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    La colección de Joan Artur Roura

    El empresario Joan-Artur Roura i Comas (Barcelona, 1944) es un coleccionista ecléctico, aunque él no se considera exactamente coleccionista, sino más bien amante y protector del arte. A los 20 años adquirió su primer cuadro con el dinero que su padre le había dado para comprarse un coche, y hoy uno de sus objetivos es recuperar piezas históricas del arte catalán. Ahora desvela parte de su colección, concretamente bodegones, en el Museu Can Framis de la Fundació Vila Casas, en una exposición abierta hasta el 21 de enero dentro del ciclo El arte de coleccionar comisariado por Daniel Giralt-Miracle. Marga Perera. Foto: Laura Gómez Lerena

    ¿Cómo fue su primer contacto con el arte? Fue en mi entorno familiar; mis abuelos, principalmente los paternos, estaban muy sensibilizados con la cultura. Mis padres y mis abuelos vivían en el Ensanche barcelonés y los días que yo no iba a jugar a hockey a los maristas, donde había estudiado, mi abuela me recogía e íbamos a la iglesia de Pompeia, yo tendría 6 o 7 años, y después solíamos visitar galerías de la zona, las de la calle Séneca, la Vía Augusta y la Diagonal, que entonces abrían los domingos por la mañana. Haber crecido en un clima culturalmente estimulante incentivó mi interés por la pintura y la música. Independizarme me supuso algunos inconvenientes: mi padre quería que yo me involucrara en los laboratorios familiares y empecé a estudiar en el Instituto Químico de Sarriá, pero lo dejé y me establecí por mi cuenta. Consideré que mi campo profesional estaba más cerca del ámbito comercial de representación, también en la línea de laboratorio, pero en perfumería y cosmética. A los 26 años ya era director comercial de una empresa que tenía delegación en Nueva York y fue ahí cuando entré en contacto con el arte contemporáneo internacional y mi mirada comenzó a ampliarse.

    ¿Recuerda su primera adquisición? Como trabajaba de comercial, mi padre me entregó una cantidad de dinero para que me comprara un coche nuevo, pero en vez de hacerlo preferí adquirir uno de segunda mano y un cuadro. Concretamente, me compré un paisaje de Joan Roig Soler; fue mi primera adquisición, yo tenía 20 años, y todavía lo conservo porque le tengo gran cariño. Por otra parte, mi padre conocía a muchos artistas y me encantaba acompañarle a visitar sus talleres. Cuando tenía 14 años empecé a estudiar en la Escuela Massana, pero tuve que dejarlo porque mi progenitor, con toda su buena voluntad, me dijo que tenía que estudiar para trabajar en lugar de estar perdiendo el tiempo con el arte.

    Pero ya no dejó de comprar arte… Sí, a lo largo de los años, fui comprando pintura catalana, que era lo que había visto más en casa. Éramos una familia muy unida y los sábados y domingos íbamos a visitar a los abuelos; de hecho, tengo un recuerdo muy nítido de un par de bodegones, no sé dónde estarán ahora, y creo que ahí surge mi interés por las naturalezas muertas, como si fuera una asignatura pendiente, eso explica que tenga una gran variedad de este género: Joan Llimona, Martí Alsina, Josep de Togores, Joan Hernández Pijuan… y una obra con un significado especial para mí, un bodegón de Adrià Gual, muy barroco, de gran realismo, en el que se percibe que era escenógrafo, y que está en la línea de los que yo había visto desde que era niño en casa de mis abuelos. Tuve la oportunidad de adquirirlo y quizás es una de las pocas veces que he comprado directamente; se lo compré a Josep Gual i de Sojo, hijo del artista, con quien me unía una gran amistad.

    Tendrá infinidad de anécdotas relacionadas con sus obras… Sí, muchas, hace unos siete años fui a París a una bienal y vi una pintura que estaba expuesta junto a trabajos de Albert Gleizes, Juan Gris y Sonia Delaunay. Toda la luminosidad de Delaunay contrastaba con la obra de ese pintor; me pareció una pieza muy interesante por su influencia cubista y sobria composición. Pero todavía me interesó más cuando, al preguntar quién era el autor, me explicaron que era Virgilio Vallmajor, un pintor catalán republicano que tuvo que exiliarse en Francia perseguido por nuestra “in-civil” contienda; en ese momento sentí que, en su memoria, tenía el deber de que la obra regresara a Cataluña. Otro de los bodegones más emblemáticos para mí es una de las últimas obras de Amèlia Riera que hizo ex profeso para esta exposición titulándola Desitjant que sigui natura morta [Deseando que sea naturaleza muerta], y me parece que tiene gran encanto.

