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    Tramas excelsas, la Colección de Romain Zaleski

    El empresario franco-polaco Romain Zaleski (París, 1933) es uno de los cinco coleccionistas que existen en el mundo cuyos fondos superan las dos mil alfombras que llegaron por azar a la vida de este ingeniero: con 20 años, cuando estaba haciendo el servicio militar francés en Marruecos, compró una como obsequio para sus padres. Su interés fue creciendo hasta que hace dos décadas empezó a sistematizar su colección gracias a la asesoría constante del galerista Moshe Tabibnia. Zaleski, comparte en una entrevista las piezas más especiales, los descubrimientos más emocionantes y las curiosidades que esconden algunos ejemplares. Belén Palanco

    Hablar sobre la tradición del coleccionismo de alfombras es adentrarse en un mundo fascinante altamente simbólico. ¿Cómo comenzó todo? Con pasión, metodología, trabajo y tenacidad. Con 20 años, compré mi primera alfombra en Marruecos. Habíamos visitado varias fábricas y quedé cautivado por el tejido y la geometría de algunos ejemplares. ¡Yo poseo un espíritu geométrico!. He estudiado matemáticas. Me interesaron los diseños y, después, los colores. ¿Por qué? No sabría explicarlo. Adquirí esa alfombra por 60.000 francos antiguos, es decir, unos 60 ó 90 euros al cambio actual. Para mi, era una compra especial como regalo para mis padres. Esa alfombra ya no existe porque, evidentemente, con perros y gatos en casa…

    ¿Era un obsequio para sus padres? Sí, era para ellos. Yo estaba haciendo el servicio militar en Marruecos, pero no recuerdo en qué ciudad la compré. Ahí empezó todo. Convertirse en coleccionista es una tarea que no se puede circunscribir a un momento preciso, es una evolución de años, de diez, veinte, treinta años… se profundiza, se falla, se crece. Esto es lo bonito, pero no es mi vida, solo una parte de ella.

    A partir de ahí, ¿cómo se introduce en el mundo del coleccionismo? Fui muy amigo de Michel Leveau. Hicimos muchos negocios juntos. Él era un gran coleccionista de arte africano, y abrió un museo.

    ¿En París? Sí, el Museo Dapper. Él pasaba mucho tiempo en África; no era sólo un coleccionista, sino todo un experto; probablemente, uno de los mejores en impresionismo francés, un campo en el que era una autoridad. Esa era su diferencia conmigo; yo no soy un experto en alfombras, ni lo pretendo. Es un tema que me gusta, del que disfruto aprendiendo, pero no me considero un especialista.

    ¿Hubo un día en que sintió el deseo de reunir una gran colección de alfombras? No, nunca pensé en ser coleccionista, eso es algo en lo que uno se convierte después de muchos años y muchos viajes. He ido progresando gracias a las conversaciones con los comerciantes. He tratado con anticuarios italianos e ingleses y unos pocos franceses. El mercado de la alfombra es más fuerte en Alemania, Inglaterra, América e Italia y algo menos en Francia. Mi gran suerte es haber conocido a Moshe Tabibnia (dueño de una galería especializada en alfombras y tapices antiguos con sede en Milán). Hemos forjado una colaboración tan fuerte que, de hecho, él tiene mi colección, físicamente, porque es quién la ha comisariado. Puedo decir que es el padrino de la colección.

    ¿Cuándo se conocieron? Hará unos veinte años. Primero, era una relación estrictamente comercial. Al principio yo le compraba, pero ahora él se encarga de buscarme directamente piezas porque yo no tengo tiempo. Hace poco descubrió en Venecia la Holbein (1420) que está en mi colección. Llegados a un cierto nivel se necesita mucho dinero porque hay una competencia feroz. Recuerdo que en 2013 acudí a una subasta en Nueva York en la que se ofrecía una extraordinaria alfombra persa tejida en seda. Y fui testigo de un momento espectacular. El precio de salida, que era de 3 millones, voló hasta los 30 millones de dólares. Un récord absoluto de todos los tiempos.

