Para festejar sus cincuenta años de carrera como subastador, Henrik Hanstein, presidente de la casa alemana Lempertz, con sedes en Colonia y Bruselas, ha comisariado la subasta “50 lotes. Mi elección” que tendrá lugar el próximo 4 de diciembre. La selección de piezas propone un emocionante diálogo entre obras de diferentes épocas. El lote más cotizado será una joya, una sortija con un espectacular zafiro de Cachemira de 11,51 cts, estimado entre 800.000 a 1 millón de euros. Los zafiros de Cachemira son venerados por su belleza y extrema rareza. Estas gemas de color azul profundo han cautivado a coleccionistas, gemólogos y connoisseurs desde su descubrimiento en el siglo XIX. Su encanto radica no solo en su tono azul aterciopelado, sino también en su escasez y su legendaria procedencia. Las joyas con zafiros han tenido una gran importancia en todas las culturas, desde la antigua Persia y la India, donde se creía que esta piedra preciosa brindaba iluminación y protección espiritual, hasta la Europa del siglo XIX, donde eran imprescindibles en cualquier joyero aristocrático.

El apartado dedicado a la pintura antigua contiene varios lotes de interés, como una naturaleza muerta de Abraham van Beyeren (1620-1690) tasada entre 200.000 a 220.000 euros. Representante de la tradición del norte de los Países Bajos, Van Beyeren fue un especialista en este género. Su sello eran los suntuosos bodegones de banquetes en los que recreaba costosos objetos como vajilla de plata, cristalería fina y porcelana china. Si algo llamaba la atención era su pincelada suelta y fluida con la que, no obstante, conseguía representar con fidelidad los diferentes materiales.
Otro bodegón, éste de Cornelis de Heem (1606-1684) y preciado entre 200.000 a 250.000 euros, despertará igualmente interés. Cornelis de Heem fue el talentoso hijo de Jan Davidsz. de Heem, posiblemente el más reputado pintor de bodegones del siglo XVII. Poco se sabe de su vida personal, más allá de que, aunque nació en Leiden, creció y pasó sus primeros siete años en Amberes tras el traslado de su familia a la ciudad flamenca en 1636. Siendo veinteañero, trabajaba y estudiaba en el prestigioso taller paterno. Esta fase crucial de su carrera duró hasta 1660/61, cuando fue admitido en el Gremio de San Lucas de Amberes como pintor por derecho propio.
Aunque el nombre de Theodoor van Loon (1581-1649) no es tan conocido como el de Rubens o Van Dyck, produjo obras espléndidas aunando la grandeza barroca italiana con el detallismo más refinado. De joven, viajó a Roma, donde recibió la influencia de Caravaggio y esto es evidente en sus impactantes claroscuros. Trabajó al servicio de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, gobernadores de los Países Bajos. La pintura que se ofrece ilustra la frase de Jesús, “dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de quienes son como ellos es el Reino de Dios”, recogida en el evangelio de san Mateo. Este cuadro, tasado entre 300.000 y 350.000 euros, formó parte de la exposición dedicada al artista en el BOZAR de Bruselas en 2019.

En el capítulo dedicado al arte moderno hay que hablar de dos autores, el primero es Alfred Sisley (1839-1899), un artista tranquilo, un pintor de paisajes puros que se mantuvo fiel a los principios del movimiento, como terminar la pintura al aire libre y no en el estudio y registrar los lugares en diversas situaciones. En 1881, acuciado por problemas económicos, trasladó su residencia a las localidades que bordean al Bosque de Fontainebleau, al sureste de París. En 1889 se estableció definitivamente en la ciudad de Moret-sur-Loing. Allí se sintió particularmente atraído por el río que cruza el pueblo, un lugar que le proporcionó perspectivas y atmósferas inspiradoras, como esta hermosa vista del astillero de Matrat, valorada entre 300.000 a 400.000 euros.

Josef Albers (1888-1976), teórico del color y profesor de la Bauhaus, está representado con Estudio para Homenaje al cuadrado, su proyecto más representativo, una obra valorada entre 300.000 a 400.000 euros. Las obras de esta serie fueron creadas por Albers a partir de 1950 durante su estancia como director del departamento de diseño en la Universidad de Yale. Sobre el modo de ejecutar estas piezas partiendo del cuadrado central señalaba lo siguiente: «[…] mi padre, un artesano honrado y competente, pintor y fontanero, electricista y carpintero, decía que cuando se pinta una puerta hay que empezar por el centro e ir avanzando, porque de esa manera se controla el goteo y no se ensucia uno los puños. Así es como pinto yo los homenajes.»





