Considerado uno de los galanes del cine europeo, la primera vocación de Vincent Pérez (Lausana, 1964) fue, sin embargo, la fotografía. A pesar de formarse académicamente en esta disciplina en una prestigiosa institución suiza, el Centre Doret de Vevey, los cantos de sirena del cine sedujeron al joven Pérez que relegó la cámara a un segundo plano. En la gran pantalla, este suizo hijo de padre español y madre alemana, ha desarrollado una sólida carrera con títulos como Cyrano De Bergerac, donde compartió cartel con Gerard Depardieu, Indochina, que ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 1993, sin olvidar la comedia romántica Fanfan la Tulipe, con Penélope Cruz como compañera de reparto, y La reina Margot de Patrice Chereau, galardonada en el Festival de Cannes de 1994. En 2010 rodó en nuestro país Bruc: El desafío, un film de aventuras de Daniel Benmayor coprotagonizado por Juan José Ballesta. Al mismo tiempo que desarrollaba esta intensa trayectoria interpretativa, Pérez seguía cultivando de forma silenciosa su pasión por la fotografía. A pesar de las propuestas que recibía para mostrar en público sus creaciones, el actor siempre quiso mantener esta faceta en su reducto más íntimo. Hasta este año en que invitado por el director del prestigioso evento fotográfico Les Rencontres d’Arles, ha decidido compartir finalmente su producción fotográfica en la que predominan los retratos de amigos y colegas de profesión. El influyente comisario de fotografía François Hébel ha definido a Pérez como “un fotógrafo genuino” y esa mirada auténtica explica que todos quieran posar ante su objetivo, hasta su ex-novia, Carla Bruni, que recurrió a él para que tomara las fotografías de su enlace con Nicolas Sarkozy. Foto: Pablo Pérez. Vanessa García-Osuna
Antes de dedicarse a la interpretación usted estudió fotografía. ¿Por qué escogió al final el camino de la actuación? Supongo que necesitaba ver mundo, viajar, airearme… en cierto modo, quería huir de las limitaciones que constreñían mi mente, de ahí que me sintiera tan atraído por el cine. Sentía que estaba relacionado con la fantasía. Tanto el cine como la fotografía tratan del mundo de los sueños. Es como soñar por la noche. Y los dos están estrechamente relacionados entre sí. Me gusta recordar que antes de que naciera el cine, ya existía la fotografía, son géneros primos hermanos. También son parecidos en el sentido de que se basan en la confianza, los dos tratan de conectar con el individuo. Así que abandoné la fotografía cuando era joven, aunque nunca me he separado de mi cámara. Hace dos años, reuní todos los negativos que había ido haciendo a lo largo de los años, y me planteé: ‘¿Por qué debería separar mi pasión por la fotografía del resto de mi vida?. Así que retomé la fotografía y ahí estoy. Es maravilloso ver las reacciones de los que me rodean cuando descubren mi trabajo. Expuse mis fotografías por primera vez en Francia durante Les Rencontres d’Arles, porque pensé que no había mejor sitio para hacerlo. Pero estar rodeado de tantos fotógrafos importantes me hizo sentirme pequeño.
¿Qué le ha llevado a centrarse en el género del retrato? ¿Cuáles son las claves de un buen retrato? Bueno, esa es una pregunta difícil de responder. Creo que tiene que ver principalmente con el hecho de crear un vínculo con el tema, de establecer una conexión. Si el tema es poderoso, si el sujeto posee carisma o algo especial, entonces ya tienes ahí la fotografía. También tiene que ver con la forma de mirar la fotografía; es algo físico pero también cerebral, intelectual, una combinación de las dos cosas. Pero sobre todo influye la forma en que has conectado con el tema. Esa es la clave. La técnica no es tan importante, es secundaria. ¡Cualquiera puede tener técnica!. Lo realmente difícil es que seas sincero contigo mismo, que te muestres tal como eres para que tu obra sea personal y reconocible, como sucede, por ejemplo, con el trabajo de Martin Parr.
¿Cómo elige a la gente a la que quiere fotografiar? Es un proceso complejo. Me viene a la memoria el retrato que le hice a Michel Bouquet, un actor de teatro a quien siempre he admirado, y recuerdo que un día pensé: ‘Sería triste si no llegara a hacérselo’. Así que un día descolgué el teléfono y le llamé, no le conocía personalmente, aunque él a mi sí porque había seguido mi carrera. Acudí al teatro en el que actuaba y le hice la foto.
¿Cómo escoge a los desconocidos que retrata? Generalmente cuento con un director de casting que me ayuda a seleccionar a la gente después de que le haya descrito lo que quiero hacer en los retratos. Y tengo otras personas que me echan una mano en las exposiciones. Luego me cito con los desconocidos que me han escogido, y después de charlar de temas generales elijo aquellos a quienes voy a retratar. En ese momento todo depende de la conexión que entable con esa persona, de la sensación que me provoque. Prefiero las fotografías sencillas, es decir, no me gustan las que se han hecho con ordenador ni los trucos informáticos. Lo que yo busco son emociones. Necesito que la imagen me conmueva, que algo se remueva en mi interior. Le pondré un ejemplo: cuando retraté a una anciana, Tanya, esperé para disparar el momento en que ella ya empezaba a dar signos de cansancio. Buscaba ese instante en que había bajado la guardia y era realmente ella misma.