    Desde aquella primera alfombra comprada en Marruecos a la actualidad, han pasado 50 años. ¿Cuáles han sido los ejemplares más especiales? Es difícil hablar sólo de una. ¡Son tantas! La alfombra nace de una necesidad práctica, física, de los hombres para protegerse del frío, para ponerla en la tienda, pues eran nómadas. La más antigua de la que se tiene constancia es una Pazyryk descubierta en 1949 en Siberia, y que data entre los siglos IV y V a.C; se ha conservado muy bien gracias al hielo porque se halló en la tumba de un noble. Ahora está en el Hermitage. En mi colección lo que he querido es ofrecer un compendio del mundo de la alfombra, tanto desde un punto de vista geográfico como temporal.

    ¿Establecer una relación espacio-temporal? En efecto. Mi colección cubre China, Asia Central y Oriental, India, Cáucaso, Persia, Anatolia, Oriente Medio, Egipto, Países del Magreb, Portugal y España. Los franceses y los ingleses han fabricado alfombras diferentes que el resto. He comprado una hecha en Polonia. En los siglos XVII y XVIII, la nobleza polaca, gracias al comercio de los armenios, se aficionó a las alfombras. Un noble polaco copió los diseños de las persas porque le gustaban.

    ¿De cuántas piezas consta su colección? Supera las 2.000; para esta exposición he seleccionado, con ayuda de Moshe, la parte más importante. Las alfombras de Alta Época han sido donadas a la Fundación Tassara.

    Tengo entendido que también ha coleccionado tapices Sí, pero el tapiz es otro mundo. He coleccionado tapices holandeses, franceses, belgas, suizos y alemanes.
    Y ¿españoles? Sí, también tengo unos pocos españoles. Pero los tapices son de mi mujer [Hélène de Prittwitz]. La tendría que entrevistar a ella [dice divertido].

    ¿Dice que la alfombra y el tapiz son mundos diferentes? Sí, la técnica, el tejido y el uso son distintos: los tapices se colgaban en paredes, mientras que las alfombras, en el suelo. La lectura es vertical u horizontal. Y el tejido, también, la alfombra se hace a base de nudos. Me atrae mucho, efectivamente, el aspecto geográfico, histórico y étnico porque en Persia, en cada tribu, se hacían diseños originales. Me resulta interesante para el conocimiento del hombre y de la mujer – ¡porque las alfombras han sido fabricadas por mujeres!- y hablan de la evolución de la humanidad; en el pasado se hacía que cualquier objeto utilitario tuviera un poco de belleza, después venía lo simbólico y la espiritualidad. Las alfombras chinas son altamente simbólicas, mientras que las persas destacan por su refinamiento; las de Anatolia y del Cáucaso, en cambio, cautivan por su artesanía. Si me pregunta cuáles me gustan más le diría que las del Cáucaso.

    ¿Por qué? Estoy ligado a la historia del Cáucaso desde el punto de vista político. En los siglos XVI y XVIII, el Cáucaso era la estructura social y política de la dinastía iraní bajo el Aga Muhammad Khan, donde se ejecutaban grandes alfombras. Rusia lo conquista y no destruye esta estructura social sino que genera grandes manufacturas de alfombras con motivos del lugar en el que se está haciendo (tappeti di villaggio). El Cáucaso es una maravilla. Después, llegó la Revolución Rusa; se construyeron fábricas y se acabó con esa singularidad. Las alfombras están presas del pasado en materia de diseño pero no son igual que antes; en la profesión, se les llaman ‘las nuevas alfombras’ como las kazak bolcheviques porque están confeccionadas en fábricas siguiendo esos mismos patrones pero sin esta visión personal. Son diferentes. La alfombra está relacionada con la estructura política y social de un país.

    La alfombra habla de un país, así como sus materiales, la lana, el algodón o la seda. ¿Tiene preferencia por algún material? La lana porque produce un efecto más expresivo, a diferencia del algodón; con la seda, hay cosas muy bellas. La lana es la más utilizada. Para los colorantes se emplean tanto vegetales como animales. Se podría escribir una enciclopedia.

