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    José Luis Sánchez es cultura

    José Luis Sánchez (Almansa, Albacete, 1926) vino a Madrid y quiso ser arquitecto, pero hizo Derecho y fue menestral bancario para pagarse sus estudios. Ángel Ferrant fue su faro y las becas de Milán y París le abrieron los ojos. Sintió el perfume de la Bauhaus y fue campeón de la integración de las artes, insuflando modernidad a la escultura en España, que renueva junto a otros profesionales de su generación. Profesor de Bellas Artes, numerario de la Academia de San Fernando, Primer Premio de Diseño Industrial, Medalla de Oro de la Bienal de Arte Cristiano, de la Bienal de Budapest y de la Bienal de Salzburgo en 1962, por el retablo para las Esclavas del Sagrado Corazón. 55 individuales en Europa, 65 obras monumentales por el mundo. En Ciudad Real y en el MIRA de Pozuelo ha mostrado, en dos tramos, Itinerario de un escultor, mayor, no sólo de edad, sino de saber y gobierno en la escultura. [Retrato: David García Torrado]. Tomás Paredes

    ¿De dónde nace su pasión por el arte? No sabría decirlo con precisión. Un tío abuelo era pintor local, pero ya de pequeño me gustaba dibujar, hacer apuntes, miniaturas, recortables… Hay algo misterioso en esto. Al venir a Madrid comienzo a dibujar los yesos clásicos que había en el Casón del Buen Retiro. Durante el aprendizaje vas viendo la dificultad del camino, pero unas cosas te llevan a otras y te vas entregando y te ves apasionado por algo que ya no puedes dejar. Y luego la figura de Ángel Ferrant, fundamental para mí.

    ¿Cómo llega a un concepto escultórico? En mis continuas visitas a museos con alto contenido escultórico. Y claro, Ferrant, Ferrant y su trabajo.

    ¿Cómo conecta con Ferrant? Mis amigos eran estudiantes de arquitectura o aspirantes y Ferrant impartía unas clases preparatorias, y allí estuve yo. Comenzamos a conocernos y, enseguida, me distinguió y animó en lo que yo pretendía. Más que enseñar el oficio, lo que hizo fue servir de enlace, ponernos en contacto con lo de fuera, pues él por sus raíces germánicas, recibía revistas alemanas que nosotros devorábamos.

    ¿Qué papel jugó Spinoza en su obra? Importante, en la obra y en mis lecturas; Spinoza y el raciocinio; Montesquieu y la sinceridad; Kierkegaard, su pesimismo, su desesperanza.

    ¿Es su obra abstracta? La escultura en su estadio definitivo suele tener un destino, y ello suele condicionarla notoriamente. En escultura todo es concreto: piedra, bronce, madera, pero también las montañas, los árboles, las nubes, el humo.

    ¿El escultor puede ser sólo artesano? La diferencia es sutil, porque la escultura tiene mucho de artesanía, de acumulación de distintos oficios. Pero de la manualidad que caracteriza a la artesanía hemos pasado a la utilización de la mecánica, de otras fuerzas motoras, incluso de la cibernética. La escultura precisa del uso de muchos recursos, ayudas, medios técnicos. Todo ello nos hace olvidar el pánico del pintor ante un lienzo en blanco.

    ¿Le aportó algo la docencia? En mi condición de autodidacta me aportó muchos descubrimientos. En mis clases trataba de llenar los enormes huecos que presentan los programas universitarios sobre la escultura del siglo XX. También intenté explicar el proceso mental y material de la misma.

    ¿Cómo se relacionan arte y diseño? Arte es un concepto demasiado amplio. Si la escultura está determinada por su aplicación a la arquitectura o la naturaleza, también puede estarlo para la realización de objetos que funcionen o deleiten. Pensemos en el arte suntuario. No hay que pensar sólo en el diseño gráfico, que atañe más a la pintura.

    ¿Cuándo nace la escultura moderna? Es la superación de Rodin, por medio de Brancusi, que fue su ayudante. Picasso cuando hace La guitarra y establece un diálogo con Julio González. Brancusi ha sido el gran revolucionario de las formas.

    ¿Cómo integró las enseñanzas de la Bauhaus? Como el arquitecto frustrado que fui. La integración de las artes, la formación del arquitecto, desde la albañilería a los rascacielos. Mi trabajo en colaboración con muchos arquitectos fue muy fluido. Casi sin querer fuimos reinventando las propuestas de la Bauhaus.

    No ha hecho demasiadas exposiciones Yo no he sido un artista de exposiciones, sino que he sido un artista de arquitectos. He trabajado con más de un centenar de arquitectos aquí en España; entre ellos: José Luis Fernández del Amo, Javier Carvajal, Rodolfo García-Pablos, Juan Manuel Ruiz de la Prada, Miguel Fisac, Antonio Lamela o Miguel Oriol, autor del edificio de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, Fundación Albéniz, cuya puerta principal es de mi autoría.

    ¿Su mejor trabajo religioso? Es complicado, porque he hecho muchas cosas, pero pienso que es el de la Iglesia de Santa Ana, en Moratalaz, con mis esculturas saliendo del hormigón. He ido a visitarla hace algún tiempo con una de mis nietas, que se llama Ana. Y llego allí y me encuentro con que han puesto alrededor del Cristo unos apliques en forma de lágrimas y unas figuras de papel recortadas con la forma de unos muñecos infantiles que salen en televisión y se quedan tan tranquilos. Uno se queda estupefacto y se pregunta: ¿esto es lo que le gusta a la sociedad o es lo que ellos quieren imponer? Porque nosotros sí queríamos imponer a la sociedad una forma de arte nuevo, aunque todo se quedó en el aire…

    ¿La realidad es o se crea? Obviamente es, pero también se puede crear a partir de la idea. Siempre habrá un eco de la realidad, aunque sea ensoñada.

    ¿Diferencias entre espiritual y religioso? Lo espiritual son los resortes que animan las neuronas, el afán de conocimiento. Religioso es lo dogmático, el miedo a la muerte.

    ¿Por qué sigue siendo anónima la escultura? Es una evidencia. Las esculturas monumentales, las estatuas, no suelen ser conocidas por su autoría. Contrariamente la pintura crea marcas, que se extienden a la vida de los pintores. La escultura tiene poca prensa, poca literatura, lo que unido al nivel cultural tan pobre por estos pagos, determinan su escaso conocimiento. Yo mismo me considero anónimo.

    ¿Se ve como un eslabón de la tradición? Pienso mucho en la cristalización de la materia. Está claro que hay en mi trabajo un recuerdo constante de ecos mitológicos, arqueológicos, una estilización de lo antiguo, una cristalización de las formas que introdujo el cubismo y el arte tribal. La primera exposición, que se hizo aquí de arte africano, la hicimos nosotros en la Sala del Ateneo.

    ¿Ha cambiado su concepto de la escultura? En general no, pero es evidente que la experiencia de los escultores señeros del siglo XX ha influido en la obra de los actuales arquitectos estrella.

    ¿Puede haber arte sin pensamiento? Difícilmente. Sin emoción, sin pasión, no hay arte, como dijo Ángel Ferrant, mi maestro, tan olvidado, tan importante.

    ¿Se margina la escultura? No se le da valor. A los artistas aquí, y yo no presumo de artista, se nos hace poco caso y para las contadas veces que se fijan en uno, hay que reconocerlo. Estoy agradecido a esta exposición en el Espacio Cultural MIRA, porque es para mí un estímulo. Exponer escultura es difícil y costoso por eso resalto el esfuerzo que ha hecho el Ayuntamiento de Pozuelo.

     

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