Territorio de ritos africanos y leyendas de piratas, del reggae y las extensas plantaciones de azúcar, de los rastafaris y las playas de aguas transparentes, Jamaica se abre al visitante como un mundo encantado, de belleza salvaje e insinuante. La isla caribeña que, siglos atrás, un navegante genovés describiera como un paraíso, alberga en su bulliciosa capital, Kingston, una vibrante escena artística y cultural. Cuyo alma mater es David Boxer, historiador del arte, coleccionista y artista, que ha sido el conservador-jefe de la National Gallery de Jamaica desde 1975, y que ahora es su director emérito. Fundada en 1974 y ubicada en un moderno edificio en primera línea de playa en el centro de Kingston, este museo es el faro cultural de esta exuberante isla que cada año atrae a más de un millón de turistas.
“Cuando era niño, en Jamaica no existía ninguna galería pública ni tampoco centros con colecciones permanentes de pintura –evoca Boxer– De vez en cuando se celebraban muestras en la biblioteca principal, el Instituto de Jamaica y la Galería de la Asociación de Artistas Contemporáneos que yo visitaba, pero solo exponían artistas del país. Yo quería ver a los artistas que descubría en los libros. En los años 60 había comprado algunas monografías sobre grandes maestros como Miguel Ángel, Leonardo, Rembrandt, El Greco o Velázquez y ansiaba contemplar los originales.
La oportunidad me llegó en 1964 cuando una de mis tías viajó a Nueva York con su familia para asistir a la Feria Mundial. La mayor atracción de aquella feria fue la fugaz visión de la Pietá de Miguel Ángel. Después de hacer cola durante horas nos montaron en una cinta transportadora y pasamos rápidamente por delante de la estatua. Dudo que la viéramos más de 30 segundos. Afortunadamente mi visita al Metropolitan fue más fructífera donde la gran revelación fueron Rembrandt y El Greco. Me quedé fascinado ante Aristóteles contemplando el busto de Homero.
Incluso en la lejana Jamaica se sabía que se trataba de la pintura más cara del mundo. Tres años antes se habían pagado 2,3 millones de dólares por ella, un récord que se mantuvo durante casi diez años. Los precios que alcanzaban algunas pinturas eran el tipo de información que impresionaban a un joven de diecisiete años a punto de embarcarse en su primer trabajo por el increíble salario de ¡100 dólares al mes!”
LOS INTUITIVOS
Boxer ha defendido el trabajo de sus compatriotas y, en particular, el de sus artistas más alternativos y autodidactas, conocidos como los intuitivos jamaicanos. Este término, que sustituye a las etiquetas de naïf o primitivos, procede de La mirada intuitiva, título de la primera de una serie de exposiciones promovidas por él en la National Gallery en 1979, 1987 y 2006. Muchos de estos creadores, que se movían al margen de la corriente cultural predominante, llevaban vidas relativamente solitarias en parajes aislados, y a menudo, sentían su trabajo como resultado de una llamada divina. “El término “outsider” se usa cuando se habla de los Intuitivos porque su obra se percibe como separada y diferenciada de la corriente general del arte contemporáneo, que es la que reflejan los museos de arte moderno y contemporáneo –expone Boxer- En Jamaica, en la National Gallery, he tratado de democratizar las cosas un poquito.
Los Intuitivos se exponen al lado de los artistas pertenecientes a la denominada corriente principal o mainstream que lo es sólo en términos numéricos, no por calidad e importancia”.
Actualmente algunos de los intuitivos jamaicanos son más conocidos en el extranjero que en su país. La intuitiva más insigne fue Edna Manley, esposa de Norman Manley, líder político que había impulsado la independencia de Jamaica del Reino Unido. Manley fue la piedra angular de un movimiento cultural nacionalista surgido en los años 30. Hija de un clérigo inglés y de una mujer jamaicana, Manley había nacido en Inglaterra en 1901, y su adolescencia estuvo influenciada por Picasso, Gaudier Brzeska y Epstein. Su primer trabajo en Jamaica, la escultura The Beadseller (La vendedora de cuentas) modelada en 1922, destila una inspiración claramente cubista, pero su tema, una mujer que vende abalorios en un mercado, es completamente jamaicano.
