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    Ron Arad: «Nunca soñé convertirme en diseñador»

    Ron Arad. Foto: John Davis

    Un taxista enloquecido me ha traído a la galería. Llevaba la música de Eminem a todo volumen. ¡No creo que vuelva a subirme a un taxi en Madrid!» cuenta entre risas Ron Arad al entrar en Ivorypress Space. «El único principio es no basarse en lo que ya existe» propugna el diseñador israelí afincado en Londres desde los años setenta, y viendo la panorámica sobre su trabajo que exhibe la galería madrileña, puede asegurarse que ha cumplido su propósito. Desde su gran interés por la experimentación, Arad estudia, a través de sus piezas, las posibilidades de expresión de distintos materiales como el acero, el aluminio, el Corian o el polietileno. Ha expuesto en galerías y museos como el Victoria and Albert Museum de Londres, el Centre Georges Pompidou de París, el MoMA (Museum of Modern Art) de Nueva York y en la Barbican Art Gallery de Londres. Los precios de las obras expuestas oscilan entre 40 y 850.000 euros.

    ¿Qué siente al exponer en Ivorypress?
    Cuando vi el espacio me pareció muy agradable. Lo que sucede, sin embargo, es que cuando veo todas las obras expuestas ¡no puedo evitar acordarme de las que no están!. Pero es muy bonito que hayan decidido exponer también mis bocetos porque la gente no puede verlos normalmente. Me hace feliz contemplarlos porque a veces me olvido de que un día los dibujé. Cuando paseo entre las piezas me digo «ah, me acuerdo de cuando hice ésta, de cuando se me ocurrió aquella idea»… Y exponen una pieza muy reciente, Blended Tools, que forma parte de una historia diferente. Ahora mismo se están celebrando dos exposiciones, una es In Reverse, en el museo de Zion, y la otra, Last Train, en la Bienal de Venecia. Son muestras de concepto más reducido que hacen hincapié en una idea principal. Aquí, en cambio, es más amplio. Las piezas están conectadas entre sí, pero es como una colección, una compilación de canciones más que un álbum.

    ¿Qué quería ser de niño?
    No me planteaba el futuro. No solía preguntarme «¿qué haré?». Nunca me interesó definirme. «Seré un fotógrafo o seré arquitecto». Sí, estudié arquitectura, pero de lo que se trata siempre es de hacer cosas, crear objetos que antes no existían. No pensé jamás: «cuando sea mayor seré diseñador». ¡Nunca!. Y si dos semanas antes de inventar mi primera pieza mobiliaria, la silla Rover, me hubieras dicho que me convertiría en diseñador me habría reído de ti.

    ¿Qué le empujó a diseñar?
    No fue una decisión meditada. Nunca hubo un plan previo. Me limité a seguir haciendo lo que hacía desde que tenia siete u ocho años.

    He leído que cuando era joven quería dedicarse a la música. ¿Sigue soñando con ello?
    Hubo un tiempo, cuando era más joven, en que no había manera de que me subiera a un avión sin mi guitarra. La música me interesaba más que cualquier otra cosa. Pero nunca fui genial. Se me daba bien, sí, pero nada extraordinario. Mis dos hijas son artistas, cantan y tocan.

    Usted ha reconocido que le debe mucho a Marcel Duchamp
    No lo he dicho yo, lo dice el mundo del arte. Si tuviera que citar a los artistas que, en mi opinión, han cambiado la forma en que hoy nos relacionamos con el arte, entre ellos, por supuesto, estaría Duchamp…

    ¿Algún artista le ha inspirado de manera especial…?
    Bueno, Duchamp es uno de ellos. Tocó un montón de campos y no agotó ninguno. Nunca se repitió, era muy versátil. Yo también salto de una cosa a otra. No soy una persona metódica, soy muy inquieto. Es muy dificil mirar una obra de arte actual en la que no se aprecie el ADN de Duchamp.

