La quinta muestra individual que Elena del Rivero (Valencia, 1949) presenta en la Galería Elvira González está formada por una serie de trabajos sobre papel de ábaca fabricados a mano sobre los que escribió con pluma textos y símbolos que constituyen el hilo conductor de la exposición, bautizada como Flying letters.
El crítico estadounidense John Yau ha escrito: “En la diversidad de su producción, la artista trabaja con una gran abundancia de soportes y adopta el dibujo, la pintura, la fotografía, la escultura, la performance, el cine y la instalación con materiales que incluyen el lápiz y el papel, el óleo sobre lienzo, el collage, la aguja y el hilo, además de objetos encontrados, tan económicos como cartas, plumas o pan de oro. Ha escrito encima de sus obras y ha utilizado diferentes máquinas de escribir, incluyendo algunas que imitan la letra manuscrita. Algunos de sus dibujos presentan afinidades con los poemas pictóricos de Guillaume Apollinaire, mientras que otros guardan cierta relación con las anotaciones de campo de etnógrafos, arqueólogos, botánicos o exploradores”.
La artista valenciana residente en Nueva York explica como surgió este trabajo: “Me encontraba en mi parque leyendo una tarde de primavera cuando cayó sobre el libro una pluma del árbol debajo del cual me había sentado. La recogí y me la llevé a casa. Y así empezó la tarea de averiguar cómo limpiar y desinfectar la pluma, así como la necesidad de utilizarla”.
Nos citamos a primera hora de la mañana en la galería donde la artista ultima los detalles antes de la inauguración, y nos recibe con una sonrisa que no le abandona durante toda la conversación. Tiene un hablar dulce y pausado (“me gusta practicar shodo, caligrafía japonesa, como técnica de relajación”) y su discurso está salpicado de palabras y expresiones en inglés, que traduce automáticamente. Una semana después, nos reencontramos de forma fortuita en Valencia, en una parada de taxis, Elena, que lleva una preciosa orquídea, me sugiere entre risas incluir este detalle en la entrevista.
¿Qué caminos le llevan de sus estudios de Filosofía al arte?
De joven andaba buscando y rebuscando, lo propio de la edad, me atraían muchas cosas. En aquella época también me interesaba la música y la literatura, el teatro… el arte siempre había estado presente en mi vida, mi madre era artista y durante los veranos nos ponían a mi hermano y a mí profesores que venían a casa a darnos clase; teníamos una habitación llena de escayolas y allí hacíamos nuestros ejercicios de mancha… Más adelante, cuando tenía 12 o 13 años, mi padre me llevaba a hacer mancha a casa de don Manuel Sigüenza, un señor muy mayor que me enseñaba a dibujar, y aquellas primeras experiencias siempre han estado conmigo de alguna forma….
¿Hubo alguna epifanía?
Pues sí, un día me fui a un parque y empecé a dibujar del natural.
Háblenos de los artistas de su familia…
Mi madre era fotógrafa y buena dibujante. Mi tío abuelo era Jaume Morera, su padrino. Jaume Morera y Galicia (1855-1927) fue un pintor impresionista muy bueno. El museo de Lleida lleva su nombre
¿Nunca pensó en seguir los pasos de su madre y ser fotógrafa?
Hago fotos para mí, como aficionada, me gusta sacar fotografías en blanco y negro con película. Aunque tengo una cámara digital, suelo viajar con la analógica, e incluso a veces revelo yo misma las fotos. ¡Tal vez sea una fotógrafa “dominguera”!.
¿Cómo surge lo de trasladarse a Nueva York en los años 90, cuando ya es conocida en España?
Estando en Roma conozco a un arquitecto norteamericano, nos enamoramos, nos casamos y me voy con él a Estados Unidos.
¿Cómo le acogió Nueva York?
Al principio fue un poco difícil. Es una ciudad muy europea, aunque al mismo tiempo es culturalmente muy diversa. En ella siempre te encuentras bien, porque acoge a todo el mundo. Yo siempre digo que no vivo en Estados Unidos, sino en Nueva York.
¿Tiene relación con los artistas españoles que viven allí?
