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    Martin Creed, puro show

    Feliz le ha hecho la última exposición en el Centro Botín de Santander. No es un estado habitual en él. En absoluto. Martin Creed (Wakefield, Reino Unido, 1968) dice no sentirse bien la mayor parte del tiempo. Ni la vida es fácil ni él se proclama artista. Es persona, y hace cosas “sencillas y sólidas”. Una de ellas, el apagarse y encenderse de la luz sin interrupciones en una sala de arte completamente vacía, le valió el Premio Turner en 2001. Lo suyo es convertir situaciones de la vida cotidiana en shows —prefiere esta palabra a la de exposiciones— donde la música, las paredes pintadas, los objetos… arropan al público en su discurrir por la vida. Por eso interviene con sus colores y sonidos en los ascensores y los jardines, incluso en los uniformes del personal de los museos: “Para hacer feliz a las personas”. Amigos es el título que le ha dado a su último proyecto en el edificio varado de Renzo Piano en la bahía cántabra. Persona llana y afable en el conversar, su hacer lo es todo menos irritable o estúpido. “Cualquier cosa utilizada por la gente para hacer arte es arte”. Hasta el punto de lograr convencer a los ciudadanos para hacer sonar las bocinas de coches, motos y bicicletas al unísono con el repicar de las campanas de Londres coincidiendo en 2012 con la ceremonia de inauguración de los Olimpiadas. [Foto: Hugo Glendinning]. Inés Martínez Ribas

    En 2006 escribió que Alicudi [una de las islas más pequeñas del archipiélago de las Eólicas, en Italia] es uno de los lugares más bellos de la tierra. ¿Aún lo cree? Alicudi es como el final del trayecto. No hay ningún lugar al que ir desde allí. El único camino posible es regresar al punto de partida. Es un callejón sin salida. De alguna manera, algo absoluto. En los últimos años, se ha vuelto muy ruidosa, en especial en verano. Para quien busca el silencio, ya no es la opción. Todo lugar depende de las personas que lo habitan.

    ¿Cuál es ahora su otro lugar? Vivo en Londres, y viajo. Mi plan ahora es mudarme a América, pero sin permanecer en ningún lugar específico de ese continente. Me dispongo a hacer un tour a partir de otoño y ver qué sucede. Voy a dar una vuelta por allá con un show mío nuevo y personal con canciones y en el que también hablaré y mostraré diferentes elementos visuales. Una suerte de espectáculo teatral que guarda cierta relación con mi exposición de ahora en Santander.

    Se traslada entonces por motivos artísticos No, no, sencillamente para vivir. Yo no hago distinciones entre el arte y la vida. Para mí, no hay línea de separación.

    ¿Qué es el arte para usted? Me resulta muy difícil hablar o decir qué es el arte. Yo no me defino a mí mismo como artista. Soy una persona, así de sencillo. Pero sí admito que trabajo en el campo conocido como el del arte, y me gusta.

    ¿Por qué? Porque es uno de los pocos campos de este mundo que permite a las personas hacer cosas estúpidas y alocadas. Esto es realmente importante. La vida resulta muy estúpida y difícil de entender, irrazonable incluso. Yo necesito hacer cosas que armonicen con mis sentimientos. Encontrar cosas que sean como la vida propia.

    ¿Cómo sus pinturas murales a rayas? Las rayas establecen una pauta de repetición. Son como un cercado en un zoo. Detrás de esta valla viven los animales salvajes. La vida real es muy peligrosa, por lo que resguardarse detrás de una cerca resulta muy útil. De esta manera, puedes disfrutar del acto de contemplar sin temor a ser devorado. Esto es lo realmente importante en mi arte.

    Siendo su arte sencillo y consistente, ¿por qué mucha gente lo encuentra complicado? Pienso que es fácil. Cuando algo es sencillo es como si fuera estúpido; no hay nada en qué pensar. A algunas personas lo fácil les resulta realmente difícil porque, de no ser así, deja de tener un sentido para ellas. Para mí, en cambio, las obras que sí tienen sentido de verdad son las que resultan realmente estúpidas.

