Dentro del ciclo El arte de coleccionar de la Fundación Vila Casas, en Can Framis de Barcelona, comisariato por Daniel Giralt-Miracle, se expone una pieza de la colección de Josep Maria Civit (Montblanc, Tarragona, 1947), La Última Cena, de Damien Hirst. Se trata de 13 serigrafías en las que el artista reinterpreta algunos envoltorios de medicamentos, con los que nos hace compartir su preocupación por el dolor, el sufrimiento y la muerte. En el momento de empezar a sonar la música de Bach, la Pasión según San Mateo, que el coleccionista ha seleccionado para acompañar la obra –música que da una gran trascendencia a la significación de la obra de Hirst– Civit empieza a moverse de una manera tan profesional que me pregunto si será músico. Le pido que me lo aclare y, al final, admite que le habría gustado ser director de orquesta.
¿Cómo nació el Civit coleccionista?
Todo empezó con un episodio cuando yo estudiaba en el Conservatorio -entonces tendría 14 años- y me regalaron una entrada para asistir al Liceo de Barcelona; estábamos en el franquismo y representaron una ópera de Bertold Brecht, Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, que me cautivó por la estética y la música; yo venía de Montblanc, un pueblo de cultura, pero medieval. El público en el Liceo empezó a patalear y a gritar; yo no entendía nada porque a mí me gustaba mucho, pero la queja fue in crescendo, y yo seguía sin comprender por qué la gente estaba tan disgustada; entonces pensé que tenía que posicionarme: o ponerme al lado de aquella burguesía o del arte. En aquellos años no se hacían tantas óperas de música contemporánea; tuve una gran suerte, probablemente si hubiera ido a una ópera clásica no hubiera tenido ese impacto en mí. A partir de aquello me reafirmé en el arte contemporáneo.
Pues esto realmente debió marcarle mucho.
Pero más importante que esto es cómo viví en Montblanc de pequeño; su iglesia es donde forjé mi estética como coleccionista. En la iglesia de Santa María descubrí la arquitectura; es una catedral extraordinaria, de una gran belleza arquitectónica. No es casual que mis intereses hayan sido la arquitectura y el diseño corporativo y de ciudades; allí descubrí el arte: en cada altar, los bajorrelieves y la policromía… descubrí el órgano de Santa María y la Pasión según San Mateo de Bach. Fui monaguillo y descubrí el latín, los protocolos funerarios y las jerarquías. Después me marché a Barcelona, a la universidad, y estudié Económicas; entonces nació mi conciencia política, estaba en el Sindicato Democrático de Estudiantes, y continué con ese compromiso hasta que se produjo el cambio político, que no fue de forma natural sino por la muerte del dictador. Otra cosa fundamental fue salir de la muralla, Montblanc es una ciudad amurallada, y empecé a viajar mucho, ya de muy joven, a Estados Unidos y a Londres, y mi pasión por la música empezó a ocupar un sitio muy principal. Londres me dio una visión muy pop, estuve allí en un momento muy brillante, era la época de los Beatles, la minifalda de Mary Quant… tengo la impresión de que a partir de estos episodios me convierto en un hombre que piensa mucho y que empieza a relacionar tragedia y banalidad; yo he crecido en una casa donde cada día comía y cenaba frente a La Santa Cena, el Sagrado Corazón y la Cruz, y me ha afectado mucho ver esto todos los días desde pequeño; Londres me aportó el punto más refrescante… y esto explica que me atraigan tanto Kounellis como Jeff Koons.
Ha dicho que estudió Económicas…
Sí, pero antes, la carrera de Económicas era más humanista que ahora, no tan comercial. Creo que todo esto, haber vivido en Montblanc, estudiar música, viajar de joven, mi compromiso político y trabajar con Victor Sagi, gran icono de la publicidad, me ha llevado a implicarme en asuntos pioneros, y ahora trabajo con la idea de la marca. El trabajo me ha dado la opción de tener esta colección, no es una colección que venga de un éxito profesional, sino que se ha ido fraguando de manera natural porque empecé a coleccionar siendo muy pequeño; siempre he sentido una gran curiosidad por dibujar y pintar, y no es de extrañar siendo de Montblanc, ya que allí se celebra la Bienal de pintura, aunque sea de paisaje… y me ha gustado tener una casa con una gran pizarra para dibujar y un piano… o sea, que empecé dibujando y luego, cuando hice mis primeros viajes visité museos y galerías y de cada lugar me llevé un póster, así inicié mi colección de pósters, y de repente, un día, caigo en la tentación de comprar una obra gráfica y luego un original, en ese momento todavía se está bajo control; cuando ya se pierde el control es cuando se tiene la casa llena y se sigue comprando… ¡el coleccionismo empieza cuando ya no se tienen paredes!; la palabra coleccionar no me gusta nada, ¡pero no hemos encontrado otra de momento!.