Usted se formó dos años como pintor. ¿Ha influido este bagaje en su obra fotográfica? ¿Ha seguido pintando? De niño quería ser artista, soñaba con ser pintor. Pero conforme me iba haciendo mayor la posibilidad empezó a abrumarme. Cuando tenía trece años conocí a un maestro que fue mi mentor y me enseñó escultura y pintura. Fue él quien me regaló la cámara con la que hice mis primeras fotografías. ¡Me fascinó!. Lo que más me gustaba era el hecho de desaparecer, en el sentido que un fotógrafo es justo lo contrario de un actor, aunque de alguna forma tienen puntos en común. Ser actor implica ser más egoísta, aunque también tiene que ver con difuminarte dentro del personaje que interpretas. Lo que valoro de la fotografía es que te vuelves transparente. Le contaré una anécdota: hace tres semanas estaba en Rusia, y fui testigo de los preparativos de una fiesta. Había mucha gente en la calle y yo, pertrechado con mi Leica (¡soy de los que todavía usan cámaras con película!) pude mezclarme entre la gente y sentirme realmente invisible. ¡Me encantó!. La gente iba de aquí para allá y yo no paré de tomar fotos. Lo curioso es que era como si yo no estuviera, nadie se percataba de mi presencia. Disfruté un montón. Ahora preparo un libro sobre aquel viaje a Rusia en el que incluiré aquellas fotos.
En 2012 decidió exponer por primera vez sus fotografías y este año fue invitado por el prestigioso evento dedicado a la fotografía Les Rencontres d’Arles. ¿Por qué ha esperado tanto para mostrar sus fotos? ¿Cuántos retratos ha realizado hasta ahora? Ah, no sé cuántos he podido hacer, han sido tantos… En cuanto a la cuestión de por qué he esperado tanto tiempo para exponer, bueno, no he dejado de actuar y dirigir, así que tengo que compaginar la fotografía con la interpretación. En estos momentos, por ejemplo, estoy metido de lleno en los preparativos de una película de la que seré director y productor. Reconozco que también influyó que soy lento trabajando y muy tímido y me daba cierto apuro. No me veía con fuerzas para enseñar mis fotografías. Pero hace un tiempo cambié de opinión y decidí dedicar más tiempo a mi pasión, aunque no sabía mucho sobre el mundillo de la fotografía.
Si tuviera que escoger dos imágenes de toda su producción. ¿Cuáles elegiría?Me encanta el retrato que hice de Jérôme le Banner abrazando a un perro. Llevábamos veinte minutos de sesión y yo sentía que a las fotografías que salían les faltaba algo. Había un perro por ahí y le pedí a Jérôme que lo estrechara entre sus brazos; cuando lo cogió el can empezó a moverse y de repente, como por arte de magia, surgió la fotografía que estábamos buscando. Esa imagen me gusta también porque la veo como un homenaje a Richard Avedon, a quien admiro. Y hay un retrato que me encanta de Bernadette Chirac con un caballo. Me atraen las fotos locas, disparatadas. Por ejemplo, hice una de un niño montado a caballo mientras su madre vendía entradas, con un perro a su lado… La situación era demencial y el resultado es una foto muy divertida. ¡Me encanta el sentido del humor!. Adoro este tipo de fotografías estrambóticas, que plasman escenas descabelladas. Y me gusta incluir animales cuando veo que tienen algo especial.
Háblenos un poco de sus raíces españolas. ¿Hay artistas españoles entre sus amigos? Le confieso que este tema me hace sentir mal. Mi padre nació en España, y allí sigue viviendo, en La Pobla Llarga, una localidad a 60 kilómetros de Valencia. Pero mi madre es alemana y conoció a mi padre en Suiza, donde yo nací. Mis padres se separaron cuando yo era pequeño y mi padre volvió a vivir en España. Así que de niño, hace mucho tiempo, pasé algunas temporadas allí. De hecho, lo que la gente no sabe es que mi verdadero nombre es Vicente, no Vincent. Hace poco tuve problemas con mi pasaporte porque me dijeron que Vincent no era mi nombre auténtico, ¡que me llamaba Vicente!. Tengo amigos en España, como Rossy de Palma, Penélope Cruz y otros actores y actrices, pero no conozco a ningún otro artista. He veraneado en Cullera, en Jávea, en varios lugares de la costa española, pero hace mucho tiempo que no voy por allí así que le pido perdón por no hablar español. Lo entiendo perfectamente pero no lo hablo. La verdad es que en casa siempre hemos hablado en alemán y, por desgracia, nunca me enseñaron español.