“Esta obra fue la primera que adquirí personalmente para la National Gallery, repatriándola de una colección canadiense –recuerda ahora el coleccionista- Los intuitivos han producido obras singulares. Para mi y para otros aficionados, sus obras están entre las mejores del siglo XX. Son un antídoto frente a las vacuidades que se consideran “gran arte” en los museos occidentales.
“Cuando me hice cargo de la National Gallery de Jamaica mi deseo era remontarme a los orígenes del arte jamaicano y eso me llevó al arte de los taínos, el pueblo indígena que Cristóbal Colón encontró en esta isla y que pereció bajo el yugo de los conquistadores españoles, y al del pintor judío-jamaicano Isaac Mendez Belisario quien, tras un periodo de aprendizaje en Reino Unido, regresó a Jamaica y plasmó el paisaje y aspectos de las vidas de los nobles, el pueblo llano y los esclavos, por igual. A él le debemos la primera documentación de esa mascarada sincrética a la que llamamos Jonkunno que es una gran mezcla de elementos europeos y africanos.”
En cuanto a su propia obra artística, Boxer admite que tiene algo de revulsivo frente al arte intensamente nacionalista que le precedió. “Como escribí una vez… “Es un diario visual de los pensamientos y recuerdos, los miedos y los anhelos, de un hombre del siglo XX que vive en una isla pequeña, compleja, inquietante (y perturbada) del Caribe.” Mi obra de las últimas tres décadas está principalmente vinculada a Jamaica: sus ansiedades, sus preocupaciones, su historia y, por extensión, la del pueblo negro transferido a este hemisferio, a este “Nuevo Mundo”.
El vocabulario de Boxer es sofisticado, muy influenciado por artistas como Francis Bacon, Joseph Cornell y Joseph Beuys. Fue uno de los primeros jamaicanos que hicieron arte ambiental e instalaciones, y en sus perturbadoras obras se reflejan dos culturas, la africana y la inglesa, abordando cuestiones que raramente se debaten en la sociedad jamaicana, en particular tabúes sobre la sexualidad, pero también la historia, la esclavitud y los traumas políticos.
ENCUENTROS MEMORABLES
“Como conservador-jefe de la National Gallery de Jamaica he conocido a infinidad de personalidades, muchos jefes de estado y líderes políticos, como Fidel Castro o George Bush padre, y grandes coleccionistas como David Rockefeller, pero quienes de verdad me fascinan son los artistas –nos cuenta-Tengo gratos recuerdos de las visitas de José Luis Cuevas y Jacob Lawrence y otros artistas plásticos como Tom Phillips, Sam Gilliam y Lynn Chadwick. Pero tal vez los encuentros más especiales los viví con el famoso pintor estadounidense Andrew Wyeth, al que conocí en Chadds Ford en 1986. Conectamos muy bien durante una cena y me invitó a visitarle en su casa. Una vez allí me llevó a su taller y me mostró sus llamadas pinturas Helga. Hablaba con enorme pasión sobre ellas. Un mes más tarde, cuando la revista Time anunció en portada el reportaje “Andrew Wyeth y su impresionante secreto”, me di cuenta de lo privilegiado que había sido.
UNA COLECCIÓN JAMAICANA
“¡Siempre he coleccionado!. El esqueleto perfecto de una lagartija envuelto en un pañuelo y metido en una lata fue probablemente lo primero que coleccioné cuando tenía cinco o seis años. Después llegaron las conchas, los corales e incluso alguien me regaló el fósil de un pez. Mi gran pasión eran los sellos, especialmente los ingleses y los de la India británica. Adoraba los primeros sellos jamaicanos que llevaban la efigie de la reina Victoria. Me encantaban sus sutiles gradaciones de color. Años más tarde utilicé mi colección de sellos en mis collages.
