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    La Colección de Óscar Alzaga

    Fue su madre, una mujer culta y adelantada a su época, quién le inoculó el amor por el arte y también un sentido de responsabilidad hacia la comunidad. Eso explica que Oscar Alzaga Villaamil al reunir su colección, que comprende hoy una treintena de piezas, haya buscado no sólo el deleite estético sino igualmente acrecentar el patrimonio artístico nacional, empeñándose en recuperar obras que nunca debieron salir de nuestro país. Figura destacada de la Transición en posiciones antifranquistas, este catedrático de Derecho Constitucional ha desarrollado su labor de mecenazgo de forma discreta y sólo ahora sale a la luz tras anunciar el Museo del Prado la donación de seis pinturas junto con una dotación económica para la adquisición de una séptima. Las obras que pasarán a enriquecer los fondos de nuestra primera pinacoteca comprenden un amplio abanico cronológico, desde las postrimerías del siglo XVI a mediados del XIX, y están firmadas por artífices italianos (Jacopo Ligozzi), españoles (Sánchez Cotán, Herrera “el Viejo”, Antonio del Castillo y Eugenio Lucas Velázquez) y un bohemio (Anton Rafael Mengs). Todas ellas fueron pintadas en España a excepción del Ligozzi, pero cuatro fueron adquiridas en el extranjero. Así sucede por ejemplo con Sánchez Cotán, del que el Prado posee una naturaleza muerta pero de quien carecía de pintura religiosa; o con Ligozzi, presente en la pinacoteca madrileña a través de un enorme cuadro de altar muy alejado de la exquisita e inusual composición alegórica que hasta ahora embellecía el salón de los Alzaga. El jurista madrileño se esforzó por arañar tiempo para leer sobre arte, asistir a subastas internacionales, y escabullirse al Prado cada vez que tenía un momento libre para empaparse de belleza e historia. Vanessa García-Osuna. Foto: David García Torrado

    ¿Quién le inculca el amor por el arte? Fue mi madre, que tuvo una gran influencia sobre mí. Me transmitió la pasión por el arte, la pintura y el coleccionismo. Era una mujer particularmente culta para su época, fue la primera en matricularse en la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid. Mi abuelo, que era juez y ejerció en Bilbao, hizo que sus hijas acabaran el bachillerato en el instituto y, cuando se trasladaron a Madrid, le dijo a mi madre que debía elegir una carrera. Ella escogió Medicina pero en la Facultad le dijeron que no era posible (‘hay clases de anatomía, verá usted cadáveres…’) pero que si hubiera más mujeres, estaban dispuestos a contemplarlo. Mi abuelo le sugirió que pidiera esta condición por escrito, y le dijo ‘dedícate este año a estudiar francés y al que viene tu hermana se matriculará contigo y cumpliréis el requisito’. Y así fue. Mi madre no pudo acabar la carrera porque estalló la Guerra Civil, pero siempre fue una mujer lectora y volcada en la cultura, ella fue quién me inculcó la afición por los museos…

    ¿Cuál es la génesis de su colección? Al poco tiempo de casarnos, en 1970, mi mujer y yo empezamos a comprar, sobre todo en subastas madrileñas. Buena parte de esas piezas las fuimos vendiendo para hacer hueco a otras que nos parecían de mayor interés, pero aún conservo de esa época dos: una buena tabla de la Escuela de Amsterdam del siglo XVI con el retrato de una dama en el que aparece un escudo nobiliario que nos ha permitido averiguar que pertenecía a una familia de comerciantes adinerados; está fechada en 1560 y no perdemos la esperanza de saber algún día quién es su autor.

    ¿Y la segunda? Es una tabla manierista probablemente proveniente de un gran retablo que compramos a un anticuario que ignoraba su autoría. Un día nos visitó el que fuera director del Museo de Valencia y nos la atribuyó al artista conocido como maestro de Sant Andreu de Llavaneres. Yo hice un viaje a esa localidad con mi hija Amaya, y nos quedó claro que nuestra obra era del mismo pintor italiano que realizó el gran retablo de Sant Andreu de Llavaneres y el que se quemó del Monasterio de Montserrat. Estuvimos consultando el archivo de esa parroquia y hay referencias a un pleito entre el pintor y el artista que hizo el trabajo de carpintería del retablo. El litigio se radicó en el Tribunal Diocesano y procuraré algún día pedir a la Diócesis de Barcelona que me permitan consultar ese archivo porque ahí probablemente aparecerá el nombre y apellidos de este autor italiano desconocido, pero interesantísimo.

