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    El paraíso de Monet

    Cuando Monet pintó su bella obra Álamos en Giverny en 1887, su carrera estaba en un momento clave. Su maestría sobre las evanescentes impresiones de luz y color, que había sido su preocupación artística durante las dos décadas anteriores, se había afianzado. Estaba pintando algunas de las obras más logradas de su carrera y empezaba a vislumbrar las grandes series que abordaría a partir de la década de 1890, siendo este óleo un indicio de ello. En 1887, el artista ya estaba establecido en Giverny investigando felizmente los temas que le inspiraba el entorno. Había encontrado el lugar en el que deseaba pasar el resto de su vida. Las nubes se desplazaban para revelar gloriosos paisajes soleados y no solo en un sentido artístico; en 1887 Francia empezaba a emerger de la ciénaga de desánimo que había afligido a su economía y el poder adquisitivo de los coleccionistas de arte contemporáneo comenzaba a repuntar. Además, doce meses antes, Paul Durand-Ruel había organizado su primera exposición de artistas impresionistas franceses en Nueva York. Un mercado absolutamente virgen se perfilaba ante sus ojos. El Nuevo Mundo, con su fabulosa nueva riqueza, le llamaba. Hasta mediados de la década de 1880, los precios de Monet seguían resentidos y el artista no ambicionaba mucho más que sobrevivir. La dificultad de encontrar nuevos compradores para este nuevo arte difícil, revolucionario y ridiculizado por la prensa, se agravaba por el hecho de que, con frecuencia, en su ambiente no circulaba mucho dinero. Tendemos a ver los auges y las depresiones económicas como un fenómeno del siglo XX, pero fue también un rasgo dramático de la vida del siglo XIX; y en el clima sin regulación de la época, sus efectos se dejaban notar, posiblemente, de forma aún más drástica. Entre 1871 y 1885, el comercio francés se vio afectado por varios de ellos. Primero fue la desolación por la guerra franco-prusiana y, dos o tres años después del fin de las hostilidades, empezó la recuperación. Un frenazo siguió en 1874, el año de la primera Exposición Impresionista. Hacia 1880, las cosas parecían ir mejor otra vez y se produjo un repunte gracias al boom en la construcción del ferrocarril. Pero en 1882 hubo otra crisis, cuyas fatales consecuencias persuadieron a Durand-Ruel – endeudado en más de un millón de francos – a cruzar el Atlántico en busca de nuevos mercados para los impresionistas. Las escasos compradores de pintura impresionista en Francia, no eran lo suficientemente ricos para capear la volatilidad del mercado, y se vieron forzados a vender sus obras. Como consecuencia de ello, los precios se desplomaron aún más. Entre finales de la década de 1870 y principios de 1880, hay momentos en los que la obra de Monet se vende por debajo de los 100 francos; como señaló lúgubremente Durand-Ruel eso era menos que el coste de los marcos. Pero a mediados de la década de 1880, la corriente empresarial empezó a remar a favor de los impresionistas. Monet fue el primero en sentir el vigorizante resurgir de la demanda financiera en su trabajo. Su creciente éxito con los americanos le hicieron más deseable también para los coleccionistas franceses. «Conserva tus monets«, le escribió Mary Cassat a su hermano, así como: «siento no haberte animado a comprar más«. Otros marchantes se prepararon para trabajar con obras impresionistas para retar a Durand-Ruel. En 1887 la galería Boussod-Valadon rompió su contrato con el académico William Adolphe Bouguereau, cuyos trabajos llevaba gestionando desde 1866, y bajo la dirección de Theo Van Gogh, empezó a comerciar con Monet y otros impresionistas. El cuadro que Sotheby’s licita data del momento en que Monet se sintió lo suficientemente seguro de su valor económico como para afirmar su independencia. No sólo se pudo permitir el lujo de no vender inmediatamente esta obra espectacular, sino que cuando decidió hacerlo en 1892, la mantuvo lejos de Durand-Ruel, entregándosela a Boussod Valadon. Le encontraron un comprador francés: el industrial Dennys Cochin. Cinco años después, llegó a manos de Durand-Ruel, cuando éste se la compró a Cochin. El mercado impresionista crecía inexorablemente y Durand-Ruel también disfrutaba ahora de una posición económica desahogada. Cinco años más tarde, su músculo financiero se fortaleció tanto que pudo tomarse su tiempo antes de vender este lienzo al distinguido coleccionista de Chicago Martin Ryerson. En el siglo XX Álamos en Giverny llegaría a convertirse en una de las piezas más emblemáticas de dos de los más grandes museos de América. Sotheby’s la licita el 3 de febrero en Londres durante la sesión nocturna dedicada al Arte Impresionista y Moderno.

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