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    Victorino Rosón: «Mi apuesta es el arte emergente»

    El empresario y abogado gallego Victorino Rosón empezó a coleccionar arte hace dos décadas. Sus primeras compras se orientaron a artistas gallegos, una apuesta que ha ido enriqueciendo con trabajos de prestigiosos autores nacionales e internacionales hasta forjar un extraordinario fondo privado, consagrado casi en exclusiva al arte emergente, que ha sido distinguido por la Asociación Amigos de ARCO en la pasada edición del certamen. Desde el año 2000, las elecciones de Rosón comienzan a enmarcarse entre los parámetros del arte conceptual y minimal, con artistas internacionales que trabajan sin ningún medio de ejecución predeterminado.
    El coleccionista admite sentir una predilección especial por creadores de los años 60 y 70, pioneros en el trabajo con el texto y con ideas basadas en la desmaterialización del objeto de arte. En la actualidad su colección comprende más de 200 obras de artistas de la talla de Lawrence Weiner, John Baldessari, Robert Barry, Antoni Tàpies, Martin Boyce, Olafur Eliasson, Ignasi Aballí, Carsten Holler, Douglas Gordon, José Dávila, Thea Djordjadze, Tom Burr, Jonathan Monk, Elena del Rivero, Thomas Scheibitz, Josephine Meckseper, Diego Santomé, Katja Strunz, John Stezaker o Thomas Ruff, entre otros.
    “Mi primera experiencia con el arte se remonta a los años cincuenta. Yo estudiaba en un colegio pequeño, en Lugo, dirigido por un gran hombre y gran maestro, un republicano segoviano que había sido represaliado durante la Guerra Civil y que había perdido su cátedra. Era el colegio de don Gregorio. Hacia 1958 o 1959, don Gregorio nos animó a presentarnos a un concurso provincial infantil que consistía en hacer una recreación ilustrada de algún cuento. Yo reinterpreté Caperucita Roja y gané el concurso. El año pasado mi hijo Victorino entró en Google y encontró aquella reseña. Me hizo mucha ilusión recordarlo” nos descubre con emoción el coleccionista. Vanessa García-Osuna

    ¿Cómo recuerda los veranos en Becerreá, en la casa de sus abuelos? Becerreá es un pueblo de la provincia de Lugo, donde nacieron mis padres. La memoria de mi niñez y juventud no se explica sin Becerreá y mi familia. Mis tíos y mi padre, eran amantes del arte, sensibles sobre todo a las artes plásticas. Recuerdo que había cierta vocación de mecenazgo y, durante varios veranos estuvieron en casa Fermín González Prieto con su mujer, Concha que también era pintora y Ricardo Camino. Ambos eran figurativos y Fermín un paisajista excepcional. Mi familia le construyó una gran caseta desmontable que se transformaba en un estudio móvil, con el que se desplazaba localizando paisajes.

    ¿Recuerda su primera adquisición? Mi primera adquisición seria la hice a comienzos de los años 80, fue un magnífico paisaje de un gran pintor orensano, Antonio Quesada. Lo compré en la Galería Trinta de Santiago de Compostela, en la Rua Nueva.

    ¿Qué le llevó a centrarse en el Minimalismo y Conceptualismo? Cuando descubres que tienes una pequeña colección te das cuenta de que, normalmente, está confeccionada más con el corazón que con la cabeza. A mediados de los noventa ya tenía esa pequeña colección y me paré a pensar. Había alcanzado cierta entidad, pero era poco homogénea. Fruto de la reflexión opté por estas dos corrientes que en aquellos momentos eran lo más contemporáneo. Dos décadas antes seguramente me hubiese decantado por el Pop Art.

    ¿Tiene su colección un tema? ¿Un hilo conductor? Es una colección abierta, sin un tema determinado, con una corriente más dominante, pero no única, por ejemplo autores como Robert Barry, John Baldessari, Matt Mullican, Tom Burr, Jonathan Monk, etc. tienen un mismo hilo conductor.
    O los grafismos, los textos como forma de expresión utilizados por alguno de la escuela mencionada, pero con jóvenes incorporados como Ignasi Aballí, Diego Santomé, Stephan Brugemann, etc. Después hay distintos soportes de expresión, pintura, vídeo, fotografía, instalaciones, etc.

