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    El niño interior de Yoshitomo Nara

    El Museo Guggenheim Bilbao organiza la primera exposición individual en un museo europeo del japonés Yoshitomo Nara (Hirosaki, 1959), uno de los artistas más influyentes de su generación. Patrocinada por la Fundación BBVA y comisariada por Lucia Agirre, esta retrospectiva explora el universo del artista a través de pinturas, dibujos, esculturas e instalaciones creadas entre 1984 y 2024, que hablan de las personas y los lugares que ha ido conociendo a lo largo de los años. 

    Nació en Hirosaki, una ciudad conocida por su arquitectura tradicional del período Edo (1603-1868), en la montañosa prefectura de Aomori, en el norte de Japón. De padres trabajadores y el más pequeño de tres hermanos, pasaba gran parte de su tiempo libre sumergido en los cómics japoneses. “Me sentía solo, y la música y los animales eran un consuelo”, ha admitido. “Podía comunicarme mejor con los animales, sin palabras, que verbalmente con los humanos.”

    Sus recuerdos de infancia —marcados por la sensación de aislamiento—, sus viajes al extranjero, su estancia en Alemania y su conocimiento de la historia del arte son claves para entender su trabajo. Su obra también está profundamente arraigada en la música que escuchaba de niño: canciones folk de cantautores estadounidenses como Bob Dylan, con su mensaje disidente y antibelicista durante la guerra de Vietnam y su apoyo al movimiento por los derechos civiles; los sonidos introspectivos y melancólicos del blues; y el folk independiente procedente de Inglaterra e Irlanda. Al no entender las letras en otros idiomas, Nara percibía los sonidos a nivel sensorial. Combinando eso con lo que deducía de las imágenes de la portada del álbum, interpretaba la música a su particular modo. “Creo que la sensibilidad de la infancia es universal pero la sensibilidad adolescente tiene fecha de caducidad”, ha dicho. 

    Desaparecida en combate

    En febrero de 1980, siendo aún un estudiante, viajó a Europa por primera vez. Aquella escapada le permitió contemplar in situ las pinturas altomedievales y renacentistas y la obra de los maestros modernos europeos. Ha contado que aquella visión fue un despertar, una revelación. Aprendió mucho de los impresionistas y expresionistas, así como de los artistas asociados a la Escuela de París. Se inspiró en su filosofía, su espiritualidad y sus técnicas para replantearse todo lo que había aprendido hasta entonces. «Al salir de Japón, me di cuenta de que ver las cosas desde el monte Fuji es totalmente distinto a verlas desde el Everest» ha reconocido. En 1983 realizó un segundo viaje a Europa, y cuatro años más tarde, tras graduarse en la Universidad de las Artes de la Prefectura de Aichi decidió mudarse a Alemania para estudiar en la Kunstakademie de Düsseldorf. Aquel periodo acabaría siendo fundamental para su desarrollo personal y artístico. Su desconocimiento del idioma le llevó a regresar conscientemente al estado de soledad que había caracterizado su infancia, y a darse cuenta de que necesitaba comunicarse a través del arte. En la Kunstakademie, tuvo entre sus profesores al artista A. R. Penck, uno de los principales impulsores del neoexpresionismo alemán, quien advirtió cierta disonancia entre la pintura y el dibujo de Nara en esa época y le aconsejó que integrara ambas disciplinas. El resultado fueron obras más estilizadas, unos niños de ojos muy abiertos, por momentos amenazadores, desafiantes e insolentes, pero también melancólicos e inseguros, que acabarían siendo su sello de identidad. Pronto se hizo conocido entre sus colegas del movimiento Superflat, como Takashi Murakami o Chiho Aoshima, por sus extraños niños. Aparentemente inocentes, una mirada más cercana revela un lado más oscuro en estos pequeños que blanden cuchillos, crucifijos y antorchas en llamas, lucen colmillos de vampiro y fuman cigarrillos. En 2000, después de doce años, dio por concluida su atapa alemana y decidió regresar a su país. La muestra en el Guggenheim bilbaíno abarca los cuarenta años transcurridos desde su segundo viaje a Europa hasta la actualidad y demuestra que la marcha de Nara de su Hirosaki natal y su estancia fuera de Japón fueron cruciales, pues le proporcionaron las herramientas necesarias para replantearse su papel como artista y reevaluar su relación con Japón, sus interacciones con la gente y con la naturaleza: “Por fin sentí que tenía las cosas que había echado en falta, que todo lo que pudiera necesitar estaba al alcance de la mano, y fui capaz de vivir en provincias. Pero creo que tuve que dejar mi ciudad natal durante un tiempo para entenderlo”. Hoy, se muestra satisfecho del camino recorrido: “Aunque supiera que no hay nadie interesado en ver mi trabajo, seguiría haciendo exactamente lo mismo”. [Imágenes © Yoshitomo Nara, cortesía Yoshitomo Nara Foundation]. Hasta el 3 de noviembre. Museo Guggenheim, Bilbao. Guggenheim-bilbao.eus

    El artista junto a su obra Tobiu 2019
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