    ¿Al coleccionar cuál ha sido su motivación principal? Nuestra colección se ha formado sin criterio de lucro, es decir, hemos vendido aquello que resultó no ser lo que esperábamos para hacer espacio a otra obra. Pero nunca hemos enajenado un cuadro que realmente era lo que decía ser, sino que nos hemos esforzado por conservarlos bien, dedicando tiempo y esfuerzos a cuidarlos y, cuando era preciso, a restaurarlos.

    ¿Cómo surge la idea de la donación? En honor a la verdad le diré que no he invertido cantidades importantes en la colección. No he sido un empresario que haya hecho grandes negocios, o que tenga una industria, solo soy un catedrático de Derecho jubilado, que ha ejercido con éxito la abogacía, y ésta es una profesión en que se puede ganar dinero pero no una fortuna. Por tanto, he reunido la mejor colección que ha estado a mi alcance. Mi mujer y yo pensábamos que nuestros cuadros podrían interesar a museos provinciales de primer nivel, pero difícilmente al Prado. De hecho, llegamos a ofrecerle la Inmaculada de Antonio del Castillo a uno de estos museos, permítame que me reserve su nombre, pues no tenían en su colección nada de este gran artista cordobés, pese a ser importante en la historia de nuestro Barroco.

    ¿Qué sucedió? A la dirección del Museo le agradó mi oferta, pero me comunicó que debía hacerla por escrito a la Comunidad Autónoma; cuando a los seis meses aún no la habían aceptado, por razones que ignoro, entendí que nuestra propuesta era desestimada por silencio administrativo. Si una donación de un cuadro que has cuidado casi como si fuera de la familia no interesa, no merece la pena insistir.

    ¿Qué les decantó por el Prado? Algunos amigos del Prado, me dijeron ‘¿por qué vas a donar a museos provinciales y no al Prado?’. Nosotros dudábamos de que nuestras piezas pudieran interesar a la que consideramos la mejor pinacoteca del mundo. En 2014, comenzaron las visitas a nuestra casa de conservadores de distintos departamentos (pintura española, italiana…), y al cabo del tiempo, decidieron con gran profesionalidad qué cuadros les interesaban. No siempre fueron los más caros ni los de los autores más afamados, sino los que eran más complementarios de la colección del Prado.

    Entre ellas hay una pintura excepcional de Jacopo Ligozzi, ¿por qué es tan especial? Francesco I de Medici, un hombre enormemente culto, contrató a Ligozzi como su pintor de corte. Él se especializó en miniaturas porque este Medici, entre otras cosas, había montado un gabinete de ciencias naturales donde recopilaba rarezas, hojas y plantas disecadas, y a veces le pedía a su pintor de cámara que tratara de componer un cuadro con esos elementos. Ligozzi fue uno de los pintores más preciosistas de la escuela italiana del siglo XVI. También hizo grandes lienzos para iglesias del ducado de Florencia.

    ¿Cómo llegó a sus manos este cuadro? Salió a la venta hace más de veinte años en Londres, perfectamente documentado, porque ha sido exhibido en innumerables ocasiones y su estado de conservación era óptimo. Antes de decidirnos lo consultamos con varios especialistas que nos dijeron: ‘es una joya’. No es la primera vez que Ligozzi pintaba una alegoría de la redención, porque hay dibujos suyos trabajando este tema. Lo que caracteriza a sus alegorías sobre temas religiosos es que destilan una inusitada libertad de expresión. La nuestra es una rareza pues no es habitual encontrar una composición de un Cristo muerto tan distinta de las miles que se han pintado en la historia del arte europea.

    ¿Qué saben sobre sus orígenes? Fue presumiblemente pintado a efectos decorativos para la Tribuna del Palazzo de los Uffizi, la entonces residencia de los Medici. Hoy, en la Galleria degli Uffizi, se conserva una tabla de idénticas dimensiones, aunque de temática y colorido diferente al de la nuestra. No hemos podido confirmar si originalmente formaron pareja. Hace tres años, se celebró una muestra en el Palazzo Pitti de Florencia y nos lo solicitaron. En aquella exposición (Ligozzi, Pittore Universalissimo) introdujeron solo dos cuadros dentro de sendas hornacinas de cristal para garantizar sus condiciones de humedad: uno fue el que había prestado el Metropolitan de Nueva York y otro era el nuestro, en cuya cartela podía leerse: Colección privada. Madrid.

