Terpsícore, la musa griega de la danza, debió tocar con su lira a Joaquín de Luz (Madrid, 1976) que ya deslumbraba de niño a su primer mentor, Víctor Ullate. Pronto se confirmaron las excepcionales dotes del madrileño que conquistó como bailarín solista algunas de las mejores compañías del mundo, como el American Ballet Theater de Nueva York. El broche a su brillante trayectoria fue el Premio Nacional de Danza. Pero detrás de los aplausos y las noches de gloria, hay una vida de entrega y sacrificio en la que, la fortaleza mental, juega un papel clave. No en vano quien ahora es director de la Compañía Nacional de Danza, admite que le hubiera querido preguntar a genios como Leonardo cómo gestionaron sus angustias. [Raquel García-Osuna. Foto: Alba Muriel]