    Tengo entendido que un día usted llevó a un taller de restauración una de sus alfombras y un especialista le recomendó comprar piezas importantes Sí, fue un día memorable. Si me pregunta qué alfombras son las más importantes, no le diré las más caras sino dos que han tenido una impronta en la Historia porque una alfombra es una historia, como un cuadro de Caravaggio. Las colecciones de alfombras, en Alemania, han comenzado en los siglos XIX y XX con los Rothschild y el canciller Bismarck, dueño de una alfombra china magnífica que ahora está en mi colección. Pero las dos que verdaderamente me han marcado, son piezas de las que no se conoce su historia.

    ¿Son un misterio? Así es. Una Holbein, de la Anatolia Occidental, fechada en 1420 (187 x 123 cm) y una Karapinar, de la Anatolia Central, del siglo XVI, (629 x 221 cm). La Karapinar, normalmente, se ve en un tamaño más pequeño o con faltas. Moshe encontró este ejemplar por Internet en Nashville, Estados Unidos. Lo ha estudiado a fondo pero no ha conseguido averiguar cómo pudo llegar hasta allí. Estaba dentro de un saco para escombros en una nave que se ha puesto a la venta cuando su dueño ha muerto. Nadie se explica qué hacía una alfombra renacentista en Nashville.

    ¿Y la Holbein? Fue descubierta en San Giorgio (Venecia) en 2002. Mi mujer adquirió una cama y debajo estaba la alfombra. Han venido a verla expertos de todo el mundo porque, ahora, gracias a internet, las noticias vuelan. Se piensa que llegó a Venecia en el siglo XV y que lleva aquí unos seiscientos años. Su estado de conservación es óptimo, no tiene ni una intervención, ni una restauración.

    Las dos son una maravilla Así es. También se exhibe una procedente de El Cairo (segunda mitad del siglo XVI; 486 x 310 cm). En Egipto, se hicieron alfombras después de la conquista del imperio otomano porque el influjo de Anatolia se dejó sentir.

    En otras alfombras como una de Persia central (finales del siglo XVI, de nudos Salting) en la que, al igual que en la iconografía de la India, se representan los centros energéticos o chakras del cuerpo humano Sí, evidentemente, hay una influencia de las religiones entre Persia y la India y, viceversa, y entre la India y China. Este flujo es constante durante siglos. Hoy, es un caos porque hay bellas alfombras francesas confeccionadas en China y otras del Cáucaso que han sido hechas en la India o Paquistán. Con la circulación de imágenes, se puede copiar un estilo y nadie sabe de dónde son. Ahora, todo es caótico. Creo que mi estilo de coleccionismo ha terminado porque después del siglo XX, la producción es caótica. Además, la fabricación no es manual sino industrial y la obra pierde personalidad. Mi colección llega hasta 1920.

    Hablando de su Fundación Tassara, ¿tiene intención de crear un museo? Es una buena pregunta. Desde hace años, me ronda esa idea, pero es algo que no me afecta sólo a mi. Por ese motivo, he hecho la donación a la Fundación Tassara para asegurar su conservación mediante un contrato suscrito con mis tres hijos. Mi colección es como una mujer bonita a la espera de un marido que la enamore. Me gustaría verla en un museo italiano pues es aquí donde he hecho mi carrera y mi fortuna.

    ¿Tiene preferencias? Estoy abierto a que pueda ser en Milán o Brescia (donde reside). Yo pondré el contenido pero la cuestión es si alguien (un gobierno local) le proporcionará un continente. Estoy convencido de que se conseguirá. Mi colección recorre la geografía de la alfombra y su historia. El museo podría ser un sitio para estudiar los colores, los tejidos y la simbología. Hay un mundo por descubrir.

    ¿No tiene ninguna alfombra contemporánea? Lo he pensado pero, no es fácil, porque debe de tener una calidad de tejido. Efectivamente, podría completar la colección pero, mi colección es clásica, llega a 1920.

    ¿También colecciona arte actual? El arte contemporáneo es muy difícil.

    ¿Hay riesgo? Pienso que el tiempo se encargará de hacer la selección. Si me gusta algo lo compro para mi disfrute. Pero, sin asesoramiento de nadie.

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