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    Nancy Olnick y Giorgio Spanu: la conexión italiana

    Al norte de la ciudad de Nueva York, en el pueblo de Cold Spring, en el idílico y sofisticado Valle del Hudson, hay un trocito de Italia. Este proyecto es fruto del empeño de Nancy Olnick y Giorgio Spanu, que llevan treinta años como abanderados del Arte Povera, el grupo surgido en la Italia de los años 60 y cohesionado en torno al crítico Germano Celant. La pareja ha concebido Magazzino Italian Art no como un museo privado ni una fundación sino como un “almacén” (magazzino, en italiano) con una misión pedagógica: compartir con el público la colección y su biblioteca (más de 5.000 volúmenes entre catálogos, libros y revistas). Este proyecto, además, tiene pedigrí español pues ha contado con la colaboración de dos prestigiosos arquitectos patrios: el madrileño Miguel Quismondo, autor del centro de arte, y el vallisoletano Alberto Campo Baeza, artífice de la vivienda particular. [Cortesía Magazzino Italian Art. Foto: Marco Anelli]. Vanessa García-Osuna 

    Su pasión por el Arte Povera está ligada a la figura del marchante romano Sauro Bocchi A principios de los años 90, fue él quién nos sugirió visitar el museo de arte contemporáneo Castello di Rivoli de Turín, donde tuvimos nuestro primer contacto con el Arte Povera. Fue un flechazo. Empezamos a estudiar el grupo y cuando construimos nuestra casa en la pequeña aldea de Garrison (Nueva York) decidimos exponer principalmente arte italiano de la postguerra. El único problema era que se trata de obras de gran tamaño, difíciles de instalar en una vivienda que está diseñada principalmente con paredes de cristal. Esto nos empujó a buscar un espacio adecuado para exhibir nuestras piezas de gran escala con el objetivo de compartir nuestro conocimiento de estos artistas con la comunidad local del Valle del Hudson y con cualquiera que no esté familiarizado con ese capítulo del arte italiano.

    ¿Qué les cautivó de la estética y los ideales de este movimiento? El Arte Povera actuó como un catalizador para nosotros, pero también nos interesaba lo que sucedió antes y después de él. Tal vez la pasión que sentimos venga del hecho de haberlo descubierto juntos. Yo soy italiano, pero Nancy se crió en Nueva York y antes de conocernos coleccionaba Pop Art. Sin embargo, le intrigaba saber qué estaba pasando en esa misma época en la otra parte del mundo, especialmente en Italia. Era una italianófila confesa antes de conocerme. Nos pareció sugestivo comparar estos dos enfoques diferentes, el del Pop Art y el del Arte Povera, y nos dimos cuenta de que ambos trataban del arte y la vida. El Povera, por supuesto, es muy “italiano” y aunque cada artista tiene una manera propia de expresarse, la mayoría se ocupa de la mitología, la ciencia, la fuerza de la naturaleza o el papel del artista.

    ¿Cuál fue su primera adquisición significativa? ¿Y la última? La primera fue un grupo de obras de figuras del Povera como Anselmo, Calzolari, Boetti, Fabro. Kounellis, Merz, Paolini y Zorio. Sin embargo, justo a continuación pusimos el foco de atención en sus predecesores, nombres como Accardi, Burri, Castellani, De Dominicis, Fontana, Mauri Melotti. Nuestras adquisiciones más recientes han sido Telaio, de la artista sarda Maria Lai, e Iglú, un trabajo de 1983 de Mario Merz.

    Su colección comprende unas 450 obras. ¿Cuáles tienen un valor sentimental personal? Destacaría una instalación con telas de colores de Giulio Paolini titulada Amore y Psiche. Nos enamoramos de ella nada más verla por primera vez en Castello di Rivoli en los años 90, justo cuando decidimos iniciar nuestra colección de arte italiano. Tuvimos la suerte de poder comprarla años después cuando la vimos en el stand de la galería Mazzoleni en una feria de Nueva York.

