A lo largo de su carrera ha ganado más de 400 premios en los festivales publicitarios de Cannes, Nueva York, Londres, Iberoamérica y España, además de importantes reconocimientos a su trayectoria profesional. Junto con la publicidad, la otra gran pasión de Lluís Bassat (Barcelona, 1941) ha sido el arte. En 2007 creó, con su esposa, la Fundación Carmen & Lluís Bassat. Juntos han ido generando una colección que tiene ahora unas 3.000 obras, que se van exhibiendo, a modo de exposiciones temporales, en la Nau Gaudí de Mataró, la primera obra arquitectónica realizada por Antoni Gaudí. Conversamos con el mecenas con motivo de la exposición que el Museu Frederic Marès dedica a sus fondos escultóricos en la que sus piezas contemporáneas entablan inesperados diálogos con las esculturas clásicas y antiguas del museo barcelonés. [Marga Perera. Foto: Maria Dias]
En su colección tiene unas 500 esculturas, ¿qué le atrae de este medio? En general, me atrae que las esculturas se pueden ver desde todos los ángulos. En muchos casos puedo, incluso, tocarlas.
En el Renacimiento se hacía el parangón entre escultura y pintura: la pintura, tratando de reproducir la realidad, miente; en cambio, la escultura es más real, más verdad, decían los defensores de la escultura, o sea, los escultores. Ahora ya no comparamos, pero si pudiera hacerlo, ¿qué diría? La escultura tiene una vida más próxima; la pintura está en la pared y la ves, pero en el caso de la escultura puedes dar la vuelta y contemplarla desde muchos puntos de vista. Sin embargo, conceptualmente, no estoy de acuerdo con que la escultura sea más verdad que la pintura porque, si bien hay pintura realista, también hay escultura abstracta, como la de Chillida, que no representa la realidad, sino que es con su imaginación con la que construye sus esculturas de hierro retorcido. Por lo tanto, creo que son tan verdad la una como la otra.
¿Recuerda su primera escultura? Sí. Fue una de mármol negro belga que hizo Sergi Aguilar hacia 1975. Siempre la he tenido a la vista y ahora está en la entrada de mi casa de Barcelona. Es un paralelepípedo cortado al bies por la parte superior y el corte es tan sorprendente, que sigue fascinándome. Un día, el propio artista me pidió permiso para hacer otra escultura igual que la mía, más grande y en bronce, que está en el Fútbol Club Barcelona, Supongo que les debió gustar mucho.
Por su carácter tridimensional, la escultura puede plantear algunos desafíos al coleccionista, ¿ha habido alguna pieza “complicada” de instalar? Sí, muchas. Las esculturas colgantes de Moisés Villèlia, que han de mantener un perfecto equilibrio, como lo pensó él. Y muchas otras. La que más, una gran escultura de Elisa Arimany, que para colocarla en el jardín de mi casa de Llavaneres tuvimos que alquilar una grúa gigante. Esta escultura vino en barco a Barcelona desde Nueva York, donde estaba en un parque en una exposición de escultores europeos y ella era la única española. Era una pieza colosal, de unos 4 metros de altura y 5 de longitud; tuvimos que levantarla con una grúa enorme y reforzar el suelo con cimientos de hormigón porque pesa bastante. Siempre estará en el lugar que escogimos para ella porque es inamovible.
¿Cómo ve el mercado de la escultura? Igual que el de la pintura, bastante mal. Los escultores y los pintores siguen trabajando, pero las diferentes crisis han hecho que los compradores se retraigan algo. Y, por otra parte, las instituciones públicas que, en mi opinión, deberían ser los principales compradores de arte del país, tampoco dan muestras de gran vitalidad compradora. Espero que pronto se revierta la situación y que los artistas puedan volver a vivir bien de su trabajo.
¿Le interesan también las instalaciones?, ¿y la escultura clásica? Las instalaciones no tanto porque suelen ser perecederas. Algunas de ellas me hacen sonreír, como la de aquel plátano pegado por una cinta adhesiva en la pared de un museo que obligaba a los conservadores a ir cambiándolo cada vez que maduraba. La escultura clásica me encanta y si hubiera vivido en esa época y hubiera estado a mi alcance, hubiera comprado alguna. Pero prefiero apostar por escultores de mi generación.
Si hubiera vivido en el mundo clásico hubiera adquirido alguna escultura Sí, si hubiera tenido dinero…
Claro, con dinero suficiente, ¿qué obra hubiera comprado? La Venus de Milo; siempre me ha gustado porque encarna la perfección clásica.
Volvamos al plátano. Comedian, de Maurizio Cattelan, se presentó en 2019 en Art Basel Miami Beach en el stand de la galería Perrotin. Costaba 120.000 dólares y ahora está en el Guggenheim de Nueva York, tras ser adquirido y donado por un mecenas anónimo. ¿Qué le parece? Las cosas valen el dinero que la gente esté dispuesta a pagar por ellas. Si alguien, que evidentemente no soy yo, está dispuesto a pagar esa cantidad por ese plátano, felicidades para el artista. Si me pregunta si yo lo hubiera pagado, ya puedo asegurarle que no. Creo que está muy bien que el arte siga investigando. Poner un plátano en la pared y observar la reacción de la gente me parece una buena investigación si se hace un trabajo y se sacan conclusiones, pero solamente poner un plátano en la pared con una cinta adhesiva… Yo puedo aceptarlo todo y asumo la valentía del artista al hacer esto, pero no pagaría por tener el plátano en mi colección. La respuesta es, rotundamente, no. La libertad del creativo debe ser total y si considera poner un plátano en la pared y alguien paga, pues estupendo.