    ¿Cuáles han sido las obras que más les han pedido? El Ligozzi lo prestamos en aquella ocasión pero me negué a cederlo para otra exposición en Estados Unidos porque es una tabla muy delicada. Curiosamente el cuadro que más hemos prestado es la Inmaculada Concepción de Antonio del Castillo, comprada también en Londres, porque los especialistas la consideran unánimemente la mejor Inmaculada de este artista. La primera vez que nos la pidieron fue para la exposición Pintura Española Recuperada por el Coleccionismo Privado organizada en Sevilla y comisariada por Alfonso Pérez Sánchez, antiguo director del Museo del Prado. Luego se la dejamos a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y posteriormente nos la solicitó la Catedral de Sevilla para una exhibición sobre el dogma de la Inmaculada. En la muestra había una sala final en la que colgaron ocho obras sensacionales, entre ellas una del Greco, el Murillo de la Catedral y nuestro Antonio del Castillo. Cuando le di las gracias al comisario por tratar tan bien nuestra obra, me dijo que era “un cuadrazo”. Ha sido la obra que más hemos prestado.

    ¿Ha comprado obras atribuidas que luego resultaron salidas del pincel del maestro? Los cuadros que hemos donado al Prado son de autoría indubitada. El único que no tenía autoría confirmada cuando lo adquirimos fue La imposición de la casulla a San Ildefonso de Juan Sánchez Cotán, que se ofreció en una casa de subastas española como atribuido, favoreciendo que el precio de salida fuera más asequible. Tras examinarlo y discutirlo con expertos, nos dijeron que creían que era obra del artista, y así, sin tener la seguridad completa, pujamos y nos lo adjudicamos. Luego hicimos que lo estudiaran en profundidad y los especialistas confirmaron que era una obra del maestro toledano. Nos lo pidieron para una exposición en Córdoba sobre el Barroco español y fue la portada del catálogo.
    Esta muestra viajó a Sevilla y en ambas ciudades nuestro cuadro fue reproducido en las banderolas que pusieron en las farolas de las calles que conducían a la exposición. Esta obra se compró como probable pero ahora, tras ser minuciosamente analizada, ya no se cuestiona la autoría. En mi opinión, y no soy imparcial, se trata del mejor cuadro de esta temática que se conserva de nuestro pintor cartujo. Parece ser de su época de Toledo. Es un gran Sánchez Cotán. Pero de los demás donados supimos lo que adquiríamos sin errar.

    ¿Han tenido asesores de cabecera? Bueno, hemos tenido una relación estrecha con expertos como Alfonso Pérez Sánchez o Manuela Mena, a quienes hemos consultado antes de hacer cualquier puja. Y además nuestra hija Amaya es profesora doctora de Historia del Arte en la Universidad. En las subastas cuando quieres conocer el estado de conservación de una obra la puedes estudiar e incluso decir: ‘si no le importa querría que sacara la lámpara de infrarrojos, para ver las zonas que han sido restauradas. Si no afectan a lo esencial no es relevante, pero si, por ejemplo, en un retrato, han tocado el rostro…

    ¿Ha pasado noches en vela antes de una subasta? Bueno, no tanto… Tengo recuerdos entrañables de los viajes que he hecho con mi mujer a Londres. Volábamos en clase turista y nos alojábamos en un hotelito de tres estrellas próximo a Sotheby’s y nos decíamos ‘con lo que hemos ahorrado del billete y del hotel podemos hacer tres pujas más’. Y cuando perdíamos el cuadro, lo que ocurría la mayor parte de las veces, no nos desmoronábamos. Solíamos reservarnos para las subastas que se celebraban los días 6, 7 y 8 de diciembre, que casualmente coincidían con el Puente de la Constitución, unas fechas en las que pese a tener mucho trabajo, hacía un hueco.

    Una de sus motivaciones ha sido recuperar patrimonio español que había salido del país. Aunque soy poco nacionalista y me considero un europeísta convencido, creo que donde mejor se pueden comprender los cuadros es en su ambiente natural. Y una buena pintura debe poder ser estudiada y admirada en su contexto original. En España podemos distinguir dos periodos: uno el de la invasión napoleónica y otro, el de nuestro complejo siglo XIX, en el que salieron de nuestro país numerosas obras de arte interesantes. En el primer caso por el llamado derecho de conquista, y en el segundo, porque sus dueños querían hacer ‘dinerito’. Algunos cuadros eran secundarios, y su pérdida no fue una merma grave, pero hubo otros que eran fundamentales para entender nuestra tradición histórica, artística y cultural. Cuatro de los que hemos donado al Prado los adquirimos en Londres. Y para que pueda comprarse el séptimo que formará parte de la donación, Retrato de niña de Agustín Estévez, hemos donado una cantidad de dinero, pues merece pertenecer a la colección del Prado.

