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    Una belleza tranquila

    La excepcional colección de Dirk Krämer y Klaus Maas abarca cinco mil años de arte.

    Un espacio para la calma. Eso es lo que Dirk Krämer y Klaus Maas quieren que sea su museo: un reducto para la contemplación sosegada de las pinturas, esculturas y objetos de arte que forman su espléndida colección particular.

    El Museo DKM abrió sus puertas en 2009 y propone insólitos diálogos entre artistas contemporáneos y antiguas civilizaciones, haciendo honor al lema de sus fundadores, el aforismo latino variatio delectat, o «en la variedad está el gusto». El museo se ubica en el centro de la ciudad alemana de Duisburgo, en la región del Rühr, junto al parque de Kant, el Museo Wilhelm Lehmbruck y la Estación Central.

    En 2005, el arquitecto suizo Hans Rohr afrontó el desafío de convertir un edificio residencial y comercial de los años 60 en un museo que acogiera la excepcional colección artística de sus fundadores. El resultado es un complejo museístico de 2.700 metros cuadrados que comprende tres edificios (dos antiguos y uno moderno), y 51 salas en las que se alternan trabajos singulares de artistas del momento como Ai Wei Wei, con tesoros de la antigüedad, sobre todo, asiáticos. Varias alas del museo ofrecen vistas a los patios interiores que han sido diseñados con un estilo que evoca el exotismo del Lejano Oriente.

    En la planta baja el visitante puede admirar una colección de estatuas, bustos y cabezas en piedra y mármol. Entre ellas despunta una majestuosa cabeza de Buda; una insólita procesión funeraria con medio centenar de figuras, además de jinetes, guerreros y animales, así como bellas vasijas chinas en terracota policromada de las dinastías Han, Wei del Norte, Qi del Norte, Tang y Su. En su paseo el visitante puede recrearse ante deliciosas pinturas clásicas chinas suiseki (aquellas que plasman las rocas de los sabios), y apreciar selectos muebles y porcelanas de los siglos X al XIX. Entre las propuestas se incluye una instalación sonora con fotografías proyectadas sobre rollos de pergamino, que traslada al espectador al bullicio de las calles de una ciudad china. Tampoco hay que perderse su sala dedicada al arte japonés de los siglos XII al XIX.

    Las ocho salas del nuevo edificio hacen un sugerente despliegue de arte moderno con trabajos de más de 40 importantes artistas, entre ellos, Raimund Kummer, Kyungwoo Chun, Song Dong, Bernd Minnich, Ulrich Rückriem, Blinky Palermo y Ernst Hermanns, autor de la colosal instalación Düsseldorfer Raum. De visita obligada es la sala en la que se muestran elegantes torsos y cabezas de Buda de Tailandia (Ayutthaya) de los siglos XVII y XVIII.

    Krämer y Maas se sienten particularmente orgullosos de su colección de obras Gandhara, un arte grecobudista que floreció en Afganistán y Pakistán entre los siglos I al IV y que el museo celebra con un grupo de esculturas y relieves. Entre lo más elogiado están también sus piezas del Antiguo Egipto. Aunque Krämer y Maas poseen una valiosa colección egipcia, en el museo solo puede contemplarse una pequeña selección pues la mayoría están en préstamo permanente en el Antikenmuseum de Basilea.

    Propietarios de una de las más importantes colecciones privadas del mundo, Dirk Krämer y Klaus Maas han conversado con Tendencias del Mercado del Arte sobre lo sugerente que resulta reunir arte clásico y moderno y el reto que supone formar una colección a dos.

    La Colección DKM se caracteriza por su diversidad y variedad. ¿Cómo se les ocurrió la idea de mezclar arte antiguo y contemporáneo?
    Klaus Maas (KM). Lo que buscamos en el arte es una especie de belleza distinta, atemporal, que trasciende las categorías artísticas históricas y que es común a todos los estilos y géneros. Somos personas muy visuales, y nuestra fascinación por una obra surge, en un primer momento, a través de su percepción sensual, quedando en un plano secundario su contexto o trasfondo teórico-científico. En ocasiones ni siquiera sabemos quién es el artista o a qué época pertenece, pero hay algo que nos atrae, que enriquece nuestras experiencias visuales. Así fue, en especial durante nuestros viajes a Asia, como descubrimos objetos nuevos que hicieron evolucionar nuestra colección. Nuestro encuentro con el arte antiguo fue un proceso natural y también que éste pasara a integrarse en nuestra colección.

    Dirk Krämer (DK). Si uno se toma su tiempo para percibir visualmente una obra de arte y sumergirse en ella se dará cuenta de que una estatua de Buda desprende el mismo poderío que una pintura monocroma. Otro aspecto interesante es que cuanto más profundice en el arte y las culturas de la antigüedad más se verá alterada su percepción del arte moderno y contemporáneo.

