La Fundación Pierre Gianadda de Martigny, Suiza, acoge hasta el 23 de noviembre una cuidada exposición dedicada a Pierre Auguste Renoir que reúne más de un centenar de obras -muchas de ellas provenientes de colecciones particulares y rara vez exhibidas al público- que recorren los sesenta años de fecunda creatividad de este artista que dominó la pintura de paisaje y el eterno femenino, las escenas familiares y los bodegones. Como discípulo aventajado del pintor suizo Charles Gleyre, en cuyo estudio forjó sus vínculos con la Escuela de Bellas Artes de París junto con sus compañeros Claude Monet y Frédéric Bazille, Renoir definió pronto su universo femenino con Lisa (1872) a quien siguió la voluptuosa Suzanne Valadon quien también posó para él en la Rue Cortot, antes de seguir los consejos de Degas y convertirse ella misma en una pintora famosa. Fue también en la Rue Cortot donde Renoir pintó En el jardín del Moulin de la Galette y fue aquí donde el artista sobresalió en la celebración de la belleza femenina – al igual que Monet despuntó celebrando las variaciones efímeras de la luz– como retratista y pintor de paisajes antes de aceptar numerosos encargos para la burguesía adinerada de París (la condesa Edmond de Pourtalès o Alice y Elisabeth Cahen d’Anvers). Su encuentro con Aline Charigot, madre de sus tres hijos, Pierre y Jean Claude (conocido como «Coco»), con quien se casó en 1890, fue un factor determinante en su inspiración. Conforme pasaban los años Aline fue adquiriendo una nueva presencia en su sensual evocación de la maternidad. Pero fueron naturalmente las numerosas variaciones de sus desnudos los que le granjearon la fama entre el público. Aunque también fue apreciado por sus bodegones, sus ramos de flores y sus paisajes, Renoir demostró un talento consumado en el uso de su paleta con la que, en la cima de su genio, iluminó momentos de alegría con luz propia. [Imagen: Renoir, Femme s’essuyant la jambe droite, h.1910. Museu de Arte de São Paulo Assis Chateaubriand © João Musa].