Ha tenido trato personal con muchos de los artistas de su colección, ¿podría recordar alguna vivencia inolvidable? Muchísimas. Con los años he desarrollado una gran amistad con casi todos los escultores que he conocido. He estado en sus talleres y en sus casas y ellos en la mía. Tal vez, el recuerdo más entrañable fue un paseo de tres horas en Chillida Leku con Eduardo Chillida y mi mujer y una cena posterior en su casa de San Sebastián.
¿Cómo surgió la idea de exponer esculturas de su colección en el Museu Frederic Marès? La idea fue de Salvador García, el director, y le felicito porque es una exposición maravillosa. La ha comisariado Ricard Mas, quien ha seleccionado 25 esculturas de nuestra colección para que dialoguen con otras 25 del Museu Marès. Como el museo tiene miles de obras de arte y las nuestras podrían quedar perdidas entre ellas, han encargado el montaje a un magnífico diseñador de exposiciones quien decidió colocar nuestras obras sobre unas peanas de colores para diferenciarlas de las piezas del museo. Así queda claro y atractivo.
¿Usted hubiera elegido las mismas obras? ¿O esta selección le ha permitido tener una mirada diferente de su propia colección? Yo hubiera elegido peor, porque Ricard Mas, por ejemplo, ha hecho dialogar un Chillida con una Virgen; yo le dije que no veía ninguna conexión entre las dos piezas pero me sugirió que me fijara en las manos de la Virgen y vi que en realidad esas manos cruzadas evocan al hierro retorcido de Chillida, que podrían también ser unas manos. ¡Ha visto cosas que yo no habría imaginado!. Por otra parte, ha excluido algunas de nuestras esculturas que yo creo que son estupendas, pero quizás no ha encontrado la analogía con alguna obra del museo. Es la primera exposición de mi colección en Barcelona y ni podía ser en un lugar mejor y con una selección brillante porque el trabajo que han hecho los directivos del Marès y el comisario es encomiable.
¿Qué esculturas más se presentan de su colección y con qué paralelismos? De los mejores, este Chillida que he comentado, un Gargallo, un Sergi Aguilar… son 25 obras que están entre las mejores 500 esculturas de nuestra colección. Ha descartado algunos Gargallos muy buenos, sólo ha escogido uno, pero la piezas que están son perfectas.
¿Qué es lo que más le ha sorprendido de esta nueva mirada sobre sus obras en relación con las del Marès? Lo que más me ha sorprendido es el propio museo. He ido muchas veces a verlo, cuando era joven y niño, pero hacía tiempo que no lo visitaba. ¡Es impresionante!. He ido más al MNAC, por ejemplo, pero el Marès no sé si lo había dejado un poco de lado porque pensaba que ya lo había visto y como no había cosas nuevas no volvía, y ahora en este mes lo he visto tres veces, dos con ellos y otra solo con mi familia y lo recorrimos todo y es espectacular. Lo que hizo el señor Marès ¡es tan admirable!, creo que fue muy buen escultor, quizás no del nivel de los mejores del mundo, pero fue un extraordinario coleccionista; de hecho pienso que fue mejor coleccionista que escultor. Llegar a reunir lo que coleccionó este hombre, yo, que soy coleccionista, me quito el sombrero porque es brutal. No entiendo, antes de tener el museo, dónde y cómo lo guardaría. Yo tengo problemas para almacenar mi colección, que no se puede comparar con el volumen de piezas del Marès y no sé cómo lo haría él para tenerlo más o menos cuidado. Así que siento un gran respeto por el señor Marès.
De las 500 esculturas de su colección, dígame tres con un significado personal Una de ellas es el Chillida que se expone en el Marès. Cuando lo vi en la galería Nieves Fernández en un ARCO nos dijo el precio y respondí que era imposible; estuvimos caminando todo el día por la feria pero no encontrábamos nada que nos gustara tanto. Yo no me atrevía a comprarlo, pero cuando ya nos íbamos, mi mujer insistió diciéndome que me lo regalaba ella. Tenemos la misma cuenta bancaria o sea que el dinero salía del mismo sitio, pero para animarme a adquirirlo me dijo que sería mi regalo de cumpleaños. Y me alegro mucho de haberlo hecho porque es una de mis favoritas y disfruto al compartirla con los demás. Chillida es uno de mis escultores preferidos. La segunda que citaría es la de Sergi Aguilar que mencionaba antes, y la tercera Una mujer reclinada de Henry Moore. Chillida abstracto y Moore más o menos figurativo, son los dos escultores que más me interesan, de todo el mundo y de todas las épocas. Me atrevería a decir que me gusta más la escultura contemporánea que la clásica, aunque ¡ya me gustaría tener la Venus de Milo!.
¿Qué escultura del Marès se llevaría a su casa? Bueno, así, de pronto diría que la que está junto a la de Gerard Mas con la que hace una preciosa confluencia: un busto relicario de una santa del primer cuarto del siglo XVI. Pero si el museo me dijera que me regalaba una escultura, volvería a entrar, las miraría una por una con mucho detenimiento porque la que eligiera sería para toda la vida, y algo para toda la vida tiene que gustarte mucho. Y probablemente mi mujer escogería la misma porque siempre coincidimos.