    ¿Toman las decisiones en pareja? A pesar de que tenemos orígenes diferentes, los dos compartimos la misma estética y disfrutamos del proceso de buscar y comprar las obras juntos. Cuando encontramos una pieza que nos gusta, nos la llevamos a casa o a nuestro almacén y la ponemos al lado de otras que ya tenemos en la colección. A veces eso no es posible, y entonces hacemos la comparación enfrentando fotografías de las obras que ya poseemos con las de potenciales adquisiciones.

    En sus viajes a Italia, han tenido la oportunidad de tratar y hacer amistad con muchos artistas asociados al Povera Es cierto, por ejemplo, hace poco tuvimos el privilegio de reunirnos en Milán con Giulio Paolini. Nos encantó escucharle hablar de sus primeros trabajos y de la pasión que la galerista Margherita Stein, gran abanderada del Povera, sentía por sus artistas.

    De hecho, le dedicaron la exposición inaugural a su figura Así fue porque, en 1966, sin experiencia previa, Margherita abrió la Galería Christian Stein en Turín. Para trasladar una imagen respetable al mundo del arte, adoptó el nombre de su esposo, y gracias a su exquisito ojo estético, pronto se convirtió en una de las galeristas más influyentes de su tiempo. A lo largo de su carrera, se dedicó a promover a los artistas vinculados al Espacialismo, al Grupo Zero y al Povera. Tenía la galería en su propia casa y convivía con el arte que coleccionaba. Su meta era abrir un museo para sus artistas y exponerlos en los Estados Unidos. Nancy y yo sentimos que estamos ayudando a cumplir su misión.

    Antes de sumergirse en el arte italiano, ustedes coleccionaban Pop y arte moderno europeo. ¿Qué obras destacaría? Tenemos varias de Andy Warhol, que fue el primer gran amor de Nancy, y también de Ad Reinhardt, Mark Rothko, Jackson Pollock, Modigliani, Jean Dubuffet, Joan Miró, Pablo Picasso o Henry Matisse. Y una acuarela de Paul Klee, que fue mi primer amor.

    Su colección de cristal de Murano del siglo XX es exquisita. ¿Cómo se enamoraron del cristal veneciano? Nancy y yo hemos sido grandes admiradores de Italia y del arte italiano en todas sus formas. Pero en el caso del cristal de Murano, todo fue fruto del azar. Habíamos acudido a una casa de subastas y mientras deambulábamos para ver si veíamos algo de interés, Nancy divisó un maravilloso objeto de vidrio. En aquella época vivíamos en un apartamento muy sencillo en el que había algunas obras de arte, en su mayoría de artistas estadounidenses, pero no objetos de diseño. Lo que había captado la atención de Nancy era un reloj de arena de Paolo Venini en azul cobalto y verde esmeralda. En aquel momento no supimos que era un diseño suyo, sólo pensábamos que era algo bonito. Nancy me llamó para preguntarme si yo sabía de qué se trataba, y le contesté que probablemente era un objeto francés. Entonces consultamos con la encargada quien nos dijo que era un Venini. Admito que tuve mis dudas pero Nancy estaba convencida de que era algo especial. Así que hicimos una oferta y nos olvidamos del tema hasta que la casa de subastas nos llamó para decirnos que se nos había adjudicado la pieza.

    ¿Qué hicieron con ella? La pusimos al lado del grabado Flower de Andy Warhol. Y no sé si fue el color, la forma o el contraste entre un jarrón italiano de los años 50 y una pintura Pop de los 60, pero la mezcla funcionó perfectamente. ¡Era magia!. Así que durante algún tiempo nos dedicamos a coleccionar cristal, recopilando piezas deliciosas en ferias locales, galerías o subastas de América y Europa. En aquel momento era difícil profundizar en el tema porque no había demasiado escrito sobre este tipo de objetos por lo que nuestras decisiones eran una mezcla de formas, colores e instinto.