¿Por qué decidió mostrar la colección?
Esta colección ha permanecido en silencio durante muchos años y hace cuatro, Rafael Moneo hacía un museo en Huesca; él hacía la parte arquitectónica y yo la corporativa, la marca, y tuvimos muchas ocasiones de hablar; es un erudito –¡no es raro que tenga el gran dominio que tiene sobre museos!-, y un día me dijo que mi colección tenía que verse, me propuso exponerla en el museo que estaba construyendo, el CDAN, y tanto él y como la directora, Teresa Luesma, me convencieron, y se presentaron unas 150 obras, en una exposición comisariada por Menene Gras.
Creo que no colecciono obras sino formas de pensar, a pesar de que todas las obras que tengo tienen una gran belleza.
¿Y cómo identifica formas de pensar en las obras?
Es de manera intuitiva, no metodológica ni racional; sin darme cuenta adquiero arte conceptual en el que se privilegian las ideas.
¿Cuántas obras tiene en la colección?
No lo sé [sonríe]… pero lo significativo no es cuántas tengo sino cuántas interesan realmente. La colección tiene el defecto y los límites de ser privada; el paso a la pública es distinto.
La colección no es mi actividad más importante, dedico más tiempo a visitar galerías y museos y a hablar con artistas, y soy consciente de que las mejores obras no las tengo.
Ya sabemos, “Kunst=Kapital” [arte=capital], como decía Beuys.
¿Tiene pensado el futuro para su colección?
Lo importante de tener una colección es verla, y que pueda admirarla yo mismo; me haría mucha ilusión devolver a la sociedad lo que me ha dado a mí. Me gustaría, en primer lugar, tener la arquitectura adecuada; afortunadamente soy de Montblanc, y creo que un lugar muy adecuado sería una iglesia del siglo XIV, que el pueblo ame la colección y que se sienta orgulloso de tenerla. Montblanc es un gran elogio de la vida medieval y sería fantástico tener allí una colección de arte contemporáneo. Yo le he dicho al alcalde que el arte contemporáneo ligaría muy bien con el arte medieval. En Montblanc hay grandes medievalistas ¡y yo he salido contemporáneo!. Recuerdo que mi tío tenía una gasolinera y yo veía llegar los coches… ¡para mí eso era la modernidad!; me hice un mono de vendedor de gasolina, tenía entonces 11 años, y me puse a vender gasolina e incluso creé una compañía de turismo con mis amigos, un concepto muy moderno; como era monaguillo y tenía las llaves de las iglesias, monté una red para visitar iglesias con mis amigos y resultó ser un gran negocio… era tan bueno, ¡que me lo quitaron! [nos reímos mucho los dos mientras Civit explica esta aventura de niño]. En cuanto al futuro de la colección, tengo un hijo de quince años, Niki, que tiene una buena formación en arte, y al que cada año compro un par de obras. Creo que es una carga muy pesada dejarle la responsabilidad de la colección a él; ahora es menor de edad, por tanto es una cuestión delicada. Me gustaría mucho el diálogo de la colección con una iglesia del siglo XIV, XVI o XVII. Palamós es el actual almacén de mi colección, pero no es nada definitivo.
Usted también se dedicó a la docencia
Fui profesor de Comunicación en la Escuela Eina de Barcelona, y mi eslogan “D’Eina a la feina” [De Eina al trabajo] tuvo mucho éxito y tenía la clase siempre llena; era como decir: quien estudie diseño en mi clase aprenderá metodología y estrategia para triunfar.
Cuando fundó Taula de Disseny, ¿qué significó entonces para el diseño en el contexto catalán y español?
Taula de Disseny se abrió en 1978, y significó mucho en aquel momento de transición política porque hubo una etapa de liberación de imágenes de las empresas del Estado; desarrollé la imagen de La Caixa, de Telefónica, de cajas y bancos… y de productos de consumo. Taula continúa existiendo y yo soy director y presidente, además de consultor de diseño corporativo de la Fundación Metropoli, donde reflexionamos sobre las oportunidades del territorio, pensamos en las actividades que suponen urbanismo, equipamientos… somos expertos en trabajar en ciudades a la orilla del mar.
¿Dónde considera que empieza su colección?