Como mi marido no hablaba español no solíamos reunirnos demasiado con los españoles porque él se sentía aislado, por eso tengo más relación con americanos, japoneses… Soy vecina de Kiki Smith, ella va siempre en su bici, y las dos hacemos mucha vida por el barrio.
¿Ha habido algún artista que le haya hecho especial ilusión conocer?
Hace mucho tiempo conocí a David Hammond, uno de mis favoritos, y de los españoles, Carolina Silva, que es una artista muy joven, con quien expuse en La Conservera. Ahora ha venido a Madrid a ver mi exposición en la Galería Elvira González. En Nueva York antes estaba Juan Uslé, Leiro, Pello Irazu, Vicky Civera … pero se han ido yendo todos, o solo están esporádicamente, o mi gran amigo Antón Lamazares, que ahora está en Berlín, como Tere Recarens… Sé que hay artistas españoles pero yo llevo una vida muy recluida.
Vivir en Estados Unidos, ¿afectó de alguna manera a su discurso?
Nueva York me brindó la libertad de seguir haciendo cosas sin la presión que sentía en Madrid.
Cuando a finales de los años 80 trabajaba en la serie Cartas a la madre recibí unas críticas muy agresivas, y refugiarme en Estados Unidos me permitió seguir creando de forma más tranquila. Ahora noto menos la presión, quizá porque soy mayor y me es más indiferente lo que piensan los demás sobre mí.
¿Qué es lo que le dolió de esas críticas?
Que eran ataques personales, se cuestionaba mi forma de estar en el mundo como mujer y como persona, más que como artista. En ese sentido, Madrid era muy duro, más incluso que Nueva York, que también lo es, pero donde hay un enorme respeto por el trabajo del artista.
¿Recuerda su primera exposición en Nueva York en la Galerie Lelong?
Sí, la recuerdo muy bien porque coincidió con una crisis económica terrible, la de los 80,de la que ahora apenas nos acordamos. En 1987 hubo un crack, luego llegó la bonanza en los 90 que duró de 1997 al 2001, justo hasta el atentado de las Torres Gemelas.
Junto con el feminismo, su obra tiene influencias de Kafka, Duchamp…
Kafka tiene la Carta al padre que me había impresionado desde muy joven. Cuando yo hago mi Carta a la madre, no a mi madre sino a la madre como arquetipo, tengo presente su carta, pero también la correspondencia de Madame de Sévigné a su hija.
En cuanto al feminismo, es una pregunta complicada. Soy feminista, y tomo el feminismo como un movimiento social, de derechos civiles. Yo propondría que El segundo sexo de Simone de Beauvoir se leyera en la escuela por chicos y chicas, creo que resultaría mucho más fácil entendernos si estuvieran todos y todas bien informados de la realidad que nos ha ocupado durante veinte siglos.
El movimiento de liberación de la mujer, es muy similar al de los afroamericanos en América, que aún tienen que luchar por mantener su identidad, algo que no está conseguido del todo, como tampoco están conseguidos los derechos de la mujer.
¿Cuándo le nace está conciencia?
Creo que desde que era muy joven. Todo se despierta cuando piso la Universidad, leo El Libro Rojo de Mao, me entero de cosas que no sabía gracias a la información que me pasaban, Mayo del 68 y un respirar que ansiaba transformación. Fue una gran revolución y eso que en España eran años franquistas. Pero más tarde, a finales de los 70, en Madrid, me percato de que nada había cambiado, España seguía siendo machista y las instituciones eran las mismas.
¿Cómo artista se ha sentido discriminada por ser mujer?
¿Quién no se ha sentido discriminada por ser mujer?. A las que digan que no, ¡chapeau!. Pero si están casadas con un hombre artista, el que destacará, salvo honrosísimas excepciones, será el hombre.
La mujer se cotiza menos. Y esto no va a cambiar, porque el mundo -nuestra civilización- ha sido pensado por los hombres. Dios es hombre, y Dios se hizo verbo, y el verbo, la palabra, es hombre.
¿En Nueva York percibe también esta discriminación?