    ¿Qué empezaron a coleccionar antes, arte antiguo o moderno? ¿Coinciden siempre en sus elecciones?
    KM. Cuando tenía 22 años, siendo aún estudiante, empecé a coleccionar obra gráfica de artistas como Ben Nicholson, Hans Arp o Gianfredo Camesi. Me seducía el lenguaje pictórico sobrio y claro de las posiciones concretas y conceptuales del arte europeo contemporáneo. Luego, en la década de los 70, fueron las obras de Ernst Hermanns, Erich Reusch y Ulrich Rückriem las que despertaron mi curiosidad y propiciaron un acercamiento personal a estos creadores y a la escena artística del momento. Más adelante, gracias a Dirk, empecé a interesarme por el arte antiguo.

    DK. Tenemos el pacto tácito de que sólo compramos obras para nuestra colección si los dos estamos de acuerdo. La mayoría de las veces nuestra manera de percibir es muy similar y casi nunca discutimos. Nos dimos cuenta de que existen principios estéticos que recorren la colección como un hilo conductor. Precisamente por estos principios le pusimos el título de Líneas de callada belleza a nuestra colección permanente. Serenidad y belleza son dos categorías presentes tanto en el arte contemporáneo como en el antiguo.

    La Fundación DKM ha hecho encargos a importantes artistas como Ernst Hermanns, Richard Long o Richard Serra, entre otros. ¿Cuáles son sus mejores recuerdos de estos proyectos?
    KM: Uno de nuestros recuerdos más queridos tiene que ver con la exposición de Ernst Hermanns en la Galería DKM en el Puerto Interior de Duisburgo. En el invierno de 2004 inauguramos una exposición con motivo del 90 aniversario del artista. Durante su vida Hermanns concibió la obra como un modelo.

    DK: Hermanns nunca estuvo en la Galería DKM, pero mientras discutíamos sobre las dimensiones y la relación entre el espacio interior y exterior desarrolló un proyecto para este área especial. Se trataba de un enorme globo y un pequeño cilindro que se exhibirían en el interior en correspondencia con el cilindro gigante situado frente a la galería.

    Su colección de arqueología es particularmente potente en arte del Antiguo Egipto y del Sudeste Asiático. ¿Qué piezas destacarían?
    DK: La grandiosa cabeza de Buda es muy importante para nosotros. La vimos por primera vez en TEFAF Maastricht. Tras arduas negociaciones con la galería SEN de Bruselas, la conseguimos y la convertimos en la piedra angular de nuestra colección de estatuas chinas budistas.

    KM: Para nosotros estas esculturas son el paradigma del elevado refinamiento estético asiático. Nuestra colección atesora dieciséis estatuas chinas budistas del breve período Qi del Norte (550-577 d.C) en la historia china. Se trata de una colección insólita en un museo europeo.

    Han dedicado una sala especial al arte japonés del siglo XIX. ¿Cuáles son las obras más especiales?
    KM: Nos enorgullece poseer un gran conjunto de pinturas en rollo y cerámicas de la poetisa y monja japonesa Otagaki Rengetsu (1791-1875). A punto de cumplir los 50 años, Rengetsu comenzó a modelar cerámicas para el té sobre las que grabó sus maravillosos poemas haiku. Es un placer poder darlas a conocer a nuestros visitantes.

    En la planta baja del edificio se exhibe la maravillosa cabeza de Buda que antes mencionaban. ¿Qué podrían contarnos de ella?
    DK: Esta cabeza de Buda es, verdaderamente, una pieza excepcional y bellísima de la dinastía Qi del Norte. Mide aproximadamente 90 cm de alto y está esculpida en mármol blanco. En algunas partes todavía se aprecian restos de la policromía original.

    KM: Es una de las cabezas de Buda más grandes de este periodo que existen en Europa. En el museo la presentamos en un espacio separado con una atmósfera muy especial que traslada al visitante a un templo budista.

    Una de las piezas más impactantes es una procesión funeraria. ¿Cómo la consiguieron?
    DK: Las 53 figuras que integran esta procesión funeraria fueron un descubrimiento casual en una galería de Viena a principios de los años 90.

    KM: Originalmente constaba de más de 70 figuras, pero algunas se vendieron sueltas. Para proteger lo que quedaba de la procesión la convertimos en una parte esencial de la colección DKM.

    Háblenme de su colección de fotografía, de época y contemporánea. ¿Tienen una temática favorita?
    DK: Actualmente tenemos una muestra temporal dedicada a la Fotografía Subjetiva. Los 41 trabajos que la argumentan son una selección muy representativa de las más de 140 imágenes que conforman nuestra colección. Pueden contemplarse fotografías de Otto Steinert, Ludwig Windstosser, Peter Keetman, Siegfried Lauterwasser, Kiyoshi Niiyama y Christer Strömholm.

    KM. En la exposición permanente tenemos fotografía vintage y contemporánea en distintos contextos. La sección dedicada al arte del antiguo Egipto, por ejemplo, se acompaña de fotografísa de viajes del siglo XIX. La referencia a la región del Ruhr [donde se emplaza el museo] nos la dan las fotografías de Bernd y Hilla Becher y de un pionero de la Nueva Objetividad, Albert Renger-Patzsch. Además nuestra colección incluye retratos fotográficos de Kyungwoo Chun y, por tanto, abarca también el arte contemporáneo asiático.

    DK: Tenemos también un amplio catálogo de fotografía arquitectónica.

    Vanessa García-Osuna
    Imágenes: Cortesía DKM Musem

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