    ¿Cuándo empezó a sentirse coleccionista? Quizás nunca me he sentido así; prefiero que me describan como alguien que valora, defiende y desea apoyar el arte. Es importante distinguir porque creo que aquel coleccionista que compra para invertir es un especulador. Cuando visito museos, siempre procuro ir solo y si me acompaña algún amigo quedo con él en el restaurante [sonríe] porque uno puede entusiasmarse más con una obra y el otro con otra y el tiempo para verlas es distinto; cada persona tiene unas lecturas distintas de cada pieza. Nunca he adquirido una obra por el nombre del pintor, por ejemplo, yo no sabía quién era Virgilio Vallmajor pero me cautivó al verlo colgado entre un Juan Gris y un Sonia Delaunay.

    ¿Dónde adquiere habitualmente las obras? He comprado a galeristas de Barcelona y de Madrid, y con algunos he forjado una buena amistad, como con Dolors Junyent pues, tanto ella como su familia son muy honestos, y también en los precios, que es algo muy importante [dice sonriendo]. Otro galerista barcelonés con el que tengo una relación cercana es Víctor Saavedra, pero también tendría que citar a Manel Mayoral, Artur Ramon, los Pinós de la Galería Gothsland, la Sala Dalmau, Joan Gaspar, … y de Madrid, el recordado Eufemio Díez Monsalve, Soraya Cartategui, Ana Chiclana… Creo que es esencial tener una gran familiaridad con el galerista porque algunos también son coleccionistas. Por ejemplo, poseo un Joan Ponç de la época de Dau al Set que Dolors Junyent tenía en su galería, que era para mí una asignatura pendiente. También soy asiduo de la Sala Parés, que además hacen exposiciones de creadores emergentes, y procuro contribuir comprando arte joven.

    ¿Tiene obras preferidas en esta exposición? ¡Todas!. El bodegón de Francesc Todó me parece interesante porque es una obra relajante, que aporta serenidad, como el de Xavier Valls, que parece tener una cierta influencia de Morandi. El dibujo de Torres García, que es de buena época, tuve la oportunidad de adquirirlo en Barcelona. Me encanta el constructivismo, y este bodegón es muy preciosista, porque el artista era un gran dibujante.

    Cada bodegón tiene una historia Antoni Vila Casas pensó que podría incluir en esta exposición alguno de artistas españoles o flamencos del siglo XVII, pero consideré, ya que sigo su misma línea de colaborar con los pintores locales, presentar una selección de algunos de ellos, aunque no me han cabido todos. En la muestra está Alicia Viñas, buena pintora que fue también directora del Museu de l’Empordà. Una obra que me parece de gran interés es este bodegón [dice señalándolo] también presentado como un homenaje a Josep Palau Fabre, ya que lo pintó su padre, Josep Palau Oller; estaba en casa de mis abuelos y lo recuerdo desde pequeño por la caja de quesitos, que me comía a escondidas como hemos hecho todos [dice sonriendo]; a Martí Rom lo conozco desde hace mucho tiempo y preparó este cuadro-objeto con un zapato, Natura morta del sabatot; el bodegón de Miguel Rasero es un collage muy interesante. Hay un buen bodegón de Antoni Clavé, a quien mi padre conocía. Pero aunque se conozca a los artistas no siempre es posible profundizar en la relación por eso para mi es muy enriquecedor tratarles de cerca, como he hecho con Amèlia Riera, Miguel Rasero, Jordi Fulla, Arranz-Bravo, Jorge Castillo, a quien compré este bodegón hace años, justo antes de que se marchara a Nueva York .

    Usted está muy vinculado a la cultura catalana… Sí, y tengo una anécdota curiosa: cada año voy a TEFAF Maastricht y en una de las visitas a la feria descubrí un brasero románico catalán; era una de las piezas estelares y lo exhibía el anticuario Luis Elvira. Inicialmente me pareció que superaba mi presupuesto y no podía adquirirlo en aquel momento. Después volví a verlo en Madrid y en aquel momento sí tuve la oportunidad de comprarlo, con gran esfuerzo, quizás el precio también era algo más “módico” [sonríe]. Fue un gozo recuperar un brasero catalán del siglo XII. Consideré conveniente que esta pieza, como otras de mi colección, volviera a Cataluña. [En la exposición, puede verse este espléndido brasero, en el que se han colocado unas mandarinas en su interior para formar parte de la muestra de bodegones].

