Una lesión en la rodilla a los 19 años le apartó del mundo del fútbol cuando estaba a punto de fichar por el Real Madrid. Jugador de la Real Sociedad, su agilidad para saltar sobre el balón le había valido el apodo de ‘el gato’. De portero a escultor, Eduardo Chillida (1924-2002) solía decir que no había apenas diferencias entre uno u otro oficio. A fin de cuentas, señalaba, para ser buenos en lo suyo, ambos debían desarrollar la capacidad de controlar el espacio y el tiempo. Cuando se cumplen 100 años de su nacimiento, un completo programa de exposiciones, publicaciones y actividades educativas homenajearán a uno de nuestros artistas más prestigiosos y con mayor proyección internacional. Para su familia, este primer centenario “celebra la vida de Eduardo Chillida, que nos ha dejado no solo la huella de su obra, sino también la del pensamiento, la de una forma diferente de ver la vida porque los artistas desaparecen pero, de algún modo, permanecen”, aseguró su nieto, Mikel Chillida. En nuestra edición de febrero celebramos el legado del creador vasco desde distintas perspectivas: su hijo Luis Chillida nos descubre detalles del proceso creativo de su progenitor; evocamos la trascendental relación que le unió al galerista francés Aimé Maeght que ahora se recuerda en una exposición en Chillida Leku; mientras que la experta de Christie’s, Beatriz Ordovás, analiza el mercado internacional del “escultor del espacio”. [Eduardo Chillida junto a Peine del viento XV. Foto Archivo Eduardo Chillida]