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    Manolo Valdés: «Creí que la pintura podía cambiar el mundo»

    Miembro fundador del histórico Equipo Crónica, Manolo Valdés ha desarrollado una fértil carrera en solitario a lo largo de más de tres décadas.
    Manolo Valdés (Valencia, 1942), uno de los artistas españoles más reputados en el panorama internacional, presenta su obra reciente en la Galería Marlborough de Barcelona, que estrena nuevo espacio en la calle Enric Granados, una calle bien surtida de galerías de arte. Mientras van llegando a la Marlborough ramos de flores de bienvenida de los galeristas vecinos, conversamos con el creador valenciano de su obra y de su experiencia en Nueva York, donde lleva viviendo más de veinte años.

    Usted presenta en esta exposición obras a partir de Velázquez, Picasso, Matisse… ¿qué es lo que más valora de ellos?
    No es que sean los artistas más importantes, también me gustan Rembrandt, Caravaggio… pero son los que considero los más adecuados para contar cosas. Cuando tomo un artista como modelo siempre es porque me gusta, y mis temas salen de las obras de arte porque esa es mi gran pasión. A otros artistas les puede gustar ponerse ante un bodegón o un paisaje, a mí me gusta partir de referencias directas a la historia del arte, y esas referencias no son solo a la imagen que escojo porque, por ejemplo, aquí tenemos un cuadro, que se inspira en Matisse, pero es a escala de 2,5 metros…seguramente antes del Pop Art no me hubiera atrevido a hacer un ojo así de grande, hubiera sido una locura; sin embargo, Warhol me enseñó que eso es posible: asumir un retrato de esa escala, y también hay otros artistas que me ayudan a ver las opciones de la pintura matérica… con este bagaje, con el alfabeto que la historia del arte me ofrece, pinto un cuadro que me permita contar lo que quiero; ésta es la razón por la que tomo imágenes de la historia del arte, que no son solo imágenes, sino también maneras de hacer. En realidad es más importante la manera de hacer que la imagen.

    Manolo Valdés
    Manolo Valdés. Foto: Adam Reich

    Durante sus años en el Equipo Crónica su trabajo tenía una fuerte ideología ¿en qué punto ideológico diría que está ahora su obra?
    En el momento en que trabajábamos con Crónica este país estaba en una situación muy anómala y casi todos los intelectuales -y mucha gente trabajábamos por normalizar la situación, por eso nuestros cuadros tenían una carga de reivindicación. La situación cambió y el país cambió también, y me pregunto qué estaría haciendo Crónica ahora. La obra habría cambiado, desde luego. En aquel entonces pensaba que con la pintura se podía cambiar el mundo… ahora soy más prudente [dice sonriendo]. Naturalmente, las cosas en mi trabajo han cambiado mucho, aunque en muchas de las piezas que he hecho ahora se refleja el Pop Art, y las figuras que estoy tratando son las mismas. En el fondo, han pasado muchos años y muchas cosas. Crónica desapareció no porque hubiera una crisis, sino porque Solbes murió… creo que un equipo se produce si se produce… y no podía plantearme sustituir a Solbes por otra persona. Tuve que aprender a trabajar solo.

    Usted tiene colaboradores, ¿qué intervención tienen en su obra?
    Tengo un asistente, pero mi trabajo es muy personal e individual. Cuento con más colaboradores cuando se trata de la fundición de grandes esculturas, pero mi trabajo en el estudio es muy tradicional, estoy yo, un asistente, a veces somos tres,pero la colaboración es más para preparar telas y pigmentos porque la intervención en los cuadros en mi caso no es fácil, igual que en las esculturas. Hay grandes artistas actuales, como Hirst o Koons, que deben tener cien personas y creo que su trabajo se resiente. Hay muchas maneras de trabajar, no sé cómo serían los talleres de Rubens, supongo que deberían estar llenos de colaboradores. No estoy ni a favor ni en contra, creo que con los dos procedimientos se pueden hacer cosas notables; no me sirve a mí, pero entiendo que sirva a otros.