    ¿Toma sus propias decisiones, o cuenta con asesores? Tengo mi propio criterio a la hora de rematar una compra pero, cuento con el asesoramiento valiosísimo de un gran profesional y mejor amigo, Guillermo Romero, director de la galería Parra & Romero. Los objetivos son distintos en cada caso y la postura que mantenemos ante cada obra también. Vamos teniendo claro qué nombres están entre nuestros objetivos y esto y la estrategia a seguir en cada caso son los momentos más divertidos del coleccionismo. Me dejo guiar también por el criterio de mis hijas, María y Caterina, que son espíritus especialmente sensibles hacia el arte, y por el de mi mujer Inmaculada con quien, afortunadamente, comparto la misma pasión.

    ¿Recuerda oportunidades perdidas? Sí que he perdido alguna oportunidad, ¡muchas diría yo!, por razones distintas. Alguna vez porque teníamos varios candidatos clarísimos, pero recursos limitados y había que elegir. Otras veces porque el artista era muy lento produciendo y tenía toda la obra vendida. En este sentido me vienen a la memoria dos autores que se me ‘escaparon’, aunque los tengo todavía rondándome la cabeza, Gert & Uwe Tobias y Andro Wekua. Y alguno más…

    ¿Qué debe tener una obra para seducirle? No sabría decir. Puede parecer una tontería, pero a veces he experimentado una especie de fascinación hacia una obra, como una llamada muy potente que me atraía hacia ella, como si realmente me estuviera seduciendo.

    Su colección comprende unas 200 obras. ¿Cuáles han sido sus “descubrimientos” más fascinantes? Todas tienen un significado especial para mí. Cuando el coleccionista se implica en su colección directamente, acaba por establecer un vínculo con cada pieza, y surge una historia entre el coleccionista y la obra. Me encantó descubrir hace años a Marcel Dzama en Nueva York cuando aún no lo conocía nadie. Y a Conrad Showcross en Londres, a Martin Boyce, a Nathan Carter, a Diego Santomé, y más recientemente a Philipe Decreuzat.

    ¿Ha hecho algún encargo específico? Realmente, salvo el espejo de Gary Webb, no. [ver recuadro]

    ¿Cuáles considera las piedras angulares de su colección? Todas conforman un discurso armónico. Creo que hay momentos distintos en la colección que para mí tienen un elemento de engarce sutil y esclarecedor. Quizá para otro coleccionista no lo tenga, pero para mí sí. Acaba de fallecer un artista soberbio, gallego, Leopoldo Novoa que con un estilo particularísimo enlaza perfectamente con los minimalistas. Antonio Murado, Berta Cácamo, O.J.Simpson, Olafur Eliasson, Won Yu Lim, Vik Muniz, Thomas Seibitz, Thomas Ruff, Douglas Gordon, Henan Bass… ¡todos son piedras angulares!.

    ¿Recuerda alguna anécdota? Muchas anécdotas surgen durante los viajes, en el proceso de compra o en las conversaciones con amigos que no comprenden esta pasión por el arte contemporáneo. Pero debo admitir que a pesar de no compartir mi afición, todos la respetan e, incluso, procuran entender mi punto de vista. Alguno, incluso, ya tiene el gusanillo dentro. Por ejemplo mi hijo Victorino quien, aunque no la entendía al principio, ahora es un entusiasta del arte contemporáneo y está orgulloso de nuestra colección.

    Si tuviera que desprenderse de su colección. ¿De qué obras nunca se separaría? Seguramente de aquellas que forman un “mènage a trois” con cualquiera de mis hijos o mi mujer. Las obras que nos gustan a todos.

    El espejo de Gary Webb
    “Siempre me han interesado los artistas emergentes. Procuro seguirlos, estudiarlos y si es posible conocerlos. Afortunadamente muchos de los emergentes que adquirí hace quince años ya no lo son: unos han triunfado y ya son firmas consagradas, otros, como en todo, se han quedado en el camino – explica Rosón- He conocido a unos cuantos, artistas algunos son amigos y a otros simplemente les he saludado. Le contaré una anécdota. En cierta ocasión, en una exposición, quise comprar un espejo del artista Gary Webb: el espejo estaba formado por un centenar de placas y estaba colgado en la galería en sentido vertical. Cuando fui a ‘rematar’ di por supuesto que se podía colocar horizontalmente. Se lo preguntamos a Gary que estaba allí y él nos contestó que eso era imposible. Entonces me ofrecí a encargarle uno, pero él se negó en redondo alegando que tenía mucho trabajo. Decidí invitarles a él y a su novia a venir a mi casa al día siguiente a tomar un aperitivo, y tras una deliciosa conversación -con un albariño aliado, la complicidad de su novia y el apoyo de mi familia-, conseguí la pieza en un mes, una obra muy compleja, por cierto.”

     Victorino Roson

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