¡En todas partes!. En Nueva York la mujer es poderosa, muy agresiva, pero no creo que esa sea la solución. En Estados Unidos, igual que en Francia, las mujeres trabajan el doble que los hombres, y si deciden ser madres, por ejemplo, tienen que reincorporarse al trabajo a la semana de haber parido. ¿Eso es un avance?. Resulta dramático pero lo tenemos arraigado en el subconsciente, casi en los genes, y son muchas las que ven como un orgullo levantarse a las 7 de la mañana, encaramarse a unos stilettos, acudir al despacho, usar un saca-leches para que luego alguien le dé la leche a tu bebé, llegar a casa tras una jornada frenética, seguir trabajando, preparar la cena… ¿Es ésta la igualdad que queremos?. Yo apostaría más por la diferencia.
¿Se percibe su obra de manera diferente en España que en Nueva York?
En Estados Unidos se quiere mucho a los artistas, se les considera algo necesario, esencial. En términos generales, América posee mayor tradición de coleccionismo, de valorar al artista, al que se respeta mucho. Coleccionan no solo como una cuestión social, sino como una necesidad.
¿Le gusta conocer a sus coleccionistas?
No, salvo a aquellos con los que llego a forjar una amistad.
¿Es usted coleccionista?
Sí, colecciono cosas que me gustan y obras de artistas que conozco con los que hago intercambios. Una de mis primeras adquisiciones fue una obra de Francesca Woodman; costaba poco dinero, pero aún así tuve que pagarla a plazos. También he hecho algunos intercambios con artistas españoles. Por ejemplo, ahora voy a cambiar una obra con Carolina Silva. Y también compro arte contemporáneo, sobre todo ‘Street Art’. Y tengo curiosidades. Por ejemplo, en la galería de Matthew Marks se presentó una serie de trabajos de un artista desconocido; el comisario había encontrado, en Filadelfia, dentro de un contenedor de basura, un montón de objetos curiosos, se los enseñó al galerista Matthew Marks, y decidieron montar una exposición al “Artista desconocido de Filadelfia”. Yo visité la muestra y me pareció muy sugerente; les pregunté quién era el artista, y me explicaron que nadie lo conocía. ¡Eso me encantó!. Eran piezas realizadas con objetos encontrados, que costaban entre 1.000 y 3.000 dólares; yo me compré una pequeñita hecha con gomas y hierros, bellísima.
¿Le interesan también los graffiti?
Sí, tengo algunos de las ‘Guerrilla Girls’ que cogí directamente de la calle; conservo uno de ellos intacto. Y tengo otro muy bonito de un artista de mi barrio, que hace cosas estupendas, y se auto-denomina también ‘artista desconocido’.
¿Cuáles son sus rincones fetiche?
Vivo en el Village, y en la calle es realmente donde encuentro “mi inspiración”. Raras veces voy más allá de la calle 14, si salgo me gusta ir al MoMA, donde acabo de ver una de las exposiciones más maravillosas, Las guitarras de Picasso. ¡Brutal!.
También me ha parecido preciosa la de David Hammons. ¡Olvídate de todos los artistas famosos de los que se habla continuamente!. Como diría Marcel Duchamp: ‘The art in the future will be the underground’ (El arte en el futuro será clandestino). Hammons es grande. Igual que Lynda Benglis a la que dedica una exposición el New Museum; a Benglis, que tendrá 70 años, la descubrí en uno de los primeros Arco. Durante muchos años fue repudiada por ir a contracorriente, y ahora se ha producido un resurgimiento de su figura. Hace poco, mientras estaba en Seattle, cené con unos amigos coleccionistas que poseen dos grandes piezas suyas; las habían adquirido, una en los años 80 y la otra recientemente por 15.000 dólares en una subasta en Londres porque no la quería nadie… Es una artista que siempre me gustó mucho.
¿Está al día en cuestiones de mercado? ¿Sigue sus cotizaciones?
No, para nada, me da igual. A la vida, que es maravillosa, solo le pido tener salud y lo suficiente para poder seguir haciendo lo que quiera en mi trabajo. No hay mayor riqueza para un artista -si las cuentas están todas pagadas- que poder trabajar y que, cuando se acueste, al menos sienta una pizca de sintonía con lo que ha creado. La riqueza también es el tiempo.
