Durante los últimos años, la obra plástica de Cecilia Vicuña (Santiago de Chile, 1948) ha generado un interés absoluto en algunas de las instituciones y colecciones más destacadas del mundo (Guggenheim y MoMA de Nueva York, Museo de Arte Contemporáneo de Ciudad de México, Museo de Bellas Artes de Boston, Tate Modern de Londres, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires…). A partir de su consagración en la Documenta 14 (2017), recibió premios como el Velázquez de Artes Plásticas (2019), el León de Oro a la Trayectoria en la Bienal de Venecia (2022) o el Nacional de Artes Plásticas de Chile (2023). Además, desde 2023, es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. Conversamos con la artista chilena sobre su concepción y visión del arte, repasando las diferentes etapas de su dilatada carrera: un recorrido de luces y sombras, de éxitos y dificultades, en el que ha ido constituyendo su original universo creativo. Palabras, nudos, desechos. Política, descolonización, ecología…
¿Considera la Documenta 14 como la precursora de su éxito actual? ¿Qué supuso a nivel personal y creativo aquella edición celebrada en Atenas? En su noche de apertura cambió el mundo para mí. Adam Szymczyk, el director de la Documenta, me pidió que fuera la artista que hablara a la prensa europea y a la comunidad artística internacional allí reunida. Se congregó una multitud de cámaras, periodistas, presidentes y ministros al pie de mi equipo. Fue profundamente emocionante. Vi a muchas personas, incluido el ministro de Cultura, con los ojos llenos de lágrimas cuando dije que era un momento excepcional en el que teníamos la oportunidad de transformar la cultura de la violencia en otra de solidaridad con la Tierra y con los pueblos. Ése era el mensaje del Quipu Womb (2017), un cordón umbilical de unión entre comunidades y el Cosmos. Mi curador, Dieter Roelstraete, me dijo: “tu obra será reconocida en todo el mundo como la imagen de la Documenta 14 en Atenas”. Aquello lo cambió todo radicalmente. Dejé de ser una artista desconocida e ignorada.
Antes hubo años de trabajo silenciado y no reconocido. ¿De qué modo afectó a su arte las políticas restrictivas de su país y su poder de censura? Viví aquel tiempo en el subterráneo, trabajando en la oscuridad, que es un lugar muy beneficioso también. Lo trágico fue que nadie podía recibir esa obra, es ahora —más de medio siglo después, a partir de la Bienal de Venecia en 2022—cuando mi trabajo empieza a circular en Chile, a través de libros, cine y exposiciones.
Durante cinco años, entre 1967 y 1972, media docena de amigos artistas conformasteis Tribu No, generando actividades colectivas y ofreciendo intervenciones en espacios públicos. ¿Cuál fue la respuesta social a este tipo de dinámicas? Ninguna. Mientras estaba viva, solamente se enteraron de que existíamos un puñado de amigos. La efervescencia creadora era tan infinita antes del golpe militar que nadie se iba a fijar en ti o en lo que estabas haciendo, porque había otros miles de proyectos igual de fabulosos. Fue un periodo de inmensa felicidad y creatividad. Con la dictadura en 1973, la teórica literaria Soledad Bianchi empezó a construir una leyenda en torno al grupo. Hasta el día de hoy, conservamos ese lugar mítico. El trabajo poético de la Tribu No surge de este modo, a través de generar imaginaciones de lo que pudo haber sido… [Juan Alberto Vich Álvarez. Foto: William Jess Laird. Cortesía de la artista y Lehmann Maupin, Nueva York, Seúl y Londres]