Mi colección empieza en Auschwitz, yo soy hijo del holocausto, la gran expresión de la tragedia. En Auschwitz, que acabó en el 45, se podía leer Arbeit macht frei [El trabajo hace libre] en la puerta de entrada al campo de concentración; este rótulo fue robado y después de muchos años Tania Bruguera lo consiguió para realizar su obra, que está en mi colección; es el rótulo de una gran mentira con el que se aborda la posibilidad de una colección de mentiras. Joao Onofre, en Life in Auschwitz, toma una carta en Braille de una niña ciega superviviente y la ha cubierto con cristal, con lo cual no puede leerse porque no es táctil; es una alusión a la pérdida de memoria y al olvido del holocausto, y me interesa esta obra para que la gente se pregunte qué hay tras el cristal. Otra de mis obras es un Jannis Kounellis, que es como un retablo barroco, como si estuviera organizado por estanterías y la imaginería está en sus característicos abrigos negros. De Per Barclay tengo una foto de un matadero con piezas de carne colgando y el suelo inundado de sangre. Una de mis piezas preferidas es la de Ángela de la Cruz, artista finalista del Premio Turner; es una pintura monocroma, Super Clutter V (pink, white), de la serie que hizo manipulando la pintura con su propio cuerpo antes de estar en silla de ruedas, y así pasa de la bidimensionalidad a las tres dimensiones, pasando de la pintura a la escultura. La pieza de MK Kähne es una maleta-lavabo, en la que podemos ver referencias a Duchamp, Hichtkock… la maleta es huída, humanismo, diáspora obligada, migraciones. De Chema Alvargonzález, A través de las nubes, una maleta con una caja de luz y un tren eléctrico que la atraviesa. Dentro de la corriente neofeminista, una pieza de Carmela García con una muñeca Barbie en los fogones de una cocina; de Sylvie Fleury, Cosmetica fashion, y de Susy Gómez, una gran escultura, un falo dorado. Franz West hace piezas en relación al cuerpo, es uno de mis favoritos, sólo tengo esta pieza, Pouf. De José Antonio Hernández-Díez, cinco uñas de gran tamaño de colores vistosos en acrílico, es una alusión a la identidad nacional de Venezuela, que es participar en concursos de belleza y llegar a Miss Mundo. Es una obra muy conceptual, pero distinta del conceptual al que estamos acostumbrados. En fotografía, también tengo Hannah Collins, una imagen de la cocina de La Laboral de Gijón, y de Candida Höfer, una vista de una sala del Museo del Louvre, vacía, como es su característica, que fotografía espacios públicos cuando están vacíos, y ésta ha estado expuesta en el Louvre. Y referente al lenguaje, de Antoni Llena, Carta a Milena, de Kafka, una obra que trata sobre el concepto del miedo, el miedo al miedo, a la vida, a la soledad, a sentirse espiritualmente enfermo… Emma Kay se ha basado en La interpretación de los sueños de Freud teniendo en cuenta los 490 objetos que salen nombrados en el libro. Joao Onofre toma una frase de El Rey Lear de Shakespeare Something come out of this, transformando en “something” el “nothing” original. También tengo Jaume Plensa, estudio de un itinerario; una pieza con fluorescentes de Dan Flavin; una Balloon flower de Jeff Koons, y Sol Lewitt.
¿Qué le parece que esta obra de Damien Hirst, que también puede interpretarse como una crítica a la industria farmacéutica, se presente en la Fundació Vila Casas, cuando Antoni Vila Casas viene de la industria farmacéutica?
Bueno, la seleccionó Daniel Giralt-Miracle y a Antoni Vila Casas le entusiasmó; él viene de la industria farmacéutica, pero para mí es como un homenaje a él.
The Last Supper de Damien Hirst
“En el contexto, esta obra tiene mucha importancia; es una pieza de factura minimal, realizada con pocos recursos y muy conceptual en su significación. Necesita un espacio único, y aquí en Can Framis está muy cómoda. La obra resume la dualidad de lo trágico y lo banal, está realizada a partir de las cajas de medicamentos para enfermos terminales y curas paliativas. El comisario la ha elegido para el ciclo porque quería banalizar la industria farmacéutica, y es muy importante que pueda verse en Barcelona por primera vez. Daniel Giralt-Miracle cree que la obra sintetiza muy bien que la colección no parte del hedonismo, sino del pensamiento contemporáneo. Estamos hablando de enfermedades como cáncer, sida, dolor, degenerativas… en realidad, Hirst habla de la última cena del moribundo y de la humanidad. Hirst es un hombre que puede sorprender mucho, pero esta obra tiene una continuidad con La última cena de Leonardo y si pudiéramos verla en el mismo convento, en Santa Maria delle Grazie, en Milán, delante de la cena de Leonardo, podría verse que después de 500 años estamos hablando de lo mismo. He querido que La útima cena de Hirst se vea con música de Bach, no con un réquiem sino con una pasión”.
Marga Perera