Usted vivió el atentado de las Torres Gemelas en primera persona, su apartamento en Manhattan se vio directamente afectado, y a aquella experiencia ha dedicado varias obras, aunque el shock fue tan grande que llegó a sentir que no sería capaz de volver a crear nada…
Eso pasó hace diez años, y ahora estoy bien. Sí, he realizado varias obras sobre ello; la primera, A Chant una gran columna de veinte metros de alto que construí con todos los trozos de papel (más de 3.000) que volaron de la Torre Sur, que limpié, restauré y catalogué. También transcurridos 6 meses me compré una cámara de video, y gracias a que los artistas que vivíamos en el edificio y que estábamos desplazados teníamos unos permisos especiales para poder entrar a recoger nuestras cosas poco a poco pude grabar imágenes únicas. Yo empecé a filmar y hace dos años me animaron a que hiciera algo porque nadie tenía el material que yo había conseguido. Llamé a Leslie McCliff y le propuse el proyecto Cedarliberty a partir de las 90 horas de vídeo entre octubre de 2001 y agosto de 2002. Chant se exhibió en el IVAM, en el Patio Herreriano y en The Corcoran Gallery of Art en Washington e iba acompañada por una creación musical compuesta por Butch Morris. El próximo septiembre se instalará en el New Museum de Nueva York, y Cedarliberty se instalará en el State Museum de Albany (Nueva York).
¿Cómo surge la idea de incorporar la carta a sus obras? Ha escrito cerca de 4.000 cartas hasta la fecha (Cartas de la novia (1996-1997), Nueve cartas rotas (2002-2004) o Carta inacabada (Carta a una joven hija) (1998). ¿En su vida privada le gusta escribir cartas?
Antes hablábamos de Madame de Sévigné y de Kafka, pero hay otra referencia importante para mí, Marina Tsvetaeva, Florentine nights, que son once cartas imaginadas, escritas a un receptor desconocido. Lo que me interesa de la carta es la comunicación visual. Y establecer conexiones, paralelismos… He practicado mucho la escritura automática, en estas Flying letters a las que he dedicado dos años se ven muchos escritos pero son indescifrables, salvo algunos de ellos donde hay mensajes. Una de estas cartas se presentó en Barcelona, en una feria, y los galeristas me llamaron muy preocupados porque alguien había escrito sobre ella; yo les dije que me parecía genial que alguien aportara más información. Pero ellos seguían muy asustados y me informaron que habían escrito: ‘Animal Capitalism’, y les dije que eso lo había escrito yo. De vez en cuando, pongo mensajes cifrados, o cosas que oigo en la radio mientras estoy trabajando, y en lugar de apuntarlo en mi bloc de notas, lo hago directamente sobre la obra, pero casi todo lo que escribo de manera consciente no dice nada…
¿Este proyecto tendrá continuación?
Sí, por eso le he puesto puntos suspensivos al título.
With a little help of my friends
“Las plumas que he utilizado en este proyecto son de paloma, de ganso y también hay de gallo, y algunas me las han ido regalando amigos –nos explica del Rivero- Una de las que más ilusión me hizo recibir fue la del músico Llorenç Barber que tiene una casa en el campo y tiene un palomar con palomas. Me envió a mi casa de Nueva York un paquete gigante, de los que no se pueden pasar por las aduanas pues no se permite enviar plumas -¡hasta me asusté!. Considero a Llorenç uno de nuestros mejores artistas, pero aquí todavía no se han dado cuenta. Anoche lo discutía en una cena con el arquitecto Juan Navarro Baldeweg y él coincidía conmigo. Y también me mandó plumas muy bellas el crítico de arte José María Parreño, me regaló unas que habían pertenecido a su padre y que guardaba desde hacía 40 años. Y mi amiga Victoria Rabal, del Museo de Capellades, me envió una en papel que ella misma había hecho.”
La libertad del papel
“Empecé con el papel porque no tenía dinero y era mucho más barato –recuerda la artista- El papel tiene algo muy directo, es como el lenguaje del cuerpo. Como dijo Richard Serra: “El dibujo es otro tipo de lenguaje”. Tiene el encanto de la inmediatez y te ofrece cierta libertad, aunque ahora cuando pinto, de alguna forma recuerdo mi trabajo sobre papel, y también me siento muy libre.”
Vanessa García-Osuna