Sitges tiene un encanto especial, no sólo por su belleza, sino también por su cultura, que es uno de sus rasgos identitarios; su gran iglesia barroca del siglo XVII con sus casitas blancas, sus playas con barcas de pescadores, su luz y su atmósfera, fueron el escenario ideal que sedujo, a lo largo del último cuarto del siglo XIX, a un grupo de pintores que formaron la Escuela Luminista pintando al aire libre. El esteta y carismático Santiago Rusiñol eligió Sitges para crear su casa-museo, el Cau Ferrat, atrayendo a sus amigos Ramon Casas y Miquel Utrillo y a muchos otros artistas, músicos y escritores, que había conocido durante su estancia en París, dinamizando el ambiente cultural de esta ciudad marinera. En 1892 se celebró la primera de las Fiestas Modernistas y, mientras, los “americanos”, que retornaban a Sitges tras hacer fortuna en ultramar, edificaban preciosas villas modernistas. Ignasi Domènech, Jefe de Colecciones de los Museos de Sitges, nos habla de la expansión de esta tradición cultural que están llevando a cabo.
Sitges era el pueblo marinero de la Escuela Luminista y llegó Rusiñol… La relación con la cultura artística comenzó con la Escuela Luminista y luego con la llegada de Santiago Rusiñol en 1891. Dos años después abrió su casa, conocida como el Cau Ferrat, a la que trasladó todas las colecciones que tenía en Barcelona; no fue solamente su vivienda, sino un espacio de experiencias y acabó siendo uno de los ejes fundamentales de la cultura del siglo XIX, del Modernismo, y el punto de entrada del arte contemporáneo con los eventos artísticos que se celebraban en aquel momento en Sitges, con influencias europeas, especialmente francesas, belgas e inglesas. Desde el Cau Ferrat se promovieron las Fiestas Modernistas, cinco festivales que hoy en día podríamos comparar con la performance, el teatro, la poesía… Aquí sonaron las melodías de Debussy y Satie con otros músicos simbolistas belgas, además de Falla y Granados, atrayendo a artistas y poetas que dinamizaron la cultura catalana y por extensión la española, a partir de la incorporación del pensamiento artístico más avanzado del momento.
¿Qué aportaron las Fiestas Modernistas? Por ejemplo, en 1894, llegaron al Cau Ferrat dos obras de El Greco, que Rusiñol había adquirido en París ese mismo año. Las tenía Pau Bosch, un coleccionista catalán que vivía en Madrid, a quien no le interesaban porque El Greco no era conocido en ese momento. Se las dio a su sobrino, que se las llevó a París; allí las vio Zuloaga, se enamoró de ellas y Rusiñol las compró. Así que la recuperación y puesta en valor de la obra fundamental de El Greco sucedió aquí, en Sitges, donde se le levantó el primer monumento en toda España, en 1898. El segundo fue en 1914 en Toledo.
¿Cómo fue? Pensemos en Sitges en 1897, un pueblo de pescadores. Cuando se puso la primera piedra, se organizó una suscripción popular y el pueblo contribuyó con Rusiñol a costear el monumento. Conservamos en el archivo un cuadernillo con lo que aportó la gente del lugar. Y fue la magia de Rusiñol, que supo transmitir a la gente la importancia de este pintor, es decir, fue el gran persuasor.
Así que, sin conocer a El Greco, la población de Sitges se involucró en el monumento. ¡Qué gran carisma el de Rusiñol! Realmente no se le conocía, ni la gente de Sitges ni casi nadie. Era un pintor que estaba entre las sombras, con sus cuadros llenos de humo por las velas de las iglesias de Toledo, donde era considerado un pintor extraño. Pero Rusiñol y Zuloaga estaban maravillados por él, y cuando descubrieron que era un hombre que había reivindicado los derechos de los artistas, que era alguien que casi no hacía dibujos previos, que era todo pincelada libre, vieron en él a un autor que encarnaba la libertad artística y creativa. Y Rusiñol explicó todo esto a los habitantes de Sitges, que compartieron la idea y contribuyeron a erigir el monumento. En los años siguientes la actividad artística era imparable con actos muy diversos, como lecturas de poesía, obras de teatro, danzas contemporáneas sobre el agua; aquí venían los mejores músicos simbolistas belgas y, como dije antes, también autores como Granados y Falla; recordemos que Noches en los Jardines de España se compuso aquí, en el Cau Ferrat.
¿Qué significó el Cau Ferrat en su momento? Fue un espacio de irradiación de propuestas modernizadoras. No sólo el edificio, sino todas las colecciones, porque Rusiñol dinamitó la división entre artes mayores y menores; para él no existía esa jerarquía de las artes. En el Cau Ferrat no hay rotación en las colecciones; es exactamente la vivienda que tenía Rusiñol, una casa-museo. Mucha gente dice que era su taller; allí escribía, pero pintaba al aire libre, sobre todo desde el momento en que se instaló aquí, ya con 30 años.
¿Cuáles son las obras emblemáticas del Cau Ferrat? La pieza fundamental es un Greco, que es una cabeza de cartel; quiere decir que cuando recibía un encargo por primera vez, antes de entregarlo al cliente, hacía una pequeña copia en una tablita y la guardaba en su archivo. La segunda vez que alguien le pedía lo mismo, partiendo de la tablita, esbozaba la tela y la acababa en el taller. Pero esta obra nuestra es la primera Magdalena pintada por El Greco y con un análisis de rayos X vemos que hay arrepentimientos porque la cabeza se la puso primero de una manera y después de otra. Tenemos también un pastel de Picasso, El Quite, de 1900; la primera obra conservada de Manolo Hugué, una maternidad, y los desnudos de Ramon Casas, que no pudo exponer en Barcelona porque a la sociedad catalana de la época le disgustaba la carnalidad de estas obras y Rusiñol la adquirió…. [Marga Perera. Foto: Maria Dias]