    Hábleme de los encargos que han hecho a artistas Desde 2003, cada verano, encargamos a un creador italiano contemporáneo idear una obra site-specific para nuestra casa de campo en Garrison -la Olnick Spanu House- animándole a explorar los terrenos circundantes en los que hay paisajes exuberantes, bosques naturales, jardines, granjas y espléndidas vistas panorámicas. Por ejemplo, Mario Airò creó la escultura L’Annello degli Appalacchi (tres discos de aluminio suspendidos sobre árboles) con artesanos de la zona y usando materiales locales. Panchina, el banco- escultura que creó Domenico Bianchi, evoca a Bernini, al incrustar un mármol muy costoso dentro de otro más modesto, la llamada pietra cardosa. Es una yuxtaposición entre lo histórico y lo moderno, los materiales caros y los baratos. Justo lo que nos gusta.

    ¿Por qué escogieron al español Alberto Campo Baeza para construir su casa? Le conocimos a través de dos grandes amigos, Lella y Massimo Vignelli, diseñadores del mapa del metro de Nueva York y autores de miles de libros e identidades corporativas de importantes empresas de todo el mundo. Ellos nos lo presentaron en el verano de 2002, y fue amor a primera vista. Nos quedamos con ganas de saber más sobre su trabajo y decidimos visitar España para ver in situ algunos de sus proyectos como la majestuosa sede de Caja Granada, que era como entrar en el Panteón de Roma. Sus edificios son serenos y de proporciones perfectas. La luz juega un papel esencial realzando la arquitectura. Después de aquella visita, le encargamos de inmediato nuestra casa de Garrison.

    ¿Cómo fue el proceso de construcción? La demolición de la antigua vivienda se inició en 2005 y la nueva se terminó dos años después. Conocer a Alberto y tener el privilegio de trabajar con él ha sido una de las experiencias más gratificantes de nuestra vida. Al principio del proyecto, cuando le enseñamos las obras que pretendíamos exponer en la nueva casa, supo de inmediato dónde colocarlas. La esfera de periódicos de Michelangelo Pistoletto, por ejemplo, aparecía ya en los primeros planos. También diseñó la galería principal, uno de los espacios más bellos y acogedores de la casa, teniendo en mente la pieza de Giulio Paolini I Gladiatori.

    El centro de arte fue obra de otro español, Miguel Quismondo Nos reunimos por primera vez el 3 de septiembre de 2003, recuerdo la fecha exacta porque era su cumpleaños. Nos habíamos conocido en el Urban Center de Nueva York con motivo de la exposición de Alberto Campo Baeza comisariada por Manuel Blanco, hoy decano de la ETSAM [Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid]. Fue una exposición fantástica y en ella se expuso una primera maqueta de nuestra casa. Nancy y yo inmediatamente sentimos que Miguel Quismondo era el director de proyecto perfecto para la casa que acabábamos de encargarle a Campo Baeza. Y cuando decidimos transformar Cyberchron, una antigua fábrica de componentes informáticos, en nuestro espacio Magazzino Italian Art, la elección de Miguel era obligada.

    ¿Cómo refleja el edificio el espíritu de la colección? Miguel Quismondo ha concebido el espacio de la misma manera en que los artistas del Arte Povera iniciaron su movimiento artístico, como reacción a la idea tradicional de qué el arte bello estaba hecho sólo con materiales de primera calidad. Como los artistas trabajaban con elementos considerados “pobres”, baratos y de fácil acceso, él quiso ser fiel a esta filosofía utilizando componentes humildes y técnicas de construcción sencillas. Ha sido el primer arquitecto nacido y formado en España que ha recibido el encargo de construir un espacio para exponer arte en el Estado de Nueva York.

    El arte de postguerra italiano está experimentando un revival. ¿Cómo ha evolucionado su mercado? Es obvio que en los últimos años ha alcanzado un enorme reconocimiento. Las grandes casas de subastas de Londres y Nueva York han registrado ventas récord e importantes galerías le dedican exposiciones. Muchos museos están preparando retrospectivas de sus artistas. João Fernandes, subdirector del Museo Reina Sofía de Madrid, fue uno de los primeros en organizar una antológica de Luciano Fabro en 2014. El aumento de su popularidad ha incrementado radicalmente su precio y restringido su acceso a coleccionistas y museos.

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