    ¿De qué etapa de su trayectoria está más satisfecho?
    Se suele pensar, equivocadamente, que el mejor cuadro está por hacer, ya que eso es lo que motiva a ir al estudio; los cuadros ya realizados forman parte del pasado, yo no miro mis cosas antiguas con demasiado interés; si me pregunto si soy capaz de pintar una infanta Margarita más bonita que la que pinté hace treinta años, tengo que pensar que sí [sonríe]… y voy al estudio con esa energía. No tendría ningún inconveniente en dejar de ir al estudio, tengo otras aficiones, pero mientras tenga esa impresión de poder mejorar lo que he hecho antes…

    ¿Cuáles son sus aficiones?
    Bueno, puedo quedarme en casa perfectamente leyendo novelas o ir a pasear… hay muchas cosas de las que disfrutar en este mundo, ¡pero mientras el estudio le gane a todo lo demás…! Me gusta mucho pescar, cuando vivíamos en España teníamos una casa en Jávea y recuerdo que cuando fuimos a Nueva York le decía a Rosa que teníamos que comprar algo cerca del mar porque me gusta tanto ir a pescar… y cuando tuvimos una casa cerca del mar, en Nueva York, lo primero que hice fue montar un estudio, y me decía mi mujer, ‘¿pero no querías esto para ir a pescar?’ Y yo decía ‘sí, pero me gusta más pintar’ [dice sonriendo]. Las dos cosas son compatibles, pero mi afición al estudio es más potente que cualquier otra cosa.

    ¿Cómo es la vida de un artista como usted en Nueva York?
    Nueva York es una ciudad que tiende a la excelencia, por eso a la hora de hacer las cosas genera ilusión, y todo el mundo que va allí a hacer algo lo hace con esa ilusión. Los mejores artistas no estamos allí, pero cuando a un artista se le da la oportunidad de exponer intenta llevar lo mejor; por ejemplo, si puedo exponer en otras ciudades voy a guardar mis mejores obras para Nueva York porque es una ciudad muy exigente. Es un lugar muy estimulante pero tampoco digo que todo lo que se exponga allí sea bueno, pero sí que cada artista va a enseñar lo mejor, y esto genera una gran curiosidad de ver…¡porque hay tantas cosas! Yo llegué allí de una ciudad donde pasaban pocas cosas y Nueva York es un sitio donde cada día pasan tantas cosas que hay que aprender a renunciar. Se pasa de esperar que ocurra algo a tener que renunciar porque ocurren muchas cosas, y tener que desistir siempre sabe mal, pero eso es la vida. Se dice que Nueva York es una ciudad muy competitiva, eso a mí no me gusta porque parece despectivo… en realidad es una ciudad muy competente. Cuando a la edad que yo tengo se está en una ciudad donde todavía se aprende… eso no se cambia por nada. Esta es mi experiencia en Nueva York, llevo más de veinte años allí y no creo que me vaya ya. Cuando un personaje desaparece nunca pasa nada, allí nadie es imprescindible, siempre hay alguien que le va a sustituir, por eso la ciudad nunca sufre. Por el momento es una ciudad muy viva, eso es un gusto y también un fastidio, por lo que implica de tener que renunciar. El problema es cuando se va a exponer … se puede fracasar, pero si se va a aprender nunca se fracasa… Pero si el proyecto es triunfar en Nueva York… eso es un poquito más complicado.

    Ha dicho alguna vez que su obra es una revisión de fracasos ¿Cómo entiende el fracaso cuando habla de su obra?
    Si frente a un nuevo cuadro pienso que voy a hacerlo mejor, que voy a corregirlo, es que el anterior era un fracaso y por eso se tiene la sensación de que se puede hacer mejor, después uno encuentra que no ha sido así, que muchas cosas anteriores son mejores… pero la impresión es que se puede hacer. Por eso digo que, de alguna manera, el cuadro anterior es un fracaso.

    ¿Qué ha significado Warhol para usted?, ¿cree que es un artista capital?
    Sí, Warhol es un artista muy importante, pero hay que mirar atrás… y frente a tanta historia del arte, Warhol es un artista que ocupa un lugar dentro del Pop Art. El arte es distinto que la ciencia. En ciencia cuando se demuestra que algo es mejor que lo anterior, lo anterior desaparece, mientras que en la pintura las cosas coexisten. La pintura abstracta no acaba con la figurativa, el Pop no acaba con la pintura matérica… Nada acaba con nada, todo coexiste, todo suma. Por eso Warhol es una figura más de ese gran alfabeto, como tantos. Cada uno ocupa un espacio, creo que lo interesante es esa acumulación. Warhol es muy afín desde el punto de vista contemporáneo porque es más cercano. No conocí a Warhol, pero sí a Lichtenstein y recuerdo que vio una exposición mía en Barcelona en la galería Maeght y me dejó una nota en la que decía que había disfrutado mucho con mi obra. Él ya era un artista importante y tuve ocasión de verle en Nueva York varias veces.