A los de la reina Victoria les puse una marca creada por mí que reproducía una cita de una canción popular que los antiguos esclavos solían entonar: “¡Reina Victoria libéranos!.¡Es el año del Jubileo!” Coleccioné ávidamente monedas jamaicanas que, también en este caso, utilicé en algunos de mis assemblages posteriores. Y también coleccionaba recortes de periódicos y revistas sobre temas de arte que pegaba en un cuaderno. Cuando era niño mis padres estaban suscritos a la revista Time cuya sección de arte devoraba; solía arrancar las ilustraciones y esto, con el tiempo, me llevó a coleccionar libros de arte, una pasión que he mantenido toda mi vida. Adquirí mi primera obra de arte original cuando tenía unos catorce años. Mi tío, médico, emigraba a Canadá y me propuso quedarme con una pintura de la docena que poseía. Elegí una muy atrevida con un samurai japonés a caballo que aún permanece en mi colección. Hace poco me enteré de que pertenece a un respetado maestro de finales del siglo XIX, Yasuda Yukihiko. Más adelante, mientras estudiaba en la universidad de Cornell, alrededor de 1968, asistí en el campus a una venta de obra gráfica original. Había grabados de Rembrandt a Picasso pero todo lo que me gustaba estaba fuera de mi alcance. Descubrí uno relativamente barato de una mujer desnuda firmado por un artista que me era desconocido. No podría comer el resto del mes, ¡pero iba a comprarlo!. Me fui derecho a la tienda de libros para averiguar algo sobre el autor y encontré un precioso ejemplar de Pintores italianos de la actualidad de Lionello Venturi donde se discutía y reproducía obras de once de los pintores abstractos más célebres de Italia. Mi artista, Bruno Cassinari, ¡estaba allí!. Todavía siento un cariño especial por los grabados, las aguatintas, las litografías… Aunque hace tiempo que me desprendí de aquel Cassinari, así como de la mayor parte de mi colección de grabados que compré en Estados Unidos, la he sustituido por otra consagrada esencialmente a Jamaica que engloba desde esculturas, pinturas y fotografías hasta libros ilustrados de las Indias Occidentales (por ejemplo, Historia Civil y Natural de Jamaica de Patrick Browne, que contiene cuarenta y nueve placas de Ehret)”. En su espaciosa residencia de Kingston, Boxer atesora, además, una sugerente colección de estatuillas africanas y esculturas Taíno, aunque el punto fuerte de su colección son sus fotografías de Jamaica, que datan desde 1840 hasta nuestros días. “Aunque todavía no está completamente catalogada comprende más de mil quinientas fotografías. En colaboración con el crítico de arte Edward Lucie-Smith, acabo de terminar un libro que verá la luz en Londres a finales de este año, que recoge las imágenes que datan de 1845-1920. Hemos seleccionado cerca de 400. Y está en preparación otro volumen sobre la parte correspondiente al siglo XX. En cuanto a la pintura aglutina las dos corrientes principales: la “dominante” y la “intuitiva”. Refleja mi labor pionera en la National Gallery a la hora de definir la Escuela de Jamaica, y aunque como colección privada no tiene una pretensión tan enciclopédica como la del museo, recorre en profundidad la producción de mi panteón personal de artistas. Edna Manley, considerada “la madre del arte de Jamaica” está bien representada con esculturas y dibujos de las seis décadas de su vida activa, así como artistas asociados a ella como Huie, Campbell, Henry Daley, Pottinger, al igual que otros, fuera de la órbita intuitiva, que contribuyeron a encuadrar al arte jamaicano desde una perspectiva post-colonial y a desarrollar una iconografía indígena”.
EN EL ESTUDIO DE BACON
“Entre los momentos más emocionantes de mi carrera hay varios vividos con Bacon. En 1975, con motivo de la inauguración de su retrospectiva en el Metropolitan de Nueva York, tuve el honor de que hiciera una visita guiada sólo para mí comentándome la exposición. Aquellas ocasiones junto a mi ídolo, sobre cuya obra yo había escrito mi tesis doctoral, fueron imborrables. Mi visita a su estudio, su santuario, al que muy pocos tenían acceso, fue especialmente memorable y tuve la oportunidad de salir con un par de recuerdos bajo el brazo que guardo con cariño”.
A continuación reproducimos un fragmento de las memorias de Boxer, en las que está trabajando en la actualidad, en el que relata aquel episodio.
