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    La colección de Dos y Bertie Winkel: El enigma de los gemelos

    Entre los Yoruba del sudoeste de Nigeria, la tasa de nacimientos de gemelos es cuatro veces mayor que la media mundial. Este hecho –junto con el alto índice de mortalidad infantil- dio lugar a la creación de un insólito culto. Por cada gemelo fallecido, una pequeña estatuilla en madera, o Ere Ibeji, era tallada para mantener vivo su espíritu. Estas figurillas recibían cuidados diarios y, a cambio, brindaban a la familia salud y prosperidad. Los coleccionistas belgas Bertie y Dos Winkel atesoran 32 ejemplares de estos misteriosos gemelos que son objeto de una exposición especial en la galería Ambre Congo durante la feria Brussels Non-European Art Fair (BRUNEAF).
    De niño, a principios de los años sesenta, quedé hechizado por las aventuras de Herman Haan que emitía la televisión holandesa (todavía en blanco y negro). Durante sus viajes a África, este intrépido arquitecto se integraba entre los Dogon de Malí, donde exploraba ingeniosamente las cuevas funerarias de Tellem. A los 10 años yo ya sabía que quería viajar por el mundo y experimentar aventuras parecidas. No solamente en África, sino en todos los continentes. Recorrer misteriosas selvas tropicales, desiertos, pueblos remotos, así como el enigmático reino submarino. Cuando conocí a [mi esposa] Bertie en 1967 y le conté mis sueños, para gran sorpresa mía, me dijo que también ella disfrutaba con las aventuras de Herman Haan. ¡No es extraño que conectáramos tan bien desde del principio!” cuenta sonriendo Dos Winkel, expresidente de la Academia Internacional de Fisioterapia Ortopédica, comprometido activista por el medioambiente y apasionado fotógrafo subacuático.
    «En 1969 nos embarcamos en nuestra primera “expedición” –evoca Winkel- Tres meses por las tierras del Sáhara a bordo de nuestro pequeño Citroën dos caballos. ¡Qué experiencia!. Ahí nos picó el veneno de los viajes. Después de éste primer periplo vinieron muchos más. Una de las mejores fue nuestra aventura Dogon: compramos un billete de avión a Abidjan (Costa de Marfil) y nos desplazamos desde allí en el ferrocarril Abidjan-Níger hasta Bobo Dioulasso en lo que entonces era el Alto Volta (ahora Burkina Faso). Alquilamos un viejo Peugeot y fuimos a caballo hasta Mopti, en Malí, y desde allí sobre rocas y caminos pedregosos hasta Sanga. La temperatura era de 50° grados centígrados. Al amanecer del día siguiente nos encaminamos a pie hacia el valle Dogon. Un sueño se hizo realidad. No había turistas, únicamente estábamos nosotros y los Dogon. Más adelante montamos expediciones al corazón de la selva tropical del Amazonas; a las regiones más remotas de Papúa Nueva Guinea; a Nagaland en Tirap y Myanmar… ¡Hemos hecho más de 110 viajes a África!”. Vanessa García-Osuna

    ¿Cómo empezaron a comprar ‘ere ibeji’? Entre 1970 y 1980, la motivación de la mayoría de nuestros viajes era el arte. Y aunque pueda parecer raro, nunca hemos visitado Nigeria. Durante nuestras escapadas a Benín y Togo, sin embargo, nuestros contactos se afanaban en buscarnos obras de arte de Nigeria. Y así, a principios de los años 70 ya habíamos reunido más de 40 parejas de Ibeji y una curiosa variedad de Ibeji individuales. Vendimos la mayor parte en nuestra galería de Delft, aunque siempre nos reservábamos los mejores ejemplares (son los que argumentan el libro Ere Ibeji escrito por Bruno Claessens). En aquella época William Fagg era una compañía muy apreciada. Era un experto en arte Yoruba y sus Ibeji. Fue él quien nos dijo que algunas de nuestras estatuillas se remontaban al siglo XIX, y que otras eran piezas rarísimas de las que no existían ejemplos comparables.

    ¿Por qué escogieron esta tipología de arte africano? Al principio coleccionamos principalmente obras de África Occidental, sobre todo Baule, pero los misteriosos Ibeji eran muy baratos en aquella época y decidimos especializarnos.

    ¿Recuerda algún descubrimiento especial? ¿Qué Ibeji fueron los más difíciles de conseguir? En realidad, ninguno fue difícil de obtener. Estaban ahí para quien los quisiera. Las personas que los reunían para nosotros en África los conseguían sin dificultades. En aquel momento, no éramos conscientes de que el Ibeji perfecto sería muy difícil de encontrar cuarenta años más tarde. De regreso a casa, siempre nos emocionábamos cuando William Fagg nos hacía una visita y nos anunciaba que habíamos descubierto algún Ibeji sumamente raro.

    ¿Les ha influido vivir rodeados de arte africano? ¿Cómo surge esta fascinación? Hemos viajado por todo el mundo, pero África ocupa un lugar especial en nuestro corazón por su gente, su naturaleza y su misterio. El arte africano reúne todos estos aspectos: está elaborado por pueblos mucho más próximos a la naturaleza que los occidentales; son gente que vive una vida misteriosa, llena de sociedades secretas y hábitos enigmáticos.

    Además de ‘ere ibeji’ ¿coleccionan algo más? Poseemos una modesta colección de otras piezas africanas, sobre todo Baule, pero también algunas Yoruba, como un precioso poste tallado para casa y una vara Shango. También tenemos una bonita colección de antiguos bronces africanos. Coleccionamos además cristal romano, exquisitos objetos asiáticos y ushebtis egipcios.

    ¿Qué piezas tienen un significado especial para ustedes? Esta no es una pregunta fácil, porque Bertie y yo coleccionamos solo los temas que nos gustan a los dos y que poseen una gran estética. Además deben encajar en nuestra moderna vivienda y su interiorismo. Pero si nos obligan a escoger, diríamos que un hermoso Buda del periodo Lan Na.

    ¿Cómo ha evolucionado el mercado de arte africano? El genuino arte africano es cada vez más difícil de encontrar y los precios de las grandes obras son increíblemente elevados. Afortunadamente, esto también se aplica a los Ibeji. Aunque su cotización no es tan exagerada, sí se han revalorizado. Ahora cuestan 10 o 12 veces más que cuando nosotros los conseguimos, entre 1970 y 1978.

    ¿Cuáles son sus mejores recuerdos de África? Convivir con los Masai en Kenia mientras rodábamos un documental de televisión. ¡Nos quedamos en una pequeña choza sólo con los muchachos, porque nosotros filmábamos los preparativos del festejo –el festival Eonoto– que celebra que los guerreros jóvenes se han hecho mayores! También vivimos con muchas otras tribus (Samburu, Rendile, Dassanach, Turkana, Suri e Himba). Todos son recuerdos maravillosos porque los africanos siempre nos brindaron su amistad.

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