    ¿Cómo concibió su exposición en Santander? En los últimos años he intentado no hacer exposiciones. En el caso de Santander acepté porque se trataba de una invitación muy abierta. También por el edificio, porque me gusta mucho. Una de las razones es su solidez. Desde el principio tuve muy claro que no quería competir con su arquitectura. No se puede desafiar a la vida. Para mí, no hay nada más poderoso y válido que los sentimientos de las personas. Todo arte, o lo que se entiende como arte, es decorativo, porque es una decoración del mundo. Y el mundo lo conformamos las personas. Es por eso que, desde un principio, quise hacer algo con músicos en Santander. Me dije: “Intenta hacer un show que consista solo en personas moviéndose alrededor del espacio”. Y eso, precisamente, es lo que es Amigos. Personas moviéndose alrededor. Su flujo, los sonidos, las ropas.

    ¿De aquí la decisión de intervenir en los uniformes del personal? [Martin Creed ha transformado el atuendo del personal de sala y taquilla con 164 botes de pintura lavable de 82 tonalidades diferentes]. Sí, toda mi propuesta en Santander forma parte del propio edificio de Renzo Piano, no es algo separado. Las ropas que el personal lleva, las paredes pintadas… Más que ocupar el espacio, trato de dar espacio a las personas. Mi exposición ideal es aquella a la que vas con un grupo de amigos en el autobús, y durante el trayecto te echas unas risas todos juntos mientras miras a la calle a través de las ventanas, y luego llegas al museo y visitas las obras, la Mona Lisa o las que sean, y regresas a tu casa después de haber compartido una bebida, y a la semana siguiente recuerdas ese rato compartido, más que las pinturas en sí mismas. A menudo pienso en esto, porque mi show ideal sería como esa risa compartida entre todos. Algo divertido, una válvula de escape. De aquí que intervenga en emplazamientos como el del ascensor, los pasillos, el lavabo… La gente pasa mucho tiempo allí, y son tan importantes como las propias salas de exposición.

    ¿Cuál es la reacción del público en Santander? Están habiendo muchísimas visitas. Regresé hace unos días para trabajar más a fondo con los músicos, y arroparles, y comprobé que la exposición está funcionando realmente muy bien.

    ¿Está contento? Sí, muy feliz, y es algo raro en mí… estar feliz [risas].

    Sus palabras me llevan a Las pequeñas alegrías, un libro que acaba de publicar el antropólogo francés Marc Augé Antes leía mucho, y me gustaba. Ahora ya no tanto. Encuentro muy difícil leer muchas cosas en la actualidad. Pienso que las palabras muchas veces levantan un muro, resultan humillantes. En los últimos años solo estoy leyendo textos antiguos. En especial los de Nagarjuna, un filósofo indio budista que vivió al principio de nuestra era, justo después de Buda. Son escritos que muchos pueden tildar de absurdistas, porque se refieren a la nada, a la vida misma. Como Samuel Beckett, pero muchos siglos antes.

    Usted solía hacer varias exposiciones anuales. En los últimos tiempos, las ha reducido a una o dos. ¿Hay algún motivo en especial? Últimamente he estado cuestionando todo, y preguntándome acerca de qué demonios estoy haciendo [risas]. Antes solía decir que sí a todo. Ahora no es que rechace las propuestas, solo que tiendo más a perseguir los proyectos que realmente quiero desarrollar. Ya no trabajo tanto por reacción. Más bien, hago que las cosas ocurran. Supongo que me di de lleno contra las rocas, que me encallé y no podía regresar al mar. Estoy cambiando la dirección de mi barco, y todo viraje conlleva un tiempo hasta que realmente se produce. Es como un gran barco, cuando le cambias el rumbo, necesita la inercia de unos quilómetros o más hasta que realmente se mueve en otra dirección.

    ¿Qué aprendió de su familia? Mi familia es cuáquera, pertenece a la Sociedad Religiosa de Amigos. Lo que resulta divertido, porque mi exposición en Santander se llama precisamente así: Amigos. Crecí asistiendo a las reuniones de la comunidad. Los cuáqueros no tienen sacerdotes ni lugares sagrados. Tampoco existe una jerarquía. Tienen casas de reuniones donde todos se sientan alrededor de un círculo y son iguales. Permanecen así en silencio por espacio de una hora y poco más, y si una persona siente que quiere expresar algo, puede hacerlo. Tiene mucho que ver con la meditación. Mis padres también estaban metidos de lleno en el mundo de la música clásica. A los tres años, empecé a aprender a tocar el violín y la guitarra.