“En algún momento durante, creo, mi tercera visita, Francis [Bacon] me mostró su estudio. Le pregunté si podía tomar algunas fotografías y tras arrancarme la promesa de que no tocaría nada me dejó solo unos minutos. Muy pocos minutos. El material visual más evidente eran las reproducciones de sus propios cuadros que estaban clavadas con chinchetas en las paredes. Algunas eran a color, probablemente habían sido arrancadas de libros o catálogos, mientras que otras parecían fotografías en blanco y negro. Me di cuenta de que Bacon había adecentado un poco su estudio antes de mi visita, porque se percibía un claro contraste entre la parte desordenada, donde había un viejo y polvoriento espejo circular alrededor del cual se arremolinaban latas con pinceles, trapos, pilas de revistas, libros, lienzos descartados apilados en cascada, y la zona de la estancia donde él realmente pintaba. Mientras fotografiaba un sitio increíblemente desordenado tropecé en el suelo, entre la pila de libros y revistas, con un ejemplar de la revista DU (n° marzo 1972). Los titulares me llamaron la atención: Neue Porträts von Henri Cartier- Bresson. ¿Habría Cartier-Bresson retratado a Bacon?. Estuve hojeando la revista y di con el portfolio de Cartier-Bresson, un auténtico “Quién es Quién” de las luminarias culturales del momento. Estaba De Kooning, al igual que Calder y Barbara Hepworth. Y también aparecía un retrato de Bacon junto a un brillante estudio de Ezra Pound. El retrato de Bacon llevaba la siguiente dedicatoria: a Francis avec l’amitie d’ Henri.
Volví a depositar en el suelo la revista, cuya portada ya estaba casi desprendida y me pregunté -‘¿No sería maravilloso tener esta fotografía?’ … ‘una dedicatoria del fotógrafo más grande del mundo para el pintor más grande del mundo?’ ‘¿Me atreveré a pedírsela?’-. Había prometido no molestarle sin embargo cuando regresó al estudio se la enseñé y me armé de valor para pedirle que me la regalara. Recuerdo su espontánea respuesta: “Oh sí, puedes quedártela. Si no lo haces tú, otra persona lo hará”. Ahora lo único que lamento es no haberle pedido que la adornara con otra dedicatoria, esta vez para mí.
El otro objeto que me llevé de su estudio fue un pequeño cuadro, un retrato, cuyo rostro estaba destrozado con cuatro navajazos. Aunque hay pocas pistas para reconstruir la pintura, estoy convencido de que originariamente había sido un autorretrato. Sospecho que lo pintó entre 1969 y 1970. El color del fondo es similar al de varios pequeños retratos que se conservan de esa época. El abrigo podría ser, de hecho, el mismo que aparece en su excelente Autorretrato de 1970 donde aparece sentado frente a un gran vacío de color malva. Uno de los habituales discos negros que pintaba en aquella época había invadido la zona del cuello que ahora estaba atravesado por una de las cuchilladas. Recuerdo que miré en vano a mi alrededor buscando el fragmento que faltaba.
De nuevo le pregunté si también podía quedármelo. Bacon sentía curiosidad por saber qué haría con su pintura. ‘Podría usarla en un collage, para “enmarcar” una imagen’, le dije … ‘entonces yo tendría un “Bacon parcial.” Sonreí. Él sonrió. Miré con nostalgia los montones de viejos lienzos amontonados en la parte trasera del estudio. Probablemente eran cuadros descartados, pero tal vez podrían brindarme alguna pista para desentrañar su “proceso creativo”. Le pedí si podía echarles un vistazo. “No, ahí no hay nada … solo basura…” me replicó con firmeza. Utilicé por primera vez el fragmento de Bacon con una reproducción de la cabeza del supuesto Papa de Velázquez de la National Gallery de Washington, y así se quedó durante muchos años. Lo titulé Homenaje a Bacon y Eisenstein y se ha mostrado un par de veces en exposiciones. Resistiendo a las numerosas ofertas que me han hecho por él, lo conservo como un icono sagrado en un lugar preferente de mi biblioteca. Es un preciado recuerdo de mi breve relación, que tanto me influyó, con uno de los artistas más genuinamente originales del siglo XX.
V- García-Osuna