    Además de en galerías compra en subastas. ¿Alguna vez ha lamentado no poder conseguir alguna pintura que hubiera querido comprar? ¡Sí, muchas! Y no las quiero recordar. Todo el mundo tiene sus cálculos y presupuestos, claro. Me gusta ver las obras al natural, para averiguar si está reentelada, si tiene retoques… Una persona que vio mucho mis obras una vez adquiridas fue el recordado restaurador Andreu Asturiol y ahora, su hija Elisenda; siempre han sido ellos los primeros que han disfrutado de las obras que he ido adquiriendo. Cuando se compra una pintura siempre presenta contaminación de las casas en las que ha estado y hay que hacer una limpieza y observar con atención todos los retoques que pueda haber si es una obra antigua.

    ¿Le gusta conocer a los autores de su colección? Sí, tengo una obra adquirida al artista Juan Miguel Palacios, instalado en Nueva York, donde está recibiendo un reconocimiento notable en su faceta como pintor y escultor; es una de mis últimas amistades y cuando voy a la ciudad disfruto visitando su taller.

    Háblenos de sus proyectos como abanderado de causas culturales, filantrópicas y premios… Pertenezco a la Junta del Concurso Internacional de Música Maria Canals y cada año doy un premio. También, siempre que puedo, participo en el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes (Òmnium Cultural), que este año recayó en la escritora Isabel Clara- Simó. Doy premios a las escuelas de Plataforma per la Llengua cuando hacen trabajos manuales de juguetes y de distracción. Soy vocal dels Amics de la Bressola, y estamos pensando en organizar un premio.

    ¿Sigue algún criterio en sus adquisiciones? Bueno, soy muy ecléctico. Hace quince días fui a la Biennale de París, que se celebraba esplendorosamente en el Grand Palais, y también me acerqué a Christie’s; allí descubrí una pintura de género de un pintor holandés del siglo XVII. Me encapriché de ella y por la tarde fui a la subasta… hoy está en mi colección [sonríe satisfecho]. Hace muchos años adquirí un interior de Cornelis Pietersz Bega, un artista del siglo XVII, y hace un año recibí un catálogo donde vi la pareja del cuadro, son los mismos personajes: el violinista, el seductor, el bebedor, el enano…; volví a Ámsterdam a ver si lo conseguía y me salí con la mía. Así que ahora tengo el pendant, un interior y un exterior con los mismos personajes con distintos gestos.

    ¿Qué pinturas le ha costado más conseguir? Recuerdo que cuando tenía 27 años adquirí en una casa de subastas de Barcelona un bodegón español del siglo XVII, de Pedro de Camprobín; pasados los años, un galerista madrileño quiso ver mi colección y cuando se la mostré satisfecho y me dijo: “¡Oh! esta obra la recuerdo porque se me escapó de las manos cuando se subastó porque la compró un chico, ¿cuánto tiempo hace que la tiene usted?”, a lo que contesté “pues mire, aquél chico era yo”. Me siento incómodo cuando se habla de revalorización de una obra porque todas las he conseguido con gran esfuerzo, sacrificio e ilusión. Quien compre esperando que sea una inversión se equivoca. Hace dos años, con motivo de una exposición sobre surrealistas del Empordà que se celebró en el Hermitage de San Petersburgo, la comisaria, Alicia Viñas, me comentó que estaría bien tener obras de esos artistas; yo no tenía ninguno pero fui a la galería de Dolors Junyent y vi un Àngel Planells que me entusiasmó, y en otra, un Joan Massanet. Compré los dos.

    Usted es un romántico ¡Demasiado!. Pero son experiencias ilusionantes. Sobre todo lo que me gusta es colaborar con mis amigos. Cuando Alicia Viñas me presentó el proyecto me encantó acompañarla para contactar con los directores del museo. El año pasado se inauguró la exposición y regresé a San Petersburgo con el grupo de coleccionistas y patrocinadores. Me pareció oportuno que estas dos obras que yo había prestado estuvieran expuestas en el Museu de l’Empordà en memoria de mis antepasados Roura, que eran de Vilafant, Figueres.

    ¿Tiene pensado el futuro de la colección? Mi gran deseo sería que se quedara en Cataluña. Esta colección me ha supuesto muchos sacrificios, a veces no he cambiado el coche por comprarme un cuadro… Creo que las instituciones deben hacer todo lo posible para que las colecciones privadas estén expuestas. Para mí, la vida es el arte y la cultura, y los que tenemos la suerte de poder adquirir obras tenemos el deber de exhibirlas para que pueda disfrutarlas el ciudadano. Desafortunadamente carecemos de una ley de mecenazgo y sería esencial que se apoyara a las personas que tienen interés en comprar obras de arte, como hice yo con la obra de Vallmajor
    y con el brasero románico, pensando en devolverlas a Cataluña.

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