    ¿Ellos le abrieron la puerta a lo que llamamos arte? Sí, en mi infancia fuimos juntos a muchos conciertos y museos. Mis padres me han apoyado mucho, incluso han visitado mi exposición en Santander. Siempre me han dicho que uno tiene que hacer lo que realmente quiere hacer. Mi madre es alemana y mi padre inglés, y yo crecí con ellos en Escocia. Solíamos viajar mucho a Alemania, y allí vi muchos ejemplos de lo que conocemos como arte, en especial moderno —en Escocia no había muchas oportunidades en este aspecto—, como Paul Klee y así.

    ¿Qué es la pintura para usted? Una pintura es… pintura sobre una superficie [risas]. Me encanta pintar y me encantan los colores, te ayudan a sentirte mejor. Siempre me ha gustado pintar en las paredes, porque hacerlo en un lienzo pequeño o sobre una superficie limitada me resulta problemático, no es posible contemplar la pintura sin ver la pared que hay alrededor de la pintura. Forma parte de ella, nada es una entidad aislada. La pintura es un material que expresa un abanico de muchísimos sentimientos humanos. Es sencillamente eso: pintura. La pintura no tiene vida por sí misma, está muerta.

    Hay críticos de arte que afirman que la pintura ha muerto La muerte de la pintura no es nada nuevo. La pintura en sí misma está muerta. Son las personas contemplando las pinturas quienes están vivas.

    ¿Qué piensa de la escena del arte actual? No lo sé. No sé más de ella que la que transcurre en las paradas de autobús o en las plataformas del metro de Londres. Dedico mucho tiempo a mi quehacer. Cuando viajo frecuento espacios artísticos debido a mi trabajo, pero no me alimento mucho de arte, o no más que respecto a otros campos de la vida. Quizás mi sentimiento general del mundo del arte de hoy es que se respira una sensación de libertad, la posibilidad de experimentar con diferentes cosas, con el propio cuerpo o la música o elementos visuales.

    ¿Alguna exposición que le haya impactado recientemente? Lo mejor, y tal vez le sorprenda, es que yo nunca había estado antes en el Museo del Prado. Lo he visitado ahora, por primera vez, este mismo año, y en sus salas he sentido una inspiración increíble. En particular, ante las obras del Greco. Las conocía en reproducciones, y estas no transmiten realmente la fuerza de este genio alocado. Sus colores. Es algo extraño, excitante, salvaje. No solo me han impactado sus pinturas grandes. Incluso me ha arrebatado una tan pequeña como la del muchacho soplando una vela [Una fábula, fechada hacia 1580].

    ¿Qué otros artistas le inspiran? Picasso es mi favorito, cualquiera de sus obras. Jeff Koons también.

    “Una obra de arte no es una obra de arte si no puede ser destruida y, por tanto, añorada, imaginada, fantaseada”, ha escrito hace poco el filósofo Paul B. Preciado en relación a Notre Dame, en París. ¿Cree que esta catedral debería de ser reconstruida? Creo que la gente quiere reconstruirla, por lo que les deseo suerte. Yo no trataría de ningún modo de impedírselo, pero pienso que hay otras cosas que se pueden hacer. Recientemente, en Glasgow, la Escuela de Arte, ubicada en un bello edificio emblemático del arquitecto Charles Rennie Mackintosh se incendió, después de haber sido reconstruida cuatro años antes tras ser pasto de un fuego anterior. ¡Y se ha derrumbado de nuevo! No podemos rehacer el pasado. En mi caso, cuando he intentado recrear una obra mía anterior, sencillamente no ha funcionado. Vivo el momento, trato de no anclarme en el ayer. Aún así, Notre Dame es bonita. Me hace pensar en Duchamp. Las cosas rotas también son bellas por ellas mismas.
    Martin Creed

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