    En cierta ocasión usted dijo que el mercado del arte es un mal necesario. ¿Qué opina de sus propios precios?
    Creo que el arte y el mercado del arte son cosas distintas. El mercado es necesario, porque antaño las grandes obras de arte se realizaron gracias al apoyo de los reyes y las iglesias que eran los patrocinadores, los mecenas. A mi no me interesan ni las iglesias, ni los reyes, pero reconozco cuál fue su papel en el mecenazgo de las artes. El mercado del arte ha sustituido a ambos. Yo no podría realizar el tipo de obras que hago sin el apoyo del mercado. ¡Así de claro!. No habría manera de financiar el próximo proyecto. Así que cuando empleo el término «mal necesario» lo que estoy queriendo decir es que yo no trabajo para el mercado, sino que lo utilizo para producir más arte. El mercado del arte no es un lugar maravilloso, pero cumple su función.

    Usted apuesta por crear diseños que no estén basados en lo que ya existe, ¿dónde acude en busca de inspiración?
    No hay un lugar concreto, hay montones. Me puedo pasear por este barrio y descubrir múltiples cosas inspiradoras. Me fijo en la arquitectura, en otras obras de arte… Estoy sentado en una mesa diseñada por mí que no veía desde 1992, y eso me inspira… Vivimos en un mundo lleno de estímulos y yo encuentro inspiración en infinidad de cosas.

    Recientemente el Pompidou celebró una retrospectiva de su obra. Ya sé que no le gusta la palabra «retrospectiva»…
    Es una gran palabra.

    Lo que quería preguntarle es si sus intereses han evolucionado con los años desde su primer gran diseño, la Silla Rover…
    La silla Rover es, podría decirse, un ready-made. Puedes emparentarla con los objects trouvés de Marcel Duchamp. Mi primera pieza de mobiliario, mi primer diseño, fue un ready-made. Mire, le estoy respondiendo ahora a lo que me preguntó antes sobre Duchamp. Me inspiré en él, aún sin saberlo. Lo que no me imaginaba es que esta pieza fuera mi puerta de entrada al mundo del diseño, a Milán…

    Durante su proceso de trabajo, ¿prefiere el lápiz o trabaja con tecnología?
    Utilizo el lápiz, aunque también podría ser una pluma ligera… todos estos dibujos que se exponen en la galería los he hecho con el ordenador. Cuando hago los bocetos trabajo conectado con el resto de mi equipo en el que hay auténticos magos del modelado…

    ¿Hay algún material que no le guste utilizar?
    No hay materiales malos…

    ¿Qué le llevó a utilizar materiales reciclados?
    La palabra reciclado no era tan fuerte cuando empecé a usar este tipo de materiales. El mundo estaba empezando a hablar de reciclaje porque ya se percibía esa necesidad. Yo no tenía una fábrica para producir mis diseños, nadie me conocía, no podía llevar a la práctica mis ideas. Así que no tenía más opciones. En realidad no se trataba de reciclar, el término reciclaje no es adecuado, eran más bien objetos encontrados.

    ¿Le ha cambiado la vida algún diseño?
    Todos me la cambiaron, nada fue igual después de hacerlos.

    Algunas de sus obras, como Free Standing China, tiene un claro mensaje politico. ¿Es la política una parte importante de su obra?
    Nunca directamente. No pretendo hacer eslóganes ni estoy predicando, pero albergo la esperanza de que mi ética y mi política afloren en mis obras.

    Por curiosidad ¿Cuántos idiomas habla?
    Hablo hebreo, inglés, francés, y me defiendo en italiano, aunque lo entiendo más que lo hablo.

    ¿Entiende el español?
    Un poco. Poco, poquito [sic]. Esta música… [habla de un video que se proyecta en la exposición] Cuando le mostré este video al MoMA me dijeron: «No queremos la banda sonora» –aún desconozco por qué no la querían–, pero les respondí que la música era parte integrante de la obra. El comisario me dijo «mira, tal vez quede bien en Inglaterra, o en Europa, pero desde luego no en América». Alegué que se trataba de una obra europea y entonces él puso la música a un volumen bajísimo. Me fui del museo y a mi regreso uno de los guardias de seguridad me dijo: «Eh, Ron, ¿sabe qué ha pasado? Han cambiado la música de su vídeo». Así que escribí una carta al museo. No me lo podía creer. El MoMA pensó que estaba degradando a los americanos, reduciéndolos a «hillbillies», etc. Así que la pieza adquirió un trasfondo político que no estaba previsto. Para mi, América, el MoMA y este tipo de fama, no significan nada.

    Mun-Jung Chang

    Hasta el 9 de noviembre
    Comandante Zorita 48. Madrid
    www.ivorypress.com

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