    ¿Quiénes son sus amigos artistas en Nueva York?, ¿siguen existiendo las míticas tertulias?
    Mis amigos artistas son los que están en la misma galería porque es con quienes coincido más. Veo más gente en Nueva York que cuando vivía en Valencia. Constantemente se tiene ocasión de ver gente que sería impensable ver en otro lugar. En Nueva York se tiene una sorpresa cada día, nunca se sabe qué va a ocurrir, desde el punto de vista del arte es muy estimulante. Y también es verdad que en Nueva York todo el mundo se vuelve más realista. Es un lugar que le pone a uno un poco en su sitio. Se puede ser el primero en otra ciudad y llegar de lugares donde se está más mimado y llegas allí y te ponen en tu sitio. ¡Y eso es muy sano!. Si lo que me pregunta es si hay tertulias como las del Café Gijón, pues no; la gente está en sus estudios… ¿si hay debate? Claro que hay debate, pero no de café, lo hay en el enfrentamiento de las tendencias, la gente defiende sus posiciones, el debate está en las cosas que se enseñan, porque al final lo importante es la producción y lo que pasa, puede que haya grupos más jóvenes que se encuentran más…

    ¿Qué consejos daría a un joven artista que sueñe en Nueva York?
    Quien quiera ir a Nueva York que se olvide de ir a enseñar, que vaya a aprender. Allí no se pueden dar lecciones de nada porque el nivel está muy alto. El otro día estaba en mi casa midiendo los catálogos que había recibido y medían 60 cm. Por eso, que nadie espere mucha atención. Si va a aprender, bien, que no vaya con ingenuidad; el paso por Nueva York es fantástico para cualquiera, para un joven y para otro que no lo sea tanto.

    ¿Cuál es su primer recuerdo memorable con el arte?
    Entré en Bellas Artes más ingenuo, pero cuando empecé a descubrir el arte fue a los 16 años, en París. Allí me encontré con un pintor –Soulages– que cogía un bote de pintura negra y la volcaba y la movía con un palo y de repente pensé ‘¡qué pasa aquí!…¡si a mí me están enseñando a pintar con un pincel!’. Klein embadurnaba mujeres de azul… después vi un cuadro de Rauschenberg con un águila disecada… Entonces aprendí que no había reglas y que lo que me estaban enseñando en la escuela no era cierto… Volví de París siendo otro y empecé a tomar conciencia… ya había visto obra de Picasso, pero ver artistas trabajar directamente así me provocó una revolución que me impidió seguir en la escuela.

    ¿Su obra es como una revisión de la historia del arte?
    Más bien es una utilización de la historia del arte, siempre es así, una cosa lleva a la otra. Creo que la pintura no se entiende sin la historia del arte, y esta presencia de la historia es una de las cosas más conceptuales. Yo presumo de conocedor de la historia del arte, a veces veo cosas que se hacen ahora y pienso «esto ya lo he visto, de otra manera, pero lo he visto»… no digo que no sea una copia, sino que la pintura se entiende mejor si se conoce la historia del arte.

    ¿Qué libros le gusta leer?
    Me gusta la novela que tiene relación con mis contemporáneos y soy gran lector de los libros de arte, soy de los que compran casi todo lo que sale, incluso las cosas que no entiendo. Cuando me encuentro con cosas que hace la gente distintas de las que hago yo es un fastidio, no un rechazo, porque es algo distinto de lo que hago; me quedo con la pena de no poder entenderlo para ver si puedo aprovecharme de algo. Hay cosas en las que me encuentro perdido. Siempre tengo esta reacción pero no podemos pensar que se puede seguir hablando solo de Tàpies, Miró… hay que enseñar cosas nuevas. Estuve en el Centro Reina Sofía y pensé ¡qué aburrimiento! Porque cosas que fueron escritas para ser leídas están enmarcadas y colgadas. Por ejemplo, no me gusta ver enmarcado el Manifiesto surrealista porque no fue hecho para esto…

    M. Perera

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