera colecciono obsesiones, más bien al contrario, soy coleccionado por ellas y preso de sus cadenas no tengo escapatoria.
Usted ha hablado del padre como el máximo castrador, lo que nos hace pensar en el super-yo freudiano y en la autoridad. ¿Hasta qué punto le interesa el psicoanálisis?
El padre es el gran castrador, el que pone los límites al deseo, el gran constructor de la muralla que hay que derribar. Te muestra el mundo pero te lo muestra desde la cárcel en la que habita para que tú sigas siendo un presidiario. Se ha definido el psicoanálisis como una épica de la subjetividad que nos convoca como sujetos trágicos. Se ocupa de recordar lo que la memoria olvida. Por ello es un lugar fértil para la maquinaria de producir imágenes.
En el video “Notas para otras manchas en el silencio” usted se cose la boca, ¿qué significado quiere dar al silencio?
Eso fue un recital de poesía ultra-silenciosa para un público burgués anestesiado, incapaz siquiera de pestañear. El silencio es lo único capaz de perforar el vacío, y es ese vacío lo que uno necesita para trabajar.
En su trabajo utiliza una gran variedad de soportes: dibujo, escultura, instalación, video, cine… ¿tiene predilección por alguno de ellos?
Los materiales y los soportes van y vienen en función de la necesidad poética de las ideas; están a su servicio. Para mí es intrascendente que sean unos u otros, lo importante es la imagen y su estatuto. Pero quizás sea el dibujo el que más aprecio por su inmediatez y porque pone, en un instante, en contacto la mano con la dureza del pensamiento.
Utiliza la fotografía para retratar a sus modelos, pero no como medio artístico, a diferencia de muchos artistas de hoy…
A mí la fotografía solo me sirve como material de proceso. En eso soy muy antiguo…
¿Qué relación establece con el arte del pasado -por ejemplo, Rembrandt- y su obra?, ¿volvemos a la memoria?
No me cabe la menor duda de que las imágenes nacen de las imágenes porque ver es haber visto. En esto me considero un depredador de imaginarios y me interesan las imágenes dialécticas; como decía Benjamin, imágenes que nacen de la apropiación y revisión de otras imágenes. Cuando trabajo con obras de otros artistas para reformularlas es porque pienso que su eficacia, para mí, reside en su inacabamiento, que lo que fue dicho, no lo fue de forma suficiente. Creo que todo mi trabajo, hasta ahora, no es más que una confrontación –a veces violenta– con los repertorios iconográficos heredados.
Georges Bataille ¿es uno de sus filósofos preferidos?, ¿Qué autores o pensadores le han influido más?
Fui golpeado en la cabeza, desde joven, por los textos de Bataille, y ese golpe todavía me duele. También por Klossowski, Blanchot, y más recientemente autores como Pascal Quinard o Pierre Michon, pero sobre todo Thomas Bernhard que, sin duda, es el artista que más me ha influenciado, del que más he aprendido y el que más me ha ayudado a mantener la verticalidad en una situación -la vida- en la que la horizontalidad está asegurada.
¿Qué significado tienen para usted el blanco y el negro?
El blanco es la ausencia de un escenario empírico, un lugar dominado por la nebulosa del sueño y que no aconseja otra cosa que cometer un crimen. Desde el Fausto de Goethe (“¡Detente instante!, eres tan hermoso…”) sabemos que el instante es blanco, porque la luz se ha detenido en pos del acontecimiento; en la fijación del instante, Fausto perdería la partida. El negro sería lo contrario.
Usted vive entre Binissalem, en Mallorca, y Madrid; sus vivencias en uno y otro sitio ¿generan aspectos distintos en su obra?
Son dos lugares de trabajo con dos enfoques programáticos distintos. En Madrid está el taller de escultura, con los moldes y las resinas, etc. donde todo es muy manual y corpóreo. En Binissalem está el taller de dibujo y de proyectos, podríamos decir donde todo es más mental, más de laboratorio de ideas. Pero al final, donde mejor trabajo es en el trayecto de uno a otro. O sea entre los lugares más que en los lugares.
¿Qué papel juegan la fugacidad de la vida, la muerte y el deseo en su discurso?
No juegan ningún papel, son el discurso. Pero no creo que sean cosas que solo me afecten a mí. Hacemos imágenes, escribimos textos, para conjurar ese destino trágico garantizado. El deseo es un gran despreciador de la realidad porque, precisamente, desacredita a la muerte… y la retrasa. Nos despertamos por la mañana y nos despertamos al lado de un cadáver, desayunamos y le damos de desayunar a un cadáver, salimos a la calle y sacamos un cadáver a pasear, comemos y damos de comer a un cadáver, volvemos a casa por la noche y volvemos con un cadáver y luego le damos de cenar, nos acostamos y nos acostamos con un cadáver; hasta que nos dormimos, entonces soñamos y nos libramos, finalmente, de ese cadáver. Hasta la mañana siguiente, en que todo vuelve a empezar, y así sucesivamente hasta que ese cadáver, un día, se libra por fin de nosotros.
Marga Perera