    ¿Qué otras obras han recuperado? Aparte del Mengs que hemos donado, hemos traído a Madrid otras como un precioso Alonso Sánchez Coello, comprado en una subasta de Nueva York. Es un retrato pequeño del rostro del archiduque Ernesto de Austria, que vino a Madrid acompañado por su hermano mayor Rodolfo, invitados por Felipe II. El que más adelante sería el emperador estuvo solo unos meses, pero Alonso Sánchez Coello le retrató, y también al archiduque Ernesto que se quedó dos años en España, aprendió perfectamente nuestro idioma, y más tarde desempeñó una relevante función en Flandes. Yo intenté hacerme con los dos retratos pujando por teléfono, pues no pude desplazarme a Nueva York por razones de trabajo. El del futuro emperador triplicó su estimación y se me escapó, y me temí que tampoco podría comprar el otro, sin embargo, para mi sorpresa se mantuvo en su precio estimado y pude hacerme con él.

    ¿Por qué era importante para usted comprarlo? Porque ese infante de Austria, que no es trascendental en la historia universal, tiene su relevancia en la española pues fue educado por Felipe II quien lo puso al frente de la gestión de Flandes durante un tiempo. Para el Prado no tiene sentido quedárselo porque ya posee la mejor colección del artista del mundo. Sánchez Coello fue pintor de cámara de Felipe II, e hizo unos retratos extraordinarios de los miembros de la corte. Pero pienso que es preferible que esté en manos de un coleccionista español que de un norteamericano que, a lo mejor, lo colgaría en el vestíbulo de su hotel.

    He visto también un precioso retrato atribuido a Sofonisba Anguissola. Ese retrato fue comprado en una subasta española atribuido, al parecer erróneamente, a un pintor español. Lo han examinado varios entendidos que sostienen que sería obra de Sofonisba. Cuando lo compramos estaba muy sucio pero saltaba a la vista su calidad. Tras restaurarlo hemos podido comprobar que la retratada era una dama noble del norte de Italia con su hijo heredero. La alfombra que aparece en la composición es de Cuenca, es decir, probablemente la modelo sea alguien vinculada con las familias aristocráticas con excelente relación con la corte española. Y que garantizan el camino español a Flandes.

    Aunque el núcleo de su colección es la pintura antigua, también tienen piezas de arqueología y arte contemporáneo. De arqueología tenemos un par de bustos y un torso romanos y un ánfora de cerámica griega (circa 530 a.C.) muy especial atribuida al Pintor del Vaticano. Lo compramos en una sala de subastas madrileña, había sido expuesta en Melbourne y Londres. Pensamos que debía quedarse en Madrid. Y de contemporáneo, tenemos lo que ha querido coleccionar mi mujer, que entiende bastante: dos Millares, un matérico de Tàpies, una obra de Saura, un grabado de Chillida de una serie muy corta… y poco más. Pero mi afición se ha centrado en la pintura clásica.

    Dice que el Prado le ha dado mucho, háblenos de sus mejores vivencias con el Museo. Yo tenía mi despacho de abogado justo al lado, y cuando alguien me anulaba una comida, aprovechaba y me iba al museo. Y también al Thyssen. Como curiosidad, Francesc Cambó relata en sus memorias que se alojaba en el Ritz y cuando tenía un rato libre, se escabullía al Prado discretamente, para que no le vieran los diputados. Claro, yo lo entiendo, entre estar escuchando un mal debate en el Congreso y escaparse al Prado, no hay color. Además, éste es un ‘vicio’ barato. A la hora de la comida te tomas un bocadillo con un agua en la cafetería del museo, y disfrutas de unos tesoros maravillosos.

    ¿Cuál ha sido su motor como coleccionista? En nuestro coleccionismo ha habido un cierto sentido de responsabilidad social. Y cuando vienen expertos a estudiar tus obras y te agradecen que las dones al museo sientes la satisfacción de que no has perdido el tiempo ni el dinero. A mi me enseñaron que la persona es titular de derechos fundamentales pero vive en comunidad y tiene ciertas responsabilidades para con ella. Esta es una filosofía muy centroeuropea y en España, por desgracia, a veces la olvidamos. Ser útil a tu comunidad es algo inmensamente gratificante.
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